Transcribimos la primera charla del ciclo “A cincuenta años del Concilio Vaticano II”, organizado por la revista Criterio y el Centro de Espiritualidad Santa Catalina, sede del encuentro. En torno a “Qué quedó del Concilio” disertaron el presbítero Rafael Braun, la doctora Virginia Azcuy, el padre Ignacio Pérez del Viso y el licenciado Arturo Prins.Rafael Braun es doctor en Filosofía y licenciado en Teología, fue director de la revista Criterio y rector de Santa Catalina; Virginia R. Azcuy es doctora en Teología, profesora en las Facultades de Teología de la Universidad Católica Argentina y de San Miguel, e investigadora invitada del Centro Teológico Manuel Larraín (Santiago de Chile); Ignacio Pérez del Viso, jesuita, es profesor de Doctrina Social en la Facultad de Teología de San Miguel y perito en la Comisión episcopal de ecumenismo y diálogo interreligioso; Arturo Prins es licenciado en Comunicación Social y bachiller en Teología por la UCA, miembro del consejo de redacción de Criterio y, junto con Gustavo Irrazábal, editor de los Debates para el diálogo en la revista.

José María Poirier: El Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII y conducido en su segunda etapa por Pablo VI, marcó un hito fundamental en la historia de la Iglesia, incluso fuera de ella, como una de las páginas emblemáticas del tan agitado siglo XX. Pero cincuenta años señalan por lo menos dos generaciones, es mucho tiempo. ¿Qué significa ese concilio para los jóvenes? ¿Y qué queda de aquel momento tan peculiar? En una charla anterior, el año pasado, de manera casi provocativa, se dijo que un concilio empieza a envejecer ni bien concluye, porque los tiempos son muy veloces. Esa expresión originó el título de esta tarde: qué queda de aquel acontecimiento. A Rafael Braun le pedimos un testimonio sobre cómo vivió el proceso que comenzó con la muerte de Pío XII, siguió con el nombramiento de Juan XXIII y culminó con la convocatoria del Concilio Vaticano II.

Rafael Braun: Corría el año 1958. Llegaba como seminarista al Colegio Pío Latinoamericano en Roma para cursar en latín el primer año de Teología. Pío XII fallece a comienzos de octubre, y recuerdo varias idas a la plaza para saber quién sería el nuevo Papa. Durante dos o tres días esperamos la fumata blanca, y cuando fue anunciado “Roncalli”, nos preguntábamos quién era. El cardenal Santiago Copello nos llevó a los seminaristas argentinos a un encuentro con el nuevo Papa. El 25 de enero de 1959, fiesta de la conversión de san Pablo, Juan XXIII convoca a un Concilio Ecuménico. ¿Cuál era el clima en el mundo de entonces? Era difícil. La cortina de hierro era aún muy fuerte, las guerras anti-coloniales no habían cesado, y lo que contaba en el mundo era Europa y los Estados Unidos. El punto de vista de la Iglesia era eurocéntrico. América latina no era tomada muy en cuenta a pesar de haber alcanzado algo único: un Consejo episcopal latinoamericano creado en Río de Janeiro en 1955: el CELAM. Algunas personas eran tenidas en cuenta, pero lo esencial era lo europeo. Nuestra relación con el mundo pasaba por Europa mucho más que por los Estados Unidos, y, en particular, por Francia. El 11 de octubre de 1962 comenzó el Concilio. Los proyectos estaban listos para ser aprobados casi a libro cerrado, pero el Concilio decidió desecharlos, rearmó las comisiones y se extendió hasta 1965. Durante esos años estuve en Lovaina, Bélgica. Muchos teólogos que participaron del Concilio estaban también allí como profesores, o provenían del ambiente francés y alemán, y uno podía seguir de manera privilegiada lo que iba sucediendo. Tuve la gracia absoluta de estar presente el 8 de diciembre de 1965 en la clausura del Concilio, cuando el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras se abrazaron, y levantaron sus excomuniones recíprocas del año 1054.

¿Qué pasaba en la Iglesia de Buenos Aires? En 1960, después de varias décadas bajo el gobierno de la Compañía de Jesús, el clero diocesano asumió la responsabilidad del Seminario y la Facultad de Teología. El primer rector fue nada menos que un sacerdote que para mí es santo: Eduardo Pironio. Los profesores vivían en el Seminario, muchos de ellos doctorados en el exterior, y se dio un clima de apertura total.

¿Cuáles fueron las primeras ideas que lanzó Juan XXIII? El tema de la unión de los cristianos; y luego –está en su diario– tuvo una inspiración del Espíritu Santo en torno a que la Iglesia debía abrir las ventanas para que entrara aire fresco, es decir, el Concilio tenía que ser un nuevo Pentecostés. En tercer lugar, había que volver a las fuentes, reconocer la importancia que tenían la serie de movimientos: bíblico, litúrgico…

J.M. Poirier: Supe que a Pérez del Viso no le gustó mucho la pregunta que dio origen al título de este encuentro…

I. Pérez del Viso: Es como preguntarle a Japón qué quedó después del terremoto y el tsunami: restos y náufragos. En cambio: ¿qué pervive de la Constitución nacional de 1994? Es la que está vigente. Con el Concilio sucede algo similar; es el ideal que aún hoy nos orienta y alimenta. Todo concilio implica un ciclo, con un tiempo de preparación y otro de recepción, que pueden durar años. La pregunta sería: ¿No habrá comenzado otro ciclo, no será necesario convocar otro concilio? ¿Qué es lo que cierra un ciclo? Si cambian los desafíos a los cuales tiene que responder, entonces asoma la posibilidad de otro concilio; es una cuestión a debatir.

