En marzo de 2003, el famoso científico británico Francis Crick, premio Nobel y co-descubridor de la estructura del ADN, sostuvo en la revista Nature Neuroscience que la hipótesis de la existencia de un alma espiritual es superflua ya que “la convicción científica es que nuestras mentes, el comportamiento de nuestros cerebros, pueden ser íntegramente explicados por la interacción de las células cerebrales”.

A la misma conclusión llegaba por esos años el prestigioso científico argentino Mario Bunge, entusiasmado por los progresos de la psiconeuroingeniería en la elaboración de prótesis conectadas a la corteza cerebral, lo cual, a su juicio, ponía fin al “mito de la inmaterialidad de la mente”. Ninguno de ellos parecía sentir la menor incomodidad al usar una metodología empírica para llegar a conclusiones no empíricas.

Pero la tentación de trasgredir los límites de la ciencia no sólo la padecen los científicos, sino también los teólogos. No hace falta remontarse al caso Galileo y a la hoy increíble condena de su teoría heliocéntrica. Todavía en 1950 la encíclica Humani generis recordaba a los fieles cristianos que no les era lícito adherir a la teoría según la cual Adán no es un personaje histórico y que han existido otros seres humanos que no provienen de él por generación natural. Y aún en la actualidad siguen teniendo amplia difusión ciertas teorías “creacionistas” que en nombre de la fe en la Creación rechazan la idea de la evolución de las especies. La teología también ha caído, de tanto en tanto, en el error de querer imponer conclusiones a las ciencias.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes (número 36) expresó con claridad meridiana la distinción de los campos respectivos de la fe y de la ciencia, al formular el principio de la autonomía de las realidades temporales: “Por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios”.

Las realidades creadas tienen su propio ser y sus propias leyes, y del mismo modo, las ciencias que las estudian tienen sus propios métodos y son autónomas en el campo específico de su competencia. La luz de la fe no brinda a la teología ningún atajo para alcanzar conocimientos en el campo científico sin la mediación de las ciencias respectivas. Esto no significa, sin embargo, que la teología y las ciencias se muevan en universos paralelos, aquella en el mundo de “lo espiritual”, y éstas en el mundo de “lo temporal”. Lo sobrenatural no es algo que limita con lo natural, sino que constituye su dimensión más profunda, su sentido último. Por eso, la teología puede también aplicarse al estudio de las realidades temporales, pero bajo tres condiciones. En primer lugar, debe hacerlo desde la perspectiva que le es propia, es decir, la del destino trascendente del hombre. En segundo lugar, debe trabajar en un estrecho diálogo con las disciplinas científicas involucradas, ya que los datos de las ciencias sin ser determinantes, son significativos para la reflexión teológica. En tercer lugar, la teología debe estar atenta a los presupuestos filosóficos (muchas veces implícitos) de las teorías científicas que asume, y debe juzgarlos críticamente. De esta manera, como enseñaba Benedicto XVI, la fe y la razón se purifican recíprocamente, se liberan mutuamente de prejuicios, y a través de esta interacción se ven potenciadas y enriquecidas en su propio orden.

Por eso mismo, los conflictos entre la teología y las ciencias se revelan siempre en última instancia como una confusión de niveles, o dicho de otra manera, como una falta de claridad en los interrogantes que guían la propia investigación. Tanto la teología como la ciencia estudian, por ejemplo, el origen del hombre, pero de dos maneras distintas: la doctrina de la Creación nos ayuda a entender qué es el hombre (el sentido de la existencia humana), mientras que la ciencia busca explicar cómo se originó. Entre ambas cuestiones no puede haber contradicción.

Una dificultad especial surge, sin embargo, cuando pasamos de las ciencias de la naturaleza a las ciencias sociales. A través del principio de autonomía, el Concilio había querido hacer explícita su renuncia a una visión “sacral” del mundo, que subordinaba el orden temporal al espiritual, para hacer lugar al reclamo de la modernidad, reconociendo al mundo su valor propio, y diferenciando los ámbitos de la fe y de la razón. La Doctrina Social de la Iglesia incorporó este principio ampliando su base filosófica y estableciendo un diálogo con las ciencias. Pero en ciertas regiones, y de un modo particular en Latinoamérica, la preocupación era en cierto modo la inversa: no cómo distinguir, sino cómo volver a vincular la fe y el mundo, la religión y la vida social, cómo poner de manifiesto, en una palabra, las exigencias evangélicas de la justicia.

Muchos teólogos se sintieron llamados a incursionar en las problemáticas sociales, a veces recurriendo, con mayor o menor acierto, a la mediación de las ciencias, y otras, las más, entendiendo que la “mirada de fe” garantizaba un acceso más directo y auténticamente evangélico a la realidad. De un modo muy general, se podría decir que en la teología y el magisterio latinoamericanos la autonomía de lo temporal quedó en buena medida eclipsada, y ello redundó en una cierta falta de realismo, que condenó a la Iglesia en muchos casos a correr detrás de los cambios. Sin embargo, pese a sus modestos resultados, ese género de discurso social tan fuertemente religioso y profético, conserva un poderoso atractivo, contra el cual la Doctrina Social de la Iglesia con su tono más sereno y equilibrado, y por lo tanto menos vistoso, no puede competir.

