Una aguda lectura de la Iglesia en la que está pensando el papa Francisco: madre, sensible, abierta a la escucha, responsable y misionera.Las raíces de la visión y de la experiencia eclesial del papa Francisco arraigan en la Iglesia de un continente que vive dinámicas con acentos diversos a los del Occidente septentrional. Sobre todo se destaca la importancia de la naturaleza popular de la Iglesia latinoamericana, construida a partir de una humanidad rica y diferenciada. De allí llega el desafío de comprender el estilo y el léxico de sus retos: piénsese en el significado diverso de términos como relativismo, secularización, evangelización, pueblo… leídos a la luz de la experiencia de este Sur. Los mismos senderos latinoamericanos y “meridionales” de la experiencia de Dios no coinciden con los de la especulación del norte del mundo al que estamos acostumbrados. E incluso la experiencia de la interioridad, que a menudo imaginamos en términos marcadamente individuales, en el pueblo latinoamericano tiene siempre una dimensión radicalmente colectiva, de “pueblo”, y por ello capaz de estimular una especial creatividad y alegría colectivas (ver documento de Aparecida n. 285).

Se aprecia además con claridad que el Pontífice está actuando de una manera que torna obsoletos los rígidos esquemas del progresismo y del conservadurismo. Sería también miope pretender encasillar el año de pontificado de Francisco en las categorías de continuidad o discontinuidad con respecto a sus predecesores. Se exige, en cambio, tener la paciencia para evaluar la originalidad y el valor específico en este preciso momento histórico, y valorar oportunamente la especificidad in fieri de este pontificado.

Una Iglesia materna y generadora

Para el Papa la Iglesia es madre que abraza. Queda en la memoria de muchos, a distancia de meses, la imagen de Francisco en el pequeño Fiat Idea por las calles de Río de Janeiro. El Papa, atrapado en un carril lateral y pacíficamente abordado por una multitud, daba una idea clara y diferente de cercanía. “Si vas a ver a alguien que te quiere mucho, amigos, con ganas de comunicar, ¿irías a visitarlos dentro de una caja de cristal? No. No podía venir a visitar a este pueblo, de corazón tan grande, detrás de un cristal”, comentó. Francisco fundamenta esta actitud carente de barreras físicas en la maternidad de la Iglesia: “Para mí es fundamental la cercanía de la Iglesia. La Iglesia es madre, y no conocemos a ninguna mamá ‘por correspondencia’. La mamá da afecto, abraza, besa, ama”.

Francisco encarna la experiencia y la visión de una Iglesia “generadora” que parte de un pacto generacional capaz de valorar adecuadamente a los jóvenes y a los ancianos. El verdadero deseo de Francisco es apuntar al futuro, y para él tanto los jóvenes como los ancianos construyen el futuro de la sociedad; los primeros porque son “la fuerza”, los segundos porque ofrecen “la sabiduría de la vida, la sabiduría de la historia, de la patria y de la familia”.

El Papa afirma que los jóvenes son “la ventana a través de la cual entra la luz” en el tejido social y eclesial, imponiendo grandes desafíos. De allí la tarea de la generación adulta, y su capacidad de estar a la altura de la promesa presente en cada joven: dar “sólidos fundamentos para que los jóvenes puedan construir la vida”, “asegurarles un horizonte trascendente”, “entregarles la herencia de un mundo que se corresponda con la medida de la vida humana”, “despertar en ellos las mejores potencialidades”. Ésta es la medida para apreciar la madurez real de la generación adulta. Si los adultos no están en grado de abrirles camino a los jóvenes, son simple y responsablemente inmaduros. Si la sociedad no es generadora, está condenada a la muerte. La visión de la sociedad y de la Iglesia que tiene Francisco es sinfónica: cada uno tiene un rol que jugar.

