economia_verde2Dimensiones sociales, culturales, económicas y ambientales de una propuesta de desarrollo a largo plazo.

No es lo mismo hablar de desarrollo humano que de crecimiento económico. Por no entender esta diferencia han fracasado múltiples iniciativas orientadas a superar el atraso de muchos países de América latina, y se ha producido una enorme frustración y desconfianza respecto de quienes vuelven a hablar de “desarrollo”. Y esto no se supera simplemente con agregar al concepto adjetivos como “regional”, “local”, e incluso “sostenible”. Lo que importa no son sólo los nombres sino lo que entendemos en cada caso y los rasgos que incluimos. Por eso es importante aclarar desde qué perspectiva se habla de “desarrollo”.  Nadie hoy puede discutir que las personas y los pueblos son la principal riqueza de un país. Esto quiere decir dos cosas. Primero, que las personas deben ser los destinatarios de toda estrategia de desarrollo, de todo crecimiento, de todo adelanto tecnológico, productivo, financiero. Segundo, que afirmar que la principal riqueza de un país es su pueblo quiere decir también que las personas deben ser los principales agentes del crecimiento, desarrollo, bienestar de un país. En otras palabras, que no son meros receptores pasivos.

Pero, ¿cómo comprobar que un proceso de desarrollo económico tiene como destinatario a las personas? ¿Cómo verificar si ellas son, en realidad, lo central del crecimiento y quienes se enriquecen conforme mejora la producción y el ingreso de un país? Es insuficiente  limitarse a proporcionar las cifras que dan los indicadores de crecimiento económico. Un proceso de desarrollo, a nivel nacional o local, que se elabore sobre el supuesto de que las personas son la principal riqueza y el factor central, tiene que contribuir a que todas las personas y cada una de ellas tengan las libertades reales para actuar de tal manera que alcancen lo que consideran lo más valioso para sus vidas. Dicho de otra forma, como lo han expresado analistas contemporáneos, lo que interesa es comprobar que los esfuerzos principales de todo proceso se dirijan al desarrollo de las capacidades de las personas, además de proporcionar las condiciones para su vida digna. Esto es lo que efectivamente las volverá más “ricas” y hará más rico y desarrollado a un país: las capacidades que tienen los integrantes de su población de ser personas sanas, educadas, de poder expresar lo que piensan y quieren, de organizarse y de definir los objetivos por alcanzar. En el actual contexto mundial, apuntar de manera reductivista al crecimiento económico, máxime dentro del marco de un mercado sin regulaciones, se asocia estrechamente con la priorización de las ganancias financieras por encima de toda otra finalidad. Esto se comprueba con el proceso seguido por la economía internacional en las últimas décadas. A comienzos de los noventa del siglo pasado empezó a desplegarse el enfoque del desarrollo humano integral. En diversos ambientes –entre ellos, sobre todo, en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo– aparece el interés por reformular lo que se entiende por “desarrollo”. Esta nueva atracción por el tema es asociada a la lucha contra la pobreza y la desigualdad, cada vez más alarmantes. Por supuesto, un determinado nivel de ingreso, una cierta cantidad de bienes que pueden ser adquirido con él, son instrumentalmente importantes, pero en tanto y en cuanto la persona tenga las capacidades para transformar esos bienes en formas de ser y de actuar. Se toma conciencia de la multicausalidad de la pobreza y del subdesarrollo y, en consecuencia, se propone un nuevo marco de acción para encuadrar  las políticas públicas.

En conexión con este enfoque, en las últimas décadas se ha extendido también la idea de sostenibilidad, asociada inicialmente con el cuidado y preservación de la naturaleza, vista como una dimensión necesaria en el proceso de desarrollo. A partir del informe de la Comisión Brundtland de 1987 se ha entendido el desarrollo sostenible como el que “satisface las necesidades actuales sin comprometer la posibilidad de las generaciones futuras de cumplir sus propios requerimientos”. El énfasis de este enfoque está puesto, en consecuencia, en que una dinámica de desarrollo es sustentable o sostenible cuando, de acuerdo con su población, cada generación es capaz de legar a sus sucesores al menos la misma base productiva que recibió. Esto apunta de manera particular pero no exclusiva a la relación con todos los bienes de la naturaleza y el ambiente, y que en la economía convencional habían sido considerados apenas como un factor más de producción.

