Es innegable el gran alcance de un postulado romántico, popularizado por el historicismo, según el cual: los textos religiosos y los grandes códigos éticos son siempre una creación de la comunidad que remite, para justificarlos o enaltecerlos, a un autor histórico que es mitificado. Por considerarse fruto del devenir histórico, la crítica literaria liberal remite, como criterio de autenticidad de esos textos religiosos o de tales códigos éticos, a la concordancia del texto con el marco histórico y social que supuestamente los han generado. Cuando se observa una incompatibilidad entre contexto y texto, hay que revisar el contexto del texto, o hay que descartar su autenticidad.

 

Sobre la supuesta misoginia paulina

 

En el caso que nos ocupa, la exégesis liberal ha creído descubrir una total incompatibilidad entre dos series de textos del corpus paulino: unos parecen tener carácter misógino; otros, en cambio, serían más bien feministas, aunque no en el sentido radical que hoy tiene el término. Lo mismo se ha dicho con relación a los dos relatos mosaicos de la creación del hombre, tal como vienen en el libro del Génesis. Ante tal dificultad, muchos han optado por considerar que unos textos serían de épocas o contextos distintos, unos de san Pablo y otros del paulinismo, o sea, de las comunidades seguidoras de Pablo, plenamente enraizadas en el mundo helenístico medioplatónico; y, con relación al Génesis, han sido postuladas varias tradiciones, unas mucho más antiguas que otras, fundidas en el período postexílico.

 

El relato “mosaico” más reciente, que se dice perteneciente a la fuente sacerdotal (Gen 1, 26-27), sería pro feminista; el más antiguo, de la fuente yahvista o yahvista-elohísta (Gen 2,7), sería misógino. En cuanto al corpus paulino, san Pablo habría sido autor de los textos feministas (1 Cor 7,3-6; Gal 3,28), mientras que los textos misóginos serían obra del paulinismo: el problema del velo y de la capitalidad del varón (1 Cor 11,2-16), el silencio y sometimiento de la mujer en las ceremonias litúrgicas y en las iglesias (1 Cor 14,34-35), las imposiciones sobre los modos de vestir de la mujer en las ceremonias litúrgicas (I Tim 2,8-15), la sujeción de la mujer al marido (Col 3,18). Algunos, incluso, han cambiado los papeles a medida que mejor se conoce la situación de la mujer en el mundo greco-romano, estableciendo que san Pablo habría sido misógino por su educación judaica, mientras que el paulinismo sería feminista.

  

Hipótesis de trabajo

 

Supuesto todo lo anterior, presentamos la siguiente hipótesis de trabajo: los escolásticos y monásticos medievales consideraron que tanto el Génesis como el corpus paulino tendrían un autor único: Moisés y san Pablo, respectivamente. Los medievales más feministas se esforzaron en interpretar los pasajes misóginos en clave alegórica. Los de tendencia misógina, en cambio, se decantaron por la exégesis estrictamente literal, aceptando sin pestañear que la Sagrada Escritura sería hostil a las mujeres (tanto el Pentateuco como el corpus paulino). Bajo tal perspectiva, el plenomedievo quedaría dividido en dos etapas: el período feminista abarcaría fundamentalmente el siglo XII; el misógino arrancaría a mediados del siglo XIII.

 

Conviene decir algunas palabras acerca de la exégesis alegórica medieval y uno de sus modelos: el “binario psicológico”. Los teólogos del siglo XII (no así los del XIII, aunque éstos, evidentemente, no desconocieron la cuestión) procuraron interpretar alegóricamente los pasajes paulinos en que se habla de un sometimiento de la mujer al varón. Consideraron que el término vir de los pasajes paulinos expresa alegóricamente la parte superior de la inteligencia o de la razón, mientras que mulier designa la parte inferior o sensibilidad. En otros términos, todo varón tiene una mente que consta de dos estratos, uno superior y otro inferior: vir y mulier; toda mujer tiene también en su mente vir y mulier. En definitiva: san Pablo –decían los medievales– presenta como modelo de las relaciones entre el varón y la mujer las relaciones que existen entre la parte superior de la mente y su parte inferior. La relación natural entre varón y mujer debería inspirarse en las relaciones de armonía, complementariedad y coordinación que existen entre la ratio superior y la ratio inferior, entre la inteligencia especulativa y la sensibilidad intelectual.

