adolescentes-tirados-leyendoUna reflexión en torno a los libros con sórdidas temáticas que se publican pensando en el público juvenil y el rol de los adultos a la hora de orientar la lectura.

La ensayista y crítica Meghan Cox Gurdon pronunció un discurso sobre el tema en marzo del año pasado en el Colegio Hillsdale (Michigan, Estados Unidos), con el auspicio del Programa de Periodismo del citado establecimiento. La expositora ha sido comentarista de libros para niños en el Wall Street Journal, Washington Post, Washington Examiner, San Francisco Chronicle, National Review y Weekly Standard. Graduada magna cum laude en 1986 en el Colegio Bowdoin de Maine (donde estudiaron Hawthorne y Longfellow), y vive cerca de Washington DC, con su esposo y cinco hijos.

Comenzó su ponencia señalando que los mayores temas difundidos en Twitter eran un escándalo sexual (el protagonista era el congresista norteamericano Anthony Weiner) y otra noticia, tan loca como la primera pero menos humorística, que denunciaba un “intolerable, vergonzoso ataque a la literatura para adolescentes”, de su autoría, en un artículo titulado “Oscuridad demasiado visible”. Allí marcaba el aumento de una corriente negativa en los libros considerados para jóvenes lectores de entre 12 y 18 años. Asimismo, que en las cuatro décadas pasadas desde la aparición de la categoría “ficción para adultos jóvenes” (en inglés, young adult), las publicaciones se han vuelto lúgubres, grotescas, profanas. Y aseguraba que demasiados textos para adolescentes son como espejos circenses que distorsionan los retratos de la vida. Sostuvo que en general los años de la adolescencia pueden ser turbulentos y, lamentablemente, para algunos chicos, muy infelices; pero también que en el arco de la vida humana esos años son breves.

Desde su visión, demasiadas novelas para jóvenes son largas en agitaciones y breves en perspectiva. Tampoco ayuda el estilo narrativo que domina el género, con el empleo de la primera persona en tiempo presente: “Yo, yo, yo”, y “Ahora, ahora, ahora”. Los escritores usan este recurso para crear una sensación de urgencia, para mostrar solidaridad con el lector y hacer que sienta, él o ella, que está ocupando la persona del narrador. El problema está en que la primera persona en tiempo presente también establece una suerte de prisión verbal, manteniendo a los jóvenes lectores agitados justo cuando sus hormonas tienden a ello. Este estilo narrativo refuerza la ofuscación o ceguera que suelen tener, en lugar de llevarlos a descubrirse a sí mismos.

Aportar juicio

Cierta vez el desaparecido crítico Hilton Kramer estaba sentado cerca del director cinematográfico Woody Allen. Éste le preguntó si se sentía incómodo cuando se encontraba con gente que había criticado en la prensa. “No –respondió Kramer–, son ellos los que actuaron mal; yo sólo lo describí”. Allen estaba abatido ya que había recibido el tratamiento de Kramer por una película. La autora recurrió a esta anécdota para manifestar que no presumía de tener un olfato tan sensible como el de Hilton Kramer, pero sabía que la crítica sin base no sirve. Para evaluar cualquier cosa, incluyendo los libros infantiles, se debe comprometer la facultad de juicio, que suscita el fantasma de la “discriminación” políticamente correcta.

Respondiendo a su artículo, las autoras de libros juveniles Judy Blume y Libba Bray sostuvieron que estaba alentando a los críticos, y la publicación Publisher Weekly advirtió sobre el “peligro” de que los argumentos que esgrimía Meghan Cox Gurdon “fomentaran un aura de miedo en torno a la literatura juvenil”.

“No quiero proscribir ningún libro ni asustar a los autores –respondió ella–. Lo que deseo es que la gente del negocio de los libros ejercite un mejor gusto, que los autores adultos simplemente no admitan cada espasmo de la experiencia juvenil; y que nuestra cultura no avance hacia mayores cuadros de sexo y violencia”. Continuó señalando que los libros para niños y adolescentes están escritos, impresos, embalados y vendidos por adultos. Surge así que “las descripciones emocionales que contienen llegan a los jóvenes con una especie de validación adulta”.

La autora ofreció tres ejemplos. Un adolescente es secuestrado, drogado y casi violado por su apresador. Después logra escapar y, a través de unos extraños anteojos que lo transportan a un mundo de crueldad casi imposible, se encuentra frente a una pared de horrores, “cubierta de cabezas empaladas y otras parte del cuerpo goteantes de sangre, podridas: manos corazones, pies, orejas, penes… ¿Dónde m… es esto?”. El fragmento pertenece a la novela para jóvenes Los lentes de Marbury, de Andrew Smith, publicada en 2010.

