…visto por un musulmán parisino viviendo en Uruguay.
Lo que pasó en París el viernes pasado me afectó personalmente porque ocurrió a unas cuadras de mi casa familiar y cerca de todos los lugares donde he pasado mi niñez y mi adolescencia, donde viven todavía mi familia y mis amigos. Durante mi juventud, he visto conciertos en el Bataclán (donde ocurrió la tragedia mayor) y tengo amigos que solían trabajar en esta misma sala. Todos los lugares en los cuales los terroristas dispararon ciegamente, son habitados por miles de mis recuerdos.
Cuando mi esposa me avisó sobre un ataque en París, empecé a seguir con angustia lo que habría podido ser un enfrentamiento violento entre dos bandas rivales. Pero en unas horas se trataba de una masacre que le quitó la vida a 130 personas e hirió a más de 300.
He seguido en directo los ataques en la capital, en los restaurantes y los bares, en el estadio nacional, la toma del Bataclán y luego el asalto que resultó en la activación de los cinturones de bombas por parte de los terroristas, lo cual triplicó en unos minutos el número de víctimas de esta noche de terror. He visto luego el video de la gente escapándose por una puerta trasera, las remeras llenas de sangre, un joven sacando el cuerpo inanimado de su amigo, los cuerpos sin vida en la calle y la gente colgando desde las ventanas pero sin poder saltar porque había tres pisos entre ellos y la liberación de ese infierno. Todo eso en una callecita donde he pasado muchas tardes de mi adolescencia con mis amigos. Esa callecita se había vuelto un escenario de guerra.
El miedo y la ansiedad por tener noticias de los afectos difícilmente puedan describirse, pero digamos que a unos días de la tragedia, se siguen sintiendo los efectos de estos sentimientos y un profundo malestar. Gracias a Dios todos están bien, pero cada una de las víctimas habrían podido ser mis padres, mis hermanas y hermanos, mis amigos o mis vecinos y conocidos. Mi hermana tenía que ir ese día a visitar una amiga que vive en la calle Charonne, donde murieron 19 personas.
Eso no quiere decir que los muertos y los heridos valen más en París que en Líbano, Siria, Turquía, Irak o Palestina, como muchos van a empezar a decir, a veces sin muchas sensibilidades y más contra Francia que en favor de Siria. Pero no valen menos. Unos dicen que es la “justa retribución” a los crímenes de Francia en Medio-Oriente, pero las personas que fueron atacadas y matadas no son las que tienen poder de decisión sobre la política extranjera de Occidente; la mayoría ni siquiera podría señalar a Siria en un mapa.
También resulta difícil después de una tragedia que se vive personalmente, verla recuperada políticamente por todas partes. El carnicero Bashar al-Assad debe estar de fiesta y quizás encontró en eso su salida política al genocidio que está haciendo contra su propio pueblo desde 2011. La extrema derecha francesa y europea explica que eso es el resultado de la “islamización” de Francia y que eso pasa por aceptar mezquitas en nuestro suelo, olvidando que esta doctrina no se propaga desde las mezquitas sino desde las redes sociales, en las cuales reina el caos informativo como teológico, donde la palabra de un teólogo que dio su vida al estudio o un periodista que dio la suya para informar tienen la misma voz que un adolescente de 15 años que se convirtió anteayer al Islam o un conspiracionista que nunca abrió un libro de historia de su vida.
También olvidan que los que se van a Siria o a Irak para juntarse a las filas del llamado “Estado Islámico” son el puro producto de la sociedad francesa, que fueron a la escuela “de la República” como todos los demás. Habrá que dedicar un tiempo para interesarse en las raíces de la radicalización que empuja a estos jóvenes a dejar todo el “lujo de la vida del primer mundo” para ir a morir en el caos sirio-iraquí.
Desde acá, desde la distancia, se percibe solamente que los musulmanes atacan a los franceses porque les disgusta su modo de vivir, cuando en realidad murieron tanto musulmanes como ateos, cristianos, judíos, agnósticos o lo que sea en estos atentados: todos los miembros de la asociación humanitaria musulmana (AHM) murieron mientras estaban distribuyendo comida a indigentes frente a uno de estos restaurantes. Un musulmán puso su vida en riesgo para impedir que uno de los terroristas en el Estadio de Francia se acercara a la multitud. Una mujer musulmana, Asta, que hacía parte de otra asociación humanitaria musulmana y que era conocida entre la comunidad por su piedad, fue asesinada esa noche. Los terroristas no discriminan.
