Quien pueda afrontar con madurez el sufrimiento no necesita silenciar su sentir más profundo ni acallar el saber inscripto en el cuerpo. Enfermar es una señal que indica que nos apartamos de nuestro camino y también cómo volver a él. 

La amplitud de los cielos no puede ser percibida desde una abertura estrecha

Antonio Gala

 

La dicotomía con que encaramos la inmensidad de la vida limita la mirada y distorsiona nuestra concepción de aspectos fundamentales que la componen.

El sufrimiento humano en todos sus niveles sigue siendo un gran movilizador de nuestras búsquedas vitales, excepto para los que aún duermen en la indiferencia. Lleven el nombre que lleven estas búsquedas, el núcleo que las condensa es ese impulso de hallar una salida a dolores y desdichas.

Cuando nos sentimos felices no buscamos los porqués; sólo cuando adviene el dolor punzante sufrimos su presencia y cuestionamos su existencia.

Los conceptos de salud y enfermedad han sucumbido por siglos a la dicotomía y fragmentación arraigada en el pensamiento clásico y convencional. ¿La enfermedad es un proceso ajeno a la salud?

 

¿Enfermar es fracasar?

La salud y la enfermedad no son conceptos antagónicos; hay un único proceso vital que se expande y obstáculos internos o externos que detienen o contraen esa expansión.

Todo padecimiento es un desequilibrio que nos desestabiliza e inunda de miedos intensos y tan humanos como nuestra vulnerabilidad. La decepción, la frustración o la resignación ante diagnósticos drásticos o rótulos invalidantes evidencian la carencia de empatía en la comprensión del dolor humano.

Toda afección es la manifestación de algo más profundo del ser y muestra que hay un rumbo que tendría que ser modificado. La enfermedad no es una desgracia sino una respuesta de supervivencia; suele ser una vía de crecimiento más profunda aunque se piense lo contrario.

Como tenemos una mentalidad dependiente e intervencionista, buscamos soluciones rápidas y fáciles, transfiriendo a otros –médicos, psicólogos, sacerdotes, gurúes de moda– toda la responsabilidad para curar nuestros males. Preguntarnos: ¿qué es lo que nos está sucediendo? ¿Por qué nos sucede?, y darnos el tiempo necesario, sabiendo que en algún momento la respuesta aparecerá, ayuda a tomar en nuestras manos el verdadero proceso de sanación y ser artífices de nuestra salud; y luego sí contar con la ayuda –no la salvación– de algún profesional o persona habilitada para acompañar el proceso.

Aprender a convivir de una manera benévola y creativa con nuestros padecimientos, sobre todo cuando éstos se vuelven severos o crónicos, y poder despertar nuestra sensibilidad adormecida, permite hallar caminos propios –no prestados o impuestos– para la comprensión y enriquecimiento del alma herida.

 

Aprender a sentir

El dolor no es otro que la sorpresa de no conocernos.

AldaMerini

 

Vivimos en una sociedad que impulsa a los seres humanos a anestesiarse de muchas formas: sobremedicación, estimulantes permitidos y no permitidos, exceso de trabajo, distracción y evasión permanente son algunos de los medios con los que muchas personas intentan alcanzar un bienestar artificial que las haga olvidar sentimientos desagradables que experimentan en soledad y que no pueden comprender. La adicción regula el mundo y reemplaza el lugar de la sensibilidad y la creatividad perdidas.

Para muchos, la vida se ha convertido en un laberinto de defensas para no sentir. ¿Para no sentir qué? Que nuestras vidas, lo admitamos o no, en muchos momentos se vuelven opacas, vacías, aisladas, desoladas y sin esa verdadera alegría que nos conecta con un genuino disfrute vital.

¿En qué momento se produce el pasaje de una plena experiencia de vitalidad a la desolación interna de la que intentamos escapar? El sufrimiento humano no se deriva de una “inalterable voluntad de sufrir” innata, sino de los implacables efectos de situaciones traumáticas –y su consiguiente estrés– que vamos acumulando a lo largo de la vida.

Sumado a la “ceguera emocional, educativa y cultural” que se traspasa de generación en generación y que moldea nuestras percepciones, sentimientos, reflexiones y sueños, desplazando el verdadero centro de gravedad de la existencia e impidiendo una renovación transformadora.1

Estamos plagados de dogmas que congelan el conocimiento, inhiben la posibilidad de explorar y refuerzan aún más la ignorancia. El pensamiento dicotómico y la disociación que genera en la vida misma son su lógica consecuencia. Mientras sigamos pensando y creyendo que hay sentimientos “positivos” y sentimientos “negativos” y que todo se divide en “maligno” y “benigno”, nos convertimos en nuestros propios verdugos, juzgamos y condenamos, precisamente, todo aquello que necesita ser comprendido y redimido con profunda empatía y amor. Cuánta crueldad se cuela por vidas y ni siquiera nos damos cuenta. 2

Todo conflicto importante provoca estrés psíquico cuando sobrepasa un umbral tolerable; una situación traumática directamente arrasa ese umbral. ¿Cuándo una situación es traumática? Cuando daña nuestra integridad psicológica y deja bloqueos, trabas y hasta deterioros irreversibles como secuelas.

