di_stefano_2Una descripción del deterioro de la infraestructura de la ciudad de Buenos Aires y la desarmonía en la convivencia ciudadana.He cumplido ya medio siglo de vida en Buenos Aires, con la excepción de un período de permanencia en Europa entre 1991 y 1995. Durante décadas he sentido verdadero amor por mi ciudad, que recorría con placer y describía con sano orgullo, durante mis viajes, a los extranjeros que no la conocían. Hoy hago todo lo posible por huir de ella: paso todo el tiempo que puedo en Lago Puelo (Chubut), donde tengo una segunda casa, y siento alivio cuando me subo a un avión o a un micro para abandonarla temporalmente. Cuento esto con pena, con dolor, y sin esperanzas de que la situación mejore sustancialmente.

Por un lado está la pérdida de urbanidad que noto en las relaciones interpersonales que se dan en los espacios públicos. La falta de atención por el otro y la prepotencia son moneda corriente. Si lo notara en los jóvenes, me diría que se trata de un síntoma de envejecimiento, pero el caso es que lo veo difuminado en todas las edades. También en ambos sexos y en distintos estratos sociales. Si debiese señalar una franja en particular, diría que me llama la atención el número de mujeres de edad veneranda que consideran un derecho adquirido –y no una gentileza– que se les ceda la precedencia o el asiento, y se muestran dispuestas a exigirlo a los codazos. Expresiones como “por favor”, “permiso”, “gracias” o “disculpe” van desapareciendo o volviéndose reliquias de diccionario. En los medios de transporte público veo gente que procede a los empujones sin pronunciar una palabra de disculpa.

Las calles, además, están convertidas en un verdadero basural. En lugar de “basura cero”, tenemos “basura mil”. Una colega me contó que durante un viaje a Francia en los años ’50 le chocó la mugre de París en comparación con la pulcritud de la Reina del Plata. Las fotografías de Buenos Aires de las décadas de 1930 y 1940 reflejan una ciudad impecable, impoluta.  Y onvivencno se trata sólo de las zonas más elegantes, sino también de barrios por entonces periféricos. Hoy se camina por Buenos Aires contemplando las montañas de basura, los contenedores rebasados y rodeados de desperdicios, las bolsas despanzurradas mostrando sus contenidos pútridos como vísceras de animales muertos.

A propósito de animales, hay que mencionar a los perros. Un colega europeo al que conocí en un congreso me comentó: “Recuerdo que en su ciudad hay que caminar mirando al suelo para esquivar las deposiciones –usó otra palabra– de los perros”. Y dirigiéndose a un tercer contertulio, prosiguió, para mi bochorno: “Hay perros gigantescos sueltos, y personas que llevan grupos de canes atados y los dejan ensuciar las veredas”. Cada día veo a vecinos que, imbuidos por el ideal de “ir a hacer las necesidades en casa ajena”, traen a sus perros a hacer las suyas a mi vereda.

Que además está rota, como buena parte de las de la ciudad. No se entiende por qué siendo la vereda parte del espacio público, en esta ciudad son los vecinos quienes tienen que ocuparse de arreglarlas. Conozco muchas personas, incluidos ancianos, que se han accidentado por culpa de una vereda rota, con quebraduras de huesos incluidas. La circulación se complica en algunas calles del centro por los “manteros” que convierten las veredas en mostradores. Cada cuatro años, cerca de las elecciones, aparecen brigadas que arreglan algunas con el fin de juntar votos para el partido gobernante. Prefieren las más visibles; la mía, como está en un pasaje un tanto escondido de un barrio del sur de la ciudad, no ha merecido hasta hoy la menor atención. A la fealdad de las calles rotas se suman otras: los cables aéreos, que a veces forman verdaderas marañas, confundiéndose con las ramas de los árboles (cuando los hay), o los destrozos que producen los muchos actos de vandalismo que tienen lugar en Buenos Aires cada día: hemos llegado al punto de tener que enrejar las plazas para que no se las destroce por mera diversión.