Entonces, ¿cuál es la razón de estos ataques? En realidad la religión no incide. “El Ejército francés mata nuestros civiles en nuestros países, entonces vamos a matar los suyos”: actúan como cualquier ejército o grupo guerrillero deshumanizado sin importar que las leyes islámicas respecto al combate prohíben totalmente el asesinato de un no-combatiente y repudian esta lógica que se llama en árabe “yahiliía” –“de la época de la ignorancia” –, de cuando en Arabia la justicia era tribal: matas uno de los míos, mato uno de los tuyos. El Corán dice “Ninguna alma puede ser cargada de lo que otra hizo”. También dice “No maten una vida humana, Dios la ha declarado sagrada” y “Matar a un inocente es como matar a la humanidad entera, y salvar a una persona es como salvar la humanidad entera”. La guerra en Islam es estrictamente defensiva. Pero cuando le preguntaron a Bin Laden por qué mataba civiles si la ley islámica lo prohíbe, contestó: “Los tiempos han cambiado”. Esa es la respuesta de un ideólogo, de un político, de alguien que utiliza la religión para sus fines y no al contrario.
Pero ya sabía cómo serían leídos estos eventos a nivel nacional e internacional: el problema son los musulmanes y el Islam; ellos representan nuestra religión como el KKK representa el cristianismo. No importa que para ISIS seamos blancos prioritarios, peores que los “cruzados”, porque según su ideología está totalmente prohibido vivir en tierra de “incredulidad”, tal como es un acto de traición hacia nuestra religión el no reconocer su califato como legítimo. Somos los traidores. No es casualidad que el 90 por ciento de las víctimas de estos grupos en el mundo sean musulmanes.
Con este tipo de “teología”, toda la comunidad islámica, 1.600 millones de personas en el mundo, desde Senegal hasta Indonesia, son apostatas y merecen la muerte, salvo los varios grupos terroristas en el mundo que reconocieron a ISIS, como los talibanes de Pakistán, Boko Haram en Nigeria, AQMI, etc… unas 50 mil personas. Sin tomar en cuenta obviamente la población civil de la parte de Siria y de Iraq que ISIS controla, porque si no aceptan reconocer el Califato, los matan. La totalidad de los teólogos islámicos del mundo musulmán, de los 54 estados musulmanes, sunnita como shiita, todas las instituciones de teología y de las varias ligas musulmanas del mundo rechazaron ISIS y declararon su poder como inválido. ¿Pero quién conoce en Occidente y en América latina el nombre de un solo teólogo musulmán? ¿Y de una sola institución de saber islámica? En efecto, sólo se ve y se considera como representantes del Islam a los grupos que tiran bombas y disparan contra civiles. Como dice el proverbio africano: “El árbol que cae hace más ruido que la selva que crece”.
Como dicen los sabios islámicos como Muhammad al Yaqoubi, quien escribió la fatwa determinando la obligatoriedad para todo musulmán de la lucha contra ISIS según sus capacidades, no se puede resolver el tema del radicalismo sólo con medidas a corto plazo, invadiendo, bombardeando, arrestando. Es necesario tener una política de largo plazo: el surgimiento del fanatismo islámico es siempre el resultado de la caída de las instituciones tradicionales musulmanas. Cuando uno respeta más el turban y una larga barba que los años de estudios, esta situación se torna posible. Cuando uno se deja guiar por sus emociones más que por su razón, esto es lo que pasa. Pero ¿que favorece más el desarrollo de teologías racionales, moderadas y abiertas sobre el mundo? ¿La vida en un país en guerra, entre las bombas de las coaliciones internacionales y de las dictaduras? No lo creo.
Rezo entonces por las almas de los que han muerto en París sin importar que sean ateos, cristianos o musulmanes: son ellos verdaderos mártires. También rezo por los sirios víctimas del cinismo sin fin de los Estados y de las ideologías que los rodean, que no tienen ahora aliados sino Dios, porque como Su Mensajero nos enseñó: “Cuidado con la oración del oprimido, porque no hay ningún velo entre esa oración y Dios”.
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-De Julio María Sanguinetti
– Nos explicamos que a Europa, vieja, culta, rica (pese a un mal momento), abroquelada detrás de su cómodo Estado de Bienestar y su tolerante democracia liberal, le costará asumir que está en guerra.
Lo entendemos, porque es triste y doloroso.
Pero, como dijo Giovanni Sartori al diario español El Mundo en octubre de 2007, «el Islam ha declarado la Guerra Santa a Occidente, que no sabe defenderse». Ya en 1996, Samuel Huntington había publicado «El choque de las civilizaciones», que fue mal leído como belicista cuando se trataba, lisa y llanamente, de una desesperada advertencia sobre lo que se venía.
Lo de Europa, entonces, no nos sorprende, pero es irreal. La declaración de guerra se la gritan en la cara todos los días y nadie debería entenderlo mejor, porque el enfrentamiento dura siglos.
Cuando Charles Martel, en 732, detuvo en Poitier a los musulmanes (poderosos en España), ya había comenzado. Proseguía mil años después, cuando en 1571, en Lepanto, la gran armada que comandara don Juan de Austria (y donde perdiera la mano el autor de El Quijote) enfrentó a Solimán El Magnífico. Al mismo tiempo, Europa vivía su propia guerra de religión y sólo diez meses después de Lepanto, París sufrió la horrible masacre de San Bartolomé, en que los cristianos católicos asesinaron al líder de los protestantes, el almirante Coligny, y a miles de sus seguidores. Estas guerras de religión envenenaron Europa durante tres siglos, y nuestros grandes monarcas, Carlos V y Felipe II, malgastaron la plata de América en esos sangrientos empeños.
