calatrava-1Impresiones de una visita a la imponente arquitectura moderna de la Ciudad de las Artes y las Ciencias en Valencia.

calatrava-2Han transcurrido más de 15 años desde que se produjo un cambio notorio en el lenguaje arquitectónico y urbano que caracterizaría a los edificios públicos de España.

Fue entonces, en octubre de 1997, que se inauguraba en Bilbao la filial del Museo Guggenheim, concretada según el original e inédito proyecto del arquitecto norteamericano Frank Ghery. A partir de esa fecha, fue tal la transformación positiva operada en el territorio de la ciudad vasca, tales las cifras que revelaban aumentos en todos los guarismos referidos a turismo, asistencia de público al museo y ecos en la prensa mundial, que muchos alcaldes españoles se plantearon como meta la construcción de obras que tuvieran un resultado análogo al conquistado por el ayuntamiento bilbaíno.

Son numerosos los ejemplos que demuestran esta tendencia y los peligros que conlleva. Uno de ellos es la Cidade da Cultura de Santiago de Compostela, una ocurrencia de Manuel Fraga Iribarne que todavía, y después de 15 años del concurso y 13 de su comienzo, no está claro el destino a dar a los casi 142 mil metros cuadrados construidos en la cima del Monte Gaiás, que ya multiplicaron por cuatro el presupuesto original y son un sonoro fracaso del promotor y del arquitecto, Peter Eisenman, también norteamericano.

Ahora, y con motivo de haber visitado la atractiva ciudad de Valencia, voy a referirme a otra de las realizaciones que se inscriben en lo que designé como “la tendencia Guggenheim Bilbao”. Se trata de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, un conjunto arquitectónico-urbano diseñado por el arquitecto valenciano Santiago Calatrava.

Fue a comienzos de esta primavera europea que hicimos con mi hijo un rápido periplo que incluyó a Cádiz (hermosa ciudad no muy conocida, con un centro histórico admirable), Málaga, Valencia y Barcelona. Salvo esta última, en la que estuvimos en varias ocasiones y que cada vez nos parece más bella y amable, no conocíamos las otras.

Valencia es una comarca ligada al Mediterráneo, que está dividida en huertas (como criterio geográfico y catastral) y donde la única excepción como asentamiento urbano es la ciudad del mismo nombre con una población de 800 mil habitantes. Se trata de una antigua colonia romana fundada unos 140 años antes de Cristo y que hoy ocupa en España el tercer puesto por población e importancia, después de Madrid y Barcelona.

Está al margen del río Turia (su mayor problema son las inundaciones) y tiene en la albufera una extensa superficie lacustre en cuyos bordes se cultiva el arroz que protagoniza la proverbial cocina de la región. A tal punto que el gentilicio “valenciana” se vincula a la palabra “paella” y, en segundo término, a la falla, ese ígneo fenómeno cultural y artístico de la región.

Nuestra primera jornada valenciana fue muy gratificante, no sólo en el aspecto sensorial, gastronómico y visual, sino en cuanto a lo histórico artístico, ya que el recorrido del viejo y señorial Mercat y, muy próxima, la Lonja de los Mercaderes (La Llotja de Mercaders, patrimonio mundial de la Unesco en 1996) nos regaló experiencias inolvidables en lo humano y lo espacial.

La Lonja es un edificio medieval gótico (de comienzos del 1400) que muestra gran calidad en el tallado de la piedra, el cromatismo de los vitrales y un majestuoso salón donde se reunían los comerciantes para las ventas de la seda. O el negocio tenía connotaciones teológicas, o los arquitectos le daban a esos recintos una magia que estimulaba las gestiones comerciales. Lo cierto es que quien visite Valencia no debe dejar de pasar por el Mercat ni por la Lonja.

La Ciudad de las Artes y las Ciencias

Después de esa tarde tan placentera, habíamos programado concurrir a la célebre obra de Calatrava. De modo que al día siguiente allí nos dirigimos, lamentando que no sería posible dedicarle más que algunas horas a una visita que debería insumir varias jornadas.

A esta altura corresponde decir que este conjunto está integrado por seis grandes construcciones: el Hemisferic, destinado a grandes proyecciones y eventos musicales; el Museo de las Ciencias, un vasto edificio longitudinal de estructura vertebral y apabullantemente presencial; el Umbracle, con funciones de mirador y donde encuentran lugar 650 automóviles y 20 autobuses que transportan turistas y estudiantes; el Palau de las Artes Reina Sofía; el Oceanografic, cuyo edificio circular principal fue diseñado por Félix Candela; y el Ágora, un espacio de carácter multifuncional.

