Es necesario incorporar otras formas de pensamiento en la reflexión teológica contemporánea y plural.Transitamos un momento histórico de significativa inflexión cultural, que algunos calificamos como cambio de época. Una de sus expresiones más representativas en Occidente es la crisis del metarrelato moderno, que se apoyaba en un pensamiento lógico-formal-conceptual. Dado el nuevo paradigma de la complejidad, está en crisis la racionalidad conceptual. En efecto, para este tipo de pensamiento y argumentación es muy difícil mediar un discurso evangelizador.

Al mismo tiempo, resurgen con fuerza expresiones socio-culturales de talante mítico-simbólico-afectivas, que denotan un nuevo modo de reflexión, y que podrían definirse como manifestaciones de racionalidad simbólica. Algunos emergentes irrumpen en los programas radiales y televisivos, están presentes en la Web o en el cine, en publicaciones y eventos: se trata de ese amplio y difuso abanico de temáticas artístico-religiosas, esotérico-ecológicas, filantrópicas y de autoayuda, de carácter místico o pseudomístico. De este modo, el ocaso de la racionalidad conceptual moderna coincide con un resurgimiento de la racionalidad simbólica, asociada, como en tiempos ancestrales, al mundo de lo sagrado, de lo mítico y ritual.

 

Racionalidad simbólica y teología

Dado que la teología no puede desvincularse de la especulación racional, apoyarse en la racionalidad simbólica parecería hoy el camino estratégico más acertado. De la mano va la experiencia y la vivencia sacramental-icónica del teólogo. Para abordar teológicamente una determinada realidad con una perspectiva simbólico-racional, previamente habrá que descubrirla “por experiencia” y en primera persona, sentirse afectado por la transparencia mistagógica (introducción en los misterios) de personas, realidades naturales y acontecimientos.

Pero también a la inversa: la actitud de asombro fenomenológico, inicialmente acrítica, sapiencial y no científica, nos permite percibir la realidad como símbolo y avizorar su carácter profundo. Es decir, la realidad como don y adviento, como símbolo teologal que remite a la presencia del misterio insondable de Dios, siempre más alto, profundo e íntimo de lo que podemos imaginar. Y esto, a través de los misterios de la Encarnación y la Pascua revelados en el cristianismo, pero intuidos también en otras tradiciones religiosas y culturales. La percepción simbólico-sacramental-icónica de lo real permite descubrir que la realidad no se reduce a mero ídolo anémico “en blanco y negro”, propiciador del desencanto, sino más bien abierta a lo inefable y a lo aún por decir. Este último modo, no sólo abre los procesos y realidades históricas a la esperanza, sino que además evita el conflicto propio de la racionalidad conceptual, crítica y belicosa, en el contexto de una sociedad plural. En este sentido, la racionalidad simbólica resulta decididamente dialógica.

 

El arte como mediación

Las expresiones artístico-culturales son mediaciones privilegiadas en la apertura de la esperanza de lo inédito. En la medida en que, por una parte, se respete su índole propia y se busque comprenderla desde su lógica intrínseca, que prioriza la percepción estética; y en la medida en que, por otra parte, se busque discernirla como expresión del misterio semper major que busca manifestarse, por vía de afirmación o negación. En ese sentido, la obra de arte evocará el eminente misterio cristológico-trinitario del Dios de Jesucristo, y posibilitará en quienes lo contemplen un acercamiento a ese misterio, o incluso una toma de conciencia más plena y lúcida de la propia situación existencial, al menos implícitamente teologal.

Para este ejercicio de diálogo, desde una perspectiva teológico-espiritual-pastoral, sería importante considerar al menos dos exigencias: a) que la obra de arte sea verdaderamente reconocida por su calidad; b) que sea culturalmente significativa y vigente, ya que de este modo expresará y manifestará el ethos cultural de un grupo humano, sector social o incluso de todo un pueblo. En el fondo, de lo que se trata es de asegurar la relevancia y elocuencia de las expresiones artístico-culturales. Así, recurrir a ellas para establecer un fecundo diálogo en instancias plurales de la sociedad, se convertirá en un medio privilegiado para la inculturación del discurso y la vida de fe. El mismo ejercicio de diálogo permitirá ir acuñando el modo de decir más conveniente para un determinado tiempo, región y destinatarios, inmersos en contextos siempre irrepetibles.

