A veces los maestros dan malos ejemplos, y se descubren inferiores al papel que representan. Por supuesto, no se puede esperar que sean ejemplares en todos los órdenes de la vida, ni que pasen toda la vida sin mostrar alguna vez la hilacha.

26420-620-282En agosto uno de ellos, joven y exitoso maestro de la dirección y la narración en cine y tevé, cayó de su pedestal, culpa de unas frases desafortunadas que dijo en la mesa de Mirtha Legrand, y que muchos otros programas se regocijaron en repetir. Sospechamos que parte de la culpa la tendrá también alguna copa de más que el maestro habrá tomado durante el almuerzo. Quizá no está acostumbrado a beber. Y ya se sabe que el alcohol suelta la lengua, y que la lengua suelta lo que siente el corazón. Peor todavía.

Ignoramos si ese hecho fortuito contribuyó de algún modo a la postergación del estreno que el hombre tenía previsto. Lo cierto es que las simpatías del público se enfriaron un poco. En cambio, esa misma semana los espectadores conocieron a una maestra real, y ejemplar. No una de esas empleadas públicas que viven haciendo huelga y pidiendo licencia, sino una de veras, además especializada en algo muy difícil: ella es maestra de sordos y sordomudos. En el documental Escuela de sordos, de Ada Frontini, vemos su paciente diálogo con cada chico, el modo en que le enseña a cada uno según su edad y capacidad, las salidas al aire libre, el seguimiento a los mayores que quieren estudiar alguna carrera o conseguir trabajo, los traslados en un viejo autito por el campo cuando el chico está más lejos, las entusiastas charlas a pura seña con un docente de mayor nivel, que la ayuda a perfeccionarse (escenas subtituladas, por supuesto).

Así, viéndolos conversar animadamente con las manos, aprendemos sobre la conveniencia o no de los implantes cocleares, los alcances fonéticos de quien se empeña, y también ciertos detalles de la Lengua de Señas Argentina, LSA, que ya lleva más de un siglo y hasta tiene sus variaciones y “tonadas” de acuerdo a cada provincia, amén de sus continuas actualizaciones, como toda lengua. Eso permite comprender que el sordo no es tonto, sólo tiene que desarrollar una forma de comunicación para no quedarse ensimismado, como le pasaría a cualquier persona en circunstancias parecidas.

Película pequeña, agradable y además muy necesaria, rodada en Bell Ville, vale la pena conocerla, y conocer el esfuerzo de esa maestra y tantas otras como ella. Su nombre es Alejandra Agüero, su guía es Juan Druetta –reconocido entre los principales docentes argentinos en la materia y desconocido por el resto del magisterio–, la escuelita fue creada por ella misma junto a un grupo de padres, y, según ha trascendido, ya va para 25 años que espera el necesario reconocimiento oficial. Como en todo, hay gente sorda y otra que se hace la sorda.

Por esos mismos días, supimos de la muerte del comediante  Robin Williams, artista que, entre otros papeles, supo representar muy bien el generoso trabajo de médicos, psiquiatras y locutores en zona de conflicto. Encarnó figuras ejemplares, dio ejemplo continuo de su gran talento, y, sin embargo, en sus últimos años se dejó llevar por la droga y la depresión. Con el tiempo, afortunadamente, recordaremos más sus personajes que su muerte. Un detalle interesante: apenas a dos horas de conocida la noticia, ya había más de tres millones de mensajes en las redes sociales, gran parte de ellas con una misma frase, “Oh, capitán, mi capitán”. Aludían así a uno de sus más hermosos personajes, el profesor de literatura inglesa de La sociedad de los poetas muertos, que enseña a sus alumnos a pensar por sí mismos, mirar las cosas desde perspectivas distintas, disfrutar de las obras ajenas pero también sacar afuera la sensibilidad y el ingenio que se llevan en el alma, saber expresarse, y además soltarse, gozar de las clases escolares como oportunidades de descubrimiento y no como obligaciones de marcado aburrimiento. Para eso, claro, es indispensable un maestro que sepa contagiar entusiasmo, curiosidad y buen humor, apelando al estímulo, incluso a un medido histrionismo, amén de sapiencia, comprensión y paciencia.

¿Existe un maestro semejante? Sin dudas, y más de uno. El guionista de La sociedad de los poetas muertos, Tom Schulman, se inspiró en uno de sus profesores, un tal Sam Pickering, cuyo estilo pedagógico descontracturado no le impidió, por suerte, el reconocimiento de sus pares. A diferencia del personaje de la película, que se ve expulsado, Pickering llegó a ser reconocido como profesor emérito de la Universidad de Connecticut. Pero docentes como él hay otros cuantos, sólo es cuestión de tener la suerte de encontrarlos. Y encontrar alumnos que sepan apreciarlos.

“Oh, capitán, mi capitán” es el título de unos versos que Walt Whitman dedicó a la memoria de Abraham Lincoln, versos que pueden parecer tétricos, y en gran parte lo son, pero hablan de admiración, lealtad, triunfos que no habrán de disfrutarse, gestos de valentía juvenil indiferentes al “qué dirán”, y eso es lo que el profesor transmite a sus muchachos, y éstos terminan aplicando en sus vidas. La película culmina con uno de esos gestos. Pero la primera lección está referida al Carpe Diem. “Aprovechen el día”, les enseña el profesor. Frente a la foto de alumnos ya egresados, se pregunta “¿Esperaron que sea demasiado tarde para hacer de sus vidas siquiera un pedacito de lo que eran capaces? (…) Aprovechen el día, muchachos. Hagan de sus vidas algo extraordinario”.

Después de la lección, algunos se van entusiasmados, otros se van riendo, y hasta hay uno que pregunta, perplejo, sólo pensando en el examen, “¿Esto también lo va a tomar?”. No por casualidad es el que lo termina denunciando como “mal docente”. Setiembre es el mes de los maestros, el mes de la juventud, y es también un mes de siembra.

…………….

Bonus, por si quieren conocer el poema de Whitman.

OH CAPITÁN, MI CAPITÁN

Oh Capitán, mi Capitán;

Nuestro azaroso viaje ha terminado.

Al fin venció la nave y el premio fue ganado.

Ya el puerto se haya próximo,

ya se oye la campana

y ver se puede el pueblo que entre vítores,

con la mirada sigue la nao soberana.

Mas ¿no ves, corazón, oh corazón,

cómo los hilos rojos van rodando

sobre el puente en el cual mi Capitán

permanece extendido, helado y muerto?

Oh Capitán, mi Capitán:

levántate aguerrido y escucha cual te llaman

tropeles de campanas.

Por ti se izan banderas y los clarines claman.

Son para ti los ramos, las coronas, las cintas.

Por ti la multitud se arremolina,

por ti llora, por ti su alma llamea

y la mirada ansiosa, con verte, se recrea.

Oh Capitán, ¡mi Padre amado!

Voy mi brazo a poner sobre tu cuello.

Es sólo una ilusión que en este puente

te encuentres extendido, helado y muerto.

Mi padre no responde.

Sus labios no se mueven.

Está pálido. Casi sin pulso, inerte.

No puede ya animarle mi ansioso brazo fuerte.

Anclada está la nave: su ruta ha concluido.

Feliz entra en el puerto de vuelta de su viaje.

La nave ya ha vencido la furia del oleaje.

Oh playas, alegraos; sonad, claras campanas

en tanto que camino con paso triste, incierto,

por el puente do está mi Capitán

para siempre extendido, helado y muerto.

(Poema de 1865 dirigido a Abraham Lincoln después de su muerte. Versión de Nicolás Bayona Posada)

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