Como buena parte de mi trabajo puedo realizarlo en casa, salgo a la calle lo menos posible. En particular evito trasladarme al centro o a otros puntos de la ciudad. Hay, dicen, cinco cortes de calle diarios. Del 2001 para acá, todo aquel que tiene algún motivo de reclamo corta una calle. Además, cada año se suman 600.000 automóviles nuevos al parque automotor, buena parte de los cuales circula por la ciudad. Cuando era adolescente vivía muy cerca de donde vivo actualmente y me llevaba media hora llegar a cualquier punto del centro. Ahora le pongo una hora cuando me va bien. Y si los astros están alineados en modo desfavorable, el trayecto puede durar hora y media. En días críticos he tardado tres cuartos de hora sólo para subirme a un colectivo, que luego ha demorado otro tanto en traerme a mi casa. En las horas pico los colectivos no paran porque van atestados y es imposible subirse al subte –que no puede no detenerse– por la misma razón.

La peor parte la lleva siempre el peatón, porque en Buenos Aires rige la ley de la selva. La moto debe ceder el aspo al auto, el auto al colectivo y al camión. El vehículo más grande atropella al más chico y todos se llevan por delante al caminante. Los colectiveros son los reyes de la calle, monarcas absolutos con derecho a obrar impunemente. Basta detenerse en cualquier esquina para verlos pasar los semáforos en rojo, y me ha tocado viajar en alguno que circuló contramano frente a una comisaría. Porque la policía no actúa. Nadie actúa. Cuando volví de Europa, empapado de una cierta conciencia cívica que el Río de la Plata no me había proporcionado, realicé innumerables denuncias a la Comisión Nacional del Transporte por faltas de tránsito de colectivos en los que me tocaba viajar. El hecho de que esa institución exista y que después de tantos años de recolectar denuncias la situación no haya cambiado habla a las claras de su inoperancia. Me gustaría saber si alguna vez una denuncia se tradujo en una sanción efectiva. Una vez discutí con un conductor y le advertí que lo denunciaría. Su respuesta fue en substancia la siguiente: ese número de teléfono sirve para que ingenuos como usted pierdan el tiempo; nosotros nos reímos de ellas. A la luz de los resultados, veo que tenía razón.

El ruido que todos esos automóviles, colectivos, motos, ciclomotores, camiones y otros vehículos crean, es a veces ensordecedor. No es raro tener que gritar para hacerse escuchar por un interlocutor. Los bocinazos y las frenadas se suman a otros millares de ruidos molestos, incluidas las músicas que no pocos se creen con derecho de hacerle escuchar al prójimo. Incluso en los medios de transporte público, donde tiene uno que soportar espectáculos a los que no ha decidido asistir y encima aplaudirlos y pagarlos, o escuchar música que otro pasajero no reserva para su propio deleite mediante el uso de auriculares. Si a todo ello sumamos los gritos y los insultos que los conductores se espetan, el panorama es infernal.

Creo, además, que de todas las administraciones que ha tenido la ciudad, esta es una de las peores. Las idas y venidas, las vacilaciones, los presupuestos no ejecutados, las peleas permanentes con el gobierno nacional, al que se culpa de todos los males no siempre con razón, muestran un gobierno indeciso, inoperante, incapaz de hacerse cargo de sus obligaciones. Mauricio Macri comparte con los Kirchner la muy argentina confusión entre gobierno, Estado y partido. Todo se va cubriendo de amarillo: los anuncios de obras públicas, los puestos de las ferias, el mobiliario urbano… Me recuerda la “dictadura cromática” que impuso Juan Manuel de Rosas a la provincia de Buenos Aires a mediados del siglo XIX, cuando todo, desde los chalecos hasta las puertas de las casas, se fue tiñendo de color rojo punzó.

Todo lo que relato hace parte de la experiencia cotidiana de los porteños. Con un agravante: Buenos Aires es una ciudad clasista, dada, con pocas excepciones, a la “opción por los ricos”. Vivo en el sur de la ciudad desde que nací. Aquí las calles están más sucias, las veredas están más rotas, hay más cables colgando por todas partes y los servicios son más deficientes. La estación Virreyes del subte “E” es la única terminal de subtes que no tiene escalera mecánica ni ascensor, y sus vagones son viejos y ruidosos. Basta compararlos con los de la Línea “D” para advertir la diferencia. Además, la frecuencia del servicio es la más baja de la red.  

