Un perfil de la activista norteamericana que fue militante de izquierda y, luego de su conversión al catolicismo, sin renunciar a sus ideas, creó un diario cristiano y se dedicó a servir a los pobres.

En su discurso ante el Congreso estadounidense, el papa Francisco citó a cuatro ciudadanos de ese país como ejemplos de conducta ética y espiritual. Entre ellos, además de tres hombres (Abraham Lincoln, Martin L. King y Thomas Merton), una mujer: Dorothy Day. Alguien que había llamado la atención de Benedicto XVI en su última alocución antes de la renuncia.
Dorothy nació en Nueva York en 1897. Trascurrió la mayor parte de su infancia y juventud en Chicago y estudió en la Universidad de Illinois antes de regresar a Nueva York en 1916. Al mudarse, encontró trabajo como periodista del diario The Call, el único órgano socialista de la ciudad. Después colaboró con la revista The Masses, opuesta a la intervención de los Estados Unidos en la guerra que acontecía en Europa en 1917. En noviembre de ese año, Dorothy Day fue una de las cuarenta mujeres que protestaron frente a la Casa Blanca por la exclusión femenina del voto. Una vez detenidas, fueron tratadas con brutalidad y finalmente liberadas por orden presidencial.

Siempre en Nueva York, Day llevó una vida muy agitada y bohemia. Tuvo relación con un periodista, Lionel Moise, quedó embarazada y decidió abortar. Fue una experiencia muy dolorosa que la llevó a afirmar que nunca más renunciaría a un hijo.

Más adelante encontró a un hombre con el que viviría en una mayor estabilidad emocional y afectiva. Se llamaba Forster Batterham y era botánico. Con él contrajo una unión civil estable. Se establecieron en Staten Island, en la rivera del mar. Aprendió con él a amar la naturaleza y tuvieron una hija. Su conversión al catolicismo fue posterior a ese nacimiento. Luego del bautismo, sufrió la ruptura de la relación porque él no aceptó esa opción religiosa.

Tiempo después conoció a Peter Maurin, discípulo de Emmanuel Mounier, gran compañero de su vida espiritual y su trabajo apostólico. En él encontró a un cristiano y un reformador con quien compartió una comunión de intelecto y sentimiento. En 1933 ambos iniciaron el movimiento Catholic Worker, que publicó un diario influyente y fundó una serie de casas de acogida para atender a personas sin techo. Mientras tanto, en los Estados Unidos se agravaban las consecuencias de la Gran Depresión posterior al crack de la Bolsa de Nueva York en 1929. Los centros de atención fueron una inmensa ayuda en ese contexto. Se trataba de albergues que conseguían aunar una actitud progresista en la defensa de los derechos humanos, sociales y económicos, con un sentido ortodoxo y tradicional de la moral y la piedad católicas.

Al mismo tiempo, su devoción y la obediencia a la Iglesia seguían siendo críticas. Por ejemplo, con su condena pública al líder español Francisco Franco durante la Guerra Civil Española, lo que le valió la oposición de muchos católicos norteamericanos, clérigos o laicos. Se vio obligada a cambiar el nombre de su publicación, “porque la palabra ‘católico’ implicaba una conexión eclesial oficial cuando no era su caso”.1

Sus principales luchas fueron por la justicia y la paz. Por ellas vivió y murió. Su peregrinación en la tierra terminó en Maryhouse, Nueva York, el 29 de noviembre de 1980, en medio de los pobres.

Se trató de una mujer que amó y fue amada, que supo ganar seguidores. Trabajó y entregó su vida con esfuerzo y valor. Estuvo siempre con todas sus potencialidades alertas y vigilantes. Fue alguien que se dejó afectar en lo más profundo de sí misma por el mundo que la rodeaba, por el resto de las personas, y que, por consiguiente, se constituyó en un canal abierto y profundo para la acción de Dios, a quien quiso entregar su vida. Varios aspectos de su sensibilidad llaman especialmente la atención.

Sensibilidad corporal
Dorothy Day fue siempre una mujer marcadamente femenina y consciente de su propio cuerpo. Desde su juventud más de una vez se apasionó, gustaba del encuentro con las personas del otro sexo, apreciaba el cariño, sabía querer y ser querida. El fracaso de su relación con Lionel Moise, que la llevó a decidir un aborto, le dejó una marcada sensibilidad de su voluntad humana y espiritual. Con ella puede experimentarse palpablemente la afirmación de san Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Romanos 5,20).

