Una reflexión en torno al «Año de la Fe» convocado por el papa Benedicto XVI, en el 50 aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II.irrazabal1

En su reciente carta apostólica Porta fidei, convocando a la celebración del Año de la Fe, Benedicto XVI invita a cada creyente a “redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada”, contenidos que recordamos en la recitación del Credo. La fe, ciertamente, no se reduce al asentimiento teórico a determinados dogmas, sino que es “el acto con el que decidimos entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios”. Pero si esta entrega personal pierde su “profunda unidad” con los contenidos, se transforma en un acto vacío y ciego. Ahora bien, el logro de esa unidad entre el acto personal y el contenido objetivo de la fe constituye un gran desafío para el anuncio del Evangelio. ¿De qué manera lograr que ambas dimensiones de la fe se integren y refuercen mutuamente?

Podríamos decir, de un modo muy general, que antes del Concilio Vaticano II se daba a este interrogante una respuesta clara, pero no necesariamente satisfactoria: es necesario primero garantizar el conocimiento intelectual de las verdades de fe; luego ellas, si van unidas a una práctica esmerada de los deberes religiosos, fructificarán en una personal experiencia de Dios. Esto lo sabemos bien muchos de nosotros, que hemos debido aprender de memoria el “catecismo de las preguntas y respuestas”. Las homilías, por su parte, idealmente asumían la forma de piezas oratorias destinadas a impartir pequeñas lecciones de teología. Pero algo no funcionaba del todo bien en este esquema: muchas veces las verdades aprendidas quedaban marginadas de la vida, y la experiencia religiosa buscaba refugio en las prácticas devocionales, algunas de ellas de dudosa calidad.

En el post-Concilio se invirtió este esquema del anuncio, aunque sin alterar mayormente su estructura ni los resultados. En esta nueva etapa se pensó que lo importante era llevar primero a las personas a una experiencia de Dios; luego, ellas irían asimilando las verdades de fe según sus variadas necesidades. Se multiplicaron los catecismos con una orientación “vivencial”, y en el mismo sentido evolucionó la homilética, buscando en modo directo generar sentimientos positivos de amor, esperanza y generosidad. Para ello bastaba con saber que Dios es nuestro Padre, la Virgen nuestra Madre, Jesús nuestro hermano, y la misa nuestra fiesta. Ir más allá de esto, comenzó a ser sospechado como una innecesaria complicación, propia de espíritus reaccionarios. Hay que reconocer que, con este giro, la comunicación de la fe evolucionó hacia un estilo más cálido y cercano, pero muchas verdades cristianas siguieron alejadas del corazón y de la vida, no ya por quedar recluidas en la memoria como en el pasado, sino por ser lisa y llanamente ignoradas. Esto produjo un ulterior empobrecimiento en muchas expresiones de devoción, paradójicamente exaltadas más que nunca como expresión de una razón afectiva y simbólica, diferente e incluso superior a la razón “abstracta” de los teólogos. En una palabra, el péndulo había oscilado hacia el otro extremo, de la tendencia intelectualista del pasado, a un emotivismo muy en sintonía con la cultura actual.

Este fenómeno se percibe fácilmente en la vida pastoral. Con frecuencia personas de edad avanzada plantean problemas de fe como éstos: “Me cuesta creer en la Trinidad, que haya un solo Dios pero tres personas”; “Ahora que me acerco al fin de mi vida, tengo dudas sobre la resurrección, ¿cómo pueden resucitar los cuerpos?”, etc. Y es fácil detectar, detrás de estas dificultades, verdades aprendidas alguna vez de un modo sólo teórico, pero nunca profundizadas y descubiertas de manera personal. Sin embargo hoy, en los jóvenes, los problemas de fe suelen ser muy distintos. Una vez, por ejemplo, pregunté en un curso de alumnos de una universidad católica: “¿Quiénes de ustedes creen en la resurrección?” Para mi sorpresa, me respondieron con una contrapregunta: “¿Qué es la resurrección? ¿Es lo mismo que la reencarnación?” Hoy, muchos niños, adolescentes y jóvenes que han concluido la catequesis de iniciación cristiana, incluso los provenientes de colegios religiosos, desconocen las verdades básicas de la fe, desde la Trinidad hasta la Inmaculada Concepción, así como los hechos centrales de la Historia de la Salvación como la liberación de la esclavitud en Egipto; no logran recordar los mandamientos (mucho menos entenderlos de modo prácticamente relevante), ni oraciones básicas de la piedad cristiana o de la liturgia.

