Programa común, acentos diversos y reacciones contrastantes a partir de las propuestas de Benedicto XVI y de Francisco en cuanto a la relación de la Iglesia con el mundo.

En su tercer viaje apostólico a su país natal, Benedicto XVI desató una acalorada discusión al utilizar la expresión “desmundanización” (Entweltlichung) para describir el camino que la Iglesia tendría que recorrer a fin de renovarse y responder más fielmente a su misión.[1] Su llamado a la pobreza en la Iglesia, en cambio, no cosechó prácticamente ningún eco significativo.

Si bien el discurso afirmaba que no se trataba de “retirarse del mundo”, sino de “desprenderse de lo mundano”, algunos han cuestionado con interesantes argumentos el uso de la expresión y se han preguntado cómo se entiende ese “ir al mundo” en la teología empapada de platonismo de J. Ratzinger.[2] Advertían un peligro no menor: una Iglesia “totalmente otra” del mundo, que recibe su esencia únicamente de su principio divino, puede ciertamente “ir al mundo”, pero no está asegurado que su acercamiento –desde esta premisa– sea el más adecuado. La dimensión de encarnación es parte esencial de la Iglesia.

El discurso tampoco contenía ninguna alusión o dejaba entrever la posibilidad de lo que ha sido una afirmación audaz del Concilio Vaticano II en relación con el mundo: la Iglesia no sólo debe servirlo y enseñarle como maestra, sino que también se enriquece y aprende él (cf. Gaudium et spes 44). Ello no es más que el reconocimiento honesto de que ella no se basta a sí misma ni tiene el monopolio del bien. Supone además la conciencia de que muchas conquistas y transformaciones saludables de la modernidad no han nacido precisamente gracias a la intervención de la Iglesia e incluso, no rara vez, se han abierto camino con su férrea oposición. No sin razón se ha puesto de manifiesto que algunas formas o estructuras de la sociedad de hoy parecen más evangélicas y teológicamente más correctas que muchas de las prácticas eclesiales actuales.[3]

Voces autorizadas como las de Walter Kasper han intentado poner de relieve el sentido y la intención profundas del discurso de Benedicto XVI en Friburgo, cuestionando sin embargo la oportunidad de usar el concepto de “desmundanización”, empleado ya desde los años 50 por el teólogo protestante Rudolf Bultmann y al cual se le había opuesto entonces fuertemente la dimensión encarnatoria de la eclesiología católica.[4]

Una intervención convincente

Pocos días después de la elección del nuevo obispo de Roma fue publicada la brevísima intervención que había tenido el entonces cardenal argentino en las congregaciones generales previas al cónclave. Su diagnóstico fue contundente: la autorreferencialidad y la mundanidad espiritual de la Iglesia constituyen amenazas reales que le impiden cumplir con su misión esencial: la “dulce y confortante misión de evangelizar”.[5] Si el cardenal Ratzinger había impresionado a su electorado con la afirmación acerca de la “dictadura del relativismo” que azotaba a la sociedad contemporánea, Bergoglio alcanzó más de los dos tercios de los votos requeridos haciendo más bien un mea culpa intraeclesial y llamando a la Iglesia a salir de su encierro narcisista.

El nuevo Papa ha insistido también desde sus primeras intervenciones en la necesidad de luchar contra la mundanización en la Iglesia. Sin embargo, lejos de cosechar recelos o de despertar suspicacias, el Papa argentino ha suscitado una gran expectativa y ha generado un apoyo casi masivo. Lo muestran algunos de los slogans que se repiten desde diversos sectores: una “bocanada de aire fresco”, una “primavera en la Iglesia”, “un renacimiento de la esperanza”.

La fuerza del ejemplo

Quizás Kasper ofrezca una de las claves para entender estas reacciones diversas ante un discurso prácticamente análogo: tras la discusión suscitada por el pronunciamiento de Friburgo, el cardenal alemán sostenía que era necesario pensar en revisar el estilo cortesano del Vaticano y en los privilegios mundanos de los que goza el Estado más pequeño del mundo y que nada tienen que ver con la necesaria independencia del obispo de Roma. “Sencillez apostólica” y “espíritu franciscano” – sostenía – le podrían dar a la Iglesia una mayor credibilidad.[6] Dicho con otras palabras: la desmundanización tiene que “empezar por casa” y no sólo ser predicada como correctio fraterna. La Iglesia de Roma que “preside en la caridad” debería preceder también en la desmundanización, so pena de no ser convincente o creíble.

