La aparición de un libro de poemas firmado por Horacio Ferrer y dedicado a Mozart da pie al autor a señalar algunas consideraciones estéticas.kokubuTomando un café con Horacio Ferrer, luego de un encuentro casual a principios de 2011, comentábamos que Shakespeare había sido un gran revolucionario del teatro y que, por ese motivo, se transformó en un antecesor imprescindible del tango moderno. Convinimos también que Mozart había cumplido un rol análogo, al revolucionar el teatro musical. La curiosidad por esa otra vertiente del tango dio lugar a una mágica serie de reuniones que transcurrió durante casi todos los viernes de el año pasado en mi casa de Callao y Arenales, exactamente enfrente a la vereda que ostenta el baldosón con la letra de “Balada para un loco”.

Entre jugosas conversaciones, escuchamos sinfonías, conciertos, sonatas, música de cámara y las siete grandes óperas. Aprovechamos como ejes interpretativos dos clásicos de la cinematografía mozartiana: Io, Don Giovanni (dirigida por Carlos Saura) y Amadeus (Milos Forman), junto con algunas piezas clave de la dramaturgia de Ferrer como María de Buenos Aires, Malvina Luna, mujer de tres siglos y El Rey del Tango en el reino de los sueños. Avanzábamos, sin yo saberlo, hacia un explosivo milagro de creación por parte del maestro, que tuvo lugar en brevísimo tiempo.

En la contratapa de sus Sonetos Mozart1, aparecidos en abril de 2012, escribo que Horacio Ferrer ingresa en esa secta de insensatos fundada por Kierkegaard y que anocheció en la “porteña soledad” de Frédéric Chopin, Richard Wagner, Hermann Hesse, Bernard Shaw, Peter Schaffer, Forman o  Saura. Es el Amadeus del genio el común denominador de todos ellos. Parecen haber ingresado en el mundo mozartiano por la vía directa de un diálogo que se da entre los que ya saben, entre los que ya están allí, en ese lugar donde los opuestos dialécticos desaparecen en chispas de íntima comunión con la belleza de algo que acaso pudiéramos llamar Dios.

Bien de acá, bien de allá, bien de todos lados; bien locales y bien universales. Tales características les caben tanto a Mozart como a Ferrer. En ambos casos, el fuerte anclaje local, salzburgués y vienés, o montevideano y porteño, es la plataforma sobre la que los dos se apoyan para irradiar una universalidad con la que gente de las más diversas partes del mundo se siente identificada.

Al incorporar su nativo alemán, Mozart impregna con su música sublime el lenguaje cotidiano y populachero de Papageno y así abre paso para que generaciones futuras sigan avanzando en una nueva manera de hacer música. En efecto, Mozart en su momento había tomado conciencia de que la lengua cotidiana era tan apta como el latín o el italiano para expresar sentimientos sublimes. Con él apareció la verdadera ópera nacional, en idioma local, que alcanza por primera vez la máxima dignidad estética. Así quedó demostrado en El rapto en el serrallo y, más aún, en La flauta mágica.

Por su lado, al introducir el lunfardo dentro de un contexto mozartiano, Ferrer da lugar a una estética audazmente revolucionaria y amorosamente conservadora a la vez. Este milagro fue posible porque el tango había avanzado un paso más en la dirección estrenada por Mozart, entendiendo que para reflejar la propia realidad a veces no alcanza con usar la lengua vernácula, el castellano, sino que convenía recurrir a un registro lingüístico más corporal y cotidiano. Por eso, Pascual Contursi, en Mi noche triste, eligió hablar de “percantas y catreras” en vez de hablar de damas y de lechos. El realismo, asociado con su repercusión en la subjetividad, tocaba a la puerta del arte para hacerlo más humano, más cercano, más verdadero.

Sin embargo, la superación del dualismo de Mozart y Ferrer no se agota en el plano espacio-temporal o en su expresión lingüística, sino que se sumerge en las profundidades del ser en su totalidad. Así, ambos poetas (permítaseme llamar poeta a Mozart) logran evocar nuestra naturaleza humana y sus infinitas aspiraciones con desesperación trágica y pletórico optimismo a la vez. En ambos ocurre una alianza milagrosa entre lo religioso y lo profano, lo cómico y lo doloroso, lo vulgar y lo noble, lo banal y lo sublime, la letra y la música; tal como hacen Verdi y Boito en Falstaff o, en dominio tanguero, Piazzolla y Ferrer en María de Buenos Aires.

El filósofo y musicólogo francés, Jean-VictorHocquard dice que Mozart se daba a veces cuenta, en un instante, de una sinfonía cuya duración era de una hora. ¿Cómo? Dejando de ser el individuo conocido en el mundo con el nombre de “Mozart” y deviniendo una conciencia intemporal. Esa conciencia era la de una duración musical particular, percibida y comprendida como siendo un punto2. Algo parecido ocurre en los Sonetos Mozart de Horacio Ferrer. Allí, un conocido admirador de la obra ferreriana, Juan Archibaldo Lanús, se siente abismar en un caleidoscopio de pasiones, de vidas y caprichos, en los misterios de logias, fiestas y noches oscuras, que desembocan en el jinete de sopranos, en el obsesivo inspector de escotes y en la armonía suprema de un sol que ilumina la noche.

Según Enrique Valiente Noailles, “el principio de no contradicción, pilar de nuestro edificio de pensamiento y sueño de Aristóteles, sólo es válido para una napa superficial de la realidad y que, debajo de ese corte, debajo de la punta del iceberg, las leyes son diferentes”. Propone como superación liberarse de esa jaula dialéctica con el auxilio de la poesía y del arte pues éstos comprenden el lenguaje que se habla debajo de la superficie. En el mundo de hoy necesitamos familiarizarnos mejor con ese otro lenguaje en que “la verdad sobre algo puede adquirir perfectamente más de un rostro y hasta rostros opuestos”3.

En la búsqueda de esa otra comprensión, Mozart y Ferrer pueden ser un excelente camino, local y universal, sagrado y profano. Superador.

 

 

 

El autor es prosecretario de la Academia Nacional del Tango.

 

[1] FERRER Horacio, Sonetos Mozart. Inspiraciones de un lego, Buenos Aires, 2012, Ediciones del Soñador.

2HOCQUARD Jean-Victor, Mozart, musique de vérité, ParÍs, 1996, Les Belles Lettres / Archimbaud, p. 210.

3 Cf. VALIENTE NOAILLES Enrique, “Una frase de Niels Bohr”, diario La Nación, Buenos Aires, 27 de noviembre de 2011.

 

DON GIOVANNI II

 

En el siglo dieciocho,

prodigioso Mozart sabe

recrear el personaje

que unirá a los hombres todos;

 

beberá champán de música

hecho de sangre y saliva

para arrear corpiño y liga

entre las corcheas brujas.

 

Cantará Giovanni hazañas

de sinfónicas locuras

en melódicas espaldas

contrapunto, polvo y fuga.

 

Mozart crea un semidiós:

Pelvis, labia y corazón.

 

                                                                                                      Horacio Ferrer

 

 

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