Por supuesto que, a pesar de ello, la devoción religiosa sigue subsistiendo, e incluso dando en algunos casos muestras de vitalidad. Pero son pocos los que se atreven a preguntarse hasta qué punto algunas de esas devociones siguen siendo realmente cristianas. La razón es clara: en numerosos contextos eclesiales se ha decidido tácitamente “aligerar la carga” dogmática para ganar amplitud y flexibilidad y descender así, en pie de igualdad, a la competencia con otras ofertas espirituales, poco escrupulosas en lo que atañe a contenidos. Es posible que sumergido en este caótico mercado, el mensaje cristiano así entendido termine en la mesa de los saldos…

El anuncio pascual auténtico no busca en modo directo producir estados de ánimo o solucionar problemas, sino testimoniar una realidad, más precisamente, un acontecimiento, que constituye el centro de la historia del hombre y del universo, a saber, que Dios envió al mundo a su propio Hijo para salvarnos. Es esa realidad la que impacta, no sólo en la afectividad, sino también en el pensamiento, y que se expande al conjunto de la existencia, como las ondas que produce la piedra arrojada en las aguas serenas de un estanque. Una fe que pierde su arraigo en esta verdad, adopta la dinámica inversa, se repliega sobre sí, se transforma en un fenómeno especular, el fiel reflejo de nuestros deseos y necesidades, a cuyo servicio se construye un objeto a la propia “imagen y semejanza”: una divinidad solícita exclusivamente de nuestro bienestar material y espiritual, que nunca inquieta con planteos, ni incomoda con exigencias, como no sean las meramente rituales.

Por supuesto que la forma de escapar de este destino no es volver al pasado, pero tampoco rendirse a un emotivismo que se desinteresa cada vez más de la verdad. Esta desafortunada tendencia constituye, sin duda, una señal: el anuncio de la fe de cara al futuro, más allá de la forma concreta que adopte, deberá procurar una nueva y más estrecha integración de la razón, la imaginación y la afectividad. Pero siguen siendo completamente actuales y válidas para todo cristiano, las palabras de San Agustín dirigidas a un grupo de candidatos al bautismo al hacerles entrega del Credo, y que el Papa recuerda en el documento mencionado: “Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón”.

 

12 Readers Commented

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  1. Roberto O'Connor on 4 julio, 2012

    Me encantó el planteo y el debate que abre esta nota. Me llama la atención que no haya suscitado comentarios hasta el momento. Tal vez sea un signo de hasta dónde los cristianos estamos buscando entender nuestra fe, discernirla.
    Creo que esta nota está implicando también hasta dónde está funcionando, o no está funcionando, la forma en que hoy entendemos y practicamos una antropología cristiana. Hay una herida, un abismo entre los polos de la antropología cristiana como en muchos lugares se predica y se vive, que de hecho están siendo insuficientes para llegar a una síntesis entre lo que se vive y lo que se predica; e incluso, hay una fuerte preocupación para que esa síntesis no sea materia de preocupación, si se me permite la aparente contradicción.
    Una pregunta que me hago, entonces, es cómo aparecen estas tensiones, en el seno de la Iglesia, como tensiones a resolver, como temas a discutir. Y me parece que, en el caso que existan los espacios para discutir esas tensiones, no son muy visibles (Revista Criterio sí es un espacio para esa discusión). Es decir, las tensiones que pueden ayudarnos a la conversión, se dan más bien de manera callada.
    Creo que ese silencio de la tensión no es ajeno al silencio que la Iglesia argentina mantuvo en momentos de mayor tensión histórica. Cuando el abismo entre lo que se vivía como pueblo argentino y lo que se predicaba como Iglesia, era muy grande, y los mensajes eran formas muy sutiles de denuncia, que casi no eran denuncia.
    Por lo tanto, pedir hoy que asumamos la distancia entre nuestra vida y nuestra fe, es un pedido que, aunque necesario y evangélico, tiene pocos antecedentes para esta generación. Felicito al autor de la nota por esa intención.

