Una mirada provocativa en torno a la legitimación y al arte político.

Graciela Sacco, exitosa artista conceptual que representó a la Argentina en la Bienal de Venecia 2001 y suele exponer en Buenos Aires, New York y París, fue entrevistada el 30 de abril de 2010 por la revista cultural de La Nación. En un imperdible párrafo, Sacco expone algunas instructivas y reveladoras observaciones sobre la dinámica de las ferias de arte contemporáneo: “En muchos lugares siento un vacío terrible, sobre todo en las ferias. Con la globalización, los lugares de poder construyen las mismas miradas que pasan de un lugar a otro y repiten un modelo sin saber por qué. Nadie entendió nunca la diferencia entre estar y no estar, por qué éste se quedó afuera acá y en la otra es Jesucristo Superstar, y quién y por qué está legitimando”. Si alguien sospechaba que el arte contemporáneo es una burbuja desprovista de racionalidad, y que las decisiones de los curadores, artistas y funcionarios de su órbita se basan en inclinaciones caprichosas e irresponsables, las autorizadas declaraciones de Graciela Sacco lo confirman.

Debido a la generosa voluntad del arte contemporáneo de reconocer como artista a cualquier persona, y como arte a cualquier ocurrencia u objeto que el designado decide presentar como tal, no existe ninguna posibilidad de adoptar decisiones racionales y verificables. En efecto, dada la inexistencia de un criterio racional para valorar una obra, la legitimación o el ninguneo no son determinadas por ninguna cualidad objetivamente comprobable, sino que dependerán del capricho o de los compromisos del legitimador. A su vez, el carácter inevitablemente arbitrario de la legitimación determina, como no puede ser de otro modo, la consiguiente arbitrariedad en todos los pasos de la secuencia, con lo cual ni Graciela Sacco ni nadie podrán saber por qué se repite un modelo o por qué se lo cambia. Otro problema no menor que aqueja a la burbuja del arte contemporáneo es la ostentosa falta de sentido que distingue a gran parte de los objetos que presenta como arte, cuya insignificancia fatiga ferias, bienales y museos y provoca el alejamiento del público.


Ante esta preocupante situación, para paliar la radical carencia de sentido de los mingitorios, zapatos, envases de gaseosas, animales muertos, piedras, caramelos, materiales y desechos varios que componen la rutina conceptual, surgió la muy frecuentada vertiente del
arte políticamente correcto, que recurre a las denuncias y protestas para lograr expresiones provistas de un sentido discernible.
En este punto hay que hacer una distinción importante: los códigos de la burbuja establecen que para ser políticamente correctas, las denuncias y protestas incorporadas al terreno del arte
deberán ser estrictamente “progresistas”, es decir, de rigurosa izquierda.


Esto significa que si usted aspira a convertirse en un artista conceptual exitoso y busca temas menos convencionales que la contaminación ambiental, deberá poner especial cuidado en condenar al nazismo, la iglesia católica, la invasión a Irak o el imperialismo norteamericano; ni se le ocurra apartarse de ese libreto para condenar a los desaparecidos regímenes comunistas, o a dictadores como Chávez o Castro, porque el único resultado posible será su ruina artística y personal.


Lo curioso de esta
confluencia mundial entre izquierdismo y arte conceptual es que no la sostienen los obreros ni los oprimidos por el capitalismo, sino la gente de clase alta que frecuenta el gran mundo europeo y americano, tanto del norte como del sur, cuyo pasatiempo preferido es premiar los alegatos contra la sociedad de consumo y pagar fortunas para obtenerlos, lo que nos remite a la curiosa paradoja de que el anticonsumismo se ha convertido en el más suntuoso de los consumos, accesible sólo para los grandes magnates que lideran el ranking de la revista Forbes.

La civilización occidental y cristiana, de León Ferrari

La civilización occidental y cristiana, de León Ferrari

Como demostración de lo dicho, en la Argentina tenemos el ejemplo de León Ferrari, ganador del León de Oro de la Bienal de Venecia en 2009 y conspicuo enemigo de la parte del mundo a la que se suele llamar civilización occidental y cristiana. Reconocidamente incapaz de realizar el dibujo más elemental, como él mismo se encargara de proclamarlo en cuanto tenía la oportunidad, León Ferrari se ganó un lugar de relevancia en la burbuja conceptual asociando fotografías, muñequitos y enseres domésticos para componer los panfletos anticatólicos y antinorteamericanos que tanto deleitan a la paquetería izquierdista, lo que parecería confirmar que a pesar de sus catástrofes históricas, en el mundo de hoy la religión marxista corre codo a codo con las religiones tradicionales.