J.M. Poirier: ¿Cree Virginia Azcuy que habría que pensar en otro concilio?

V. Azcuy: Recuerdo la expresión de uno de los teólogos conciliares, el alemán Karl Rahner, quien un año después de concluido el Vaticano II, pronunció una conferencia con el título “El Concilio, nuevo comienzo”; punto de llegada y también punto de partida. “Nuevo comienzo” quería decir que un concilio nos pone en marcha y nos invita a un camino de recepción, de apropiación. Todo lo que se esclareció en torno a la Iglesia y su presencia en el mundo, la Liturgia y la Palabra de Dios en la Iglesia, el diálogo con otras religiones y otros temas, abría una serie de perspectivas que había que vivir. En este sentido, me parece que eso de “nuevo comienzo” significa una gran exigencia para quienes hemos escuchado y aprendido del Concilio y queremos profundizarlo como camino de renovación. Sin obviar la novedad que puede surgir en otros contextos, como el que hoy vivimos, el Vaticano II tiene una vigencia particular por tratarse de un Concilio de reforma que todavía está siendo recibido. Cuando miramos la vida de la Iglesia, los desafíos para la evangelización en los tiempos que vivimos, nos damos cuenta de que hay temas que recién están empezando a estrenarse y otros, que fueron recibidos, podrían desaparecer a causa de retrocesos y olvidos de las enseñanzas conciliares. En mi caso personal, nací en los años de preparación del Concilio y me siento marcada por este hecho; creo que el Vaticano II, uno de los temas de mi docencia teológica desde hace más de quince años, sigue señalando vías de renovación y aggiornamento para todas las generaciones y sobre todo para las más jóvenes, a quienes debemos acompañar para introducirse en los textos y el espíritu de este acontecimiento, así como en las fases de su recepción, con sus dificultades y sus aciertos.

J.M. Poirier: ¿Cuál es la opinión de Arturo Prins?

A.Prins: Recuerdo haber leído, al poco tiempo de terminado el Concilio Vaticano II, que sería casi inviable volver a convocar a todos los obispos del mundo a una reunión de esas características. Por eso se habían establecido las reuniones de los sínodos en Roma, con representantes de las distintas conferencias episcopales, como una forma más práctica y viable. Cabe recordar que el Concilio en cuestión fue el primero de carácter pastoral, ya que todos los anteriores habían sido de carácter dogmático, convocados a propósito de algún problema suscitado por la fe, y terminaron con declaraciones dogmáticas. Respecto de la pregunta que nos convoca, “Qué quedó del Concilio”, creo que tiene gran vigencia. Cuento una experiencia surgida de las reuniones del Consejo de redacción de la revista Criterio: en los años 2006 y 2007 se hablaba de la falta de diálogo en el interior de la Iglesia; y en 2008 se publicó un editorial, “Dar la palabra”, que partía de la enseñanza de la Encíclica Ecclesiam Suam de Pablo VI de los años ’60, donde dice que la Revelación de Dios en la historia, lejos de ser un monólogo, tiene la forma de diálogo, un diálogo de salvación. Y agregaba ese editorial que la Iglesia debe comprenderse a sí misma como continuadora de ese diálogo salvífico, incluyendo a todos los hombres. Sin embargo, desde hace años, decía el texto, ese espíritu de diálogo tan característico del post-concilio muestra síntomas de agotamiento. En sucesivos artículos se ilustraba esa tendencia, por ejemplo, en el campo de la teología, que estaba constreñida al rol subalterno de explicar y defender la enseñanza oficial con una libertad crecientemente condicionada.

J.M. Poirier: El Concilio, que respondía a la intención de Juan XXIII de que se abrieran las ventanas de la Iglesia, llevó a un camino muy complejo y tuvo que reformularse muchas veces, pero las ideas fundamentales de lograr una renovación de la vida cristiana, de adaptarse a las necesidades del tiempo, de lograr una mejor interrelación con otras religiones, fueron temas que prosiguieron. De estas intenciones, ¿qué se alcanzó y qué no?

