En un itinerario tan intenso como breve, el Papa llevó a cabo en su visita a Tierra Santa diferentes encuentros de significación ecuménica, interreligiosa y política. El posterior momento de oración de los líderes de Israel y Palestina en Roma, acompañados por el patriarca ecuménico de Constantinopla, los convocó como instrumentos de una paz posible, fruto del espíritu.

“Es un signo de los tiempos que los gestos y los actos pontificios traen consecuencias más allá de las fronteras de la Iglesia. (…) La decisión sin precedentes de Pablo VI fue signo de una ejemplar libertad interior y dividió en un antes y un después la historia del pontificado en época moderna. (…) El Papa apareció mucho más como Vicario de Cristo que como cabeza de la Iglesia”. Con estas palabras, escritas en Utrecht el 9 de enero de 1964, se refería el hoy cardenal Jorge Mejía a la peregrinación de Pablo VI a Tierra Santa, la primera visita de un pontífice romano (Criterio Nº 1444, del 23 de enero de 1964).

“Que este encuentro sea signo y preludio de las cosas que vendrán”, se dijo entonces. Éstas vinieron efectivamente: primero con Juan Pablo II y con Benedicto XVI y ahora con Francisco, cincuenta años después de la peregrinación de Pablo VI. Todas las visitas fueron consecuencia directa del Concilio Ecuménico Vaticano II.


Los lectores de Criterio ya han tenido oportunidad de seguir por distintos medios la reciente peregrinación del papa Francisco a Tierra Santa. En un viaje tan breve y tan rico en encuentros, mensajes y gestos, todo parece haber sido esencial, trascendente y equilibrado.

El programa previamente acordado con las autoridades civiles y religiosas de Jordania, Palestina e Israel incluyó sucesivamente una impresionante cantidad de actividades concentradas en un estrecho margen de tiempo: la reunión en Amman con las autoridades del Reino de Jordania, la misa en el International Stadium de Amman, el encuentro con los refugiados y con los jóvenes minusválidos en la Betania transjordana, el otro en Belén con las autoridades palestinas, la sucesiva misa y rezo del Regina Coeli en la Plaza del Pesebre, la ceremonia de bienvenida en el aeropuerto de Tel Aviv, el diálogo privado con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla en la delegación apostólica de Jerusalén y la firma de la declaración común; la celebración ecuménica en el Santo Sepulcro, las visitas al Gran Mufti de Jerusalén, al Muro Occidental, al Memorial de Yad Vashem, a los dos Grandes Rabinos de Israel, al Presidente del Estado de Israel; el encuentro con sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en la iglesia de Getsemaní y  la misa con los Ordinarios de Tierra Santa en el Cenáculo. Al igual que en el caso de las anteriores peregrinaciones papales a Israel, las exigencias locales en materia de seguridad hicieron imposible el contacto directo del Papa con la gente en la ciudad de Jerusalén.

Ya de regreso en Roma, el 28 de mayo Francisco calificó su peregrinación a Tierra Santa como “un gran don para la Iglesia” y renovó su agradecimiento a Su Beatitud el patriarca Fouad Twal y a los obispos de los diversos ritos, a los sacerdotes y a los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa.

Francisco recordó que el propósito principal de su peregrinación fue la conmemoración del 50° aniversario del histórico encuentro entre el papa Pablo VI y el patriarca Athenágoras. Comentando su encuentro con el patriarca Bartolomé, dijo: “Donde Jesús nos da la vida, aún nosotros estamos un poco divididos”.

Sin embargo, lo que trasluce el texto del documento firmado en la oportunidad, que Criterio reproduce en este número, es un notorio clima de afecto, estima y fraternidad:  “Hemos percibido el deseo de sanar las heridas aún abiertas y proseguir con tenacidad el camino hacia la comunión plena”, dice. Al igual que sus predecesores, Francisco pidió “perdón por lo que nosotros hemos hecho para favorecer esta división” y solicitó al Espíritu Santo “que nos ayude a sanar las heridas que hemos causado a los demás hermanos”. Con el patriarca Bartolomé acordaron “rezar juntos, trabajar juntos por el rebaño de Dios, buscar la paz, custodiar la creación, muchas cosas que tenemos en común”.

La peregrinación también tuvo por objetivo alentar, “en el nombre de Dios y del hombre”, el camino hacia la paz en esa región. Para ello exhortó a los cristianos a tener “gestos de humildad, de fraternidad y de reconciliación” para llegar a ser artesanos de la paz, ya que “la paz se construye artesanalmente. No existen industrias de paz. Se construye cada día”.