Lamentablemente, no parece haber ningún motivo para esperar mejorías. No hay razones para que no se sigan cortando las calles ni para que mejore el humor y se recupere la urbanidad;  el parque automotor va a seguir creciendo y la red de subterráneos –la primera de América latina, orgullo de mi ciudad– promete crecer a ritmo de tortuga. Es increíble que el primer trayecto, que iba de Plaza de Mayo a Plaza Miserere, haya sido construido con picos, palas y carretillas y a cielo abierto en sólo un año y medio, cuando ahora, con la más moderna tecnología, tardan añares en inaugurar una nueva estación. En mi caso, puedo quedarme en casa días enteros sin salir y pasar una parte del año en Lago Puelo, donde por desgracia, a causa de compromisos que me atan a Buenos Aires, no puedo radicarme en forma permanente. Compadezco a quienes todos los días tienen que vivir la odisea de someterse a todos los maltratos que ha aprendido a prodigar Buenos Aires.  

Simone Weil decía que la mayor pena es la que suscita la destrucción de una ciudad. Pensaba en Troya, como imagen de las ciudades europeas que durante las dos guerras mundiales soportaron bombardeos. Los porteños estamos asistiendo a una destrucción que procede lentamente, día a día, y a la que sin darnos cuenta nos vamos acostumbrando.

13 Readers Commented

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  1. inés padilla on 16 julio, 2012

    Coincido con el Sr. Di Stefano en cuanto a la actitud y prepotencia de muchas personas en la ciudad, hay muchas palabras que han desaparecido del vocabulario cotidiano, como ser:Gracias, disculpe, permiso, etc. Es más, hoy cuando estaba en el colectivo pasó un Señor, no un joven, bastante corpulento que me hizo caer sobre la falda de la persona que iba sentada al lado mío y por supuesto nunca utilizó alguna de estas palabras.
    Me parece que la mayoría de las cosas de que se queja el Sr. Di Stefano, más que ser culpa de la Ciudad, son culpa de una falta de educación que cada día se nota más y eso incluye la basura en la calle. La basura no es culpa de las autoridades, ni del servicio a cargo de la recolección, que lo hacen puntualmente, sino de la gente que no respeta horarios y que desecha lo que no quiere en cualquier lado.
    Buenos Aires, que es y está bellísima, tiene los defectos de cualquier gran ciudad del mundo y si lo que uno busca es paz y tranquilidad, eso seguro que lo va a encontrar en alguna ciudad o pueblo del interior, porque es otra clase de vida, no un torbellino.

  2. Luis Alejandro Rizzi on 16 julio, 2012

    Yo titularía la nota “elegía argentina”.
    Lo que señala el autor es una cuestión de educación generalizada, de mala educación diría más bien.
    No se si será cierto pero una persona que trabaja en el servicio de mayordomía de la Casa de Gobierno, me decía hace un tiempo que los Kirchner, nunca dan las gracias (en esa época vivía «Él». Presumo que es cierto al verlos actuar, especialmente a «ella»
    Paradójicamente esa forma de ser se dio en llamar «Estilo K» y está prendiendo especialmente en la juventud a la que se está llevando a confundir o peor aun a convertir el vicio en virtud.
    La virtud tiene que ver con la rectitud y el vicio precisamente con la “Falta de rectitud o defecto moral en las acciones” como lo define la Real Academia.
    Un ejemplo es la guaranguería, vicio del comportamiento o abuso de los buenos modales, como lo expuso días pasados la Presidenta al referirse a un Ministro Español como “…ese pelado…”.
    Esa expresión no solo fue consentida, sino celebrada como una gracia y solo fue criticada por una muy pequeña elite de periodistas.
    Otro ejemplo de este “estilo K” fue cuando la propia presidenta alabó y alentó la desobediencia, de una alumna menor de edad, a una directiva dada por la directora de un establecimiento educativo.
    La desobediencia y la guaranguería es una consecuencia, diría lógica, de la falta de autoridad.
    La autoridad tiene que ver con la certeza y con la ejemplaridad; como decía Ortega se obedece a un mandato, se es dócil a un ejemplo y el derecho a mandar no es sino un anejo de la ejemplaridad.
    La argentina hoy peca de indocilidad, la que se confunde como una muestra de libertad y estamos exentos de ejemplaridad no solo por parte de la Presidenta sino de nuestras aristocracias devenidas en “oligarquías”.
    La presidenta se puede comportar así precisamente porque así se comportan y se han comportado nuestras dirigencias, por ese motivo somos una Nación sin “políticas de estado” y sin objetivos ni siquiera parta las tareas domésticas que debe realizar un intendente, siendo la esencial la limpieza, si no podemos mantener limpia una ciudad, que podemos pedir para la salud, la educación y para todos los servicios públicos.
    Este estilo “K” nos lleva a inaugurar un servicio ferroviario que circula a 30 Km por hora, un edificio escolar que carece de buenos maestros, un hospital sin médicos.
    Lo más grave que ante la falta de un mínimo de calidad en los servicios públicos nos hemos acostumbrado que “lo peor, es mejor que nada”.
    Es cierto en Lago Puelo, uno de los lugares más bellos de la Argentina, se puede vivir de otro modo, pero si seguimos así, dentro de poco será como la Buenos Aires que describe Di Stefano.