V. Azcuy: Me concentro en un tema que marcó la eclesiología del Vaticano II, que fue de gran novedad y por ello abrió una renovación todavía en marcha: la dignidad fundamental de todo bautizada y bautizado dentro de la comunidad eclesial. Hablar de los laicos/as como parte de la Iglesia y su misión suponía un enorme cambio de mentalidad y, en la práctica, el paso de una Iglesia centrada en la jerarquía a otra Iglesia, Pueblo de Dios, centrada en la comunidad de bautizados/as. La votación del capítulo IV sobre el laicado, en la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, fue unánime; pero despertar en los cristianos laicos, varones y mujeres, una nueva conciencia y un nuevo estilo de participación resultó y resulta una tarea de largo aliento, porque supone cambiar una visión de siglos… Esta nueva autocomprensión de la Iglesia implicó también cambios importantes en la participación litúrgica, en el acceso a la Biblia, como lo señala el cardenal Carlo Maria Martini en sus escritos al recordar el debate suscitado en la elaboración de la constitución dogmática Dei Verbum sobre la divina Revelación: la Biblia ¿es para todo el pueblo de Dios o sólo para quienes estudian teología y exégesis? El reconocimiento de la vocación laical con igual dignidad que las vocaciones del sacerdocio ministerial y la vida consagrada, la participación activa de los bautizados en la liturgia y en la lectura de la Biblia, así como también en la misión eclesial representa una fuente de transformación y florecimiento para las iglesias locales. El surgimiento de comunidades laicales, nuevos movimientos y asociaciones, diversas formas de “carisma compartido” que unen más de cerca a laicos y laicas y consagrados y consagradas, junto al liderazgo creciente de los bautizados/as asociados o no, son una ilustración de esta nueva vitalidad en la Iglesia católica. Lamentablemente hay que mencionar también, como contrapartida, el comienzo de un proceso de alejamiento de las instituciones por parte de muchos laicos y laicas que no encuentran en ellas espacios de libertad y participación para desarrollar su vocación. En Argentina, se puede constatar la presencia de un laicado comprometido tanto en el ámbito de la evangelización como también en el de la formación, incluyendo también el ámbito de la teología. El desafío de construir comunidad en la diversidad sigue siendo algo candente; no siempre resulta fácil vivir la corresponsabilidad, ya que ésta exige saber valorar y promover cada vocación cristiana con igualdad, más allá de su particularidad específica. También, en este sentido, los cristianos/as estamos llamados a dar testimonio cristiano mediante el desarrollo de comunidades inclusivas, capaces de recibir y acoger a todos los bautizados y también a todos los necesitados y sufrientes de la sociedad. Como escribió Piero Coda en esta revista hace unos años, con motivo de los 40 años del Concilio, la Iglesia del Concilio que necesitamos profundizar con urgencia es una Iglesia “con rostro laical”.

I. Pérez del Viso: Un esquema algo ambiguo, muy utilizado durante el Concilio, era el de tradicionalistas y progresistas, preconciliares y posconciliares. Yo diría que en la Iglesia, como en todas las entidades religiosas y sociales, hay siempre una línea más apegada a las tradiciones y otra más innovadora. Las dos son necesarias, no cada una por separado sino en diálogo complementario. Decimos que el Papa posee el carisma de la unidad porque una de sus tareas es lograr que ambas líneas dialoguen. En este momento, el Papa mira tanto a los que van adelante como a los que se quedan muy atrás, por ejemplo, los lefebvristas, que están en el borde, apenas “con un pie en el estribo”, y no sabemos si aceptarán el “mate” que el Papa les ofrece. Pero Benedicto XVI siente que tiene que invitar a la unidad. No cabe duda de que su estilo es tradicional. Le gusta dar la comunión en la boca, con los fieles de rodillas, así como las misas en latín y las citas en alemán. Pero algunos extrapolan esos gustos personales y dicen: “Estamos yendo para atrás”. Cuando Juan Pablo II, recién elegido Papa, tuvo la idea de emitir un decreto recordando que los sacerdotes debían vestir la sotana, varios cardenales le advirtieron: “Mire que no es lo mismo usar sotana en Polonia que en América latina”; en Polonia significaba ser contestatario de los comunistas; aquí la usaban más bien los que estaban cerca de los gobiernos militares. Además de ser un símbolo religioso era un símbolo político. De modo similar, Benedicto XVI comprende que cuestiones como la comunión en la boca o de rodillas, deben ser resueltas por los obispos de cada lugar. Por otro lado, el Papa actual reconoce la función de los teólogos, ya que no se resuelven los temas complejos por decreto. Quiero hacer notar su actitud en relación a dos teólogos de la liberación. Uno de ellos es el peruano Gustavo Gutiérrez, primero sacerdote diocesano, hoy dominico, párroco en su país; hace pocos años nos ofreció una visión de futuro en la Sociedad Argentina de Teología. Al comienzo lo habían cuestionado por utilizar categorías marxistas, como la “lucha de clases”, pero tuvo el cuidado de remplazar la expresión por “conflictos sociales”, categoría utilizada por el Magisterio de la Iglesia. Cuando Ratzinger estaba en “Doctrina de la Fe”, quiso conocer más de cerca a Gutiérrez, y lo convocó a una reunión en Alemania, con unas 13 personas, entre ellos dos teólogos de la Argentina. Estuvieron dos días deliberando, y después de una extensa exposición de Gutiérrez, el entonces cardenal Ratzinger le dijo a uno de los participantes: “Yo no tendría dificultad en suscribir todo lo que ha dicho”; y nadie lo molestó más a Gutiérrez. Otro ejemplo es el jesuita Jon Sobrino, que tituló su último libro “Fuera de los pobres no hay salvación”, en vez de decir “Fuera de la Iglesia…”. Había recibido de la Santa Sede una lista de afirmaciones que debía suscribir. A él le pareció que no podía firmarlas y transmitió su decisión a nuestro padre general, quien hizo llegar la carta a Doctrina de la Fe. Contra todo lo esperado, ahí concluyó el proceso, sin ninguna sanción. Según mi interpretación, al ver la defensa que varios teólogos de primera línea, como el alemán Hünermann y el francés Sesboüé, hacían de Jon Sobrino, Benedicto XVI optó por dejar esas cuestiones libradas a la investigación, en la comunidad de los teólogos. Pero como Sobrino continuaba recibiendo críticas del obispo de El Salvador, se dijo erróneamente que estaba condenado por la Iglesia. El nuevo obispo en cambio, ha mostrado respeto y comprensión. Estos ejemplos dan cuenta del aprecio que el Papa siente por los teólogos, en particular cuando no actúan en forma aislada sino al interior de la comunidad teológica. En marzo de 2012, la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede, integrada por 30 teólogos que se renuevan cada cinco años, publicó un documento, aprobado por el Papa, sobre la función del teólogo en la Iglesia, que hace referencia a la solidaridad entre ellos; aclara que no hay que confundir la vocación del teólogo con la del obispo; se trata de dos vocaciones diferentes, ambas al servicio del pueblo de Dios. En una nota se dice que santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, hablaba de dos magisterios: el de los teólogos y el de los obispos. Hoy no se utiliza esa terminología y se reserva el término “magisterio” para el de los obispos, pero es interesante que un hombre como santo Tomás de Aquino dejara en claro que los teólogos no son meros secretarios de los obispos o comentadores de documentos sino que tienen su propia vocación. Digamos que los obispos, como pastores, acompañan al rebaño, mientras que los teólogos, como profetas o exploradores van adelante con sus investigaciones.

