¿Por qué una revista de cultura, independiente y de inspiración católica, publica un número especial en sus 70 años de ininterrumpida trayectoria?
Bueno, simplemente y sin innecesarias retóricas: para tratar de seguir incidiendo en la reflexión cultural, luchando por su propia autonomía e interrogándose críticamente y con pluralismo con respecto a su catolicidad.
Estar en la cultura (hacer cultura) supone elegir como lugar intelectual y espiritual una zona de riesgo. Corresponde hacerlo con equilibrio y ponderación, pero también con el atrevimiento de quienes osan mirar al futuro y plantear proyectos.
Exhibir una tradición cultural es algo así como una paradoja: se es en la medida en que, libre y responsablemente, se abandonan anteriores certezas para buscar siempre nuevas. Se preserva lo mejor, se corrige lo equivocado, se resignifican muchas cosas, se descubren otras. Ello supone leer constantemente el pasado en clave de futuro y colaborar en la realización de un presente mejor, más acorde con la justicia y la solidaridad.
Ser independientes es condición y tarea de los intelectuales. Y es tarea ardua.
Preguntarse sobre la propia fe y el propio testimonio, en el marco de una determinada historia y de una comunidad, tampoco es cosa fácil. Y nos exige humildad y esperanza.
Aquí está la revista. Escrita con entusiasmo y algunas perplejidades, tal como la historia que transitamos y la misma condición humana. Somos argentinos, latinoamericanos, hombres y mujeres que se despiden de un siglo al que sienten afectivamente propio y se asoman a otro que querrían no fuera demasiado ajeno a sus experiencias y a sus proyectos.
Firmas extranjeras prestigiosas colaboran. Y su compañía nos alienta.
Descifrar un futuro que parece exigirnos claridad y sentido es trabajo que sentimos -a pesar de la desproporción- como propio. No es, claro, sólo asunto nuestro; pero también -e indeclinablemente- nuestro.