Su relación amorosa con Batterham la llevó a vivir un momento particularmente bello y positivo en su vida. Tenían una sintonía poco común: “Nos encontrábamos juntos, caminábamos todos los días algunos kilómetros, nos reuníamos y estudiábamos, y todo un mundo se abría para mí, poco a poco. No hablábamos mucho, pero vivíamos juntos en el sentido más pleno de esta expresión”2.

Esta relación marcó definitivamente un giro copernicano en la vida de Dorothy, en el sentido de que se volvió apóstol de los más pobres y voz de los que no tienen voz, paladín de paz y de justicia gracias a su extrema sensibilidad femenina. Pero la experiencia más decididamente gratificante de su vida corporal fue la maternidad. Como consecuencia del aborto, y como secuela de su relación con Batterham, debió someterse a una intervención quirúrgica del útero para que una futura concepción no fuera imposible. Había pensado que el aborto la dejaría estéril. “Durante largo tiempo pensé que no podría tener otro bebé pero mi deseo seguía creciendo”, confía en su autobiografía.

De la unión con Forster, Dorothy quedó embarazada y lo consideró casi un milagro. En julio de 1927 conoció la mayor felicidad de su vida con el nacimiento de Tamar Teresa. Fue también un llamado a poner a Dios en el centro de su vida: “Ninguna criatura humana podía recibir o contener tan inmenso caudal de amor y alegría como yo sentía después del nacimiento de mi hija. Con ella llegó la necesidad de rezar, de adorar”. “Yo deseaba morir para vivir, despojarme del ‘hombre viejo’ para revestirme de Cristo. ¿Cómo podía Forster no entenderme?”, escribió.

El llamado de Dios prevalece y Dorothy no encuentra más que una inmensa gratitud que le ensancha el corazón y quiere bautizar a Teresa en la Iglesia católica. “Yo no quería que mi hija se debatiese y tropezara en la vida como a mí me había sucedido tantas veces. Quería creer y quería que mi hija creyese, y si pertenecer a la Iglesia le iba a dar una gracia tan inestimable como la fe en Dios y la amorosa compañía de los santos, entonces lo que había que hacer era bautizarla como católica”. Su decisión de bautizarla y de abrazar la fe católica comportó un enorme costo para Dorothy: el final de la relación con el hombre que amaba y la pérdida de varios amigos y compañeros.

Las descripciones que hace de sus contactos amorosos con Forster hablan de la verdad y profundidad del amor que sentía por él: “En las noches de otoño leíamos mucho. A veces, si había marea baja y la luna estaba en lo alto, él salía a buscar cebo. Se quedaba pescando en el malecón hasta tarde y llegaba oliendo a algas marinas y a sal; tras meterse en la cama, aterido de frío por el desapacible aire de noviembre, me estrechaba silenciosamente en sus brazos. Yo lo quería de todas las maneras, como esposa, e incluso como madre. Lo quería por todo lo que sabía, y lo compadecía por todo lo que no sabía. Lo quería por todo lo que tenía que sacar de los bolsillos de sus sweaters y por la arena y las conchillas que traía a casa con las pesca. Yo amaba su cuerpo flaco y frío, cuando se metía en la cama oliendo a mar, y amaba también su integridad y su obstinado orgullo”.

En efecto, después de separados, Dorothy le escribe cartas como testimonio del amor que siempre sintió por él y de la vocación católica que desencadenó el nacimiento de la hija, cuando tuvo que elegir entre Dios y el hombre que amaba y entendió que debía escoger a Dios.

Durante mucho tiempo ambos quedarán relacionados gracias a Tamar. Más tarde la visitará en el hospital. En los años finales de Dorothy, él la llamaba por teléfono a diario. Estuvo presente en su funeral, en 1980, y más tarde en una misa celebrada en la catedral de St. Patrick.

Ella era portadora de un cuerpo femenino, habitado por deseos, acostumbrado a estremecerse de placer por el efecto de las caricias del hombre amado; un cuerpo que generó y nutrió a la hija de ambos, que sería la luz de su vida; un cuerpo que ahora debía enfrentar el peso de su maternidad en una sociedad discriminatoria para con la mujer y en una Iglesia marcada por el machismo. Al mismo tiempo, será ese cuerpo también el que vibrará de compasión y de solidaridad con todos los hombres y mujeres pobres e infelices que cruzará en su camino y la llevarán a experimentar como propios los dolores del mundo y de la humanidad.

Sensibilidad estética
En los años de juventud, cuando Dorothy vivía en Chicago, ya se advertían rasgos contemplativos en su personalidad. Por ejemplo, como señala Jim Forest, uno de sus biógrafos, “tenía el don de encontrar la belleza en medio de la desolación urbana. Calles monótonas eran transformadas por los olores vivos de las plantas de geranio y de tomate, albahaca, aceite de oliva, torrefacción de café, pan y tortas de las panaderías. ‘Aquí, decía ella, hay suficiente belleza para satisfacerme’”.

