paestum_tempio_01_bigUn recorrido desde Roma hasta Sicilia, pasando por emblemáticos lugares de la cultura griega.ortigiaAtrás dejábamos Roma, esta vez tras breve visita, si bien todo paso por la ciudad eterna resulta rápido aunque dure semanas. En las escuderías del Quirinale, desde donde se aprecia una de las más hermosas vistas de Roma, se congregaba numeroso público por la muestra de obras de Filipino Lippi (1457-1504, hijo del gran pintor Fra Filippo Lippi y la novicia Lucrecia Buti) y de su maestro florentino Sandro Botticelli (1445-1510). Imposible dejar de recorrer las plazas Navona, del Popolo (con un grandioso festejo del año chino) o Spagna, de subir hasta el Campidoglio, de admirar la arquitectura del Pantheon o, en silencio, el misterio de “La conversión de Mateo”, pintura de Caravaggio en la iglesia de San Luis de los franceses; y luego tomar un café en el tradicional Sant’Eustachio, arrojar una moneda en la fuente de Trevi para soñar siempre con volver, caminar sin rumbo por el ghetto judío hasta la fuente de las tortugas, o buscar refugio en San Clemente, en el Gesú o en Santa Maria in Trastevere.

Precisamente en esa antigua y bellísima basílica tuvimos ocasión de asistir a una emotiva misa de cuerpo presente de un tal Danilo, linyera romano que, según supimos luego, había pasado gran parte de su vida bajo los puentes del Tíber. La comunidad de Sant’Egidio asiste a muchos homeless. Entre cantos e incienso, con el maravilloso ábside iluminado, numerosas personas sin hogar y sus amigos lo despedían conmovidos y le daban el último adiós acercando algunas flores al féretro. El sacerdote Matteo Zuppi nos explicaba que había sido un amigo de la parroquia, “un hombre muy especial, de difícil carácter, pero profundo”.

Conocimos el nuevo museo de arquitectura y arte contemporáneo MAXXI, ambiciosa obra de la arquitecta anglo iraní Zaha Hadid (acaba de aparecer un volumen dedicado a ella en Buenos Aires, en la colección de grandes arquitectos contemporáneos que publica el diario La Nación). Una empresa insólita para Roma, ubicada en las cercanías del Parque de la Música, fuera del circuito turístico acostumbrado; acaso algo más afín a ciudades como Berlín. Pasamos por el nuevo y luminoso museo que protege la Ara Pacis Augustae, monumento conmemorativo de la época del Imperio romano, muy debatida propuesta del arquitecto norteamericano Richard Meier, inaugurada en 2006, primer trabajo arquitectónico en el centro histórico de Roma desde la caída del fascismo.

En el ámbito político, todo expresaba la preocupación por la crisis económica y la resignada aprobación de una notable mayoría, según las encuestas, al gobierno técnico del economista Mario Monti. Todavía no había sucedido la tragedia del hundimiento del crucero que, pocos días después, llenó de indignación a la gente e hizo resurgir las clásicas críticas a Italia en toda Europa. Sin embargo, cada día los noticieros mostraban a Angela Merkel y referían sus decisiones. A menudo acompañada por un deslucido Nicolas Sarkozy, la canciller alemana daba cuenta de quién manda en Europa.

Por otra parte, en el tan peculiar ámbito eclesial romano, se advertía cierta decepción en quienes habían esperado de Benedicto XVI mayores cambios en la Iglesia, en especial en la curia. Vaticanistas de toda laya escribían sobre los nuevos cardenales (algunos muy mayores), los conflictos con la vieja y todavía influyente guardia pretoriana de Juan Pablo II y la especulación de que el actual pontífice pueda presentar su renuncia por motivos de edad, algo ciertamente inimaginable en los tiempos del Papa polaco pero que ya había considerado Pablo VI.

Camino a Paestum

Con Roma a nuestras espaldas partimos hacia el sur. La primera etapa fue una visita al imponente palacio real de Caserta, no lejos de Nápoles, residencia veraniega al estilo de Versalles que los borbones del Reino de las Dos Sicilias utilizaron hasta la incorporación al Reino de Italia. Jardines y más jardines, con fuentes y pequeños lagos. La famosa y escenográfica escalera de mármol, las salas y los diferentes aposentos con sus muebles y tapices, sus pinturas y sus lámparas, sus bibliotecas y sus juegos, sus mapas y sus estatuas.

Luego llegó el ingreso a la Magna Grecia: los hieráticos templos de Paestum (el de Ceres y el de Poseidón) y la llamada basílica, en una de las zonas arqueológicas griegas hoy mejor conservadas.

