Se cumple el 50º aniversario de la encíclica social Mater et magistra, de Juan XXIII, publicada con motivo de los 70 años de Rerum Novarum (1891), documento de León XIII que pusiera los fundamentos de la “Doctrina Social de la Iglesia».El pensamiento de la Iglesia en materia social ha adoptado a lo largo de su historia, dentro de una fundamental continuidad, diferentes figuras o paradigmas, en parte por la evolución de la realidad social, y en parte por cambios en la visión teológica subyacente. Dentro de ese complejo proceso, Mater et magistra es reconocida hoy sin discusiones como un texto notablemente novedoso, verdadero preanuncio del giro que imprimiría el Concilio Vaticano II a la DSI. Hasta entonces, ésta había sido concebida como una filosofía social alternativa al liberalismo y al socialismo, o incluso como una “tercera vía”, es decir, un modelo de sociedad distinto al capitalista y al comunista. Juan XXIII percibe con claridad el progresivo debilitamiento de las ideologías, debido a su carencia de una antropología adecuada y de sentido religioso, y comprende por consiguiente el peligro de concebir la misma DSI como un sistema cerrado, sea bajo la forma de una “ideología católica” o de un proyecto de “sociedad cristiana”. Se inicia así una nueva etapa, marcada por la apertura y la disposición al diálogo.


Esta nueva inspiración se ve reflejada no tanto en los contenidos, cuanto en el estilo y en la metodología de la encíclica. En efecto, en contraste con los pontífices precedentes, el papa Juan adopta un estilo directo, familiar, realista y positivo. Pone de manifiesto así una actitud libre de nostalgias, caracterizada por una confianza serena en el futuro. Aun señalando sin eufemismos los aspectos negativos de la sociedad moderna, la considera de un modo esencialmente apreciativo, y apuesta a la colaboración con los hombres de buena voluntad.


Al mismo tiempo, evita las condenas que tantos esperaban de uno y otro lado del espectro ideológico, e involucrándose menos en discusiones teóricas, prefiere abocarse a los temas prácticos. Por eso ya no encontraremos en este texto el consabido esquema “juicio negativo – recomendación positiva”, signo de que la figura precedente, más “apologética”, de la DSI quedaba en el pasado.


En lo que respecta a la metodología, MM reconoce de un modo más amplio el rol de las ciencias y su importancia para la comprensión de la realidad (de hecho, varios de sus consejeros eran sociólogos), a diferencia de la impostación más filosófica y deductiva de los documentos precedentes.


Esta nueva metodología, más inductiva, no sólo se empleará en la redacción de la encíclica, sino que será propuesta como guía para su aplicación. Ella consta de tres pasos: 1) ver (análisis de la situación); 2) juzgar (aplicación a la situación de valores y principios de nuestra fe y tradición); 3) obrar (decidir la acción apropiada y llevarla a la práctica). A su vez, el obrar mismo constituye un elemento indispensable en la educación de quienes aplican la DSI, que de este modo podrán purificar y profundizar su comprensión de la realidad y de los principios aplicables.


Así, MM adelanta lo que luego desarrollará Pablo VI en Octogesima adveniens (1971) acerca de la centralidad del discernimiento para el obrar cristiano en el campo social. Ahora bien, hablar de discernimiento significa no ver al laico como mero ejecutor de directivas provenientes de la jerarquía, sino como adulto en la fe, dotado de autonomía y primer responsable del anuncio del Evangelio en el orden de las realidades temporales.

MM señala que esta misión específica de los laicos en el mundo, su trabajo cotidiano, tiene una espiritualidad propia: no ya la antigua espiritualidad del desprendimiento, que tantas veces en el pasado había reforzado posiciones reaccionarias, sino la espiritualidad del compromiso con el mundo, que luego sería profundizada en Gaudium et spes.

Al mismo tiempo, la aplicación de la metodología inductiva a la que nos hemos referido permitió a Juan XXIII captar con un nuevo realismo los cambios que se estaban produciendo en el mundo.