  2. Daniel Rojas on 5 julio, 2012

    Coincido con Roberto y felicito al autor de la nota. Es realmente un gran desafío afrontar como corresponde este Año de la Fe que está a meses de comenzar. Me entusiasma mucho la idea, y con nuestros grupos de la Acción Católica vamos a tratar de vivir el AF lo mejor que podamos. Me hice pensar en muchas cosas este artículo. Gracias.
    ¡Alabado sea Jesucristo!
    Desde la parroquia Nuestra Señora de la Salud, de La Plata

  3. blanca guerrero on 6 julio, 2012

    en el año de la fe tenemos que entrar en lleno para nosotros mimos darnos aconocer
    la FE en el mundo que estamos viviendo para dar testimonio del Cristo viviente

  4. En primer lugar, felicito a Gustavo Irrazábal por su artículo «La fe cristiana y el desafío del emotivismo”. En segundo lugar, observo en él inquietudes similares a las que estamos teniendo algunos líderes evangélicos. Entre ellas, la preocupación por el desconocimiento de nuestros feligreses de las doctrinas básicas de nuestra fe. Esperemos que este sea un tiempo en el que sujetos al señorío de Cristo, constantemente llenos del Espíritu Santo y viviendo conforme a las enseñanzas de la Biblia, los siervos de Dios podamos ser los instrumentos idóneos para guiar a un mayor numero de cristianos a valorar el sano equilibrio entre las doctrinas y las vivencias, de modo que en la Argentina contempooránea podamos cumplir con nuestra misión de ser sal de la tierra y luz del mundo.
    Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez
    Doctor en Teología (SITB).
    Magíster en Ciencias Sociales (UNLaM).
    Licenciado y Profesor en Letras (UBA).

  5. ROCIO GONZALEZ on 9 julio, 2012

    CREO QUE LA IGLESIA CATOLICA YA ESTA HACIENDO CONCIENCIA QUE EL ACTO DE FE NO SIGNIFICA IGNORANCIA, SINO AL CONTRARIO EL MUNDO DE HOY NECESITA LA SABIDURIA ESPIRITUAL DE VIVIR ESA CERCANIA CON UN DIOS QUE NOS AMA PERO QUE NOS PIDE QUE SE CUMPLA SU VOLUNTAD, NO POR LEYES ECLESIASTICAS SINO POR EL BENEFICIO DE CONTAR CON LA GRACIA POR MEDIO DEL ALIMENTO ESPIRITUAL QUE ES LA EUCARISTIA DONDE EL PODER DEL ESPIRITU SANTO NOS GUIA Y NOS DA LA FORTALEZA DE PERMANECER ES UN MUNDO TAN CONFUNDIDO Y VACIO

  6. Graciela Moranchel on 12 julio, 2012

    Me parece muy válida la reflexión y cuestionamientos de Gustavo Irrazábal sobre los mecanismos adecuados para renovar la fe de la Iglesia, respondiendo al llamado del Papa Benedicto XVI para iniciar el «Año de la Fe».

    Según las declaraciones del Papa, el Catecismo será el «centro» al que se deberá prestar atención en esta oportunidad. Como se puede comprobar, la renovación de la Iglesia piensa hacerse desde una interiorización de los «contenidos» de la fe, como se ha venido haciendo desde hace siglos. Se trata de un asunto primordialmente «racional».

    Personalmente creo que esto es un error, porque estaríamos repitiendo métodos y perspectivas que no han dado más resultado que el de comprobar la necesidad de una re-evangelización cultural permanente. Los Evangelios no se han «encarnado» en nuestra sociedad. Los «contenidos» de la fe no se han asimilado, y muchos de ellos no se comprenden. Simplemente se reciben de modo pasivo sin ningún tipo de intelección profunda ni asimilación personal.

    Un ejemplo: como afirma el artículo de Irrazábal, no es que la gente no conozca que hay un Dios en Tres Personas, o que el Señor nos promete la Resurrección, sino que el discurso, la explicación eclesial sobre esos temas es completamente insatisfactoria para el hombre de hoy. Esto muestra que no es que haya una «falta de conocimiento» de los contenidos de la fe, sino que con las categorías con las cuales el Catecismo los explica, las personas del siglo XXI ya no los pueden comprender.

