Acontecimientos como el “permiso de paso” a los hinchas de fútbol argentinos y el posterior impedimento a los ciudadanos uruguayos que querían ir a votar a su país, actualizan el debate sobre el corte en el puente internacional que vincula las ciudades de Gualeguaychú y Fray Bentos, que se mantiene en el tiempo, como una suerte de aduana paralela, prohibida en nuestra Constitución Nacional. colegio-by-carolaiujvidinEstos nos llaman a pensar sobre nuestras instituciones y su funcionamiento. Si a ello le agregamos otros hechos recientes, como el conflicto gremial de la empresa Kraft Foods S.A. o la toma del Colegio Nacional de Buenos Aires por parte de sus alumnos y, finalmente, el escrache de que fue objeto el senador Gerardo Morales en Jujuy y que involucra a la tan cuestionada dirigente social Milagro Sala, con el correlato de la manifestación promovida por Luis D’Elía en repudio a las acusaciones vertidas por el “escrachado” (luego ampliamente referidas en una sesión de la Cámara alta), advertimos que si bien pueden parecer aislados o inconexos, en su conjunto hablan de un déficit severo en el juego de algunos conceptos republicanos, que entendemos fundamentales para consolidar la vida institucional.

Representación, participación y pluralismo

La primera idea que creemos importante rescatar es la representación. El artículo 1° de la Constitución define que la Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal. El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes.

Representación, pues, no es otra cosa que –siguiendo a Giovanni Sartori– la transmisión del poder del representado al representante. Agregamos que tal transmisión, en nuestro caso, debe darse en el marco institucional marcado por la propia Constitución.

En esta línea argumental, la forma de gobierno será representativa cuando signifique el traspaso de la capacidad de manejo de la cosa pública a un representante elegido conforme a las normas que le dan sustento.

La elección del representante da paso a la segunda de las ideas que queremos traer a colación: la participación. Si la representación tiene como consecuencia una transmisión de poder, su contracara republicana es el control de este traspaso mediante la participación ciudadana, sea por vía del voto periódico (acto soberano por excelencia), o por el involucramiento de los ciudadanos en actividades y acciones no gubernamentales que impliquen el control de los actos de gobierno. Una sociedad vigorosa, participativa e involucrada, encamina, controla y es aliciente para el buen gobierno de los representantes.

Representación y participación nos llevan a la tercera idea a rescatar: la tolerancia y el pluralismo. Si participar implica elegir representantes, esto da lugar a competencia en el debate de ideas y proyectos, a ganar o perder, dentro de marcos preestablecidos. El pluralismo significará aceptar las ideas del otro; y la tolerancia, no buscar la imposición de las ideas propias aún en el caso de que no hubieran encontrado eco en el proceso de toma de decisiones.

Revisando los acontecimientos descriptos en el primer párrafo, observamos la ausencia de estas ideas y conceptos. En el caso de Gualeguaychú, aquellos que se interponen en la libre circulación garantizada en la Constitución Nacional rompen la transmisión de que hablábamos más arriba. Un interés sectorial prevaleció sobre el general. La participación, en este caso, cruzó los límites institucionales para transformarse en una agresión. La tolerancia y el debate de ideas cedieron ante la acción directa.

Podemos hacer el mismo ejercicio de análisis en los demás casos. ¿No es acaso una demostración de ruptura de la relación entre los trabajadores y sus delegados sindicales que la comisión interna de una empresa desconozca o ignore a su secretario general? ¿Qué decir también del violento escrache al senador Morales? El pluralismo cedió ante la intolerancia y la agresión física.

En esta encrucijada, en donde las ideas de representación, participación y tolerancia, fundamentales para la república democrática, se subvierten y fracturan, para dar lugar a la facción y la violencia, tanto el gobierno como la sociedad civil tienen su cuota de responsabilidad. Quizá un ejemplo sea lo acontecido en el Colegio Nacional de Buenos Aires.

La toma del Colegio Nacional

Los alumnos, con la excusa de participar en una marcha política, se evadieron del colegio sin autorización, pese a que su primera responsabilidad es la de estudiar.

Este acontecimiento suscita un tema disciplinario diáfano y que no debió dar lugar a segundas interpretaciones. Los alumnos sancionados dieron el presente para luego irse del colegio, burlando sus normas. Han mentido para evitar una falta. Sin embargo, entre 40 y 100 alumnos, en apoyo de los sancionados, cometieron un grave acto de violencia, como  fue la toma del colegio.