 

Este par psicológico se halla ya en la patrística, sobre todo en los autores más influyentes, tanto griegos como latinos. Lo encontramos en Orígenes y en san Agustín. Sus raíces son, a lo que parece, alejandrinas y pueden rastrearse hasta Filón. El hombre, en efecto, tiene una estructura trimembre: corpus, anima, noûs. Los dos últimos elementos constituyen propiamente el binario psicológico, que los latinos tradujeron por anima o animus y mens. Sin embargo, la cuestión no está muy clara puesto que, quizá por influencia gnóstica, muy pronto apareció –ya en tiempos del mismo Filón, contemporáneo de san Pablo– otro término: pneuma, traducido por spiritus en la latinidad. Al ser asumido este último concepto en los ambientes cristianos (Orígenes y san Agustín), se produjo una inevitable confusión, pues el binario psicológico se transformó en trinario psicológico, de modo que la composición del hombre no fue ya trimembre, sino tetramembre: cuerpo, anima, noûs o mente y spiritus o pneuma.

 

En el alto medievo se perdió casi por completo este análisis psicológico, hasta mediados del siglo IX, donde reapareció muy ampliamente tratado por Rabano Mauro. No hemos hallado testimonios claros de interés por estas cuestiones en los siglos que median entre san Agustín y finales de la dinastía merovingia, exceptuando algunos pasajes, ciertamente muy tímidos, de Beda el Venerable, pero en una obra de autoría muy dudosa. En todo caso, y esto es lo que importa señalar aquí, este análisis psicológico no se aplica a la discusión de los pasajes paulinos que pueden sonar misóginamente, si se interpretase literalmente, salvo en el caso del teólogo carolingio Haymo de Auxerre. Ni siquiera Rabano Mauro, tan interesado por el binario, lo trasladó a la exégesis paulina para superar la aparente misoginia del Apóstol, cuando ya san Agustín lo había hecho expresamente.

 

Resulta un misterio inquietante para el análisis histórico-genético descubrir por qué se perdió esa tradición y cómo no se recuperó hasta finales del siglo XI, con las dos excepciones que acabo de señalar, sobre todo la de Haymo 1.

 

Por otra parte, ¿por qué se abandonó la interpretación alegórica, basada en el doble estrato psicológico de raíz filoniana (vir/ratio superior y mulier/ratio inferior), para pasar a una actitud abiertamente misógina de matriz literalista? Es obvio que los pensadores del XIII conocían bien la doctrina del binario psicológico y sabían que había penetrado en el mundo latino de la mano de san Agustín. Aluden al binario en alguna ocasión, como una de las posibles interpretaciones alegóricas y pro-feministas de san Pablo; pero lo relegan a un lugar secundario y sin relieve en su exposición. ¿Por qué, pues, un vuelco tan radical en la reflexión sobre la condición femenina, fechable hacia 1250?

 

Tesis

 

La tesis a la que hemos llegado es que el vuelco se produjo por la asimilación de la filosofía natural aristotélica y por la llegada, a los centros intelectuales europeos, de algunas obras de la medicina greco-árabe. Cuando, por influencia del Estagirita y de ciertos médicos árabes, se consideró a la mujer sólo, o preferentemente, desde una perspectiva biológica, y se concluyó que su cuerpo era de inferior calidad que el cuerpo del varón (sic!), popularizándose el aforismo aristotélico “mulier, mas occasionatus” (mujer, varón frustrado), los presupuestos doctrinales de la misoginia estaban servidos.