    Esto nos marca la necesidad de exponer los dogmas en un lenguaje totalmente diferente a como se lo ha hecho hasta ahora, actualizado a la mentalidad actual, sin dejar de lado prestar mucha atención al desarrollo de las ciencias teológicas y bíblicas, que el Magisterio debe valorar mucho más ampliamente de como lo está haciendo hoy día.

    Existe también la necesidad de encontrar un equilibrio perdido entre la transmisión de los contenidos de la fe y la vivencia personal de la misma. La dimensión «experiencial» de la religión fue siempre considerada «sospechosa» por una jerarquía que puso su énfasis unilateralmente en su aspecto intelectual.

    En síntesis: Recuperar la dimensión «mística» de la fe, así como encontrar «modos nuevos» de transmitir los contenidos, tal vez ayude a renovar la espiritualidad de la Iglesia y a vivir un cristianismo más «encarnado».

    Saludos cordiales,

    Graciela Moranchel
    Profesora y Licenciada en Teología Dogmática

    • Mario Balzarini on 19 octubre, 2012

      Estimada Lic. Moranchel, infiero la realidad de que muchas personas no han tenido experiencias, o al menos intuiciones de Dios. Muchas de ellas seguramente religiosas y practicantes. Debe ser muy doloroso consagrar la vida a la búsqueda de Dios y llegar a darse cuenta, al final de esa vida, de que uno no lo ha logrado. No imagino desdicha mayor que esa. Y creo que no debe hablarse de esta cuestión(como yo lo estoy haciendo) por respeto al dolor. Pero sepamos que es el único tema que subyace a todas estas discusiones. Me pareció muy importante y esclarecedor su comentario, Gracias

  7. María Teresa Rearte on 14 julio, 2012

    Aquí hay un problema cultural, al que la vida de fe no es ajena. Pienso que el autor lo advierte. Y lo señala. Es un problema de «mercado». (la competencia con otras ofertas espirituales, dice el P.Irrazábal). Además, la fe católica plantea, si es vivida, una necesaria coherencia entre la fe y la vida, que no favorece precisamente su oferta en el «mercado» de las espiritualidades.

    En cuanto a la pregunta sobre la Ssma. Trinidad, no me parece que sea un problema de «edad avanzada». Sino que se puede alcanzar una aproximación a tan insondable misterio. Pero las dificultades se dan. Sobre la resurrección de los cuerpos, me parece una oportunidad para señalar que la predicación, o la evangelización, no advierte la dificultad que presenta la pervivencia del alma, separada del cuerpo que anima. Esto es una cuestión filosófica, que requiere tratarla. Aclararla, porque resucitan los muertos. El hombre.

    Estoy de acuerdo en que se debe abandonar ese tratamiento pendular. Que privilegia lo intelectual o lo emotivo. Y tratar de integrarlos. Lo que no comprendo, y perdón por mi torpeza, es que el autor proponga la integración de «la razón, la imaginacion y la emotividad», terna en la cual me pregunto por el rol de la imaginación.

    En cuanto a «Porta fidei» me parece importante que promueva el rezo del Credo. Al igual que me parece necesario mostrar que el acto de fe es un acto humano, y por lo tanto compromete la intervencion de la inteligencia y la voluntad libre. Y promueve la obediencia de la fe, de acuerdo a la enseñanza del Conc. Vat.II, precisamente porque el misterio supera la natural capacidad de comprension del hombre.Pero que esto no significa que la fe sea un acto ciego de parte de éste. Algo se comprende.

    Quisiera añadir que la fe es también gracia. Que es virtud teologal. Y que personas muy sencillas han dado y dan muestras de una fe firme y fecunda en obras. Recordemos que santa Teresa del Niño Jesús, que no era precisamente instruida, y tuvo una corta vida, es doctora de la Iglesia por su doctrina de la infancia espìritual. Lo cual no quita que, según los estados y roles que se desempeñan en la vida, se requiera de una formación que responda a las exigencias del diálogo con la cultura.

    Gracias.