Francisco quedó conmovido por la generosidad del pueblo jordano al recibir a los refugiados y pidió a todas las instituciones internacionales que presten su ayuda a ese pueblo en el trabajo de acogida que realiza. Durante la peregrinación alentó también en otros lugares a las autoridades implicadas a proseguir los esfuerzos para disminuir las tensiones en la zona medio-oriental, sobre todo en Siria. Además aprovechó la ocasión para agradecer y confirmar en la fe a las sufridas comunidades cristianas en la zona y en todo Oriente Medio.

No han trascendido los antecedentes que llevaron a Francisco a invitar a los presidentes israelí y palestino, a los que calificó como “hombres de paz y artífices de paz”, a rezar en Roma. Es dable suponer que una invitación formulada en forma pública sucesivamente a uno y otro dignatario en sus respectivos territorios ha debido ser previamente consultada en forma directa o por medio de la Secretaría de Estado. Por otra parte, el peso político de las dos personalidades convocadas es muy diferente: Shimon Peres es un presidente que está concluyendo sus funciones y las decisiones están en manos del primer ministro, Benjamín Netanyahu, que guardó siempre un frío silencio. En cambio, Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, ha conformado un nuevo gabinete de unidad que representa a los distintos sectores árabes en los territorios ocupados.

La invitación entrañaba tres elementos sin precedentes. Por lo pronto, se trataba de una invitación a rezar por la paz. Con ello se ponía de relieve la dimensión trascendente que no ha formado parte de los múltiples intentos políticos previos por alcanzar la paz esquiva.

Por otra parte, resultó significativo que el Papa formulara la invitación “a su casa”. Ello subraya la confianza, familiaridad y afecto que difícilmente podrían haberse encontrado en cualquier otra sede para un encuentro semejante. Asimismo, no queriendo monopolizar su gesto, invitó al patriarca Bartolomé a acompañarlo. Con ello comenzaba de inmediato a ponerse en práctica el compromiso asumido en el Santo Sepulcro.

Días antes del encuentro de Roma, Francisco pidió insistentemente que se rezara mucho por la paz en esa tierra bendecida. La Comisión de Justicia y Paz y la Acción Católica Argentina propusieron que el 6 de junio, a las 13 horas, la gente detuviera su marcha en donde se encontrara y rezara en silencio por el encuentro convocado en Roma. Una multitud de personas en la Argentina y muchos otros países adhirió entusiasta a la iniciativa.

El encuentro de los cuatro dirigentes, dos políticos y dos religiosos, tuvo efectivamente lugar por la tarde del domingo 8 de junio. En la casa de Francisco (Santa Marta), en los jardines y en la Casina Pio IV del Vaticano. Fue el mismo lugar donde se habían celebrado las negociaciones con Chile que culminaron tan satisfactoriamente para consolidar la amistad argentino-chilena, gracias a la inspirada intervención de Juan Pablo II. Allí se rezaron en voz alta sucesivamente las oraciones características de judíos, cristianos y musulmanes, luego se plantaron sendos olivos y los dirigentes se estrecharon en un abrazo. Seguidamente, cada uno pronunció breves palabras en torno de la paz desde diferentes perspectivas.

Al momento de finalizar la redacción de este editorial se desconoce lo que el Santo Padre, los dos Presidentes y el Patriarca hayan podido hablar en privado en su último encuentro antes de despedirse. Todos ellos son hombres de paz, pero la paz no depende solamente de ellos. Su ejemplo muestra el camino de lo posible. Un camino que también pasa por la oración.

5 Readers Commented

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  1. Alberto José Arias on 5 julio, 2014

    La Iglesia Católica fue la única fundada por Jesús; todas las demás fueron iniciadas por el hombre, muchas separándose de la Iglesia por cuestiones que tenían solución, pero nadie supo ver en su tiempo ésa posibilidad. Hoy día, a Lutero no se lo defenestra como en el siglo XVI porque él tenía toda la razón al criticar severamente la venta de indulgencias, y éste gravísimo y desdichado error ocasionó toda la división que se produjo desde la Reforma y la Contrarreforma. Los Papas desde Juan XXIII, y sobre todo Francisco, nos muestran que no se creen «superiores» a los demás obispos de la cristiandad, aunque sí tienen una enorme autoridad moral universal que ningún otro Obispo posee. La infalibilidad papal, sólo en cuestiones de fe, fue establecida con toda naturalidad porque es natural que así resulte en cuestiones de fe; de lo contrario no habría Iglesia. El Papa no procura sólo una convivencia pacífica y sincera con los jerarcas de otras iglesias, sino que esencialmente reza por la reunificación de todas las iglesias en la Iglesia de Cristo, porque Cristo fundó Su Iglesia como única Suya; y debería volver a ser su Única Iglesia, porque Cristo es Único. Las reuniones que se convocan por el Papa imagino que nunca son enteramente diplomáticas, sino que sustancialmente se tratan en ellas cuestiones de fe. Juan Pablo II no pudo viajar nunca a Rusia por la oposición de la Iglesia Ortodoxa Rusa, y no es una cuestión menor, ni sólo diplomática, intentar acercarnos a la iglesia ortodoxa y a todas las otras. Es cuestión de fe, en Cristo y en la Iglesia que Él fundó. Lo demás es pura cháchara.
    Que Dios nos bendiga a todos y que el Espíritu Santo ilumine en Fe a los incrédulos y a quiénes mantienen la división de la Única Iglesia de Cristo Jesús sólo por cuestiones terrenales.
    Alberto José Arias Abogado (UBA)