Es aquí donde Francisco ha dado pasos importantes y – al parecer – también programáticos. Si bien muchos de sus gestos – renuncia al coche oficial y a ornamentos suntuosos como cruz de oro, palacio apostólico o determinadas formas de veneración – han sido interpretados como característicos del “Bergoglio-style”, marcado por la sencillez, probablemente en la mente y en la intención del jesuita se esconda algo más que sobriedad. El teólogo J.-H. Tück afirmó poco antes del último cónclave que el hecho inédito de la renuncia al pontificado por parte de Benedicto XVI había significado una desmitologización o una modernización del papado.[7] Los gestos de Francisco apuntan probablemente en esa misma dirección y persiguen lo que podríamos llamar una desmundanización del papado mismo, es decir, una purificación de aquellos elementos adventicios, condicionados y explicables históricamente, pero que no sólo no corresponden a la identidad del ministerio del obispo de Roma sino que además la han oscurecido. La mundanización del papado no es una tentación teórica o una posibilidad remota sino que se trata de una realidad suficientemente documentada por la historia. No por nada san Bernardo le recordaba al papa Eugenio III que el obispo de la Sede de Roma no era el sucesor del emperador romano, sino de un pobre pescador.[8]

Algunas expresiones necesitadas de revisión

El estilo cortesano del Vaticano lamentado por Kasper no sólo dificulta el testimonio de la sabiduría de la cruz y del desprendimiento que ella lleva consigo, sino que también repercute en la vida concreta de la Iglesia y no es en modo alguno inofensivo para la relación entre la Sede de Roma y las Iglesias particulares. Mientras más hierático aparezca el obispo de la Cathedra Petri, tanto más difícil será el acceso y la comunicación real con él. M. Werlen constata que existen determinados sectores en la Iglesia en los cuales todo lo que haga o diga el Papa solo puede ser alabado.[9] No hace falta decir que con ello el diálogo dentro de la Iglesia corre riesgos preocupantes. “A Roma se viene a escuchar” es casi un principio teológico en los labios y en la mente de algunos eclesiásticos en relación con la Visita ad limina Apostolorum.

Esta hieratización de la figura papal está aún alimentada por tradiciones seculares: si bien fue abolido el “besa pies”, todavía se ve saludar al Papa con una genuflexión, un gesto que comúnmente se reserva a la Eucaristía. Ello puede ser un indicio de que quizás todavía estemos más impregnados de los Dictatus papae que de Hch 10, 26.

Si bien el Papa –como decía Bernardo– no es sucesor del emperador, sigue teniendo oficialmente una suerte de corte monárquica: la “Casa Pontificia” es el nombre que asume “la antigua y benemérita corte pontificia”[10], a partir de la simplificación llevada a cabo por el papa Montini. Sus miembros eclesiásticos son distinguidos con títulos honoríficos pontificios (“Protonotario Apostólico”, “Capellán de Su Santidad”, “Prelado de honor de Su Santidad”) y tienen derecho a llevar una determinada vestimenta, reglamentada hasta los botones.[11] Estas usanzas, además de acentuar rasgos propios de monarquías, no favorecen el espíritu evangélico que debería caracterizar a los discípulos de Jesús. Se podría temer que contribuyan más bien al culto de sí mismos y a alimentar incluso ese carrerismo que luego la Iglesia misma lamenta. Los Vatileaks pueden explicarse en alguna medida como el resultado de lo que la misma Iglesia genera con determinadas prácticas. En este sentido, es aleccionador el gesto de los obispos que poco antes de la clausura del Concilio Vaticano II firmaron el “Pacto de las Catacumbas”: la renuncia a títulos honoríficos (“Eminencia”, “Excelencia”, “Monseñor”) y a vestiduras e insignias suntuosas respondía precisamente a la necesidad de volver al Evangelio y de erradicar toda forma de concebir el ministerio eclesial como un ponerse por encima y no al servicio del Pueblo de Dios.[12] El lenguaje habitual utilizado con motivo de nombramientos episcopales traiciona que esta verdad fundamental todavía necesita ser enfatizada. En lugar de un evangélico “fue llamado al ministerio”, se usa aún hoy la expresión “elevar” o “promover” a alguien a la “dignidad” episcopal. Posiblemente estas prácticas pueden encuadrarse dentro de aquel “narcisismo” denunciado antes del cónclave.