En 1961 Europa estaba promediando la etapa de reconstrucción, y se desarrollaba con altas tasas de crecimiento y un aumento muy perceptible de los niveles de bienestar social, manifestado en un “consumo de masas” que parecía difuminar cada vez más las fronteras entre clases sociales. Esta bonanza fue estimulada por una intervención activa de los poderes públicos en la vida social, conforme al modelo del “Estado del bienestar”, que buscaba mantener un ritmo sostenido de expansión económica evitando las grandes fluctuaciones del pasado, procuraba satisfacer las necesidades básicas de los ciudadanos sobre todo en el ámbito de la salud y de la educación, y se proponía corregir los desequilibrios distributivos a través de su creciente capacidad recaudatoria. En el ámbito internacional, se iba completando el proceso de descolonización, que en los últimos 25 años había dado nacimiento a 40 nuevos países, lo cual, sin embargo, ponía en evidencia las desigualdades económicas respecto de sus antiguas metrópolis y de los países avanzados en general.


MM acepta el Estado del bienestar, merced a una idea más activa de su rol en la economía. Esta intervención es considerada indispensable para evitar las desigualdades no sólo en el ámbito laboral, sino en la relación entre regiones dentro del mismo país. En particular, MM trata con sorprendente amplitud y concreción la problemática del campo. Esta encíclica también abre caminos nuevos al extender la “cuestión social” al ámbito internacional, con su propio bien común, el cual impone a los países ricos el deber de colaborar con los pobres, en el pleno respeto de su dignidad. De esta manera, vemos esbozados los temas que abordará años más tarde Pablo VI en Populorum progressio (1967).


Pero el cambio más profundo, y lo que constituye el tema de mayor resonancia de toda la encíclica, es el de la socialización. El término suscitó escozor en muchos sectores, que lo asimilaron en diferentes grados a la doctrina marxista de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. Pero en MM, este término describe en primer lugar, un fenómeno de nuestro tiempo: la multiplicación de las relaciones sociales, la interdependencia creciente entre los ciudadanos, merced a la introducción de una gran variedad de formas de asociación. Este proceso, en parte natural y en parte producto del progreso científico y técnico, es fuente de nuevas posibilidades, pero conlleva peligros para la libertad individual debido a la creciente injerencia del Estado, peligros que sólo pueden ser conjurados a través de la observancia estricta por parte de las autoridades del principio de subsidiariedad, y a través del desarrollo de las asociaciones intermedias. El concepto de socialización (precedente de la actual globalización) comporta una visión nueva y más adecuada de la sociedad actual, dinámica y pluralista, que explica el silencio respecto al corporativismo defendido por Pío XI y que a esta altura se revelaba como anacrónico.


Este giro de Juan XXIII en la concepción de la función del Estado, claramente ampliada respecto de sus predecesores, produjo rechazo en los sectores conservadores (sobre todo en los Estados Unidos), que habían utilizado ideológicamente el énfasis de los pontífices anteriores en la propiedad y la iniciativa privadas para resistir reformas estructurales que afrontaran las injusticias en la distribución de la riqueza y de los recursos. Tampoco su recepción en el interior de la Iglesia fue particularmente entusiasta, pero lo esencial de su mensaje fue asumido finalmente por el Concilio en Gaudium et spes. En la actualidad, cabe leer las reflexiones de MM sobre el Estado del bienestar a la luz de las precisiones aportadas por Juan Pablo II en Centesimus annus (1991), ante la crisis que distorsionó dicho modelo dando lugar en muchos casos al llamado “Estado asistencial”, ineficiente y burocrático, que anula el protagonismo de la sociedad civil.


Muchas otras respuestas de MM a los problemas que plantea, se reconocen hoy como demasiado tributarias del pasado. Y sin embargo, el texto conserva una lozanía de espíritu que desafía el paso del tiempo. Los 50 años de la publicación de MM son una invitación a recuperar su mirada esperanzada y la empatía con el mundo característica de este documento. Esta actitud no era fruto de la ingenuidad. Recordemos que era una época crítica de la “guerra fría”: la revolución castrista, la intervención norteamericana en Vietnam, el Muro de Berlín, la expansión del comunismo, la carrera armamentista, la Iglesia perseguida tras la Cortina de Hierro. Aun así prevalece en la visión de Juan XXIII la confianza en los recursos morales del corazón humano, que lo lleva a evitar rótulos condenatorios para quienes no compartían su pensamiento.