    • Graciela Moranchel on 23 julio, 2014

      Estimado Alberto José Arias:
      Como bien afirman muchos teólogos actuales, Jesús no fundó ninguna nueva religión ni ninguna iglesia. Vivió su fe judía hasta el fondo, en el punto donde el pensamiento y la acción, el ser y el hacer, son una sola cosa. Vivió su fe judía con coherencia y supo interpretar la Torá desligándola de la casuística que, dejando el bien de la persona a un lado, centraba toda su atención en el puntual cumplimiento de preceptos que se olvidaba de la fragilidad y el sufrimiento humanos.
      Por otra parte, situar la institución católica por sobre el resto de las iglesias cristianas, pretendiendo una superioridad ontológica y moral no es una perspectiva conforme a una lectura objetiva de los textos sagrados y sí implica adherir a tradiciones católicas de milenios que se han alejado sustancialmente del mensaje del Evangelio (recordar las épocas, de la que quedan muchos resabios, cuando el Papa era a la vez considerado el Emperador de toda la tierra, con poderes omnímodos).
      Trabajar por la paz implica madurar en la inclusión, la tolerancia y el máximo respeto por todas las iglesias y confesiones religiosas, sabiendo de antemano que nadie es dueño de una verdad absoluta.
      Por ende, llamar «pura cháchara» al conjunto de iglesias cristianas diferentes de la católica no responde a un espíritu comunional y ecuménico en el que debemos crecer, respetuoso de la diversidad y reconociendo en ella la obra del mismo Espíritu Santo.
      Saludos cordiales,

      Graciela Moranchel
      Prof.y Lic. en Teología Dogmática (UCA)

  2. Como digo en mi libro «Jesús, el Maestro de maestros» (Bs. As.: Dunken, 2011), al referirme a la séptima de las bienaventuranzas con las que se inicia el Sermón del Monte: «Todos, o casi todos, deseamos la paz. Y, sin embargo, hacemos poco por promoverla. Aquí es donde toma sentido el desafío de la séptima bienaventuranza. Como cristianos estamos llamados a promover la paz, a trabajar por ella, a ‘hacerla’, tal como sería la traducción literal de la palabra que aparece en el original griego. Amar la paz no se reduce a buscarla para nosotros, sino en involucrarnos para que otros la disfruten. Siendo conscientes de que para que los hombres estén en paz entre sí, primero lo deben estar con respecto a Dios. Esto nos lleva a los cristianos a la necesidad de aceptar nuestro papel como reconciliadores, según está expuesto en 2 Corintios 5:18-20».
    Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez
    Doctor en Ciencias Sociales (UBA).
    Doctor en Teología (SITB).
    Magíster en Ciencias Sociales (UNLaM).
    Licenciado y Profesor en Letras (UBA).

    • Graciela Moranchel on 23 julio, 2014

      Estimado Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez:
      Muy de acuerdo con tu comentario. La paz del mundo es obra de «personas pacíficas y pacificadoras», prontas al perdón y a la reconciliación. Es obra humana, impulsada por el Espíritu del Señor Resucitado, en la que estamos todos comprometidos e implicados.
      Este gran trabajo requiere educar para la tolerancia, el respeto por la diversidad de opiniones, el cuidado del otro y la solidaridad.
      Sólo «después» de trabajar por la paz con seriedad y responsabilidad podemos ponernos a «rezar por la paz». Dios no puede hacer el milagro de la paz si nosotros vivimos empeñados en dirimir los conflictos mediante acciones violentas. Dios obra la paz mediante nuestro propio corazón pacífico.
      Saludos cordiales,

      Graciela Moranchel
      Prof. y Lic. en Teología Dogmática (UCA)

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