Todo esto se despliega a lo largo de casi dos kilómetros de longitud a la vera del Turia, y como se comprenderá, implica una muchas veces millonaria inversión por parte de la Generalitat Valenciana, cosa que por una parte es enaltecedora, habida cuenta de los fines de formación artística, científica y cultural, y por otra parte resulta excesiva y con resonancias de nuevo rico, si se observan los desplantes formales y estructurales que apuntan como un pum en el ojo desde la misma llegada al lugar. Mi hijo, que no es arquitecto, exclamó: me parece estar en Dubai.

Porque fue apenas acercarnos al volumen convexo del Hemisferic que advertimos una lengua de hormigón proyectada en el aire como una hoja vegetal que se curva muy cerca del vértice. Este gesto de Calatrava quizá no sea percibido por muchos concurrentes, pero para un arquitecto o ingeniero es un alarde estructural audaz, carísimo y por completo injustificado. Tal vez fuera un recurso retórico del autor, que no demuestra inquietud alguna con relación al costo ni al presupuesto original. Excesos de esta índole se encuentran a cada momento en el recorrido.

Sin embargo, un rasgo decisivo para juzgar esta realización es que, situada en medio de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, uno no tiene señales o sensaciones que lo localicen en Valencia; en otras palabras, se trata de una realización extra-ciudadana. Es, para decirlo en síntesis, un gheto de cultura. Con el mismo criterio aplicado en Galicia,  pero un gheto al fin.

Como contraste, y a modo de un ejemplo de lo que considero acertado para la inserción de esta temática en el contexto urbano, la secuencia de los museos Smithsonianos en el Mall de Washington es válida. Y todavía más lo es el modelo que ofrece la calle Corrientes de Buenos Aires.

Un cronista de El Sol de Galicia se propuso interrogar a un grupo de arquitectos que participábamos de unas Jornadas en Santiago de Compostela. El tema era un serio dilema que se planteaba (y se sigue planteando hasta hoy) con respecto a la puesta en marcha de la Ciudad de la Cultura, el proyecto al que me referí al comienzo de este escrito.

Integraban ese grupo, entre otros, Patxi Mangado, de Navarra, y el portugués Eduardo Souto de Moura. Se habló del gerenciamiento de esos complejos y su importancia para la supervivencia de esa clase de emprendimientos, pero cuando me tocó opinar dije que el error estaba en la base del programa: que era absurdo pensar en agrupar piezas notables de la cultura en un predio separado del tejido urbano. Mucho más cuando su escala (hay salas para 3000 espectadores) hacía virtualmente imposible su utilización integral. Y puse como ejemplo un segmento de la calle Corrientes de Buenos Aires: a la altura del 1500 el paseante encuentra, a la derecha, el teatro San Martín (oficial) y el Centro Cultural del mismo nombre; a la izquierda, y en consonancia con esa palabra, está el Centro de la Cooperación, con teatro y toda la infraestructura de un centro cultural privado. Así, aquel paseante puede elegir ver una obra de Ibsen o Brecht, de Harold Pinter o Armando Discépolo, sólo tiene que cruzar la calle. Y en la misma cuadra hay librerías y bares, un cine y varias pizzerías y cafés, es decir, lugares urbanos para el encuentro y el debate.

En lugar de programar “Hoy vamos a sumergirnos en la cultura”, como proponen la CAACC valenciana y la Ciudad de la Cultura gallega, en Buenos Aires se ofrece una experiencia cultural al paso. El slogan elegido para promocionarlo en Valencia revela ese divorcio negativo: “Esta ciudad –dice la frase aludiendo a la Ciudad de las Artes y las Ciencias– es otro mundo».

Este comentario no invalida las aspiraciones de ascenso cualitativo en la sociedad peninsular. Precisamente, mientras escribo estas líneas (2 de mayo) se realiza un concierto en el lago del Museo de las Ciencias (Música en abierto con Berklee), y estoy seguro de que mucha gente disfruta de ese encuentro.

No obstante, nos queda de esta experiencia primaveral un regusto acre para el que no encuentro otra expresión que la instalada en el encabezado: fue un desencanto valenciano el que vivimos en aquella frustrada visita.

El autor es arquitecto y publicó varios libros, entre ellos, «Argentinos arquitectos en el mundo» y «Peralta Ramos en la arquitectura»

1 Readers Commented

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  1. esperanza Imboden on 29 mayo, 2019

    Muy buen punto de vista, como enterado que es , pero opino diferente el experimentar de un genio es válido para entrar en otras dimensiones futurista en un momento en que España estaba bien economicamente .

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