 

La consideración biologista de la mujer, sin embargo, corrió paralela a la sublimación de la mujer en el ideal del amor cortés, una forma implícita y muy extendida de erotismo. Esto demuestra que las bases en que se apoyaba el feminismo del XII no deben rastrearse en la Minne, sino en consideraciones estrictamente religiosas, aunque insuficientemente fundadas en una especulación racional. Cuando la especulación se vino abajo, permanecieron sólo las consideraciones religiosas, pero trasladadas al plano escatológico (por no decir utópico) o al plano específico.

 

En otras palabras: tal misoginia se hizo compatible con la estricta igualdad entre el varón y la mujer en lo “específico”, pues era en la especie, y sólo en ella, donde radicaba –en opinión de tales pensadores– la imagen divina en el hombre, de la que se habla en el relato mosaico. Tal imagen –decían también– se patentiza fundamentalmente en el alma. El cuerpo, aunque constitutivo de la persona, como tantas veces repitió santo Tomás, no entraba seriamente en la consideración especular del hombre (es decir, en la consideración del hombre desde el punto de vista de su causa ejemplar).

 

En el orden psíquico –aunque no siempre– y en el orden sobrenatural, varón y mujer eran radicalmente iguales. En el orden físico o biológico, la mujer era claramente inferior. También lo era en todo aquello que depende en mayor o menor medida del orden físico, como la sensualidad y la capacidad intelectual. (La sensualidad, porque estaba ligada a la doctrina de los “humores”; la inteligencia, por su supuesta relación con el tamaño y disposición del cerebro). San Alberto, en su comentario al aristotélico De generatione animalium, titulado Quaestiones super de animalibus, parece haber sido una pieza fundamental en la maduración de la misoginia tomasiana, que se advierte en todas las obras del Aquinate y no sólo en los comentarios a san Pablo.

 

Consideraciones finales

 

La exégesis alegórica del corpus paulino nos advierte de una cierta incomodidad de los medievales del siglo XII frente a la interpretación literalista de los pasajes paulinos en los que se habla de un sometimiento de la mujer al varón y de una inferioridad de aquella con respecto a éste. La exégesis alegórica basada en el binario psicológico permite escapar al problema, evitando, al menos, las consecuencias más dramáticas del problema eclesial. Pero no resuelve la cuestión de la hipotética misoginia de san Pablo, puesto que, incluso alegóricamente, la mulier es la ratio inferior, mientras que el vir es la ratio superior. Por ello, cuando entró un elemento especulativo distorsionante, toda la construcción intelectual se vino abajo, que es lo que ocurrió al presentarse en París la poderosa síntesis aristotélica.

 

Los medievales no conocían todavía la exégesis contextualizante que nos permite comprender –ahora mejor que antes– que cada carta paulina tiene su contexto, no sólo de ambiente en que fue escrita, sino, sobre todo, de destinatario. Tampoco conocían los medievales los actuales avances de la psicología diferenciada, que reconoce los distintos roles, sin que ello implique entrar en el agrio debate de lo inferior y lo superior.

 

 


* Una exposición más amplia de este tema puede verse en mi libro: La discusión medieval sobre la condición femenina (siglos VIII al XIII), Salamanca 1997.

1. Esto plantea una cuestión crítica de indudable alcance. ¿Quién fue realmente el autor del opúsculo dudosamente atribuido a Beda, donde parece recuperarse el binario psicológico aplicado a la exégesis paulina? ¿Acaso el mismo Haymo? Puesto que ha habido también mucha discusión sobre la autoría de las obras atribuidas a Haymo, ¿cabría pensar que tanto el opúsculo de Beda citado, como la obra de Haymo son ambos de un autor posterior, que debería situarse ya en los albores del siglo XII?

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  1. miguel2 on 3 octubre, 2018

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