  3. Jose Buceta on 16 julio, 2012

    Describe el Sr DiStefano con minuciosidad una elegía porteña, segun lo expresa el Sr Rizzi, aunque él amplía la elegía a lo argentino. Todo es verdad, todo ello lo sufrimos los porteños a diario y ademas en forma creciente. El consejo editorial de Criterio en el artículo Estado y gobierno, analizó correctamente la confusión que hoy existe entre ambos conceptos, a los que yo agrego partido, hoy se confunde estado, gobierno y partido y así se maneja el gobierno actual y los precedentes en el manejo de la cosa pública, y qué hace el pueblo argentino vota con entusiasmo digno de mejor causa a quienes alientan estas conductas. Quiero recordarle al Sr DiStefano que el actual gobierno de la ciudad de Buenos Aires fué plebiscitado con mas del 60 % de los votos de los porteños, y el gobierno nacional con el 54%. Es decir que lo que se describe en este artículo y en otros anteriores que hablan de nuestra decadencia (Estado y Gobierno,, Secuestro de la realidad, por ejemplo) no hacen otra cosa que describir conductas de importantes mayorías del pueblo argentino, y que en los últimos años en lugar de corregirse se han aumentado.
    Cuando asumamos los argentinos que la Argentina es nuestra responsabilidad y nosotros somos los responsables de nuestras penurias quizas comencemos a cambiar nuestros parámetros para elegir a quienes nos gobiernen, porque opciones tenemos pero no se eligen….
    Los alemanes hicieron Alemania, los suecos Suecia, los japoneses Japon, los italianos Italia y los argentinos Argentina

  4. elena on 16 julio, 2012

    La experiencia desalentadora que estamos viviendo muchos argentinos me lleva a alentar que es posible y deseable que tratemos los adultos de más de 50 años movimientos de cambio. La indiferencia de los jóvenes resulta una respuesta generacional-cultural-global. La experiencia de vida personal y en sociedad de nuestra generación (+50) canalizada en procura de un cambio puede ser mirada como una oportunidad de cambio y por cierto diferente. Por qué no?

    • horacio bottino on 19 julio, 2012

      Los jóvenes «indiferentes» son la generación que NOSOTROS criamos,hace 30 años la ciudad (cuando nosotros éramos jóvenes) era igual,además,el maltrato sobre todo es de los adultos de ayer y hoy ,como tanta basura,incumplimiento de las leyes de tránsito etc

  5. Juan FONZI on 16 julio, 2012

    Muy cierto lo que expresa la nota del Sr. Distefano. Habría que agregar las pintadas en las paredes, aunque sería un detalle frente a la intolerancia de los porteños (y como porteño lo digo).

    • horacio bottino on 19 julio, 2012

      La ciudad de la COIMA como dice el Cardenal Bergoglio,que todavía NO LLORÓ Cromagñón.