    Prof. María Teresa Rearte

  8. Juan Carlos Lafosse on 11 agosto, 2012

    El planteo es válido, no tiene mucho sentido propiciar una fe sin contenidos, utilitaria e individualista, basada en la emotividad. También es cierto que es necesario replantear las verdades proclamadas en términos comprensibles en el lenguaje del siglo XXI, como dice Graciela Moranchel, para superar esta situación.

    Pero hace menos de 50 años que la Iglesia comienza a verse a si misma como Pueblo de Dios que camina «en» el mundo y no está «frente» ni «por encima» de él. Recién en el Concilio Vaticano II Gaudium et Spes lo proclama claramente.

    Hoy, ningún Papa y muy pocos obispos nacieron después del Concilio. No es de extrañar por lo tanto que aún tenga mucha fuerza la mentalidad preconciliar en la cual nacieron y se educaron tantos miembros de la jerarquía, sacerdotes y laicos. Las ceremonias en San Pedro todavía nos ubican en la época donde la Iglesia se consideraba la cúspide de la «cristiandad». Ayudan las llaves del reino omnipresentes en los escudos papales, el inmenso y poderoso entorno del Vaticano y toda la pompa y solemnidad de los actores, amplificada por los medios de difusión.

    Urge superar esta etapa, se necesita que la Iglesia sea percibida como parte vital de nuestra sociedad y esto pasa por el compromiso de la jerarquía y de todos los católicos con la realidad histórica, con los problemas reales que enfrentan los hombres, a quienes se les deben dar en el lenguaje actual respuestas concretas que puedan iluminar sus decisiones.

    El compromiso concreto lleva al testimonio, que es la forma realmente efectiva de la evangelización, lo que a su vez impulsa a las personas a buscar, comprender y profundizar las raíces del compromiso. Necesitamos ejemplos admirables, luego vendrán los teólogos.

    Comprometerse con la realidad significa que más que el misterio de la Trinidad importa explicar y fundamentar sólidamente cuestiones más cotidianas. Por ejemplo, en nuestra parte del mundo los jóvenes se casan (si lo hacen) cada vez más tarde, ambos conyugues necesitan trabajar y tener una familia numerosa es a menudo directamente imposible. Humanae Vitae puede ser que respondiera a la realidad de su tiempo, aunque yo lo dudo, pero hoy funciona como esos carteles que en una ruta abierta dicen “Máxima 40” frente a una tranquera cerrada: nadie puede respetarlos y se termina por ignorar las señales importantes. Frente a situaciones que resultan incomprensibles como esta, y que francamente nadie explica, el cristianismo se transforma en algo sin interés.

  9. María Teresa Rearte on 13 agosto, 2012

    Me parece bien que, a partir de su experiencia pastoral, el autor de esta nota cite las dificultades para creer en la Ssma. Trinidad, que pueden tener los fieles. La nota trata sobre la fe, cuyo objeto es Dios. Y si bien el cristianismo comparte con las religiones monoteístas la fe en un único Dios, la revelación de Dios como Trinidad de Personas es propio de la fe cristiana. No es un tema que no tenga relación con la vida cristiana. Habría mucho para explicar en ese sentido, que excede el espacio de un comentario.

    Pienso que no hay que confundir las cosas. La nota está escrita pensando en el Año de la Fe al que convocará el Papa Benedicto XVI. Lo relativo a cuestiones como las que trata la encíclica Humanae vitae de Pablo VI tienen que ver más con la Moral cristiana. Incluso es una encíclica cuya interpretación de la naturaleza humana y de la ley natural no es,
    precisamente, adecuada. Y menos para tomarla como guía para la regulación natural de la procreación humana. En ese tema el Magisterio de Juan Pablo II con su concepción personalista del hombre, varón y mujer, es superador y clarificador. Un enfoque que Juan Pablo II ha aplicado no sólo a la ética sexual; sino incluso en otros temas de su rico magisterio, como por ejemplo el trabajo.