Hoy se impone dentro y fuera de la Iglesia una comprensible desconfianza hacia la dinámica espontánea de los mecanismos políticos, económicos y financieros a nivel nacional y global, que se perciben como generadores de desigualdad e injusticia, y se siente la necesidad de inspirarlos y orientarlos a través de valores superiores. El discurso religioso se ve nuevamente tentado de soslayar la autonomía de las realidades sociales para salir al encuentro de esta necesidad con soluciones expeditivas. Pero se trata de un camino engañoso: cuando la fe invade el ámbito de las ciencias el resultado inexorable es la confusión.

4 Readers Commented

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  1. lucas varela on 12 agosto, 2014

    No, no, Srs. del Consejo de Redacción. Uds. pretenden “marcarle la cancha” a la Iglesia Católica en las ciencias económicas y financieras con el sutil argumento de aplicar la “autonomía de lo temporal”.
    El Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes (número 36) expresa mucho más que lo que el Consejo de Redacción muestra. Específicamente dice:
    “36…Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le oculte la falsedad envuelta en tales palabras.”
    Yo le pregunto a los señores de la redacción: ¿el “mercado” es una realidad independiente de Dios? ¿”el pobre” es una realidad independiente de Dios? Obviamente que SI, y por lo tanto la “la autonomía de lo temporal” no se aplica a las ciencias económicas y financieras.
    Los especialistas en economía deben esforzarse con perseverancia y humildad por penetrar en los secretos del «mercado», para reducir desigualdades «de la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser.»

  2. lucas varela on 15 agosto, 2014

    Estimados Sres,
    La teología no es religión. Y es inútil, si se pretende usar la teología para «encarrilar» a la propia Iglesia Católica.
    La religión, para el caso de ésta editorial, es lo que está presente y vivo en la conciencia de los responsables de ésta editorial ( siempre «anónimos» y silenciosos, lamentablemente). La religión no es ciencia ni metafísica; son las verdades de la fe que estan en el alma de cada uno.

  3. Juan Carlos Lafosse on 20 agosto, 2014

    Este artículo pretende confundir principios de fe y de doctrina social con los comportamientos, con la conducta de los cristianos, tanto en lo personal como en lo social.

    Por eso describe como «espontánea» la conducta del sistema económico, como algo que «ocurre» sin intervención de personas concretas. Como si la pobreza y la inequidad fueran obra de la naturaleza y nosotros simples animalitos, sujetos a “leyes” que nos presenta una pretendida “ciencia económica”, la ortodoxa claro está.

    Opina que este sistema «se percibe” como generador de desigualdad e injusticia, cuando la violencia, la miseria y la inequidad crecen en todos los países y en todos los indicadores. No se trata de una “percepción” sino de una realidad cruel, objetivamente verificada y cuyas causas son públicas y evidentes. Por eso buscan ocultarla todo lo posible y siempre encuentran otro culpable.

    Por supuesto que quienes así piensan nunca se han “escandalizado por las diferencias tan irritantes de nuestra sociedad ni considerado que estamos ante una situación de objetiva injusticia” como dijo Mons. Casaretto en esta misma revista. Actúan como frente a las víctimas de una catástrofe natural y a lo sumo calman sus conciencias con donaciones que no afectan su modo de vida.

    Ni se les ha ocurrido pensar que ellos mismos o sus hijos podrían terminar pasando hambre o viviendo en la calle. Esa ventaja tienen las posiciones de privilegio!

    El Papa Francisco no nos propone una “teología económica” nueva: nos dice que tenemos que ACTUAR como cristianos. Que somos RESPONSABLES de nuestros hermanos, a quienes Dios mismo ha puesto a nuestro cuidado.

    Que por eso tenemos que CAMBIAR un sistema idolátrico que es injusto en su raíz. Pero Francisco, a diferencia de Papas anteriores, lo aclara perfectamente: habla de ESTE sistema neoliberal que nos engaña con su “derrame”, dice que ESTE es el sistema que tenemos que cambiar, el que adora el dios del “libre mercado”.

    Francisco nos pide que seamos creadores de un mundo más justo y que lo hagamos a través del diálogo. Nos exige que nos COMPROMETAMOS Y PARTICIPEMOS, que no nos dediquemos al “habríaqueismo” criticando desde el sillón. Que entendamoss que nuestra fe no nos permite pasar al lado del hombre caído sino que debemos actuar como el samaritano.

    Pero el objetivo de este artículo – ¡en la revista Criterio! – es evitar que participemos, quiere que eludamos nuestra responsabilidad como miembros de la Iglesia y la humanidad. No nos podemos quedar callados frente a este planteo.

  4. lucas varela on 23 agosto, 2014

    Señores del «Consejo de Redacción» de la revista Criterio:
    El concepto de la «autonomía de lo temporal» no es de uso del común de los católicos. Es mi caso, y descubro que es el principio director de la doctrina católica para distinguir entre las realidades terrenales y las realidades religiosas. Mucho se ha escrito sobre este concepto y nada, absolutamente nada, ha quedado sin aclarar. Hoy, no como antiguo, es muy difícil invadir autonomías.
    Dios le dió al hombre libertad para dominar la tierra, y principios morales para usarla. Los principios morales son parte de la revelación, y es misión del Magisterio de la Iglesia enseñarlos. La Iglesia Católica, con el papa Francisco a la cabeza, está cumpliendo esta misión con más fervor que nunca, particularmente en la justicia entre hombres y pueblos.
    Es un grave error, y es injusto, sembrar dudas sobre el accionar de la Iglesia Católica en este tema.
    Siendo diecisiete los miembros del «Consejo» son diecisiete errores, todos «anónimos». Aunque es justo presumir que algunos son errores por omisión, otros por acción, y otros son errores ponderados por condición.

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