Una detallada crónica de la visita del papa Francisco a la capital de Paraguay, su última parada en el viaje por Sudamérica.
Cansados de “narcopolítica” y escándalos cada vez más inocultables y, sin embargo, siempre impunes; y de una salud, educación y prosperidad para pocos, los paraguayos depositaban en Francisco mucha esperanza, pero tampoco esperaban de él milagros.
La generación de los “papa boys” de los años ‘80 tenían muy presente que la anterior y primera visita de un Papa (Juan Pablo II) al país se había dado justo un año antes de la caída del régimen de Alfredo Stroessner, y que sin dudas ese histórico acontecimiento eclesial había tenido que ver con el revés de un régimen por otra parte ya debilitado.
La preparación de la visita del Papa Bergoglio movilizó a la Iglesia entera, pero pocos creían que los jóvenes de hoy pudieran tener el protagonismo de los de 1987. Parecía faltar esta vez la cuota de heroismo que había sido necesaria y motivadora en esa recordada visita. Finalmente, llegaron a ser más de 80 mil los “servidores”, que conmovieron con su entrega sacrificada y siempre sonriente. Un coro de 520 integrantes (se postularon más de 1.500) asombró a los 1.200.000 fieles en la misa de Ñu Guasú. También lo hizo el monumental retablo del presbiterio, realizado por el artista Koki Ruiz, con 20 artesanos, utilizando 32 mil espigas de maíz, 200 mil cocos de campo, mil calabazas y cereales, con el concurso de la gente del pueblo misionero de Tañarandy, que cada año da vida en su proprio terruño a un triduo pascual que une religiosidad popular y arte que entró de derecho en la cultura paraguaya.
El contacto “personal”, simple y profundo que el Santo Padre estableció con la muchedumbre fue constante, y los más privilegiados fueron los de siempre: enfermos, discapacitados, ancianos, niños, las reclusas del Buen Pastor y todo “descartado” de la sociedad.
Antes de la llegada de Francisco, una desánimo casi general se había adueñado de la gente. La resignación y el pesimismo parecían ganar. En esta situación, el anuncio de la visita del Pontífice había concitado esperanza. Los paraguayos se reconocen como un pueblo sumiso, ya sin fuerza de reaccionar frente a sus gobernantes, electos en base a la negociación por el voto de la mayoría de los electores (los pobres e indigentes), a su vez persuadidos de que las elecciones no son más que una zafra de oportunidades ofrecidas por políticos interesados en las ventajas que otorga el poder como forma de vida y sustento para sus clanes familiares. Sin embargo, a los representantes de 1.500 organizaciones de la sociedad civil, Francisco les dijo que “Paraguay no está muerto”. “Veo en ustedes la savia de una vida que corre y que quiere germinar. Y eso siempre Dios lo bendice –les dijo–. Hay cosas que están mal, sí. Hay situaciones injustas, sí. Pero verlos y escucharlos me ayuda a renovar la esperanza en el Señor, que sigue actuando en medio de su gente”. Fue un bálsamo en las heridas de las tantas batallas perdidas en las que la dignidad y la autoestima fueron pisoteadas. El paraguayo es un pueblo en búsqueda de una identidad todavía fragmentada, que hasta hoy se nutre del orgullo por la valentía demostrada en las guerras y en otras adversidades y de la cultura y de lengua guaraní como elementos cohesionantes. Pero no basta para conformar la identidad de un pueblo.
El Papa dio algunos estímulos en este sentido. En el encuentro con los “actores de la sociedad paraguaya por una cultura de la confianza” (éste fue su lema), Bergoglio expresó alegría y esperanza por “la cantidad y variedad de asociaciones comprometidas en la construcción de un Paraguay más próspero”, y pronunció un discurso valiente y novedoso, en continuidad con lo que dijo en Bolivia a los movimientos sociales. Ambas intervenciones, como es opinión también del portavoz vaticano, Federico Lombardi, muestran un notable coraje de parte del Pontífice, una “originalidad de pensamiento” que explicita y actualiza la Doctrina Social de la Iglesia y la capacidad de Francisco de impulsar procesos de cambio, expresión que le gusta mucho, como dijo en Santa Cruz. En palabras de Lombardi, “es coherente” con la condena de un sistema económico global que no funciona y que produce “descartados”, que él mismo promueva la búsqueda de “soluciones desde la perspectiva de quienes sufren esas consecuencias, y no de quienes las provocan”.
En el encuentro paraguayo, la misma composición del auditorio que escuchó al Papa demostró valentía. Seguramente sólo la Iglesia podía reunir bajo un mismo techo a líderes campesinos, sindicales, de entidades de solidaridad, empresarios, cooperativas, de los 19 pueblos nativos del país, e incluso dos exponentes de organizaciones pro gay. Lo subrayó también monseñor Adalberto Martínez, secretario general de la Conferencia Episcopal Paraguaya, presentando el evento al Santo Padre. Semejante convocatoria no es menor en un país que hace 30 años sólo contaba con un 10% de las organizaciones ciudadanas existentes hoy.
A ellos, Francisco impartió una clase de diálogo real y concreto, el que cuesta pero permite avanzar, con pequeños pasos, hacia un proyecto común. La base es “asumir el conflicto” que nace de la diversidad, que incomoda, pero que puede conducir a una unidad que enriquece, que no anula, dijo Bergoglio. También habló del “amor a la patria” como “identidad de un país” y denunció la corrupción, “gangrena” y “polilla” de un pueblo que “si quiere mantener su dignidad, tiene que desterrarla”. La identidad es “la base fundamental” del diálogo, y no se “negocia”. Cada cultura aporta si no se cierra en sí misma. La “cultura del encuentro” es el presupuesto. Un magisterio indispensable.
En las citas con los distintos grupos, Francisco atendió todos los pedidos. Como en Ecuador y en Bolivia, con distintas matices, existía el temor de que se buscara instrumentalizar la presencia del Pontífice para fines políticos. Pero, salvo episodios muy menores, hay que reconocerle al Gobierno paraguayo una valentía de la que muchos dudaban: nadie se calló. Presidente y Ministra de Educación fueron abucheados en dos instancias, la segunda, en presencia del Papa. Habitantes del marginal barrio del Bañado Norte, parcialidades indígenas y campesinos, todos acérrimos opositores, pudieron expresar a veces con vehemencia sus reclamos. En todos los lugares, cabe subrayar, el Santo Padre se dirigió antes que nada a los católicos, en línea con una visita fundamentalmente pastoral.
Si bien fue cuidadoso, el Papa no fue diplomático. Se puso claramente del lado de los pobres, de los “descartados”. Pero no atacó a nadie, sólo a las miserias humanas. Por el contrario, invitó a todos a sumarse a “procesos de cambio” sin “apuntar el dedo” a los presuntos culpables. “No piensen: ‘qué bien lo que el Papa le dijo a Fulano… No. ¿A quién se lo dijo? A mí”. En el Bañado, después de escuchar las enérgicas denuncias de dos vecinas (“para las autoridades somos “un estorbo para las inversiones”), enfatizó: “No podía estar en Paraguay sin estar con ustedes, sin estar en ésta ‘su’ tierra”. Después de subrayar la necesidad de solidaridad entre pobres, imploró: “¡Y no dejen que el diablo los divida!”.
Por cierto, los problemas son dramáticos. Pero si muchos pequeños grupos se unen y dialogan creativamente para proponer un modelo económico “con rostro humano”, puede existir la esperanza –que en Francisco es convicción– de que “otro modelo de desarrollo es posible”.
El autor es periodista residente en Paraguay