Una insistencia prometedora

A nadie ha pasado desapercibido que Francisco insiste en presentarse a sí mismo como “obispo de Roma”. Ello deja entrever una concepción de su ministerio más acorde con la eclesiología propuesta por el Concilio Vaticano II y hace presagiar que favorecerá un ejercicio del primado en una relación más fluida y orgánica con la colegialidad episcopal. Benedicto XVI mismo afirmó explícitamente, poco antes de su dimisión, que el Vaticano II había completado la visión eclesiológica unilateral del concilio anterior, interrumpido por la guerra franco-alemana.[13] Tras la celebración del concilio convocado por Pío IX, quedó la impresión de que la Iglesia se reducía al primado. Andreas Batlogg resume bien este clima eclesial, tras la sorpresiva convocación del Vaticano II: “¿Por qué hace falta un concilio, si ya el Vaticano I ha definido el primado de jurisdicción y la infalibilidad del papa?”[14]

Como sostuvo Benedicto, el Vaticano II ofreció una “eclesiología completa”. Sin embargo, no son pocos los que observan que su recepción es todavía una deuda pendiente. A juicio de otros, una íntegra plasmación canónica de la teología del Vaticano II no ha sido lograda aún por el Código de derecho canónico de 1983.[15] Podríamos decirlo con otras palabras: nos encontramos ante la implementación incompleta de la eclesiología completa propuesta por el último concilio.

En este contexto podríamos afirmar que “colegialidad” – al parecer una nota que marcará este pontificado – es casi un sinónimo de “desmundanización” de la concepción y del ejercicio del poder. Concretamente supone la renuncia a un ejercicio concentrado y centralizado, deudor de condicionamientos históricos y de miradas incompletas que tienen más de mundano que de estrictamente teológico.

La tan esperada reforma de la curia romana se ubica en esta dirección. Su renovación no puede simplemente reducirse a dotarla de una mejor organicidad y comunicación interna, límites especialmente manifiestos en los últimos años. Si no hay un replanteo de la eclesiología conciliar del Vaticano II que debe animar el desempeño de la curia romana, un organismo más ágil y eficiente no haría otra cosa que optimizar la centralización. Éste parece ser el programa de desmundanización de la Iglesia del primer Papa latinoamericano. Es un programa que suscita alegría y esperanza, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Oscar Maradiaga, arzobispo de Honduras y coordinador del consejo de asesores para la reforma de la curia romana, señala que las Conferencias Episcopales, especialmente de Latinoamérica, viven un momento de enorme entusiasmo y llueven las propuestas de reforma.[16] Muchos dicen ahora lo que antes quizás no hubiesen expresado.[17] La afluencia extraordinaria de peregrinos en las audiencias públicas de Francisco manifiesta quizás mucho más que la reacción previsible de masas ante un personaje carismático: el Pueblo de Dios parece discernir que detrás de tantos gestos no habituales en un Papa hay un programa evangélico que es necesario apoyar y acompañar. Parece confirmar así la necesidad de una Iglesia cercana, sensible a sus problemas y despojada de todo aquello que le impide vivir las bienaventuranzas, por más que sean tradiciones seculares.

Seguramente tienen razón quienes advierten sobre las expectativas excesivas puestas sobre las espaldas de una sola persona que, por lo demás, no está exenta de errores y de límites. Su ministerio como obispo de Roma tendrá posiblemente fortalezas y debilidades análogas a aquellas de su pastoreo como arzobispo de Buenos Aires. Por otra parte, esperar la renovación exclusivamente del Papa no estaría lejos de reflejar aquella “eclesiología incompleta” del Vaticano I. La hora actual –en providencial coincidencia con el cincuentenario del inicio del Vaticano II– es un gran desafío del Espíritu para todos los que formamos parte de esa Iglesia que no es del mundo pero que es para el mundo y cuya “desmundanización”  es uno de los testimonios que quizás más urgentemente necesita ese mundo para que pueda descubrir que el Evangelio de Jesús de Nazaret tiene aún hoy algo que decirle.