Cuando un conflicto o un trauma no son conocidos como tales, no hay posibilidad de elaboración y superación. Muchas enfermedades suelen ser el reflejo codificado de un estrés psíquico personal o heredado de los progenitores. Investigaciones recientes en el área de la psiconeurobiologíademuestran, con claridad y transparencia, cómo un estrés psíquico que no pudo ser elaborado y asimilado en su momento se transforma en un estrés biológico con una determinada sintomatología y afecta a determinados órganos.

 

Nada es arbitrario

Si no hay conflicto generador de estrés, la enfermedad ya no tiene sentido. Hay una sincronización extraordinaria en la naturaleza humana. El cuerpo, a veces incomprendido y no respetado, guarda memoria de todo lo que ha vivido alguna vez.

Aprender a sentir es poder desarrollar un estado de percepción y atención a lo que nos sucede en forma más vivencial que analítica, y es la clave para poder captar esos mensajes de malestar y padecimiento, tanto si se manifiestan a nivel físico como anímico.

 

La sabiduría del cuerpo

“Hay una continuidad entre las reacciones más básicas del cuerpo humano y las dimensiones que consideramos más espirituales y cuya base son los sentimientos”, escribió AntónioDamásio, en su libro El error de Descartes: la razón de las emociones. Las emociones que consideramos “negativas” serían señales de que se está produciendo un desequilibrio en perjuicio de la conservación de la propia integridad y de la propia vida.

Pero muchos prejuicios religiosos-filosóficos y falsos conceptos científicos impiden reconocer la verdad de esas señales y descifrar el lenguaje con el que el cuerpo habla.

Las experiencias traumáticas y las relaciones interpersonales no satisfechas y persistentes durante períodos cruciales del desarrollo provocan bloqueos de crecimiento; absolutamente todo permanece archivado en nuestra memoria y cuando una situación de estrés nos desborda, lo que hace es desencadenar reacciones disfuncionales estrechamente relacionadas con nuestra historia, que son las reacciones a las que llamamos enfermedades.

No podemos eliminar los sentimientos, mentirnos por mucho tiempo ni engañar a nuestro cuerpo; tarde o temprano las consecuencias salen a la luz y el cuerpo se rebela.

La falta de conciencia, la sumisión, la manipulación y el control sufridos en silencio no permiten experimentar las emociones que resultan dolorosas. ¿Cómo descubrir que esos sentimientos son nuestros aliados y que el cuerpo dejará de rebelarse cuando dejemos aflorar esas emociones tan temidas? 3 Cuando se recupera la capacidad de sentir, se recupera la lucidez y la salud.

Se evitarían muchas confusiones y nuevos sufrimientos si los médicos se informaran sobre el trasfondo emocional que cada enfermedad conlleva. A veces una sola conversación bastaría para iniciar el proceso de curación. Cuánta desesperanza brota de la sola frustración que produce la falta de comunicación auténtica entre médico y paciente.

Se trata de un lazo cada vez más debilitado y que muchas veces se convierte en un vínculo formal y burocrático donde la escucha y la confianza están ausentes. Y se prescriben numerosos medicamentos que drogan y nublan el conocimiento que el cuerpo ya tiene.

El factor decisivo para recuperar vitalidad y disolver trabas psíquicas sigue siendo el conocimiento emocional y cognitivo de la verdad almacenada en el cuerpo y en la interioridad.

El miedo a perder cosas no es nada frente altemor de perderse a sí mismo. El cuerpo es el guardián de la verdad porque conoce a la perfección la experiencia de toda nuestra vida y mediante síntomas nos fuerza a despertarnos y a comunicarnos armoniosamente con la singularidad de nuestro ser.

 

En la semilla está el fruto

No es posible escapar de la contingencia histórica en la que se desenvuelve nuestra existencia; no se eligen tampoco la familia en la que se nace, las creencias dominantes en la sociedad en la que se crece o la propia condición biológica a partir de los genes. No obstante, la vida humana tiene la peculiar posibilidad de modificarse y cincelarse a partir de esas condiciones y en su seno. Quizás en esto radique la verdadera tarea de la sabiduría aunque raramente coincida con la percepción cotidiana y mayoritaria sobre la felicidad.