El autor es artista plástico y crítico.


3 Readers Commented

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  1. lucas varela on 12 junio, 2014

    Estimado Daniel Pérez,
    Su artículo es muy interesante. Merece hacer un poco de meditación al respecto.
    El proceso creativo culmina en «la obra» como símbolo de algo que el artista pretendió expresar. La génesis de la obra podrá deberse a una «inspiración», un «don», o cualquier causa o cosa consecuente con la condición humana del artista. Lo importante de la obra de arte, creo yo, es que en algún lado de la obra Ud. encuentra una firma. El nombre del artista, que sugiere la existencia de un alma, un concepto, una verdad íntima. Entonces, un zapato usado con un nombre huecograbado en el taco, es arte. Aunque, es el artista el único capaz de darle «valor intrínseco» a su obra. Yo, como consumidor, le pongo un 0. «Valor de cambio» 0
    Miguel Ángel, cuya obra es inmortal, tuvo la dicha (y la desdicha) de vivir siempre bajo la protección y sustento de un mecenas. Imagínese Ud. que Miguel Ángel se levanta «inspirado» una mañana; toma su zapato, lo firma en el taco y se lo manda a Lorenzo de Médicci (su mecenas) orgulloso de su obra. Es bastante probable que nuestro amigo Miguel hubiera perdido su Ángel al instante. Porque Miguel Ángel tenía la desdicha de no poder definir el «valor intrínseco» de sus obras, eso era competencia de nuestro amigo «Lorenzo el magnífico» y no existía elmercado que defina algún «valor de cambio».
    Hoy, sin mecenas y en un mundo mercantilista en casi todos los órdenes de nuestra vida en sociedad, el artista que vive de su arte tiene la desdicha de depender de un «curador» que le sube o le baja el dedo a su creación estimando el posible «valor de cambio» en el mercado del arte.
    Si Ud. como artista se siente capáz de penetrar un mercado de «arte de izquierda» o «arte de derecha» o «arte de centro», yo le sugeriría que lo haga. Aunque, sepa Ud. que siempre el «valor de cambio» lo pone el mercado, y hay un «capitalista» del color que quiera pero con «verdes» en el bolsillo.

  2. lucas varela on 13 junio, 2014

    Hecha esta breve descripción del «mercado del arte», y sus fuerzas materialistas, por cierto nada artísticas, vale hacer un comentario sobre el arte como tal.
    «La obra artística» es, lo repito, un símbolo con el alma, el corazón y el empuje de un hombre, un artista. Él le confiere su «valor intrínseco» a la obra; que ahora diremos que es su «valor artístico».
    El «consumidor» del arte, que ahora vale llamarlo «el hombre» como Ud. o yo, le confiere su «valor artístico» que NUNCA coincide con el «valor artístico» del artista. Porque el simple motivo que «la obra» ya es otra, cambió, y cambió sustancialmente. «La obra» es el símbolo con el alma, el corazón y el empuje de un hombre que NO es artista, es Ud. o yo o cualquiera que tenga inquietud y predisposición a gozar con las creaciones del prójimo.
    Vale su ejemplo para describir lo que digo. «La obra» de nuestro artista León Ferrari consiste en un símbolo que es Cristo «colgado» de un avión de guerra con las inscripción USA y un título «La civilización occidental y cristiana».
    Ud. amigo Daniel, con su corazón, su alma y toda su humanidad, ha definido y hecho suya «la obra» y ha reaccionado de una forma que, siendo sincera, es totalmente valedera. No considero sus adjetivos descalificativos a su colega León Ferrari.
    Tenga por cierto que su interpretación política de la obra es una de miles que difieren del desprecio hasta la exaltación. Y eso es el arte. Es Humanidad

  3. lucas varela on 1 julio, 2014

    Estimado Daniel Pérez,
    Siendo el arte, humanidad. Dicen que errar «humano es». Me pregunto ¿cuál es el error?:
    Presentarlo a Ud. como un artista plástico, o como crítico político. ??

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