Todo en nombre de la fe. Todo en nombre de Dios.
Todos convencidos. Todos fanatizados.
Se precisaron varios siglos para que la Ilustración Volteriana, retomando ideas renacentistas, lograra avanzar en un proceso de secularización que fue delimitando los ámbitos del Estado y de la religión.
Ese proceso fue una de las grandes conquistas del liberalismo europeo, que también inspiró a nuestra América, donde, si bien los Estados no son tan laicos como nuestro Uruguay, en todos hay libertad de cultos y enseñanza, y un clima de tolerancia que superó aquellos enconados debates del 900.
Lo dicho parece anacrónico frente a lo que vivimos. No lo es. Simplemente demuestra lo largo y profundo que es el conflicto entre el Occidente judeo-cristiano y el Oriente musulmán, que viven, culturalmente hablando, en siglos distintos.
Por supuesto, en ese largo trayecto se mezclan imperialismos, colonialismos, rebeliones nacionales y el adorado petróleo .
Desde hace unos años, luego de que la gran crisis del petróleo en 1973 transfiriera un enorme poder al mundo árabe, estamos envueltos en una vorágine que día tras día cobra víctimas y nuevos enconos. Ahora fue París, pero antes fue Nueva York, y Madrid y Londres, y no nos olvidemos de Buenos Aires. Por cierto, Occidente ha cometido disparates como la invasión a Irak, sustentada en un peligro militar inexistente y en la ingenuidad de pensar que se podía democratizar a un país sin la mínima cultura cívica.
Y Europa, acobardada por el peligro interno del que adolece, con la misma ingenuidad (¿o cobardía o cinismo?) reconoce la existencia del precario Estado Palestino, en nombre de un derecho a la autodeterminación que el reconocido niega a su vecino Israel.
Era cómodo pensar que el conflicto era musulmán-judío, hasta que comenzó la matanza de cristianos, y los degüellos en vivo y directo mostraron que aun ciudadanos franceses e ingleses eran ejecutores de los crímenes.
Aquí aparece otro sesgo de la ambivalencia: Europa es renuente a entender que Israel es el corazón de Occidente y la única frontera democrática en medio de un mar de dictaduras. Incluso es triste asumir, pero es verdad, que el único refugio de cierta racionalidad laica son los ejércitos (caso Egipto o Turquía).
La pregunta es para Sartori: ¿qué debe hacer Occidente para defenderse mejor? Angelo Pianebanco dice desde el Corriere della Sera que estamos en desventaja, porque el extremismo islámico conoce nuestros puntos débiles y nosotros seguimos sin entenderlos a ellos, creyendo que quien mata en nombre de Dios no es un verdadero «creyente», cuando para ellos es exactamente al revés, se trata del mejor mensajero de Dios, además de un héroe civil.
Está claro que Estado Islámico, Al-Qaeda, Hezbollah y Hamas son cosas distintas. Pero su objetivo es el mismo: imponer su visión del mundo, dogmática, inhumana, despectiva de la mujer; instalar una suerte de teocracia totalitaria y para ello ir, paso a paso, derrumbando gobiernos árabes con cierto pluralismo y liquidar la prenda de la corona, que es Israel.
Si éste cayera, o perdiera apenas alguna batalla significativa (Jerusalén, por ejemplo), la oleada en Europa Occidental sería imparable y allí se sumarían, consciente o inconscientemente, todos los que hoy se sienten desamparados por el sistema democrático y capitalista.
La batalla debería comenzar entonces por una real alianza con el mundo musulmán moderado. Alianza no sólo militar, sino doctrinaria, filosófica, educativa, psicológica, dirigida a detener el avance de esa juventud encandilada con el fanatismo.
Mientras haya mezquitas y «madrazas» instalando el rencor, habrá combatientes que sustituirán a los caídos.
Lo que nos lleva a la inmoralidad de algunos países árabes (Arabia Saudita, por ejemplo) que financian a los terroristas para comprar paz interna mientras mantienen con Estados Unidos una alianza cínica en que se mezclan ventas de armas y de petróleo. Sería esperanzador otear caminos más sencillos y claros. Pero no los hay. Con todo, ya sería un gran avance asumir la guerra en toda su complejidad y abordarla en conjunto.
Toda la emoción de París, si para algo debe servir es justamente para entender que somos más los que estamos de este lado, y que si creemos en las libertades y en la razón, en que al «César lo que es del César y a Dios lo que es Dios», debemos usarlas para defenderlas como fue siempre, con la pluma y -desgraciadamente- también con la espada.
(*) El autor fue presidente de Uruguay.
Me parece interesante conectar el escrito del parisino viviendo en Uruguay con el artículo de Julio M. Sanguinetti para ampliar conceptos y contenidos.
En Siria pasa todos los días lo que pasó en París ¡Y NO LE DAN IMPORTANCIA!