Meghan Cox Gurdon aportó un segundo ejemplo: una chica lucha consigo misma, se odia y se lastima. Secretamente se corta con navaja, pero su secreto se descubre cuando es víctima de una sádica diablura. Los compañeros de la escuela se burlan llamándola “perra cortante”. En respuesta, “ella se había cubierto con lazos las cortaduras de sus brazos, pero la maldad permaneció, manchando su interior como un cáncer. Se había cortado su barriga hasta que fue una mezcla desordenada de carne y sangre, pero todavía podía respirar”. El fragmento pertenece a la novela para jóvenes Rabia, de Jackie Morse Keeler, publicada en 2011.

El tercer ejemplo consistía en una explícita y obscena descripción de una narradora de 17 años sobre el sexo oral y la corrida al baño por sentirse descompuesta. Sin embargo, agrega, School Library Journal elogia la novela Anatomía de un joven amigo, de Daria Snadowsky, publicada en 2008, por tratar “en términos modernos los reales aspectos de descubrir el sexo por primera vez”. Y que su editor, Random House, habla de “la honesta, dramática voz” que emplea la autora para relatar las “exquisitas idas y dramáticas caídas del amor adolescente y el pesar que provocan”.

Las editoriales, en general, consideran que los chicos tienen derecho a leer lo que se les dé la gana. Y que los adultos no deben discriminar entre buenos y malos libros, ni determinar qué conviene que lean los jóvenes. En otros términos, continúa Cox Gurdon, la facultad de juicio y buen gusto que los mayores aplicamos en cada una de las áreas vitales relativas a los chicos, de alguna manera debería evaporarse cuando ellos toman contacto con la palabra impresa.

Tiempo después la expositora compareció en un programa de la Radio Pública Nacional de su país para discutir estos temas con la autora de libros para jóvenes Laura Myracle, quien fue presentada como una persona “en las primeras líneas de la lucha por la libertad de expresión”. Myracle dejó claro que ella no creía que debiera haber ninguna diferencia entre la literatura de adultos y la de adolescentes. Al decirlo, se hacía eco del punto de vista prevaleciente en círculos progresistas: que los jóvenes debieran hallar material que los separe de la zona confortable, que el mundo es duro y que no hay que protegerlos de la realidad. En aquel encuentro radial, Cox Gurdon tomó una perspectiva menos progresista: que los padres debieran tener una actitud más intervencionista, apartando de sus hijos libros sobre sexo, horror y degradación, y acercándolos a los que sostienen principios éticos y morales.

Sin embargo, a pesar de la reacción que tuvieron contra su artículo, los progresistas acostumbran tener sus propias listas de obras consideradas inapropiadas para los jóvenes, por ejemplo: libros teñidos de racismo, patriotería o que describen roles tradicionales de género. Observándolos, cuesta creer hasta dónde llegan los libros infantiles para pintar al padre con un delantal y a la madre lidiando con maquinarias. Es muy gracioso, dice la disertante, pero en su opinión más profunda la autoproclamada manifestación de la izquierda concuerda en que los libros influyen sobre los niños, y por lo tanto prefieren algunos textos sobre otros.

Gusto y belleza

Un estudio del Instituto Tecnológico de Virginia descubrió que las universitarias lectoras de novelas ligeras sobre la angustia de ser una mujer moderna (chick lit) dicen sentirse más inseguras de sí mismas y de sus cuerpos tras leer obras en las que las heroínas se juzgan en ese sentido. En la misma línea, existe una paradoja que deviene de educar a los niños sobre los peligros de las drogas y el tabaco, ya que parecía haber una correlación entre los programas antidrogas y antitabaco en escuelas elementales y secundarias y el subsecuente consumo de drogas y cigarrillos en dichos establecimientos. Pareciera que al tiempo que aprenden que son perjudiciales, tomaran el meta-mensaje de que los adultos esperan que los usen.

Esto lleva a la reflexión sobre la importancia del buen gusto cuando se trata de libros para niños y jóvenes. Los libros les dicen cómo es la vida, qué es la cultura, cómo se espera que actúen. No sólo abastecen el gusto; lo forman. Crean normas, y como demuestran los ejemplos anteriores, las normas que los jóvenes siguen o descartan no son las que los adultos proponen. Por eso la expositora se manifestó escéptica sobre la utilidad social de las llamadas “novelas de problemas”, libros que tienen un personaje principal problemático; como una adolescente violada por su padre quien además le proveía cuchillos esperando que se hiriera hasta morir (Cicatrices, de Cheryl Rainfield, publicada en 2010 y considerada como un buen libro por School Library Journal).