Una Iglesia que acompaña

Una de las imágenes evangélicas que para Francisco mejor expresa la Iglesia es la de Emaús. Los discípulos huyen de Jerusalén, escandalizados por el fracaso del Mesías en quien habían esperado. Aquí podemos leer el difícil misterio de la gente que deja la Iglesia, que considera que ya no puede ofrecer algo significativo e importante. “Tal vez la Iglesia se presentó demasiado débil, acaso demasiado alejada de sus necesidades –dijo el Papa en Brasil–, quizá demasiado pobre para responder a sus inquietudes, tal vez demasiado fría con respecto a la gente, tal vez demasiado auto-referencial, prisionera de sus propios rígidos lenguajes; el mundo parece haber relegado a la Iglesia como ruinas, insuficiente para las nuevas exigencias; tal vez la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre pero no para su edad adulta”.

Frente a esta situación, ¿qué hacer? Las características peculiares que emergen del retrato de Iglesia que el Papa delinea son dos: el acompañamiento y el discernimiento (el “descifrar”). “Se necesita una Iglesia que vuelva a dar calor, a encender el corazón”, así como se necesita una Iglesia en discernimiento que vive con los ojos abiertos en la constante atención a Dios, capaz de leer con realismo los acontecimientos. Sobre todo hay que notar la confianza de Bergoglio en el reconocer con fineza que las razones por las que la gente se aleja de la Iglesia “contienen ya en sí mismas también las razones para un posible retorno”. Francisco parece querer decir que hay que darle crédito a la gente, a veces incluso a sus tentaciones centrífugas que pueden tener un motivo, y contener un deseo de autenticidad que hay que preservar, custodiar y que sigue siendo importante para una vida cristiana consciente y plena.

Finalmente, el Papa completa este retrato cabal y misionero: “Se necesita una Iglesia aún capaz  de conceder ciudadanía a muchos de sus hijos que caminan como en un éxodo”. No hay paternalismo en sus palabras. Si la Iglesia escucha, acompaña, alienta las almas, es para dar ciudadanía adulta a sus hijos, no para dejarlos en un estado de incubación permanente.

Una Iglesia con estructuras de servicio

Los ministros de esta Iglesia deben ser personas “capaces de dar calor al corazón de la gente, de caminar en la noche con ellos, de dialogar con sus ilusiones y desilusiones, de recomponer sus desintegraciones”. El corazón del ministro de Dios debe ser capaz de “insertarse en un mundo de ‘heridos’, que sienten necesidad de comprensión, de perdón, de amor”. De ello Francisco deduce la necesidad de una profunda revisión “de las estructuras de formación y preparación del clero y del laicado de la Iglesia” en función pastoral. En un texto de gran importancia del 11 de septiembre de 2008, cuyo título fue “El mensaje de Aparecida a los presbíteros”, el entonces cardenal Bergoglio había escrito que el pueblo fiel de Dios desea “pastores” y no “clérigos de Estado”; maestros de vida que enseñan estando cerca, haciéndose prójimo, compartiendo la vida de su grey y no como amateurs que discuten de cosas secundarias.

Este fuerte reclamo misionero guarda un valor paradigmático y lleva a una “dinámica de reforma de las estructuras eclesiales”. Este cambio no es, como muchos en realidad esperan, “fruto de un estudio sobre la organización del sistema funcional eclesiástico”, sino un proceso de orden espiritual que también lleva al cambio de estructuras. Uno de sus grandes modelos inspiradores es, en efecto, el jesuita Pierre Favre, que Michel de Certeau define simplemente como el “sacerdote reformado” para quien la experiencia interior, la expresión dogmática y la reforma estructural son íntimamente inseparables. Un tipo de reforma en la que Francisco se inspira, y no es casual que lo haya canonizado.

También la imagen del obispo se renueva: “Los obispos tienen que ser pastores, estar cerca de la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos. Hombres que aman la pobreza, tanto la interior, en cuanto libertad frente al Señor, como la exterior, en cuanto simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan ‘psicología de príncipes’. Hombres que no sean ambiciosos y que se muestren esposos de una Iglesia sin esperar otra. Hombres capaces de cuidar la grey que se les ha confiado y de ocuparse de todo lo que la mantiene unida: vigilar a su pueblo con atención para preservarlo de eventuales peligros que lo amenazan, pero sobre todo para acrecentar la esperanza: que tengan sólo luz en los corazones. Hombres capaces de sostener con amor y paciencia los pasos de Dios en su pueblo”. La misma conferencia episcopal como estructura eclesial, por ende, está llamada a comprenderse mejor. A imagen de Emaús, la conferencia episcopal es un espacio vital para permitir un “intercambio de testimonios de los encuentros con el Resucitado”.