  6. Carlos Angel Baratti on 16 julio, 2012

    Muy enriquecedor todo lo anterior( nota y comentarios). Nuestra decadencia cultural y cívica es tal que, mansamente, soportamos todas las tropelías que agreden a los vecinos: el robo a mano armada, la violaciones y muertes, la suciedad, el transporte ineficiente, las guarangería generalizada, etc.
    Vivo en Vicente López: basta dar una vuelta por la quinta presidencial para ver: árboles faltantes; canteros llenos de plásticos que arrojan los transeúntes y vacíos de plantas en muchos de ellos;deposiciones caninas abundantes; veloces bicicletístas (mayores y menores) que circulan por las veredas sin preocuparse por los peatones y sin que la policía que está rodeando el perímetro de la quinta haga nada. Este solo ejemplo de lo que se cree -sin serlo – una comunidad educada creo que es suficiente.
    Pero, sobre Libertador hay más para «admirar»: con numerosos comercios de autos que ocupan con los coches las aceras, habiendo desaparecido los árboles que pudieran dificultar la vista de sus vidrieras; porteros malgastando el agua en las limpiezas diarias de las veredas ( Jamás los ví usando escoba ni baldes);el parque automotor que cada vez se agranda imponiendo su polución sonora y aérea en las Avenidas Maipú y del Libertador.Sin embargo,desde los carteles municipales se afirma que Vicente López «Es una ciudad para vivir»( sin decir en qué condiciones de vida…)
    Me parece que lo que cabe es exigir a nuestros servidores públicos que hagan lo que no están haciendo: mejorar la calidad de vida de todos y recuperar la limpieza, el orden, la seguridad, la urbanidad,y el orgullo de sentirnos ciudadanos del que fue,alguna vez ya lejana, el «gran pueblo argentino». Sin violencia, sin arrogancia, pero con firmeza y coraje, exigir y exigirnos más excelencia.En todas y cada una de las poblaciones de nuestro país.
    ¿Qué otro camino nos queda?

  7. Mariel Marconato on 17 julio, 2012

    Así como depositamos nuestros residuos en la calle (y nos desentendemos de lo que depositan nuestros inocentes perros…)exigimos y depositamos toda la responsabilidad de limpieza y mantenimiento, en los gobiernos y nos desentendemos de nuestros deberes cívicos del cuidado de nuestra cuadra y de cada metro de su vereda.¿Como hacer para que los vecinos,comerciantes y paseantes descubran sus deberes y lo placentero que es contribuir personalmente a vivir en un barrio cuidado? Los medios de comunicación,las empresas,los comerciantes, etc.podrían iniciar campañas en cada cuadra,en cada barrio, este sentido-tanto como por lo de la inseguridad-en lugar de quejarnos todos y de exigir todo a papá estado lo que los nenes ya sabemos que debemos hacer porque son,sencillamente, nuestros elementales deberes de ciudadanos.

  8. ES LA MISMA SENSACIÓN QUE SE TIENE EN TODA GRAN CIUDAD. y NADA SE HACE PARA QUE ESTO CAMBIE, SI DESDE LOS LUGARES Y LA PALABRA DE QUIENES CONDUCEN EL PAÍS, EL DISCURSO ES VILIGERANTE, LA DESCALIFICACIÓN PERMANENTE, Y LA DULZURA ESTÁ AUSENTE, AUNQUE GOBIERNE UNA MUJER: MADRE, JOVEN Y BONITA!

    • horacio bottino on 19 julio, 2012

      O sea que USTED NO HACE NADA PARA QUE CAMBIE ¿Por qué no quiere cambiar?

  9. Roberto Di Stefano on 21 julio, 2012

    Me pregunto si Bottino y Lafosse leyeron lo que escribí. A veces tengo la sensación de que escribo en japonés.

    • Juan Carlos Lafosse on 23 julio, 2012

      Estimado Roberto Di Stefano,

      Por la parte que a mi me toca tengo que reconocer que luego de leer el artículo y los comentarios se me quedaron pegados estos últimos y también que me resonaron otros artículos de la revista. Así que nobleza obliga: en la nota no se le cargan las culpas al gobierno nacional. Me disculpo por eso, el japonés soy yo.

      A mi me duele especialmente que se culpe a «los argentinos», de todos los problemas posibles. «La cultura» es un argumento repetido que reedita «civilización o barbarie», desde arriba, claro está.

      Ya hemos tenido un intercambio sobre este tema, así que no vale la pena ser reiterativo. Todos los pueblos tienen características propias, buenas y malas, que vienen de su historia y sus circunstancias. Pero para algunos argentinos, desvalorizarnos parece un deporte.

      Cordialmente,
      jc

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