J.M. Poirier: Casi un siglo antes del Concilio Vaticano II tuvo lugar el Vaticano I, que en la historia de los concilios quedó como de marcado enfrentamiento entre la Iglesia y el mundo, una Iglesia que se sentía perseguida por la sociedad y donde no era respetada su autoridad; y una sociedad que entendía que la Iglesia tenía que estar en otros espacios y no avanzar sobre sus competencias. En cambio, el Vaticano II, y sobre todo bajo la conducción de Pablo VI, mostró una Iglesia que iba al encuentro de la sociedad, y que se preocupaba mucho por ese aspecto. Curiosamente los medios de comunicación le dieron al Concilio Vaticano II una gran importancia. Ello llevó a que incluso algunos teólogos fueran invitados a escribir con su nombre o con pseudónimo en diarios de todo el mundo. Para Pablo VI la prensa contaba. Sé que a Arturo Prins este tema le importa, como así también la comunicación en el post-concilio.

A. Prins: En un artículo publicado en la revista, Lucio Florio marca una tensión natural entre teología y magisterio. Análogamente, y teniendo en cuenta que dirijo una fundación científica, no es lo mismo el científico que el médico. Me da la impresión de que el teólogo es como el investigador científico, y la medicina ejerce su función cuando está consagrado un medicamento. Florio dice que esta tensión la constituye una acentuación de puntos de vista o la diversidad de enfoques. Luego, el historiador Roberto Di Stefano publicó otro artículo titulado “Eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca…”, donde, después de analizar temas de controversias y casos históricos, termina afirmando que si la Iglesia admite la salvación en el seno de otras confesiones cristianas y religiones, por qué en su interior todo el mundo tiene que pensar igual. Esta serie de artículos suscitó la sección Debates para el diálogo en la revista, donde desde 2009, hemos tratado temas controvertidos (la eucaristía a divorciados vueltos a casar, el matrimonio entre personas del mismo sexo, el celibato sacerdotal obligatorio, etc.), con posturas diferentes. El primero fue a partir del libro Coloquios nocturnos en Jerusalén del citado cardenal Martini. Gustavo Irrazábal, como teólogo, concluye los Debates con una reflexión final. En más de tres años, esta sección ha generado mucha participación, sobre todo en la web, que cuenta con 63 mil lectores frecuentes. En cuanto al Concilio, ha hecho referencia a la comunicación social en el documento Inter Mirifica. Pablo VI pidió que se elaborara un documento más amplio, Communio et progressio, que llevó siete años, en todas las conferencias episcopales del mundo y se presentó en 1971. Es la instrucción rectora en comunicación social, y voy a leer un párrafo: “Los católicos, aun debiendo estar todos atentos a seguir al Magisterio, pueden y deben investigar libremente para llegar a interpretar más profundamente las verdades reveladas, a fin de que éstas se expongan mejor a una sociedad múltiple y cambiante. Esta libertad de expresión en la Iglesia, lejos de dañar su coherencia y unidad, puede favorecer su concordia y coincidencia, por el libre intercambio de la opinión pública”. Ante los llamados de atención a teólogos, sacerdotes y biblistas –algunos incluso han perdido sus cátedras– como comunicador social me duele escuchar este tipo de situaciones y controles. Quien tanto los exacerba tiene miedo, como sucede con el encierro de ciertos countries. En definitiva, no deberían tomarse medidas que no coinciden con los documentos del Concilio.

J.M. Poirier:¿Ustedes creen que es tiempo de un nuevo concilio?