La posición de la rectora Virginia González Gass fue ambigua. Se debe reconocer a su favor el no haber dado marcha atrás con las sanciones pese a las fuertes presiones que recibió. Pero fuera de ello, muchas cosas llaman la atención. Por lo pronto, parece no tener en cuenta que está tratando con menores de edad. En sus declaraciones públicas se queja de que “la medida es una desmesura”, pasando por alto que la toma del colegio no se trata de una “medida” sino de un simple acto de violencia que no puede ampararse en ningún derecho, y que es efectuado por adolescentes que carecen de suficiente rigor lógico y noción de las proporciones. También señala que los alumnos “cambian constantemente de opinión”. Por supuesto que es así, porque son chicos, chicos embriagados por la sensación de poder, por la posibilidad de imponerse a quienes deberían formarlos y desde ahora carecen de autoridad para ello, por la oportunidad de pavonearse ante las cámaras ensayando una retórica de imitación, que ejercitan sobre todo para sí mismos.

Son chicos. En consecuencia, cualquier diálogo debería haber sido con los padres en primer lugar, convocándolos bajo apercibimiento de que si no retiraban a sus hijos del colegio en un plazo estipulado, serían expulsados. ¿Para qué, si no, se prevé la expulsión? Por ausentarse sin permiso corresponden 10 amonestaciones; por tomar el colegio por la fuerza e impedir su funcionamiento corresponde… el diálogo con los alumnos. Una excelente invitación a esa “desmesura” que la rectora lamenta.

Ahora bien, ¿dónde estaban los padres? Algunos, quizá, buscando reciclarse fugazmente como “compañeros” de correrías de sus hijos. El resto, adaptándose a la más módica función de ser proveedores de dinero y alojamiento.

La rectora cayó en la trampa de recibir a los rebeldes en un bar. Un ámbito significativo por ser completamente ajeno a los canales institucionales. En un bar somos todos iguales. Ejerciendo su cargo en un bar, la rectora no es más rectora. Sólo es alguien que de hecho tiene poder para atender o rechazar reclamos. Pero la relación con los alumnos se vuelve fatalmente horizontal.

Cuando llegó el momento del viaje de estudios para unos y de egresados para otros, ninguno de estos luchadores de los derechos humanos vaciló en abandonar los principios tan ampulosamente proclamados: se fueron sin remordimientos ni conflictos de conciencia a divertirse con sus compañeros. Porque son chicos. Chicos que le encontraron la vuelta a los grandes. Porque un grande sólo lo es, en sentido propio, cuando está revestido de autoridad. Y cuando un grande declina su autoridad ante los menores que debería guiar, difícilmente vuelva a recuperarla.

Conflictos, violencia, intolerancia y acción directa. Sería tentador concluir que en todos los casos se trata de síntomas de una crisis de representatividad de las instituciones, o la subversión de las ideas que al comienzo glosábamos. Así como los sindicatos oficiales ya no representan muchas veces los intereses de sus afiliados, pareciera que el Colegio Nacional de Buenos Aires se encamina a declinar su ideal educativo.

No perdamos de vista sin embargo que se trata, en su núcleo, de un simple problema disciplinario. Algo que ha sucedido siempre y en todos lados. Chicos que se escapan de clase. El resto es retórica y hojarasca. El problema de base no es esta institución, sino la existencia de instituciones. Porque las instituciones son inevitablemente límites al arbitrio individual, y es esto lo que las hace intolerables a los ojos de estos alumnos: la idea de que quien trasgrede conscientemente las reglas deba ser sancionado. Y, a su vez, las instituciones nos unen a los demás con vínculos objetivos. Aceptarlo significa, entre otras cosas, que no se pueden afectar los derechos de todos por un reclamo personal.

***

Para poder criticar constructivamente las instituciones, primero hay que valorarlas. Es necesario haber hecho la experiencia de acatarlas, sentirse parte de ellas, deponer la omnipotencia infantil para entablar relaciones de justicia y de respeto, experimentar la nobleza que encierra no pensar sólo en sí mismo, sino también en un bien común. La negligencia y la impericia de los mayores han privado a estos chicos de una experiencia cívica elemental. Preservar los ideales de representación institucional, la sana participación ciudadana, la tolerancia y el pluralismo puede ser presentado hoy como un camino posible ante el presente que inquieta.

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