Fundada seis siglos antes de Cristo, esta ciudad que después quedó oculta por los pantanos y la gran vegetación, olvidada durante novecientos años, fue descubierta con la construcción de caminos recién en el siglo XVIII. Entre las muchas maravillas que conserva el moderno museo, sobresale por su belleza la imagen del zambullidor, que representa a un hombre que se arroja con elegancia al mar (fresco sobre una base de estuco que ilustra una de las tumbas). Tanto de día como de noche, gracias a la acertada iluminación, los edificios de imponentes columnas dan una clase magistral de arquitectura clásica y sobrecogen el ánimo del espectador.

Los bronces de Riace

Lucen maravillosos en la ciudad de Reggio Calabria. Se trata de dos estatuas originales del siglo V a.C. que representan a guerreros, uno de los pocos ejemplos antiguos en ese metal que quedan, descubiertos casualmente por un nadador submarino en 1972, a 300 metros de la costa de la localidad que les da nombre. Se atribuyen a dos autores diferentes y posiblemente hayan sido arrojados al mar ante el peligro del hundimiento de la nave que los transportaba. Los bronces fueron sometidos a diferentes procesos de restauración. Lo cierto es que la perfección del arte y la belleza de las estatuas impresionan hondamente.

La noche anterior, un casual interlocutor nos preguntó en la ciudad de Cosenza: “¿Va mejor en la Argentina con la presidenta?”. E inmediatamente agregó: “Lo que no se entiende es si es de izquierda o de derecha”. La respuesta, de haber podido darla, hubiera requerido mucho tiempo.

La isla

Cruzar el estrecho desde Reggio Calabria hasta la ciudad de Mesina, en Sicilia, con el ferry, lleva poco más de media hora y siempre se ven con claridadlas orillas cercanas. A la pregunta si no se podría construir un puente, un joven local responde: “Hace una vida que hablamos de ello y décadas que tendría que haber sido hecho, pero estamos en Italia…”.

Tanto Mesina (Missina en siciliano, Messina en italiano, Micina en el castellano del siglo XVI) como Reggio Calabria fueron casi totalmente destruidas en el terremoto de 1908, de manera que poco conservan de lo antiguo y muchas construcciones posteriores no respetaron ningún criterio urbanístico.

Ya estamos en la tierra de figuras políticas como Luigi Sturzo (1871-1959), sacerdote creador del Partido Popular, exiliado en Londres y Nueva York durante el fascismo y luego senador vitalicio, y de Giorgio La Pira, profesor universitario de Economía y legendario alcalde de la ciudad de Florencia, su segunda patria, desde donde ese gentil profeta clamó por la paz en el mundo de la guerra fría.

El viaje prosigue hacia Siracusa, en la costa oriental o “griega” de la isla (casi en contraste con la costa occidental y “árabe” de Palermo). Pasamos por la panorámica Taormina, con su célebre teatro greco-romano y el volcán Etna al fondo, y por la ciudad de Catania, la segunda en población en Sicilia, antigua colonia griega castigada en la historia por terremotos y erupciones, además de las sucesivas ocupaciones árabes, normandas, españolas… y la omnipresente mafia. De la época griega no quedan restos pero sí de la romana. La catedral es barroca como muchas de sus iglesias.

Llegamos a la luminosa y atractiva ciudad de Siracusa, con su centro en la isla de Ortigia, en realidad una península, rodeada por el mar, que conserva sus callejuelas y sus placitas escondidas. Acaso la arquitectura que haya más que lamentar en la ciudad sea el moderno santuario de la Madonna de las Lágrimas, verdadero adefesio. Pero sus múltiples bellezas permiten olvidarla. El teatro griego, el anfiteatro romano, las cuevas de las canteras o latomías de la Oreja de Dionisio o de los Cordari, la catedral, la plaza central… Sentarse a tomar un capuchino frente a la fuente de Aretusa, donde la ninfa se convirtió en corriente de agua para preservar su virginidad, o admirar una de las últimas obras de Caravaggio (“El entierro de Santa Lucía”), pintada por el artista corriendo contra el tiempo y perseguido siempre por sus cuestiones con la justicia.

En el siglo IV a.C. en Siracusa vivió el filósofo Platón (428-374 a.C.), tratando de aplicar sus ideas políticas, pero fracasó y terminó vendido como esclavo. Antes, ya el poeta Píndaro (518-438 a.C.) había estado allí.

En la cinematográfica ciudad barroca de Noto, a 32 kilómetros de Siracusa, con un tiempo cambiante y ventoso, durante una mañana que amenazaba con la lluvia y el sol, recorrimos las iglesias y los palacios con sus maravillosos balcones esculpidos.

Pequeña y sorprendente ciudad de origen sículo, la española Noto fue reconstruida con empecinamiento después del terremoto de enero de 1693. En 1860 la ciudad recibió a los garibaldinos con alegría y adhirió a Piamonte. En el referéndum de 1946 el pueblo de Noto votó a favor de la monarquía. Una anécdota más entre tanta historia.

