que-extrano-llamarse-federico-1En 2011, luego de medio siglo de carrera y con films como Un día muy particular, Nos habíamos amado tanto, Feos, sucios y malos, El baile y La familia, el realizador Ettore Scola había anunciado su retiro. Ya había pasado más de un lustro desde su emotiva incursión por la capital italiana con Gente de Roma, y lo hacía en la convicción de que “hoy en día es el mercado quien toma las decisiones. Antes había más espacio para la autonomía y la excepción. Los productores también estaban dispuestos a correr riesgos y experimentar”. A esto se sumaba lo penoso que, según el director, era la figura de Silvio Berlusconi para su país. Alejado de los sets de filmación desde la vital experiencia con los personajes más queribles de la mítica Roma, el más joven de los realizadores de la “vieja guardia” volvía a tomar contacto con los medios sólo en ocasión de despedir a los últimos grandes de la época de oro del cine italiano, como Dino Risi en 2008 y Mario Monicelli en 2010.

Pero Scola, afortunadamente, rompió su palabra y lo hizo para homenajear a su brillante amigo y genio del cine, Federico Fellini. Tuvo su presentación en la Mostra de Venezia de 2013 en coincidencia con el 20 aniversario de la muerte del director de La Strada y La Dolce Vita. Sin rodeos, manifestó: “Pese a que no se da por vencido, il cavaliere ha recibido algunos mazazos (condenas por fraude fiscal) y eso, junto con los 20 años de la muerte de Federico, me decidió a regresar al trabajo”. La película, cuyo estreno argentino resultó un fracaso de boleterías, no debiera ser omitida por ningún amante del cine dado que es un memorable tributo a un genio del cine y, fundamentalmente, a la memoria de una época extinta.

Pero Qué extraño llamarse Federico no es un documental triste ni, mucho menos, melancólico, sino que evoca aquello que el mundo de las computadoras y la era digital han dejado atrás: la mirada al álbum de fotos de familia. Ese que el abuelo, el tío mayor o el padre sacaban de tanto en tanto y lo enseñaban con cariño a los más jóvenes, mezclando la mirada tierna al pasado con ricas y siempre risueñas anécdotas.

Scola forjó a los 16 años una amistad con Fellini cuando ambos trabajaban en una revista de comics. De tal forma se permite difuminar los límites de la ficción y el documental recurriendo a la mezcla de recreaciones con material de archivo y el precioso juego con escenografías en los no menos míticos estudios de Cinecittá. Fue un vínculo que permitía a esa generación de notables cineastas no competir sino cooperar en diferentes proyectos, un diálogo que inevitablemente suma a otros nombres de esa gran época del cine italiano como Mastroianni, Sordi, Giulietta Masina, Tognazzi y Gassman, pero no con un enfoque nostálgico sino como el vívido fresco de años transcurridos con vitalidad y alegría. “Si lo hubiera hecho triste, Federico se hubiera enojado mucho, porque era una persona muy alegre, muy irónica”, confirmó en un reportaje Scola. De allí que, combinado con planos reales del multitudinario funeral, un Fellini de ficción escape perseguido por dos carabinieri. El recuerdo no podía ser de otro modo, en definitiva sólo en algún sentido el querido Fellini ha muerto y, en muchos otros, aún peregrina por la Roma que reunió a tantos de esos talentos del cine.

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