Hubo precursores, a mediados del siglo XX, que levantaron fuertes voces críticas acerca de las consecuencias de la sociedad industrial y del capitalismo sobre la vida humana y del planeta. De manera contundente la idea de sostenibilidad pone el énfasis, como se dijo, en la pregunta sobre la posibilidad de que la sociedad actual –su forma de ser y de relacionarse– pueda vivir y sobrevivir a la actual generación. Esta inquietud evidentemente incluye pero trasciende el tema ecológico. La sostenibilidad se construye sobre el uso de la riqueza. Por eso cuando se habla de sostenibilidad hay que pensar en lo social, cultural y económico tanto como lo ambiental: sistemas de un todo. Los seres vivientes, y los humanos en particular, derivan flujos de bienes y servicios de todos los demás sistemas para atender a su supervivencia, de allí que la sostenibilidad de cada uno dependa de la de los otros sistemas y, por lo tanto, de las acciones orientadas a preservar o a ampliar esos flujos. En definitiva, toda la vida en el planeta es parte de un solo ecosistema. Como afirma el economista costarricense Jorge Chaves, el desafío del desarrollo no es solamente elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan hoy los países más ricos, sino fundar una vida digna para todos los pueblos. El sentido humano de la economía no se construye con una serie de enunciados éticos surgidos a la luz de una o algunas mentes. Tal sentido surge de la posibilidad real de las personas, de todas y cada una, de tener un papel protagónico en la creación de estructuras económicas, participando no como un factor de producción sino como sujetos creadores de nuevas y mejores realidades, para sí y para el conjunto de la sociedad.

La autora es directora del Programa Internacional sobre Democracia, Sociedad y Nuevas Economías de la UBA

2 Readers Commented

Join discussion
  1. lucas varela on 5 julio, 2014

    Estimada Sra,
    Muchas gracias, su artículo es muy interesante y profundo.
    Ciertamente, el desarrollo humano no es lo mismo que el desarrollo económico. Mas aún, el desarrollo económico de un país no implica necesariamente un desarrollo económico individual equivalentes, se podrían magnificar las desigualdades y la pobreza.
    Es el desarrollo humano la fuerza convergente a una distribución mas equitativa de la riqueza de un país.
    El economista francés Thomas Picketty (“Capital en el siglo XXI”) dedicó algunos años de investigación para llegar a esta importantísima conclusión, que coincide con el contenido de su artículo.

  2. Juan Carlos Lafosse on 14 julio, 2014

    Los límites al crecimiento – The Limits to Growth – fue un informe realizado por el MIT para el Club de Roma publicado en 1972, que proponía detener completamente el crecimiento exponencial de la economía y la población para evitar un colapso del mundo a corto plazo.

    Conflictivo por muchas razones, tuvo varias contestaciones significativas. Una de ellas fue el Modelo Mundial Latinoamericano, un trabajo multidisciplinario que nació como respuesta desde los países del Sur a la tesis neomalthusiana del Club de Roma, conducido por Amílcar Herrera y coordinado por la Fundación Bariloche. A diferencia de otros modelos globales computarizados, el de Bariloche no se orientó a la predicción de las consecuencias de las tendencias del momento, sino a demostrar la viabilidad material de un futuro deseable.

    Yo tuve oportunidad de seguir de cerca su avance, ya que por esa época trabajaba en la Fundación. Es difícil explicar a un lego lo que significa un modelo matemático, pero yo pude ver, paso a paso, la demostración matemática de que si el objetivo del sistema social era la eliminación del hambre y el desarrollo de los pueblos en lugar del mantenimiento del estilo consumista de los países centrales, los recursos naturales, incluidas las tierras, alcanzaban para sostener una vida digna para una población tres veces superior a la existente a comienzos de los años ’70, que el modelo del MIT pretendía congelar en todo sentido. Verlo en forma tan palpable fue para mí una revelación: bastaba con que los objetivos fueran los correctos.

    Hoy en día pocos piensan, como lo hacía el Club de Roma, que los límites al desarrollo son exclusivamente físicos, pero muchos dudan que existan formas de crear una sociedad mejor, donde el desarrollo humano pueda hacerse realidad. Esto no debería llamarnos la atención, ya que estamos en un mundo “líquido”, lleno de incertidumbres pavorosas, donde como dice Zigmunt Bauman “Esta es la primera generación de posguerra que se enfrenta a la perspectiva de una movilidad descendente” y también “Por un lado, se proclama el libre acceso a todas las opciones imaginables (de ahí las depresiones y la autocondena: debo tener algún problema si no consigo lo que otros lograron); por otro lado, todo lo que ya se ganó y se obtuvo es nuestro “hasta nuevo aviso” y podría retirársenos y negársenos en cualquier momento.”

    Por eso son tan importantes artículos como este de la Dra. Cristina Calvo, que nos muestran que en todo el mundo hay una conciencia creciente de los problemas de fondo de nuestra sociedad y nuestro planeta, que va mucho más allá de lo simplemente ecológico.

    Y además nos llama a “tener un papel protagónico en la creación de estructuras económicas, participando no como un factor de producción sino como sujetos creadores de nuevas y mejores realidades, para sí y para el conjunto de la sociedad.”

    Exactamente lo que nos dice Francisco en La Alegría del Evangelio, “Recordemos que «el ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral». Pero convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía. ” EG 220

    Se puede ver la presentación completa de la Dra. Calvo en la Semana Social 2014 en el enlace https://drive.google.com/file/d/0B1JlM6ONZ7ywVlNoRkpLV1dmY2c/edit?usp=sharing

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?