V. Azcuy: Me pregunto si lo que necesitamos es un “nuevo Concilio” o reapropiar “lo nuevo” de este Concilio Vaticano II; me refiero a seguir el proceso de reforma iniciado hace ya casi 50 años en distintas perspectivas de la vida de la Iglesia. Un tema que me interesa destacar particularmente es el de la “irrupción de las mujeres”: al final de la sesión conciliar de 1963, el cardenal Suenens planteó por qué faltaba la presencia de mujeres en el Concilio teniendo en cuenta que ellas eran “la mitad del género humano”. Esta intervención posibilitó que fueran invitadas 22 auditoras, laicas y consagradas, a participar en la última sesión de 1964; es un ejemplo de cómo la recepción de la renovación del Concilio sucedió ya durante la misma celebración conciliar. Entre las auditoras se encontraban tres latinoamericanas: una argentina llamada Margarita Moyano, una uruguaya y otra mexicana; sus historias son, hasta el día de hoy, prácticamente desconocidas. Al margen de la historia particular de estas mujeres pioneras (que intentaremos recuperar mediante una investigación colectiva en nuestro ámbito), interesa destacar que el Concilio no sólo asumió el tema de la mujer en sus documentos, sino que antes y en función de esto puso en práctica una nueva forma de participación de las mujeres al invitarlas como auditoras en la asamblea conciliar. Esta relación entre las enseñanzas y las prácticas en la Iglesia sigue siendo una clave fundamental en el proceso de recepción del Vaticano II. La presencia de mujeres auditoras impulsó una nueva conciencia de la Iglesia y por eso se empezó a hablar de una irrupción de las mujeres, que significa el surgimiento de una nueva perspectiva en la acción y la reflexión sobre Dios, la Iglesia, la sociedad. Como dije antes, pertenezco a la generación de las mujeres que nacimos en los años de preparación y celebración del Concilio; y quisiera dar un breve testimonio acerca del significado de éste para mi vida de teóloga, que muestra cómo la Iglesia jerárquica puede alentar la vocación de mujeres laicas y consagradas siguiendo la inspiración profética del Vaticano II. Cuando terminé la licenciatura en Teología en la Facultad de la UCA, Lucio Gera, sacerdote del clero y destacado teólogo argentino, quien había sido uno de mis profesores, me alentó a hacer el doctorado. Me sentí impulsada por esta invitación, descubrí que la teología era “mi pasión” y acepté el desafío; habiendo concluido el doctorado no puedo dejar de agradecer la ayuda recibida de parte de sacerdotes y obispos en el camino de mi promoción teológica. Ellos alguna vez me confesaron que en tiempos del Concilio habían soñado y esperado que hubiera mujeres teólogas en la Iglesia; con el paso de los años esas expectativas se fueron haciendo realidad, pero no sin la intervención de ellos, que abogaron para que así fuera. Retomando lo dicho antes en este Panel sobre las relaciones entre magisterio y teología, además de mi testimonio vocacional, quisiera referirme a un tema más amplio que tiene que ver con el diálogo, un tema precioso de Pablo VI. El diálogo no es sólo el que se debe dar entre el magisterio y la teología, o entre las distintas vocaciones en la Iglesia, sino también una capacidad espiritual, personal y comunitaria, marcada incluso culturalmente, que adquirimos para convivir con otros/as. Creo que debemos pensar el diálogo como desafío imprescindible para vivir la comunión, aun en circunstancias tensas y complejas. Espacios abiertos como la revista Criterio, entre otros, están mostrando esa necesidad y habilidad de conversar y pensar sobre temas actuales, a veces difíciles y en un ámbito plural; también debemos aceptar que no siempre se logra dialogar y que no todas las personas tienen las condiciones requeridas para hacerlo, que a veces pueden conjugarse las circunstancias y surgir desencuentros grandes. Si pienso que el diálogo ha sido una de las grandes claves del Concilio Vaticano II y veo la evolución de las mujeres en la Iglesia y la teología, observo avances y dificultades en el camino recorrido: los adelantos tienen que ver con todo lo que se posibilitó y se sigue impulsando desde posturas de apertura a lo nuevo y diferente, sobre todo en lo referido a la aportación de las mujeres en la Iglesia y su misión; los problemas surgen con frecuencia de la incapacidad de escuchar y profundizar los puntos de vista del otro o la otra. El diálogo en la Iglesia fracasa, como en otros ámbitos, cuando una de las partes (o las dos) pretenden poseer toda la verdad y se rechaza la posibilidad de realizar un itinerario compartido de búsqueda y debate adulto, en el cual todos/as podamos aprender y enriquecernos mutuamente. En esto del caminar juntos, la sinodalidad (de sínodo: “syn”: con, conjuntamente, y “hodos”: camino) se ha manifestado como un fruto distintivo del posconcilio y puede orientarnos para llevar a la práctica la renovación conciliar; lo que necesitamos es crecer en una espiritualidad de comunión que posibilite un caminar juntos. El diálogo es, finalmente, una actitud fundamental para la misión, para escuchar con atención lo que el Espíritu dice a las iglesias en este tiempo.