“Fue entonces, cuando el dolor y la muerte que no habían sido, fueron. Y fue vida de hombres y no de dioses, la vida” (del film La isla de Aída Bortniky Alejandro Doria). No hay felicidad humana posible sin el reconocimiento de la limitación. Un deseo que carece de límites no es el camino a la felicidad –tal como lo imprime en nuestras almas la cultura actual–; es una huella perdida hacia ninguna parte, hacia una ausencia.

La afirmación de la vida no brota de la aceleración permanente, de la búsqueda sin fin o de la avidez de novedades para calmar tanta ansiedad reinante. La omnipotencia de la subjetividad moderna nos ha alejado de las verdaderas fuentes vitales.

Todo ser humano es un manojo de potencialidades; cada potencialidad es una semilla que, como toda semilla, aspira a ver la luz y desplegarse. Ninguna se pierde porque, aunque no avizore la luz, hunde sus raíces más profundas aún. La salud de los enfermos es esa semilla enterrada en la oscuridad y cuyo fruto permanece oculto a los ojos que no ven.

La felicidad auténtica está a salvo de cualquier devaluación. Y es esa vivencia que nada ni nadie podrá ya arrebatar la pequeñez y la finitud de la existencia, con serenidad y con ternura.

 

1. “Más vale malo conocido que bueno por conocer.” Todo refrán se repite con aparente inocencia pero sabemos cómo y cuánto expresa las férreas creencias de la gente. Éste es un exponente muy claro de cómo resistimos lo nuevo en la vida.

2. “Emociones tóxicas”, “personas tóxicas”, “relaciones tóxicas”: cuántas concepciones “microfascitas” se filtran en el “saber” de algunos profesionales y que, no azarosamente, arraigan tanto en la gente que las repite sin pensar en su verdad o falsedad. Concepciones que dividen al mundo y a las personas en dos, excluyendo de toda posibilidad de desarrollo, obviamente, a una de ellas.

3. Hay infinidad de ejemplos ciega, el resentimiento, los celos posesivos tendrían otro curso en nuestra vida bajo una mirada empática y atenta a escuchar el miedo y el dolor que los alimentan.

3 Readers Commented

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  1. EUGENIA on 11 abril, 2012

    Coincido y mucho, también considero que esa parte afectiva interna del ser humano se ha olvidado o mejor dicho tapado para no escucharla realmente, para dejarse llevar por el bullicio del momento. A veces, es mas fácil aturdirse con lo cotidiano que detenerse a sentir lo que nos pasa. Esto nos lleva a tomarnos un tiempo fuera del que contamos y reflexionar sobre lo que hago y lo que hacemos en nuestra familia, con nuestros hijos y demás personas con las que nos relacionamos. Es muy preocupante omitir las emociones para taparlas con soluciones momentáneas. Es tan grave que dejemos ese aspecto tan vital e intenso de la persona de lado que inquieta hasta aquél que necesita de otros para descubrir su interioridad y su estado anímico más profundo. Lo bueno es que sabemos que podemos volvernos sobre sí mismos para pensar en lo que nos pasa y descubrir así nuestras emociones y sentimientos albergados y guardados, pudiendo revertir situaciones difíciles personales, traumáticas y modificar nuestro modo de vivir la vida.
    Es muy interesante el artículo, es muy bueno recordarnos y recordar a las personas que podemos tomar el control en ciertas situaciones y no dejarnos arrastrar como muchas veces creemos.

  2. Mirka Rudez on 12 abril, 2012

    Creo que esto también puede aplicarse al caso de los seres queridos que enferman y a los que, en lugar de medicar o llevar a los chamanes, nos corresponde ayudar a detectar los posibles daños que hayan sufrido, acaso sin saber que nosotros mismos sin querer hemos contribuido a forjarlos.

  3. Conforme expreso en mi último libro «Una iglesia gozosa. Una exégesis de Filipenses para cristianos del siglo XXI que desean alegría permanente» al referirme al texto de Filipenses 1:29: «Lejos de la actitud autocomplaciente que promueven los líderes de algunos movimientos religiosos contemporáneos, Pablo les enseñaba a los filipenses que sufrir por causa de Cristo era todo un privilegio» (Buenos Aires: Dunken, 2012, pág. 164). De allí que más adelante proponga esta paráfrasis del texto mencionado: «Porque a ustedes, como a todos los cristianos, les ha sido dada la gracia no sólo de creer en Cristo, sino también de sufrir cualquier cosa que sea necesaria para favorecer la obra que el Hijo de Dios deba realizar a través de nosotros» (Ibid, pág. 197). En efecto, cuando nuestra vida ha sido colocada en las manos de Dios, el sufrimiento – por más que nos sea duro de aceptar – resulta un elemento importante en nuestro desarrollo espiritual.
    Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez.
    Dr. en Teología (SITB).
    Magíster en Ciencias Sociales (UNLaM).
    Licenciado y Profesor en Letras (UBA).

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