Más tarde, en los años compartidos con Forster Batterham en State Island, esa sensibilidad estética se fue abriendo a los misterios y las revelaciones de la naturaleza. Tal como ella misma confiesa, extremadamente urbana en sus gustos y tendencias, Day fue aprendiendo, guiada por la mano de su amado, a descubrir la belleza existente lejos de las grandes ciudades, al rayo del sol y cerca del mar, en las plantas y los animales, en las conchillas y los moluscos de los que el paisaje era pródigo.

Dorothy fue también, desde su más tierna infancia, una apasionada por el arte vital de la literatura. Las lecturas de su niñez y juventud influyeron mucho en su vida después de la conversión. Lectora de grandes autores europeos como los rusos Fiodor Dostoievki y Leon Tolstoi, los franceses Georges Bernanos, Francois Mauriac, y el no tan conocido Huysmans, el inglés Charles Dickens, los norteamericanos Upton Sinclair y Jack London, entre otros, éstos fueron marcando su imaginación y su sensibilidad estética.

El no poder vivir sin asimilar sus lecturas la ayudó a configurar lo que sería su mística y su particular teología, su visión del mundo a través del Evangelio. La manera que tenía de cotejar incluso sus lecturas literarias con las bíblicas o con los relatos de los grandes místicos muestra una sensibilidad refinada para la crítica literaria, que sirve además como pedagogía para entender cómo fue madurando cada vez más radicalmente su opción de amor y servicio a los pobres.

Por orientación de Peter Maurin, Dorothy realizó nuevas lecturas, donde el pensamiento social de la Iglesia tenía presencia obligatoria. Tomás de Aquino, Jacques Maritain, Hilaire Belloc, G.K. Chesterton, Eric Gill, Vincent McNabb, entre otros, se volverán lecturas habituales. Cultivada al principio por la visión de Maurin y realizando después su propia síntesis cognitiva, Day fue descubriendo su vocación.

Sensibilidad social
Dorothy Day siempre tuvo una sensibilidad profundamente marcada por la injusticia económica y social que percibía a su alrededor. Esa herida la llevará a una respuesta que no será racional o intelectual, como le sucedió a muchos otros pensadores de su época, sino que se traducirá en una proximidad amorosa y apasionada por quienes están afectados por ese estado de cosas, y con los que ella se identifica en forma creciente, en la medida en que se encamina hacia Dios.

Mientras vivió en Chicago, durante su adolescencia, comenzó con lecturas que afirmaron su conciencia social y el sentido de la justicia. La novela de Upton Sinclair La jungla fue inspiradora para ella. Realizaba largas caminatas por los barrios pobres de la ciudad. Era el comienzo de una atracción por lo que muchas personas evitan: el deseo de estar cerca de los pobres: “Yo caminaba kilómetros, explorando interminables calles grises, fascinantes en su sombría igualdad, yendo taberna tras taberna, donde imaginaba cenas como en las fiestas de polacos en la historia de Sinclair”.

Ya a los 15 años observaba el mundo con los ojos muy abiertos y un corazón vulnerable que muchos podríamos envidiarle. Reflexionando sobre la vida de las personas de aquellos barrios oprimidos, víctimas de la injusticia y de la pobreza, se daba una suerte de premonición de su futura vocación y no quería perder la relación con esas personas, con sus intereses. Finalmente se comprometió a luchar por un orden social justo y se inscribió en el Partido Socialista.

Después de su conversión, ese sentimiento de identificación, esa sensibilidad y ese deseo de proximidad con los pobres fue creciendo en la medida en que crecía su mística y su vocación cristiana. De adulta, referirá su experiencia en la cárcel. En efecto, el jesuita Daniel Izuzquiza escribe que el haber estado en prisión, en 1917, tuvo un profundo efecto en su vida. Experimentó un doble proceso de conversión personal: por un lado, “perdí todo el sentimiento de mi propia identidad”, pero al mismo tiempo se sintió fuertemente identificada con los otros presos: “Yo era aquella madre a cuyo hijo habían violado y asesinado”. Pierde su identidad previa y la recupera, renovada, en la identificación con las compañeras detenidas. Cinco años más tarde fue encarcelada de nuevo, esta vez en Chicago. Y a este respecto escribió: “Compartía, como nunca lo había hecho antes, la vida de los más pobres de los pobres, los culpables, los desposeídos”. Y arrestada en 1956 durante una acción no-violenta, escribe: “Percibí una sensación de intensa cercanía de Dios. Un gran sentido de su amor, un amor por sus criaturas…”. Este proceso de encarnación que experimentó Dorothy en la cárcel también se refleja, años más tarde, en el siguiente texto: “En la celda donde estábamos detenidas, había seis mujeres esperando juicio por homicidio. Pero allí, mezclada con ellas, entre puertas abiertas y pasillos libres, éramos hermanas. Vimos en nosotras mismas nuestra propia capacidad para el pecado, la violencia o el odio”.

