En Filadelfia el 4 de julio de 1776 comenzó el “país de los sueños”, el de Lincoln, Martin L. King, Dorothy Day, Thomas Merton, las cuatro figuras elegidas por el papa Francisco para guiar su admirable discurso en el Congreso norteamericano, el de los miles y miles que hoy en día quieren, pese a las dificultades, ser parte de los Estados Unidos.
Ante la multitud reunida en el Independence Mall, glosó las palabras inmortales de la Declaración: “Todos los hombres y mujeres fueron creados iguales; que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, y que los gobiernos existen para proteger y defender esos derechos. Esas palabras siguen resonando e inspirándonos hoy, como lo han hecho con personas de todo el mundo, para luchar por la libertad de vivir de acuerdo con su dignidad”. Derechos que sus autores, Jefferson y Franklin en especial, resumieron en lo que podríamos decir es el núcleo de todas las que la sucedieron hasta el presente: una verdad “evidente de por sí” (self evident) de que cada ser humano está dotado por Dios de los derechos a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.
El Papa transmitió este mensaje a una audiencia de muchos recién llegados, nuevos ciudadanos o que aspiran a serlo. Para los millones de habitantes sin distinción, esos principios tienen permanente vigencia, de los que hay que hacer memoria para aprender del pasado y comprometerse con el futuro. Lección que haríamos bien en asimilar los argentinos en este tiempo del Bicentenario, que culmina el 9 de julio de 2016.
El Papa les dijo que para integrarse no deben avergonzarse de su tradición ni de los valores recibidos de sus mayores; que conserven la fe y sean ciudadanos responsables. Es lo que nuestros constituyentes de 1853 quisieron y en buena medida lograron aquí.
Porque la libertad religiosa es el origen de todas las libertades, el Papa eligió este lugar fundacional para hablar de ella. Quizás haya tenido presente que los obispos norteamericanos durante el Concilio Vaticano I se sorprendían por la resistencia de sus pares europeos a esa libertad en base a la cual crecía el catolicismo en su país.
Francisco distinguió entre las formas de tiranía que quieren lisa y llanamente suprimir la libertad religiosa, reducirla a una subcultura sin voz ni voto en la plaza pública. Obsérvese que ciertas formas agresivas de laicismo merecen la dura palabra “tiranía”. Esa libertad permite hacer oír la defensa de la dignidad humana y la denuncia de aquello que la ofende, ser voz de los sin voz en un mundo en que la globalización es buena mientras no intente unificar a todos, destruyendo la particularidad y riqueza de cada persona y cada pueblo. En sus palabras finales, el Papa dijo: “Cuidemos la libertad. La libertad de conciencia, la libertad religiosa, la libertad de cada persona, de cada familia, de cada pueblo, que es la que da lugar a los derechos”.
Un día antes, en Nueva York, Francisco estuvo en la Zona Cero, impresionante memorial del atentado del 11 de septiembre de 2001. Allí se condolió con las familias de las víctimas y agradeció el heroísmo de quienes dieron sus vidas para salvar otras vidas (“no hay amor más grande”, dice el Evangelio). En una perfecta sintonía se sucedieron las oraciones y textos de las tradiciones presentes. El gesto de tener las manos en las manos el Papa, el Rabino y el Sheij, reprodujo aquel otro ante el Muro de los Lamentos en Jerusalén. Como el santo de Asís, “instrumento” de la paz de Dios, Francisco expresó: “Pidamos al cielo el don de empeñarnos por la causa de la paz. Paz en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras escuelas, en nuestras comunidades. Paz en esos lugares donde la guerra parece no tener fin. Paz en esos rostros que lo único que han conocido ha sido el dolor. Paz en este mundo vasto que Dios nos lo ha dado como casa de todos y para todos. Tan solo, PAZ”.

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  1. LUCAS VARELA on 7 octubre, 2015

    Estimado señor Norberto Padilla y amigos,
    El comentario del señor Padilla, finaliza con la palabra PAZ, en mayúsculas. Como si hubiese una intención de enfatizar y valorizar su contenido. Pero, el uso de mayúsculas es un mero artilugio decorativo. No es posible lograr paz escribiendo la palabra bien grande.
    El único camino a la paz es el que se hace “al andar”. Y esto es lo que el papa Francisco (permanentemente, y muchos años antes de su visita a Cuba y Estados Unidos) nos alienta a construir día a día.
    El papa Francisco cita : “La vida es luz que brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la perciben; los hombres hablan tanto de la luz, pero a menudo prefieren la tranquilidad engañadora de la oscuridad”. Los hombres hablan tanto de la paz, pero a menudo recurren a la guerra, y eligen el silencio cómplice, o no hacen nada concreto para construir la paz.
    “Cualquier persona, que hace el mal, odia la luz. ¡Quien hace el mal, odia la paz!”.
    Amigo Padilla, yo no soy el papa Francisco, y por ello, me permito el siguiente comentario:
    Estados Unidos (país y pueblo que conozco y admiro) está hoy involucrado en algunas guerras calientes alrededor del mundo (África, Siria, Afganistán, etc), y varias “guerras frías”, oscuras, secretas. Tiene mucho camino por andar para lograr la paz, pero con la presencia del papa Francisco no basta.
    Es necesario un cambio de actitud del gobierno norteamericano, y de todos nosotros. Debemos aprender a vivir en comunión, valorar al pobre, entusiasmarnos en hacer el bien.

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