Cabe aclarar que, a causa de la circularidad hermenéutica entre experiencia y conocimiento, a la inculturación objetiva del discurso teológico tendrá que preceder la inculturación subjetiva del teólogo/a.

Por otro lado, para capitalizar este tipo de teología inculturada, será preciso tener una mínima sensibilidad y formación estética, espiritual y pastoral. Hay también otras competencias que posibilitan optimizar este recurso, como las afines a las ciencias humanas: filosofía, psicología, antropología social y cultural, ciencias sagradas y de la comunicación, entre otras. Este tipo de ingredientes puede dotar al ejercicio de diálogo de una vehemente elocuencia, que resultará necesaria para tornar relevante el anuncio evangelizador en nuestras sociedades culturalmente complejas.

 

“Los hombres que no amaban a las mujeres”

(Stieg Larsson)

El primer volumen de Millennium, “la hazaña narrativa de Stieg Larsson” según Mario Vargas Llosa, entreteje una historia que parecería poner de manifiesto las consecuencias funestas e interrelacionadas del patriarcalismo a ultranza, la especulación y el poder financiero sin parámetros éticos; y las más aberrantes e increíbles formas de perversión sexual. El relato está contextualizado en la sociedad sueca contemporánea, y se presenta al lector como un esfuerzo denodado y providencial por hacer justicia en una larga cadena de injusticias que tiene a las mujeres por víctimas. Una justicia asombrosa, casi inesperada o imposible, de tono escatológico, llevada a cabo en dos situaciones diferentes por Lisbeth Salander, una extraña y joven investigadora privada, socialmente inadaptada, pero decidida a “ponerse al hombro” la causa, valiéndose entre otras cosas de sus significativos conocimientos informáticos.

El detonador de la historia es la propuesta Henrik Vanger, gerente general de un emporio familiar hoy en declive, a Mikael Blomkvist, periodista especializado en investigaciones de corrupción financiera: hay que reconstruir y desentrañar, con un excelente estímulo económico, qué fue lo que aconteció con la misteriosa desaparición de su sobrina Henriet hace algunos decenios, intriga no develada por una investigación oficial cerrada hace años.

Esta “punta del ovillo” dará pie al desvelamiento de una historia en la que Stieg Larsson no sólo nos descubre el oscuro submundo familiar de personas que, más allá de las apariencias, no pueden amarse porque tienen intereses desmedidos y encontrados, sino que además parece proponernos otro tipo de liderazgos, tanto en el mundo de las finanzas como en el empresarial, menos competitivo y agresivo, y más impregnado de valores afines a las mujeres.

El desenlace de la trama intentará redimir el pecado original que atraviesa la historia familiar de los Vanger mediante un nuevo e inesperado liderazgo, proveniente de muy lejos. Pero también procurará cocer a Wennerström, el acaudalado financista, en su propia tinta…

 

El autor es sacerdote betharramita y doctor en Teología. Es profesor de Teología pastoral en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina y en la homónima de la USAL.

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  1. Desarrollo ampliamente la propuesta que hago en el artículo en mi Trilogía (en 5 vol.) «TEOLOGÍA DEL CAMBIO DE ÉPOCA: POLÍCROMA, TRANSDISCIPLINAR-SAPIENCIAL, CON IMPOSTACIÓN PASTORAL, DESDE ARGENTINA», cuyos PDF pueden bajarse gratuitamente del blog http://www.teologiayculturadesdeargentina.blogspot.com. Allí mismo estoy posteando las fichas necesarias para seguir un curso virtual a partir de la lectura de esta misma Trilogía.

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