I. Pérez del Viso: A la pregunta sobre si es tiempo de un nuevo concilio, creo que convendría esperar un poco para que maduren algunas cuestiones, como la posición de la mujer en la Iglesia, mencionada por Virginia. Hasta hace unos años, solo había treinta doctores de la Iglesia, todos varones, y en los últimos tiempos se han añadido tres mujeres: santa Catalina de Siena, santa Teresa de Jesús y santa Teresita del Niño Jesús. Y entre los treinta sólo había dos papas: san León Magno y san Gregorio Magno, así que hay más mujeres que papas como doctores de la Iglesia. Debemos esperar que madure ese tema. Por otro lado, como bien dijo Rafael Braun, el Concilio Vaticano II fue europeo con un poco de influencia norteamericana en cuanto a la libertad religiosa. En este medio siglo, América latina ha madurado, con sus documentos de Medellín en 1968, Puebla en 1979, Santo Domingo en 1992 y Aparecida en 2007, de modo que podría realizar aportes significativos. Pero un nuevo concilio ahora sería todavía muy “atlántico”. África está empezando a moverse. La Iglesia de la India también ha madurado, pero convendría recibir el aporte de China. Considero una joya la carta del Papa a los católicos de China en la que les dice que no hay allí dos iglesias, la tradicional y la patriótica, sino una sola; a todos aquellos obispos que fueron ordenados sin la previa designación del Papa y le manifestaron que querían estar en comunión con él, les respondió inmediatamente que sí. Creo que se está muy cerca del restablecimiento de las relaciones. Hace poco se cumplieron 400 años de la muerte de un misionero jesuita en China, el padre Matteo Ricci, que llegó a ser un sabio en la corte del emperador, experto en matemáticas e hizo el primer mapa científico de China. En el acto por el aniversario, en Roma, estuvo presente el embajador de China ante Italia, quien anunció algo que los chinos no suelen adelantar, que las conversaciones del Vaticano y Beijing están muy avanzadas. En ese sentido sería interesante que un nuevo concilio fuera más “universal”, con un mayor protagonismo de las Iglesias de África y de Asia, para que nos enriqueciéramos todos.

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  1. María Teresa Rearte on 6 julio, 2012

    Me complace que la doctora Virgina Ascuy señalara que «hemos escuchado y aprendido del Concilio «. Y que, a la vez, manifestara la necesidad y el deseo de «profundizarlo como camino de renovación.»

    Coincido también con ella en que abrió un camino a la vocación del laico/a, si bien la conciencia en el mismo laicado acerca de su rol resulta difícil de alcanzar, a veces por pasividad, esperando escucharlo todo de los sacerdotes, por falta de conocimiento, y a veces por falta de oportunidades de formación, en personas con muy buena disposición. Y lamentablemente, porque aún hay mucho clericalismo en la Iglesia, por lo menos en algunos lugares, o en algunos sacerdotes, sobre todo cuando están muy llenos de ambición de poder.

    Con relación a la referencia de pre y posconciliar, realizada por el P. Pérez del Viso, pienso que sí, que entre ambas tendencias se puede y debe haber un equilibrio. Pero también es innegable, que hay ciertas concepciones, interpretaciones, e incluso actitudes de hecho, que resultan contrarias a la enseñanza conciliar, pero también opuestas a la letra y el espíritu evangélico. Tomemos como ejemplo, para el caso, lo ocurrido en Paraguay con la destitución del presidente Fernando Lugo. No voy a juzgar si era bueno o malo, si había o no razones para su destitución. Pero sí se puede afirmar, de acuerdo a lo informado por distintos medios periodísticos, que hubo demasiado movimiento desplegado por el nuncio apostólico y la jerarquía de la Iglesia paraguaya, antes y después del desplazamiento del primer mandatario paraguayo. El Conc. Vat.II marcó claramente la justa autonomía de las realidades temporales. Y por consiguiente de la política. Por lo cual, la actuación del nuncio y los obispos paraguayos incurren en el llamado agustinismo político, promoviendo y colaborando en la remoción y promoción de mandatarios políticos. Puedo abundar en más ejemplos; pero no es el caso excederme en el espacio de este comentario.

    En cuanto a ciertas prácticas como la señalada de dar y recibir la Comunión en la boca, y de rodillas, etc. , es en mi opinión un síntoma de ideas, personas, parroquias, conservadoras o no. Pero bueno, eso no tiene tanta importancia. Lo que sí, y posiblemente ha sido a partir de una equivocada interpretación del Concilio, que se ha abierto la puerta para que cada sacerdote implemente «reformas» litúrgicas, añadiendo o suprimiendo momentos, cambiando el texto de las oraciones, etc de la Misa, y de otras celebraciones. No me refiero a alteraciones esenciales. Pero sí a un excesivo «personalismo» que ha dejado la liturgia librada al gusto y criterio del celebrante, por lo menos en algunos casos. Pero eso no es por el Conc. en sí. Sino por una errónea interpretación del mismo. Y por la irrupción de grupos, o movimientos, como la renovación carismática, que prácticamente se ha apoderado de alguna parroquia, o celebración, porque se les permite, por supuesto. Y se da lugar a excesos que no tienen nada que ver con la liturgia. Tampoco con el Espíritu Santo, no obstante toda la libertad que podamos atribuirle a su actuar.