La sensibilidad de Dorothy tiene aspectos extremadamente actuales que hablan del nivel de conciencia frente a su tiempo. Sin presentar jamás una tendencia asistencialista o alienante en su amor por los pobres, para ella siempre queda claro que estar junto a ellos significa luchar incesantemente contra la pobreza. No era suficiente asistir a las víctimas de las injusticias sociales, sino que era necesario al mismo tiempo trabajar para destruir las causas del desorden social.

Constatando que había guarderías a disposición de las trabajadoras donde podían dejar a sus hijos, se preguntaba por qué los padres no ganaban lo suficiente como para que ellas pudieran cuidar a los pequeños en la familia. La respuesta que encuentra es claramente evangélica: “¿Dónde están los santos para transformar el orden social? No para ser sólo ministros religiosos de los esclavos, sino para acabar con la esclavitud”.

La justicia y la transformación de las estructuras sociales eran consideradas ajenas por la Iglesia en su época juvenil, más atenta a una salvación individual independiente que a las responsabilidades para la organización del mundo. Pero no bastaba luchar contra los efectos de la pobreza. Este mal debía ser extirpado. Debe transformarse la sociedad desde su raíz. Estas reflexiones muestran que Dorothy Day, en la vivencia de su fe, recibe de Dios inspiración y conocimiento como para ser considerada entre las católicas más avanzadas de su tiempo.
Las reflexiones que se multiplican a través de sus escritos la presentan como pionera de los movimientos que surgirían posteriormente en la Iglesia. La conciencia del pecado social y de la necesidad de soluciones estructurales en lugar de simples paliativos fragmentarios están presentes, por ejemplo, en la Teología de la liberación, que prendió con gran fuerza en Latinoamérica en los años ’70. Más allá de la crítica aguda, con elementos marxistas, Dorothy siempre tuvo un profundo sentido de la gracia de Dios y de la gratuidad de su amor como origen de todo bien. Su sensibilidad social era inseparable de la espiritual.

Sensibilidad espiritual
Incluso antes de su conversión y de su ingreso en la Iglesia católica, no puede decirse que Dorothy no tuviera ya una profunda sensibilidad espiritual. Son conmovedores sus relatos de cómo siente el impulso interior de alabar a Dios, afirmando que la alabanza es el acto más profundo y bello que un ser humano puede realizar.

Pensaba que la única verdadera revolución nacería de un corazón convertido por la gracia. En Catholic Worker llevó una vida de fidelidad a la revelación consignada en las Escrituras, practicando la pobreza de manera voluntaria y radical, dedicada a las obras de misericordia y a la lucha por la justicia y la paz. El pacifismo es una de las características de su militancia. Escribió importantes textos denunciando la guerra en todas sus formas y en contra de toda violencia, que está en contradicción con la raíz evangélica. Fue militante y activista, pero siempre buscando su fuente en el Evangelio de Jesús.

En su etapa de madurez realizó muchos retiros espirituales y recalcó siempre la importancia de la oración diaria y de la vida sacramental para un crecimiento consistente de la vida cristiana. Apasionada por el proyecto del Reino de Dios, anunciado y propuesto por Jesús de Nazaret, Dorothy fue consciente desde el inicio de su conversión, de manera cada vez más profunda, de vivir la justicia y la paz antes que nada en su corazón para intentar comunicarlas a los demás.

Su libro From Union Square to Rome está dirigido a sus hermanos y hermanas comunistas de credo y de praxis, que quedaron perplejos por su conversión. Ella, sin embargo, continuó sintiéndose muy cercana a ellos y defendiendo la primacía de lo espiritual sobre lo material. “Todos hemos conocido la larga soledad –escribía– y todos hemos aprendido que la única solución es el amor, y que el amor llega con la comunidad”, porque así “nuestra fe es más fuerte que la muerte, nuestra filosofía es más firme que la carne, y la propagación del Reino de Dios sobre la tierra es más sublime y más convincente”.

                                                                                              Traducción de José María Poirier

1. Coles, Robert; Dorothy Day: a radical devotion; Cambridge; 1987.
2. Day, Dorothy; La larga soledad.~~~~~

Foto: Judd Mehlman/NY Daily News via Getty Images

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