El autor es licenciado en exégesis bíblica por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma.


[1] Benedicto XVI, Discurso en el Encuentro con los católicos comprometidos en la Iglesia y en la Sociedad, Konzerthaus de Friburgo de Brisvogia, 2011.

[2] M. Striet, Entweltlichung. Die Freiburger Rede Papst Benedikts XVI. mit Theodor Adorno gegengelesen, en: J. Erbacher (Ed.), Entweltichlung der Kirche? Die Freiburger Rede des Papstes, Freiburg – Basel – Wien 2012, 140-149, 144. La referencia al platonismo de la teología de la “Introducción al Cristianismo” de J. Ratzinger procede de W. Kasper, Das Wesen des Christlichen, en: Theologische Revue 65 (1969), 178-187, 185-186.

[3] Cf. C. Schickendantz, Creciente desconfianza en las estructuras históricas de la Iglesia. Hacia una reforma institucional en el contexto cultural actual, en: Fundación Amerindia (Coord. Edit.), Congreso Continental de Teología. La teología de la liberación en prospectiva. T. I. Trabajos científicos, Montevideo 2012, 249-279, 250.

[4] W. Kasper, Kirche – in der Welt, nicht von der Welt, en: J. Erbacher (Ed.), Entweltichlung der Kirche?, 34-37, 34.

[5] J. Bergoglio, Intervención ante la Congregación General del Colegio de Cardenales, Roma, Marzo de 2013.

[6] Cf. W. Kasper, Kirche,36.

[7] Cf. J.-H. Tück, Communio-Primat. Der Petrusdienst im dritten Jahrtausend. Eine Skizze, en: G. Schaffelhofer (Ed.), Du bist Petrus. Anforderungen und Erwartungen an den neuen Papst,  Wien – Graz – Klagenfurt 2013, 180-190, 181.

[8] Bernardo de Claraval, De Consideratione, L. IV, C. III, De vestium pompa resecanda et zelo Pontifici necesario.

[9] Cf. M. Werlen, Miteinander die Glut unter der Asche entdecken, Einsiedeln 52012, 13.

[10] Pablo VI, Motu Proprio Pontificalis Domus, Roma 1968.

[11] Cf. W. Schulz, Art. Ehrentitel, en: LThK 3 (2009), 511-512; Secretaria Status seu Papalis, Instructio Ut sive sollicite, Vaticano 1969. Con mucho sentido común se ha lamentado que algunos eclesiásticos reintrodujeron incluso la “capa magna”, durante el Año Sacerdotal. Cf. G. Greshake, Was hat es gebracht? Ein kritischer Rückblich zum Priesterjahr, en: Herder Korrespondenz 64 (2010), 375-377, 377. Todavía hoy está previsto su uso. Cf. Congregación para el culto divino y la disciplina de los Sacramentos, Caeremoniale  Episcoporum, Vaticano, 14 de setiembre 1984, nros. 64; 126; 192; 1215.

[12] El texto íntegro puede verse en la página web oficial de la Conferencia Episcopal de Chile: http://documentos.iglesia.cl/conf/documentos_sini.ficha.php?mod=documentos_sini&id=4149&sw_volver=yes&descripcion (30.05.2013).

[13] Benedicto XVI, Discurso en el encuentro con los párrocos y el clero de Roma, Vaticano 14 de setiembre de 2013.

[14] A. Batlogg, Ein Sprung nach vorn: Johannes XXIII, en: Stimmen der Zeit 231 (2013/6), 361-362.

[15] S. Demel, Dienste und Ämter im Volk Gottes, en: P. Hünermann, Das Zweite Vatikanische Konzil und die Zeichen der Zeit heute, Freiburg – Basel – Wien 206, 340-347, 343-344.

[16] Declaraciones publicadas en Vatican Insider, disponibles en línea: http://vaticaninsider.lastampa.it/nel-mondo/dettaglio-articolo/articolo/papa-el-papa-pope-commissione-maradiaga-24735/ (29.05.13).

[17] Un ejemplo de esta “parresía” es el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana: http://www.christundwelt.de/detail/artikel/die-stilikone/ (30.05.2013).

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