furerAnálisis sobre los contextos y algunas historias de maltrato infantil luego de los trágicos episodios que se conocieron en los últimos meses.Tomás, Marisol, Sofía, Candela, Jacquelin, Agustín, Andrea, Cinthya, Jorge, Alexandra, Maximiliano son algunos nombres que integran una penosa lista de niños víctimas de violencia extrema durante el último año a lo largo de nuestro país. En su mayoría estos homicidios fueron cometidos por padres, padrastros o personas allegadas. En estos casos, como en muchos otros, la familia, como ámbito o paradigma de cuidado, protección o contención, ha menoscabado cuando no traicionado su función.

¿Hay un aumento de la violencia dirigida contra la infancia? ¿Existió siempre y ahora los medios de difusión la dan a conocer? ¿Hay más denuncias? ¿La frecuencia de los casos varía según el estrato social o la etnia? Y quizás la pregunta más importante: ¿por qué los niños? Una respuesta posible remite a un hecho evidente: la condición de indefensión, la debilidad frente a la fuerza de los adultos y su dependencia respecto de ellos. Otra respuesta, no excluyente de la anterior, habilita a plantear –a manera de hipótesis, pensando especialmente en los casos de Tomás y Candela (infanticidios por venganza)– que la visibilización progresiva de la violencia de género desplaza el eje de violencia hacia la infancia.

No obstante los cientos de casos de maltrato infantil que ocurren en nuestro país, no hay aún estadísticas oficiales que den cuenta de ellos. “(La Argentina es) uno de los pocos países que no cuentan con un banco de datos sobre la cantidad de chicos maltratados”, indican desde la organización SavetheChildren (www.savethechildren.org.ar).

La asociación civil La Casa del Encuentro (www.lacasadelencuentro.org) recopiló en 2011 diecisiete casos (algunos son los mencionados al comienzo) categorizados como “femicidio vinculado”, palabras que definen estos infanticidios como “muertes causadas por hombres que buscan castigar y destruir psíquicamente a la mujer que pretenden dominar. En el informe figuran víctimas de distintas edades, desde bebés de meses hasta una chica de doce años”, según publicó el diario Perfil el 19 de noviembre de 2011.

UNICEF define la violencia contra el niño –entendiendo por tal a toda persona menor de 18 años– como el “comportamiento deliberado de unas personas contra otras que probablemente causa daños físicos o psicológicos. Esta definición podría ampliarse para incluir las distintas formas de violencia social: los efectos de la pobreza, la explotación laboral infantil, la falta de asistencia sanitaria y de educación adecuadas, así como otros comportamientos negligentes no deliberados cometidos por parte de los Estados, las familias y otras personas”.1

La violencia hacia la infancia se despliega así desde las formas más larvadas hasta las más extremas, como el homicidio. Podemos mencionar diversas modalidades y fenómenos derivados de la violencia, cuyo factor común es la consideración del otro –el niño– como posesión:

a) El tráfico de bebés: basta observar la notable disminución de adopciones –entendiendo como tales y únicas, las realizadas dentro de un marco legal–, e interrogarse sobre los motivos de dicho fenómeno, para encontrar una clara y contundente respuesta en el aumento de este delito.

b) Las nuevas formas que la violencia adquiere en la vida cotidiana, como la presentación de niños en programas televisivos, distorsionando su imagen de tales; o la producción y distribución de pornografía infantil en diferentes medios, en especial en Internet.

c) La repetición de patrones vinculares que perpetúan la violencia a lo largo de sucesivas generaciones en una historia familiar.

Veamos algunas situaciones querecurriendo a nombres ficticios2: “¡No te aguanto más! ¡Te voy a tirar por la escalera!”. El niño reacciona con susto y llanto. Las palabras e historia de Noemí, madre soltera, de 21 años, a su hijo de 2, ejemplifican dramáticamente esta situación. Los padres de Noemí se divorciaron cuando ella tenía 4 años. El padre se trasladó a una provincia y nunca se hizo presente. Su adolescencia fue conflictiva.

Inicia una pareja que su madre no aprobaba, cometió un robo puertas adentro del hogar y su madrela echó de la vivienda. Fue a la casa familiar de sunovio, quedó embarazada, tuvo su bebé. Conocedora de esta situación, su madre la buscó y la trajoconsigo. Tiempo después, la expulsó nuevamente.Noemí vivía en la calle. Se embarazó una vez más ya los siete meses fue derivada con su primer hijo deun año y diez meses a un hogar para mujeres embarazadas en situación de riesgo (www.alasasociacioncivil.com.ar). La ausencia paterna y la violenciamaterna padecidas por Noemí configuran un patrón vincular que se perpetúa en las amenazas a suhijo –vividas por él como realidad– y en el descuidoy desprotección hacia sí misma.