    En cuanto al Concilio Vaticano II, las mentalidades pre y posconciliares, no me detendría tanto en las edades de los Papas y de los obispos, las que me parece que pueden influir en su desempèño. Pero pensemos en la extraordinaria vocación pastoral de Juan Pablo II, no obstante sus muchos años. Y en la riqueza de su Magisterio.
    Incluso quien convoco al Concilio Vaticano II fue un Papa de edad avanzada, que buscaba renovar la Iglesia. Pensemos que obispos como Mons.Vicente Zazpe han sido Padres conciliares. Hace poco leía en esta revista comentarios elogiosos hacia monseñor Zazpe, por su desempeño episcopal. Entonces, no fue un obispo limitado por la edad.

    Otro caso que tengo presente en este momento, es el de Mons. Estanislao E. Karlic, emérito de Paraná. Fue integrante de la comisión que redactó el nuevo Catecismo de la Iglesia. Se trata de un teólogo prestigioso, ahora avanzado en edad. Pero eso no le quita los méritos que aquilató. Incluso las páginas del catecismo dan cuenta de la consulta de autores de prestigio. Uno los reconoce en sus lineamientos.

    No quiero contradecir a quien piensa distinto. Pero personalmente pienso que debemos estudiar, profundizar y valorar más las enseñanzas de la Iglesia, que pueden tener un estilo, un modo de decir las cosas, etc., que es propio de los hombres de la Iglesia. Pero no desestimarlas pensando que es propio de los achaques de la edad, y que no responden a las necesidades del mundo actual. La edad a veces influye, a veces no. El tipo de formación recibida influye a veces para bien. Y otras no. El factor humano de la Iglesia se puede mejorar. Pero yo no busco una Iglesia «amoldada» al laxismo de los tiempos que vivimos. Sí, una Iglesia que acompañe a los hombres. Pero acompañarlos no significa decir siempre que sí a todo. Es similar a lo que pasa en una familia. Los padres a veces dicen sí. Y en otros casos necesitan negarse a lo que piden los hijos. En ambos casos son padres.

    Expectativas las tengo yo también. Ni el conformismo ni la resignación me parecen cristianos. Pero me preocupo por plantearme yo el diálogo, las inter-conexión entre la fe y los problemas de los hombres. Lo cual no significa «acomodar» la fe a las «demandas» de la cultura actual, sobre la cual también hay mucho que decir.

    Es mi modesta opinión. Gracias.

    Prof. María Teresa Rearte

  10. Juan Manuel Ribeiro on 14 agosto, 2012

    Gustavo: ¡Qué buen artículo!!!!! Sirve mucho para la reflexión pastoral!!!! Sería bueno que siguieras escribiendo en esta línea!!!

  11. Mario Balzarini on 25 agosto, 2012

    Cuando accidentalmente me crucé con la revista Criterio (hace dos semanas) y me detuve en el artículo que ahora comentamos, no sabía lo importante que todo esto iba a ser para mí. Mi último contacto con los «contenidos de la fé» lo tuve cuando las monjitas de Villa Sarmiento me hacían aprender de memoria el catecismo de las preguntas y respuestas, a ppio de los años 60´s. Visto a la distancia, la representación de Dios como aquel barbudo recostado sobre una nube (que tan nítidamente retengo en la memoria), mató algo en mí y me «alejó» de la Iglesia, me defraudó en algo que era profundo. Aún así no perdí mi espiritualidad(durante 15 años de mi vida intenté ser ateo pero no pude). Y con el encuentro con San Agustín a mis 50 años («No salgas de tí, adéntrate en tí mismo, porque en el interior del hombre vive la Verdad») renació en mí la idea de que es posible un Dios vivo en mí y que se expresa conmigo en los momentos más altos de mi vida. Tener una creencia es consolador pero vivirla es liberador. Ahí estoy. Intenté, estoy intentando, reencontrame con la Iglesia despues de casi 50 años. Todo me habla : los símbolos, las parábolas, los rituales y los misterios de la Iglesia y de la fé. No sé si soy pre o post-conciliar. Nunca, hasta que me encontré con este artículo magnífico que hoy comentamos, se me hubiera ocurrido interrogarme acerca de semejenta cosa! Pero ahora, a la distancia, veo que ese mismo desgarro, ese de vivir una vida alienada, llena de palabras desconectadas de la experiencia real que las sustente, también se expresó, también estuvo en aquellas manifestaciones de lo pre y lo post-conciliar. Un artículo excelente. Y felicito al autor, que no conozco

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