    Me parece importante el rol asignado a la mujer. Incluso el mensaje del Concilio a las mujeres. De igual modo el rol que el P.P.del V. reconoce a A.Latina. Y por otra parte a África, por ejemplo, que son signos alentadores en cuanto a la vida de la Iglesia. A su crecimiento.

    Personalmente pienso que el concilio aún debe ser conocido. E incluso difundido. Y si es conocido, necesita que decante. Y se torno aún màs operativo y fecundo. Por lo que no es tiempo, me parece, para estar apurando por la realización de otro concilio.

    La cuestión, para estar al ritmo de nuestro tiempo, no es cambiar las enseñanzas pastorales. Sino ahondarlas. Dejar que interactúen con la cultura. Y con las cambiantes realidades del mundo actual. El pluralismo cultural nos pide convivir con distintas culturas. Pero no tiene por qué llevarnos a renunciar a lo propio, que constituye la identidad cristiana. Y hay que estar dispuesto a dar razón de nuestra fe. La vida de la Nación Argentina, por ejemplo, los cambios que se dan o se preparan en el campo legislativo, es un momento apropiado para sostener la antropología cristiana respetuosa de la persona humana, que es un ámbito en el que el Vat.II ha realizado una importante contribución. Y así sucesivamente podríamos sostenerlo en otros aspectos.

    Gracias.

    Prof. María Teresa Rearte

  2. María Teresa Rearte on 6 julio, 2012

    Aclaración: Lo referido a formas personales de celebrar, que afirmo, no es algo extendido, felizmente. Pero se da. Incluso los excesos, incoherencias, de algún grupo, como la renovación carismática. El origen no está en el concilio. Sino que se permiten conductas que no corresponden.

    María Teresa Rearte

  3. Graciela Moranchel on 15 julio, 2012

    Muy interesantes los diferentes puntos de vista desarrollados por todos los participantes de este encuentro. Habría muchas cosas sobre las que seguir reflexionando y debatiendo. Sólo me referiré a algunos puntos en particular.

    Se plantea la posibilidad de pensar en la realización de «otro» concilio ecuménico. Es interesante destacar que parecería no haber finalizado aún el proceso de «recepción» del Vaticano II, cuando al mismo tiempo, en estos 50 años han surgido toda una «nueva serie» de desafíos que empujan a pensar en la necesidad de otras visiones y de otras soluciones que el Concilio no previó y que deben plantearse y resolverse a nivel eclesial general. Pensar en la posibilidad de un nuevo concilio quizá pueda compatibilizarse sin dificultades con la necesidad de profundizar aún más en los documentos del Vat. II y llevarlos a la práctica de modo más eficaz, de modo que «se note» su influencia en las comunidades cristianas. En muchas de ellas, da la sensación de que el Concilio no se hubiera realizado, y que la Iglesia se hubiera «congelado» en el tiempo. Ello prueba de modo patente que mucho falta aún para que se cumpla un proceso de recepción adecuado.

    Con respecto a algunas apreciaciones de la doctora Virginia Azcuy, es interesante observar cómo deja en claro que el Vaticano II fue un Concilio «de reforma» y no de simple «continuidad» con la tradiciones y visiones precedentes, con las que el Vat. II en muchos aspectos debemos decir que directamente «rompe» y que toma una feliz distancia, como por ejemplo sucede con el «diálogo» de la Iglesia con el mundo actual.

    Es importante señalar, como hace Azcuy, que también nos encontramos hoy con lamentables «retrocesos y olvidos» de las enseñanzas del Concilio y con un profundo desconocimiento de sus textos por una gran parte del Pueblo de Dios. Darlos a conocer y aplicarlos, a quienes desarrollan algún ministerio de la Palabra dentro de la Iglesia (teólogos, predicadores, catequistas) propiciando a la vez un mayor acercamiento a la Palabra de Dios generaría, a mi juicio, una importante renovación eespiritual en las diversas comunidades.

    Otro punto importantísimo al que hace referencia la doctora Azcuy y al que el Concilio dedicó muchas páginas pero que lamentablemente aún no hemos aprendido, es a «dialogar» desde el respeto por las diferencias. Para ello hace falta mucho «entrenamiento» y una virtud humana y divina sin la cual todo diálogo está condenado al fracaso: la «humildad» que nos permite conocer nuestra limitación en la mirada sobre la realidad, así como el saber que nadie tiene la posesión absoluta de ninguna verdad, sino que la vamos descubriendo entre todos. Para dialogar de modo fructífero, también es necesaria la grandeza para admitir y valorar las verdades de los otros como enriquecedoras de mi propia visión, y muchas veces, como impulsos fuertes que me permiten cambiar mis propias perspectivas erróneas o excesivamente cerradas.

    Todavía queda mucho para seguir pensando…
    Saludos cordiales,

    Graciela Moranchel
    Profesora y Licenciada en Teología Dogmática

  4. Graciela Moranchel on 16 julio, 2012

    Deseo agregar dos consideraciones que me parecen importantes. Con respecto a la reflexión del Lic. Arturo Prins sobre el rol de los teólogos y su relación con el Magisterio, comparto su opinión. Me parece oportuno insistir en que estamos muy lejos de verificar en la realidad esa libertad de investigación que marca el documento «Communio et progressio» (1971), y que resulta tan necesaria para que la teología pueda ser considerada dentro del universo científico actual con un mínimo de seriedad, a fin de poder aportar e intercambiar en fructíferos diálogos interdisciplinares.
    Las persecuciones a tantos teólogos en estos últimos tiempos dan cuenta acabada de una situación irregular que debe corregirse.