El argumento a favor de tales textos es que validan las reales y terribles experiencias de adolescentes que han sido abusados, entregados o violados. El problema consiste en que el mero acto de detallar estas patologías no sólo en un libro sino en muchos, las torna normales. En el libro Sticks and Stones, la periodista Emily Bazelon describe cómo las escuelas están usando el método denominado “normal social” para desalentar la bebida y el manejo vehicular. Escribe: “Los estudiantes sobreestiman cuánto toman sus compañeros aun conduciendo, y cuando se enteran de que el exceso es menos prevalente que lo supuesto, no lo hacen”. Lo mismo ocurre con el bullying. “Cuando los chicos comprenden que la crueldad no es la norma –escribe– no quieren ser ellos los crueles”.

El filósofo inglés Roger Scruton escribió sobre lo que llama la moderna fuga de la belleza que percibe en aspectos de la cultura contemporánea. La expositora sumó a los autores de literatura para jóvenes: “Están escapando de la belleza, hay un deseo de estropear la belleza. Porque la belleza nos hace un reclamo; es un llamado a renunciar a nuestro narcisismo y mirar con reverencia el mundo. Podemos ir al Palazzo Borghese en Roma, pararnos frente a la pintura de Caravaggio de David con la cabeza de Goliath, y aunque estamos viendo un horror, no es fealdad. La luz que juega en la cara de David y en su pecho, en los ojos semiabiertos de Goliath y en su boca, transforma la escena en algo hermoso”. El problema con la literatura para jóvenes es que carece de esta cualidad.

El cuerpo de la literatura infantil es un poco como la Biblioteca de Babel en el cuento de Jorge Luis Borges: estante tras estante de libros, y unos pocos raros llenos de sabiduría y belleza y de respuestas a cuestiones importantes. Estos son los libros que perduran porque generación tras generación encuentra en ellos algo trascendente. María Tatar, profesora de Literatura Infantil en Harvard, señala libros como Las crónicas de Narnia, El viento en los sauces, El libro de la selva y Pinocho: ponen las mentes en movimiento y renuevan los sentidos. Como escribió William Wodsworth, “aquello que hemos amado, otros amarán, y les enseñaremos cómo”.

La disertante concluyó que como los libros “andrajosos” del pasado, los del presente se disiparán como paja. La mala noticia es que dejarán su marca. Como en tantos aspectos de la cultura, el daño no es fácilmente mensurable.

“La belleza se está desvaneciendo  de nuestro mundo porque vivimos como si no importara”. Otra vez Roger Scruton. Pero él no quiere que perdamos la esperanza. También escribió: “El arte, la literatura y la música de nuestra civilización lo recuerdan y también señalan el camino que siempre se halla delante de ellos: la senda fuera de lo profano hacia lo sagrado y lo sacrificado”.

Finalmente, la periodista cerró la disertación citando al apóstol san Pablo: “En fin, mis hermanos, todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos” (Filipenses 4, 8). Y propuso pensar en esas palabras cuando compramos libros para nuestros adolescentes.

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  1. Me parece formidable que la periodista mencionada haya concluido su disertación con las palabras de exhortación que el apóstol Pablo dirigió a los cristianos de Filipos (Filipenses 4:8) y que, gracias a la obra del Espíritu Santo, nos continúan apelando a los que somos cristianos comprometidos y que, por lo tanto, le asignamos autoridad para orientar nuestra vida a las páginas del Nuevo Testamento. En mis tiempos de profesor de literatura de secundaria, siempre traté de que las obras literarias que les pedía leer a mis estudiantes presentaran valores que los ayudaran en su formación como personas de bien. Es cierto que los adolescentes tienden a considerar dichas obras como «aburridas» y que se interesan más por aquellas que les presentan asuntos truculentos. Pero tanto los docentes como los padres debemos ser conscientes de que no siempre debemos ofrecerle a nuestros alumnos e hijos lo que ellos prefieren, sino que debemos guiarlos para que, por lo menos, tengan algún conocimiento de aquellos libros que han sido de provecho, por los valores positivos que han presentado, a lo largo de la historia de nuestra cultura.
    Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez
    Doctor en Ciencias Sociales (UBA).
    Doctor en Teología (SITB).
    Magíster en Ciencias Sociales (UNLaM).
    Licenciado y Profesor en Letras (UBA).

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