“Alejandro me trataba mal, me bañaba conagua fría y yo no sabía qué hacer. Quería que mamávuelva y que lo rete. Yo iba al jardín y me ponía triste y lloraba y lloraba… Un día rompí una mochila yme castigó. Me puso parada hasta la noche y después me bañó con agua fría. Otra vez con agua tan que no vamos a volver más con él”. Ernestina tiene4 años. Es una niña demasiado obediente, de ojosasustados. Padeció violencia a manos de su padrastro. Su madre, embarazada de seis meses de unsegundo hijo, se enteró del maltrato que su parejaejercía sobre su hija y decidió dejarlo.

Rita, mamá de Ernestina, tuvo padres violentos–padre alcohólico–, se separaron cuando ella tenía 12años. Sus elecciones de pareja reproducen el patrón parental violento. Y a la vez la violencia vincular esperpetuada en una nueva generación, Ernestina.

Un acto de violencia es el que quita de derechos a un semejante, desconociéndolo como tal No es atributo de determinada clase social o etnia.

Si bien la pobreza puede estar presente, no es unfactor decisivo en su producción. Hemos observadoviolencia en diversos grupos sociales.Un mayor grado de escucha a las víctimas ysimultáneamente la implementación de políticassociales, judiciales y educativas adecuadas al temaserán factores decisivos para la transformaciónpaulatina de esta dolorosa faceta de la sociedad.

 

La autora es doctora en Psicología.

 

1. Niños y Violencia. InnocentiDigest. Publicación del Centro Internacional para el Desarrollo del Niño. UNICEF, Florencia, Italia, abril de 1999.

2. El material fue provisto por Hogaralasasociacioncivil.com.ar).

 

2 Readers Commented

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  1. Maria Ines on 4 abril, 2012

    De acuerdo con el enfoque de la nota.
    La observación profesional de la escala de éste problema visualizado en jardines maternales y comunitarios, me condujo a iniciar la necesaria capacitación para abordar el problema y reflexionar sobre una alternativa desarrollada desde lo social.
    Desde mi función de educadora social – considerar como otra alternativa – la educación a la calidad en los vínculos interpersonales, intergrupales e interinstitucionales, que nos permitan re encontrarnos con nosotros y los otros, descubriendo los vínculos comunitarios aún vigentes y olvidados, recreando otros -con el mismo fundamento- al asumir los desafíos de los nuevos escenarios culturales, son los criterios que he considerado para dar respuesta a éste grave indicador de no cuidado a la vida que nos avasalla hasta la negación, por la impotencia que nos genera, entre otras cuestiones.
    Estoy entendiendo que acompañar el necesario proceso de madurar un protagonismo ciudadano que actúe su participación en la comunidad cuidando a sus niños y jovenes desde la premisa de reconocer sus rostros como únicos y portadores de una novedad, la actitud de humildad y respeto que permitirá su desarrollo, un camino a construir juntos que ayudará a encontrarnos como una comunidad que crece y se fortalece cuidando el fuego de la vida .

  2. María Teresa Rearte on 12 abril, 2012

    Tal vez, como dice la nota, la pregunta más importante sea: ¿por qué los niños? Coincidía en que la violencia de género desplazaba su eje hacia los niños. Digo coincidía, en pasado, hasta que leyendo la crónica policial advertí casos en los que el agresor contaba con la complicidad de la mujer. De la madre. Y la situación me pareció mucho más fuerte, feroz, cuando se dio el caso del niño del country, Martín, en el que la agresora sería la madre.
    Coincido, y lo que acabo de señalar más arriba lo estaría confirmando, en que el fenómeno no es privativo de una clase social o una etnia, si bien no diría que la pobreza, sino la miseria podría contribuir para que se dé.
    También estoy de acuerdo en que puede darse el caso de que se vea al niño como una posesión. E individualizando aún más la situación, que así se vea más a la niña. Y se tenga un poco más de consideración con el niño.
    Sobre las propuestas, pienso que la escucha de las víctimas, para que contribuya a una superación del fenómeno, tiene que ser en serio. Efectiva. Cuando ocurren los actos más graves, uno se entera por las crónicas periodísticas que hubo reiteradas denuncias previas. Pero no se prestó atención. O si se escuchó, no sirvió para evitar los desenlaces tan crueles. Tan brutales. ¿Un sentimiento de impunidad, que favorecería la acción del agresor?
    La transformación social implicaría, a mi modo de ver, no sólo la modificación de las actitudes con relación a la infancia; sino en general. Porque se percibe un clima de hostilidad, de agresividad, un tanto general. Incluso falla la comunicación. Y se pasa a la acción agresiva.
    Por otra parte, la necesidad de la ejemplaridad, actualmente tan deteriorada o venida a menos.
    La nota me pareció provista de un tono sugerente, que induce a pensar.
    Gracias a su autora.

    Prof. María Teresa Rearte

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