    La teología no podrá convertirse en una «ciencia» respetable si no sale del esquema que se pretende: la de ser una mera «comentadora» de los documentos magisteriales. Su función es mucho más amplia y el Magisterio del Papa y de los obispos le debe un mayor respeto, una mayor atención y una más profunda asimilación de los inmensos aportes que están haciendo tantos teólogos para la vida de la Iglesia.

    Con respecto a la reflexión del padre Ignacio Pérez del Viso acerca del tema «la mujer en la Iglesia», no puedo estar de acuerdo con su sugerecia de que hay que «esperar un poco para que maduren algunas cuestiones, como la posición de la mujer en la Iglesia» (sic). Creo que ya hay una madurez suficiente para que seamos las mismas mujeres las que pensemos el lugar que debemos ocupar en la Iglesia, sin que sea el «clero masculino» quien tenga que señalar cuándo es el tiempo adecuado, y cuál es el lugar que nos corresponde dentro del Pueblo de Dios, con misiones y funciones bien diseñadas.

    Me parece que el hecho de que el Vaticano haya reconocido, con toda justicia, a Catalina de Siena, Teresa de Jesús y Teresita de Lisieux como «doctoras» de la Iglesia, en un conjunto de reconocimientos doctorales eminentemente «masculino», no justifica más dilaciones. Creo que veinte siglos son ampliamente suficientes para que la inclusión plena de la mujer en la Iglesia haya madurado. No es necesario esperar más. Debe comenzarse a ver, de una vez por todas, a las mismas mujeres trabajando con libertad, cada una desde su carisma, en todos los ámbitos eclesiales. Desde la teología los cambios ya se están produciendo, sobre todo desde el campo de la investigación y de la producción teológica. Esperemos que las iniciativas de tantas hermanas nuestras que quieren colaborar en los diversos campos de la vida de la Iglesia, sean bien acogidas y promovidas con alegría por todo el pueblo creyente.

    Saludos cordiales,

    Graciela Moranchel
    Profesora y Licenciada en Teología Dogmática

  5. Como comparto, en las unidades correspondientes, con mis alumnos de «Movimientos religiosos contemporáneos», del cuarto año de los Profesorados en Teología y en Filosofía; de «Filosofía social», del cuarto año del Profesorado en Filosofía y de «Antropología social y Doctrina Social de la Iglesia», del cuarto año del Orientador en Teología, en el Seminario Internacional Teológico, conocer los documentos promulgados por el Vaticano II resulta fundamental para entender los cambios que se produjeron dentro de la Iglesia Católica a partir de ese momento. Y sobre todo para encontrar algunos puntos de coincidencia que nos pueden permitir desarrollar algunas acciones ecuménicas. Por todo lo anterior, celebro que «Criterio» haya convocado a una charla-debate que analizara qué es lo que realmente ha permanecido después de la celebración del Concilio.
    Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez
    Doctor en Teología (SITB).
    Magíster en Ciencias Sociales (UNLaM).
    Licenciado y Profesor en Letras (UBA).

    • Delfina on 27 octubre, 2012

      Hola, mi nombre es Delfina Buraschi, soy alumna de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. Estoy cursando Historia Social Argentina, materia para la cual tengo que realizar una monografía
      sobre el tema de la fórmula Matera-Sueldo para los comicios de 1963, como ejemplo del «acercamiento» del PDC al peronismo, y cómo esta formula fue rechazada. Queria saber si por casualidad usted tendría alguna información sobre el tema, o algun comentario personal. Espero no molestar, desde ya muchas gracias.
      Mi mail es: pini_105@hotmail.com

  6. María Teresa Rearte on 20 julio, 2012

    En este clima de «expresiones de deseo» con respecto al C.Vaticano II y los comentarios de los panelistas, quisiera expresar un deseo mío: que no se nos etiquete como «cerrados», «rígidos», y otros calificativos similares, a quienes sostenemos nuestros principios. Y no nos plegamos a cuanto viento de cambio sople entre algunos cristianos.

    Con relación al número de doctores de la Iglesia, se espera para octubre 2012 la proclamación de dos nuevos «doctores», un varón y una mujer. La mujer es santa Hildegarda de Bingen, a quien Benedicto XVI proclamará «doctora» de la Iglesia. Habrá que esperar el mensaje papal para conocer los fundamentos. Pero se puede pensar en el deseo del pontífice, al elegir a la mística renana, de invitar a las mujeres para seguir su ejemplo y contribuir a la reflexión teológica. Lo cual es altamente significativo.

    Gracias.

    Prof. María Teresa Rearte

  7. María Teresa Rearte on 20 julio, 2012

    Quiero añadir que el Papa ya viene preparando la proclamación de santa Hildegarda de Bingen, como doctora de la Iglesia. Y le ha dedicado dos catequesis. No es poco. Denota su interés por esta mística.

    Gracias.

    Prof. María Teresa Rearte

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