 

El valle de los templos y Palermo

Cruzando en invierno el interior de Sicilia llama la atención el paisaje verde, que en verano se muestra quemado por el inclemente sol. Por doquier hay limoneros, naranjos, higos de India. En la ruta, un cartel indica a pocos kilómetros la localidad de Rocalmuto, pueblo natal del notable escritor Leonardo Sciascia ((1921-1989), autor de El día de la lechuza (sugiero por mi parte: Una historia sencilla y Todo modo).

En Agrigento, pequeña ciudad que no atraería al turista si no fuera por las ruinas griegas, pernoctamos en un antiguo convento de monjas de clausura que alquilaban cuartos. Después de la misa dominical con la comunidad, tomamos el ómnibus local hasta los templos. Majestuoso el de la Concordia y el de Juno. Tan solitarios en la subida, entre olivos y almendros florecidos, parecen contemplar el mar en el horizonte.

A mitad de camino entre Agrigento y Puerto Empédocles, bajo un pino centenario, descansan las cenizas del dramaturgo y premio Nobel Luigi Pirandello (1867-1936). Recomiendo ver el film Kaos de los hermanos Taviani.

Así como Siracusa me pareció ahora tan bella como la había grabado en el recuerdo de muchos años atrás, Palermo me resultó esta vez mucho más atractiva y llena de intereses que en aquel viaje, cuando me había impresionado el caos de su tráfico y la ruidosa variedad de sus mercados callejeros. Ahora la veía bajo otra luz. Muy bien restaurados los grandes teatros, el Massimo y el Politeama. Cuidadas sus plazas, como la del luminoso barrio de Marina, donde tiene sede el palacio Abatellis, recuperado y muy bien presentado. Allí, entre estupendas piezas de románico catalán, lucen dos obras extraordinarias: “El triunfo de la muerte”, enorme y escalofriante fresco situado en la antigua capilla, y la pequeña y maravillosa “Anunciación” de Antonello da Messina (1430-1479), esa Virgen distinguida, de una mirada que parece sumergida en la meditación, algo sorprendida acaso, la cabeza cubierta por un manto azul, el gesto de la mano como deteniendo al ángel después de interrumpida su lectura del libro que descansa en un atril.

Palermo, cuya enorme catedral defrauda al visitante por la falta de gracia y proporciones, asesta sus golpes magistrales en la catedral de Monreale y en el claustro de los benedictinos (hasta donde subimos en un ómnibus local, entre estudiantes bulliciosos) y, antes, en la maravillosa capilla palatina, la capilla real de los normandos, en el palacio de los reyes. Obra del siglo XII, está decorada con mosaicos bizantinos que llaman al recogimiento y la contemplación.

El famoso Museo Arqueológico de Palermo está cerrado por trabajos y reformas. Encontramos a tres empleados en la vereda que fumaban y tomaban café. “Qué pena –nos dijeron, como queriendo comprender nuestra frustración–, pero es que hay mucho por hacer y las reformas llevarán un año, dos o tres…”. Gran burocracia del sur.

Los empleados del Museo no conocen al príncipe Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957), autor El gatopardo (novela magistralmente llevada al cine por Luchino Visconti) y que vivió por allí, en una pequeña calle que hoy lleva su nombre, y escribió en el bar Mazzara (que todavía existe, aunque modernizado) y compraba libros en Flaccovio (que hoy es una cadena de librerías). Está enterrado en el cementerio de los Capuchinos, tan excéntrico como macabro (con sus cuerpos embalsamados y los ropajes de época), y que nunca osamos visitar por más que constituya una atracción turística según las guías.

Almorzamos en la cafetería del Museo de Arte Moderno, cuyas salas estaban cerradas por un conflicto de los artistas frente a las medidas de crisis del gobierno de Monti, algunos de los cuales discutían en las otras mesas.

Un final con tres extranjeras

Ya de regreso a Roma, debíamos ir al aeropuerto pero la ciudad estaba complicada por una huelga de taxis. Se rebelaban contra las medidas que Monti quiere implementar para dar trabajo a los jóvenes y reducir los privilegios de algunas corporaciones (taxistas, farmacéuticos y escribanos, entre otros). Menos mal que pudimos dar con un remisse. El chofer, napolitano, pero “con una vida en Roma”, aunque no había perdido su marcada pronunciación partenopea, nos contó que afortunadamente tenía tres hijos, todos casados. Eso sí, aclaró, “los tres casados con extranjeras: una es cubana, otra alemana y, la última, de Milán”. Imposible no recordar aquella película del gran cómico napolitano Totó, La mala femmina, cuando el comediante parte de su ciudad en pos de un sobrino que habría perdido la diritta via en Milán. En un tórrido verano viaja abrigado porque “en el norte hace mucho frío”, y se sorprende de que allí hasta los policías entiendan el italiano. Oh, país mosaico de culturas y de ocurrencias.

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