El Papa individualiza también algunas tentaciones de la Iglesia, insidiosas ya que son miméticas, que pueden llevar al fracaso el proceso de conversión y reforma: la ideologización del mensaje evangélico, el funcionalismo y el clericalismo.

La Iglesia callejera

El riesgo más grave guarda relación con una fe marcada por las componendas, “diluida”, líquida: “Por favor, no licuen la fe en Jesucristo” gritó una vez a los jóvenes. La fe no aturde sino que nutre con un alimento sólido, vivifica e impulsa a la acción, aún más, a una “revolución”: “¿Estás dispuesto, estás dispuesta a entrar en esta onda revolucionaria de la fe?”, preguntó el Papa a sus jóvenes compatriotas. “Un joven que no protesta no me gusta. Porque el joven tiene la ilusión de la utopía, y la utopía no siempre es negativa. La utopía es respirar y mirar adelante”, dijo Francisco a un periodista brasileño.

El Papa habla de una “utopía” no ideológica, sana porque es realista, abierta a la ternura y no al rigorismo de lo ideal. Y se dirige a los jóvenes invitándolos a liberar por lo menos “un pedacito, un pequeño trozo de tierra buena”, y dejar que la semilla caiga allí, de manera que pueda germinar. No siempre, a causa de nuestra debilidad y fragilidad, tenemos el deseo de dejar crecer la semilla de la Palabra de Dios en el campo de nuestra vida, en toda su extensión. Sin embargo, la libertad sigue activa. Y en nuestro terreno interior hay un espacio para que la semilla de la Palabra se desarrolle.

A menudo hay urgencia en las palabras del Papa: “Los tiempos apremian. No tenemos derecho a seguir acariciándonos el alma, a permanecer encerrados en nuestras pequeñas cosas. No tenemos derecho a quedarnos tranquilos y a amarnos a nosotros mismos. ¡Cómo me amo! No, no tenemos derecho a ello”. Por otra parte, la fe para Francisco es una llama que se torna más viva en la medida en que se comparte, se transmite, para que todos puedan conocer, amar y confesar a Jesucristo que es el Señor de la vida y de la historia (cfr. Romanos 10,9).

El autor es sacerdote jesuita y director de la revista La Civiltá Cattolica.

1 Readers Commented

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  1. Francisco Jorge DARDAN on 19 marzo, 2014

    Interesante!.-
    Estoy de acuerdo con: «UNA PROFUNDA REVISIÓN DE LAS ESTRUCTURAS DE FORMACIÓN Y PREPARACIÓN DEL CLERO Y DEL LAICADO».-
    La iglesia actualmente tiene dos graves problemas centrales:
    1)- La mala, deficiente y pobre formación del clero y del laicado y
    2)- La absoluta FALTA DE CONTENCIÓN de los fieles por parte de TODAS las estructuras administrativas y religiosas de la iglesia, (un fiel puede concurrir 10 años seguidos a un templo y si se retira sin saludar y no vuelve mas, no recibe ni un solo llamado preguntando por su ausencia, ni de los laicos ni de los sacerdotes).-
    Es de esperar que estudien estos tópicos y que resistan por todos los medios a la tentación de adecuar el plexo doctrinario a las inquietudes del mundo actual.-
    El problema no está en lo doctrinario.-
    El problema es la ignorancia de los fieles y la falta de santidad de los mismos (es posible que esto dependa de aquello)
    De todas maneras, este mundo se encuentra en franca decadencia, espiritual, moral y cultural, camina hacia su destrucción y solo registra evolución en el campo de la ciencia y la técnica, por lo que NO MERECE que se sacrifiquen a el aspectos doctrinarios aquilatados por el tiempo.-

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