Testimonio del arzobispo de Santa Fe y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, uno de los padres sinodales.
Después de haber participado en el Sínodo sobre la familia, creo que ha sido una prudente y sabia decisión haberlo pensado en dos momentos, uno extraordinario y otro ordinario. No puede decirse que la Iglesia no se haya ocupado del tema en los últimos años, pero las voces escuchadas hablan de una realidad en la vida de eclesial y social que merecía detenerse más prolongadamente para reflexionar sobre el tema. Ha sido importante el camino previo en el que han participado muchas personas e instituciones de todo el mundo, con la riqueza de sus aportes, preguntas y expectativas. Hay un camino iniciado y abierto en esta primera etapa que no es un salto al vacío, sino una actitud responsable ante realidades nuevas que necesitan y esperan una palabra de acompañamiento por parte de la Iglesia. La moral cristiana no es un recetario de respuestas ya codificadas, sino una mirada siempre nueva desde el evangelio de la gracia, que nos presenta principios y orientaciones en el peregrinar hacia la Patria.
Debo destacar que hemos vivido este primer momento del Sínodo en un clima eclesial de libertad, respeto y comunión, no exento de posiciones encontradas. En esto fue importante la presencia, la palabra y el silencio de Francisco. Alentó a que habláramos, él estuvo presente en todas las reuniones generales, pero sólo escuchaba. Esto fue muy valorado. Me recordaba por momentos la realización del Concilio Vaticano II donde, si bien había acentos y posiciones diversas, se fueron encontrando con el tiempo amplios consensos en las votaciones finales. Este clima del Concilio lo percibí, incluso, en algunas publicaciones que me traían a la memoria reflexiones que leía siendo seminarista. Cito una con un título llamativo y provocativo: “El joven Ratzinger, el matrimonio y el regalo envenenado del estoicismo al cristianismo” (Vatican Insider 16/10/14). Ello no significaba desconocer ni dejar de valorar el camino de Humanae Vitae ni de Familiaris Consortio, por el contrario, se buscaba leer desde el evangelio y el camino del magisterio una realidad que presentaba nuevas preguntas. Había una clara conciencia de que la Iglesia siempre debe ser “Madre y Maestra”. Verdad y misericordia no es una disyuntiva sino expresión de su riqueza.
El Sínodo, es importante decirlo, remarcó la identidad y la verdad del matrimonio y la familia. Así, indisolubilidad, unidad, fidelidad y apertura a la vida fueron ejes centrales. Ahora bien, los desafíos que plantea la realidad no fueron negados, ni reducidos a algo carente de identidad; había que escucharlos, discernir y orientar, decir una palabra. Considero, por ello, que es un valor de este Sínodo extraordinario en su Relatio finalis reconocer que esa palabra por decir aún debe profundizarse. En este sentido, valoro como importante lo que afirmaba el Instrumentum laboris cuando se refería a la “relación que el evangelio establece con lo humano en todas sus declinaciones históricas y culturales” (21). Y destaco la búsqueda, en una continuidad creativa con el magisterio, en el hoy de la historia y al servicio del hombre y la sociedad.
Se denunció con fuerza una cultura que debilita los valores que sostienen el matrimonio y la familia, que lleva a un deterioro de las relaciones y a mucha gente, incluso, a no casarse. No hubo una actitud ingenua y conciliadora con todo lo actual, tampoco un desentenderse de esta realidad. No cabe para un cristiano quedarse en la nostalgia de un pasado que fue, sino revivir la esperanza de la fe en Jesucristo que es “el mismo ayer y hoy, y lo será siempre” (Heb. 12, 8). Esta certeza de la fe, que tiene su fuente en un Dios creador y redentor que nos reveló su designio de amor, es la que nos ilumina y orienta. Es en Jesucristo donde abrevamos la verdad siempre nueva del evangelio de la familia. Desde este marco surgía la conciencia y la necesidad de decir una palabra de pastores que disipe dudas, evite magisterios paralelos y sea un acompañamiento a la familia. La dimensión escatológica, como elemento esencial de la verdad cristiana, lo es también del matrimonio y la familia. En este sentido podemos decir que hay una jerarquía salvífica de verdades que debemos atender.
Sería injusto e incorrecto decir que se ha abierto una caja de Pandora y que no se sabrá cómo ordenarla o manejarla. Estamos en el ámbito del evangelio y la gracia, del valor de la persona y su conciencia, de su libertad y responsabilidad, de su vocación y plenitud. Esto implica tanto la presentación de la verdad del matrimonio y la familia, como el acompañamiento humano y espiritual de parte de la Iglesia. Señalar, además, la responsabilidad que asume el matrimonio cristiano en la trasmisión y el cuidado de la vida, como su presencia y testimonio ante el mundo. La familia como Iglesia doméstica es para el mundo de hoy un sujeto único de evangelización.
El camino hacia el Sínodo ordinario debemos vivirlo en este contexto de fe y oración, de confianza y compromiso. Hay un camino por recorrer, y en esto todos estamos convocados. Con este espíritu concluía la relación final: “Las reflexiones propuestas, fruto del trabajo sinodal desarrollado con gran libertad y en un clima de recíproca escucha, ha intentando poner cuestiones e indicar perspectivas que deberán ser maduradas y precisadas por la reflexión de las Iglesias locales en el año que nos separa de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos prevista para octubre de 2015, dedicada a la vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo” (62).
Cuando lo veía y pensaba en la responsabilidad del Santo Padre de llevar adelante este Sínodo, además de confiar en la asistencia del Espíritu Santo, recordaba sus palabras: “el tiempo es superior al espacio”. En Evangelii Gaudium decía que este principio “permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad….” (223).