barrosLa muerte de la polilla y otros ensayos reúne 26 textos que fueron seleccionados y publicados por su marido, Leonard, luego de la muerte de la autora. Recientemente fueron publicados por la editorial La Bestia Equilátera.Virginia Woolf escribió, además de su obra narrativa, un importante número de ensayos, entre ellos algunos tan conocidos como Un cuarto propio, Tres guineas o El lector común. Los que integran La muerte de la polilla y otros ensayos (que publica La Bestia Equilátera tres años después de su tardía aparición en español) fueron compilados por su marido, Leonard Woolf. Según señala en el prólogo, después de la muerte de la escritora, se hizo cargo de llevar a cabo su proyecto inconcluso de hacer una publicación hacia fines de 1941. Para esto, entre la significativa cantidad de ensayos, notas, borradores y cuentos “suficientes para llenar tres o cuatro volúmenes”, hizo una selección que incluye algunos inéditos y otros que se habían publicado anteriormente en diarios y revistas.

A diferencia de los ensayos más difundidos de Virginia Woolf, que suelen tomar un tema como eje y desarrollarlo desde distintos ángulos, La muerte de la polilla se manifiesta a primera vista como una miscelánea. Esta impresión inicial se debe a que los textos se presentan, salvo algunas excepciones, como piezas inconexas. A la aparente inconexión temática se agrega la genérica: varios de los textos eluden una clasificación porque desdeñan el formato clásico y bordean un límite sutil entre el cuento y el ensayo. Más allá de esta primera impresión, es indudable que pese a las objeciones que pueda merecer la selección –una de ellas es que, por el extenso período que abarca, reúne textos de etapas muy diversas en el recorrido de la autora– el conjunto marca su continuidad con la producción de Virginia Woolf.

Como sucede siempre con su obra, es deslumbrante el despliegue de textos que hace frente al lector; a pesar de que insiste con la queja reiterada por su falta de formación académica, pone de manifiesto un profundo conocimiento acerca de obras y autores. También es cierto que el canon que postula es ajeno a los lectores actuales, y es uno de los motivos por los que resulta tan atractivo, porque nos acerca (como lo hizo también Borges entre los nuestros) a una serie de autores clásicos: Edward Forster, Henry James, Samuel Coleridge, Percy Shelley. A partir de sus reflexiones sobre estos personajes, sobre su escritura, la autora va proponiendo una teoría sobre diferentes géneros: la biografía, la carta, la historia. En sus reflexiones está presente, siempre, un modo de leer que no se limita solamente a la literatura: toda la realidad admite ser leída como un texto. Esta capacidad es tan evidente en el delicioso “Merodeo callejero: una aventura londinense”, en el que la compra de un lápiz es el “pretexto para recorrer medio Londres a pie” como en “Noche de Reyes en el Old Vic”, una reflexión bien actual acerca de las diferencias que se plantean entre asistir a la representación de una obra y su lectura.

Es indudable que la mirada penetrante de Virginia Woolf, en su recorrido por temas diversos, es lo que confiere unidad a este volumen desparejo, que se presta a una lectura discontinua. Si bien por su ubicación será difícil saltearlos, son imperdibles los primeros textos que, dadas sus características, podrían estar incluidos –junto a “La marca en la pared”– dentro de sus Relatos completos.

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