La poesía navideña tiene en mi tierra una larga tradición. Son muchos los poetas seducidos por el misterio del Nacimiento de Cristo y por los festejos populares de la Navidad. Entre los que hemos llegado a conocer y tenido por amigos he de mencionar a Gerardo Diego, Luis Rosales, José Luis Tejada; entre los vivos, figuran en cabeza Alfonso Canales y Pablo García Baena. El que suscribe procura cada año llevar su ofrenda lírica al Portal en un intento de confundir su voz con las de los ángeles y los pastores que cantan el Nacimiento, aunque a veces se deslumbre y se embriague con el oro y el incienso de los Magos. Esa ofrenda lírica es al mismo tiempo un testimonio, en cuanto que va dirigida a todos aquellos amigos a quienes, cristianos o no, felicito las Pascuas, y es que es un modo éste de recordarles poéticamente el hecho al que se debe que en Occidente, por muy secularizado que esté, nos olvidemos de nuestras miserias y nos deseemos todo lo mejor. Ese hecho, el del Nacimiento de Nuestro Señor, es tan grande que sólo tiene parangón con el del descubrimiento del Nuevo Mundo, según rezaba la frase del cronista López de Gómara en la lápida que hicieron retirar de la fachada del extinto Instituto de Cultura Hispánica unos descerebrados a quienes no por ello voy a dejar de desear unas felices Navidades. Aquí va mi villancico de hogaño. Perdonen mis muchas faltas.
Cuando está en blanco, el papel
es el envés de la luna.
Nadie leyó nunca en él
ni escribió en él cosa alguna.
El Niño no tiene cuna
y el carpintero, en su banco,
le está fabricando una:
una cuna de fortuna,
tuna,
con la luna en blanco.
El autor es escritor y poeta, reconocido y premiado en España.
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