squirruPor alguna huidiza razón, si sabemos que el registro de méritos de un compatriota lo califica como licenciado en derecho en la Universidad de Edimburgo, ensayista, crítico de arte, fundador del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, director de Relaciones Culturales de la OEA y factor decisivo en la consagración pública de muchos grandes artistas argentinos y latinoamericanos del siglo XX, nos costará un poco reconocerle, además, la condición de exquisito y auténtico poeta, por varias razones: porque hay en ese campo un exceso de celebridades precarias generadas en los círculos de amigos, porque le estaríamos atribuyendo a Rafael Squirru una acumulación de dones poco equitativa, o porque su condición de indómito librepensador nunca le cayó bien a los integrantes de nuestros cenáculos intelectuales más estridentes, esos que sólo aprueban aquello que se ubica en el lado izquierdo del abanico ideológico.

libro-squirruLa pregunta, entonces, es cómo reconocer a un auténtico poeta.

Luego de repasar los poemarios de Rafael Squirru, se nos ocurre que una respuesta posible reside en la facultad de tomar un hecho trivial y hacerlo girar frente a nuestros ojos bajo la forma de una gema de súbita y resplandeciente belleza, como lo hace Rafael cuando descubre la cálida y trivial dedicatoria firmada por cuatro muchachas en un libro de Shelley: “Recuérdenos a través de Shelley / Eglantina; / Para que no se olvide /  de los momentos felices / que pasamos juntos, / Raquel y Rebeca; / Que estos poemas / sean para usted / el perfume de nuestras horas / de barco y amistad, / con todo el cariño / de Blanca. / Y una fecha / Dieciséis de junio de mil novecientos treinta y nueve”.

Esas pocas pero sugestivas líneas manuscritas activan la dinámica del poema: “Imagino / que serían ustedes / unas chicas bonitas / y por lo visto, espirituales / Eglantina / Raquel, Rebeca y Blanca. / Las veo entrando a ‘Mitchell’s Book-Shop’ / en la calle Cangallo / donde me llevaba mi padre / a comprar fervorosamente / los tomitos de Sherlock Holmes; / librería con olor inconfundible / a libros ingleses, / olor a sal / a niebla / a cosa limpia y tonificante”; pero los años acumulados sobre las páginas amarillentas de aquel libro “impreso en Londres / para la Oxford University Press / en papel India”, proclamaban con melancólica elocuencia que Eglantina y sus amigas ya no eran más que un perfume tan separado de este mundo como las ruinas de una civilización desaparecida, disponible, sin embargo, en esa misteriosa dimensión donde Rafael puede sentir otra vez su “Yo joven, tal vez / como ustedes / como Shelley (…) que mira / y que nos mira / desde la mezzotinta implacable / del retrato”.

“Cómo olvidarlas / muchachas / presentes / en el poemario / devuelto como el mar / al compañero de aquel viaje”, escribe, y los nombres de la cuatro muchachas, Eglantina, Raquel, Rebeca y Blanca, resplandecen en nuestra imaginación como la luminosidad de las estrellas desaparecidas, alimentando la conjetura que comparten Rafael Squirru y todos los grandes poetas: no somos más que una línea en el implacable poema del tiempo.

Daniel Pérez

Atento al mundo

Dice que a veces se pierde en los laberintos de la memoria, pero es difícil creerle cuando recita magistralmente algunos versos del Martín Fierro, su “Biblia criolla”, con la certeza de la experiencia. Aclara: “Soy primero poeta y después crítico”. Y yo agrego: definición insuficiente para un gran hombre que llevó y lleva la cultura a cuestas, arraigado en la Argentina pero atento al mundo. Y esto desde muy joven, como cuando propuso como tema de su tesis en Edimburgo un estudio comparado de las constituciones británica y argentina. “Dígame, Squirru –le preguntó el profesor–. ¿En su país se respeta la constitución? Mejor escriba sobre otro tema”.

Mucho se ha dicho de sus fructíferos años en los Estados Unidos como Director de Cultura de la Organización de Estados Americanos, cuando se dedicó a difundir con ahínco y valentía a decenas de artistas latinoamericanos todavía desconocidos –Antonio Berni, Guillermo Roux, Carlos Páez Vilaró…–. Muy pocos saben, sin embargo, que regresó a su país para acompañar a su madre, Celina González, en sus últimos años. “No me arrepiento de haber cumplido con mi deber de hijo”, aclara, a los 89 años. También visitaba con frecuencia a Jorge Luis Borges: “Me pedía que fuera a su casa a leerle a sus autores favoritos, especialmente Stevenson, y me enseñó a apreciarlo”.

Squirru descubrió la fuerza de la oración gracias al Hermano Michellino, monitor en sus años en el Colegio de El Salvador, quien le dijo, muchos años después, que todos los días rezaba por él y sus compañeros. Hoy Squirru reza junto a su “Virgen de Yapeyú”, una imagen hallada en la ciudad donde nació San Martín, y ante una bellísima talla del san Rafael Arcángel.

Generoso como siempre ha sido con Criterio, nos permite publicar un reciente poema inédito, que escribió a partir de una experiencia mística.

Romina Ryan

LA ALEGRÍA

Rafael Squirru

Esto no puede ser, me dije.

Al verla postrada junto a sus dos nenas.

Pero el mal del maníaco depresivo

es incurable, me dijeron.

Vendí mis mejores obras de arte

y junté suficiente dinero

para pagar los mejores psiquiatras.

La curaron.

Pasaron los años.

En mi última conferencia

se acercó una mujer alta y delgada.

Era ella.

Me extendió la mano, al estrechársela

en esos segundos se produjo el milagro.

Me invadió una alegría sobrenatural.

Algo que no era de este mundo.

Gracias le di a la Virgen,

gracias le di al Señor.

1 Readers Commented

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  1. Azucena on 14 septiembre, 2017

    Hola: Entre mis llibro encontré uno del poeta Rafael Squirru. «Hacia la Pintura» En mi casa mi hermano era el artista, sin reconocimiento y me he quedado con sus dibujos. Por supuesto que me agrada la pintura , he ahí la adquisición de dicho libro claro y didácticamente sencillo. Tambíen estoy dibujando lo que puedo mi mano y corazón necesita. En este libro «hablan los artistas» Por eso leer algo de ellos en mi programa de radio del sábado. Cordialmente . tierradecuentos

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