El método del ver, juzgar y obrar, permitió por un lado una mejor articulación entre el magisterio pontificio, el magisterio de las conferencias episcopales regionales y el de las iglesias locales, y fue una invitación a los laicos a asumir un rol activo, demostrando con los hechos la eficacia de la DSI.


Por otro lado, correctamente entendido, este método favorece un sano realismo, que nos ayuda a precavernos frente al peligro en cierta reflexión social de sustituir los diagnósticos serios y ponderados por una pretendida “mirada de fe”, generalmente ingenua o prejuiciosa.


En síntesis, Mater et Magistra nos sigue enseñando hoy cómo iluminar desde el Evangelio la realidad social con una actitud de empatía, realismo y esperanza.

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  1. Como expreso en el apartado «Juan XXIII y Mater et Magistra» de mi escrito «La Doctrina Social de la Iglesia. Una visión general» (Buenos Aires: Cátedra de Filosofía Social, Seminario Internacional Teológico Bautista, 2003): «Con la publicación de «Mater et Magistra» (‘Madre y Maestra’) en 1961, de Juan XXIII (1881-1963, elegido papa en 1958), la Iglesia logró un eco universal como nunca antes había logrado». Y es que, como bien señala Gustavo Irrázabal, el llamado «papa bueno» se animó a introducir ciertos cambios metodológicos que garantizaron la posibilidad de que el documento pontificio fuera no sólo de fácil comprensión por su tono directo, sino también de una notoria relevancia. Relevancia identificable de manera especial en el tercero de los temas que aborda y que, de acuerdo con una obra de Gerardo Farrell («Doctrina Social de la Iglesia. Introducción e historia de los documentos sociales de la Iglesia»), tenía que ver con «los problemas nuevos planteados por ‘el reciente desarrollo de la cuestón social’ «. Por otro lado, a pesar de que 50 años es mucho tiempo, sobre todo ante los vertiginosos cambios vividos a fines del siglo XX e inicios del siglo XXI, la encíclica sigue manteniendo vigencia en varios de los asuntos que trata. Qusiera citar, a modo de ejemplo, sólo dos. Primero, el vinculado con una perspectiva cristiana de las relaciones obrero-patronales. En efecto, en el parágrafo 23 el documento señala: «trabajadores y empresarios deben regular sus relaciones mutuas inspirándose en los principios de solidaridad humana y cristiana fraternidad» (Buenos Aires: Paulinas, 2006, pág. 14). En la época actual, pletórica de conflictos obrero-patronales, aun en los países centrales, no se puede negar que el ideal propuesto constituye todo un aporte. El otro asunto que quisiera mencionar es el relacionado con la dignidad del trabajador concebida como algo prioritario, que debe estar por encima de las estructuras económicas. En este caso es el parágrafo 83 el que declara: «si el funcionamiento y las estructuras económicas de un sistema productivo ponen en peligro la dignidad humana del trabajador o debilitan su sentido de responsabilidad o le impiden la libre expresión de su iniciativa propia, hay que afirmar que este orden económico es injusto» (ibid, págs. 41-42). Frente a la postura de idolatrar al «mercado», que fue creciendo a lo largo de las últimas dos décadas, y cuyos resultados lamentables hoy estremecen a la Unión Europea, debe contraponerse siempre el valor de cada ser humano como persona, que ostenta la doble dignidad de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios y de haber motivado el sacrificio de Cristo en la cruz. Por las razones antes mencionadas me uno, como pastor evangélico y profesor de teología, a las palabras de admiración que sigue despertando «Mater et magistra» al cumplir su quincuagésimo aniversario.
    Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez
    Doctor en Teología
    Magíster en Ciencias Sociales
    Licenciado y Profesor en Letras

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