¿Avanzamos o retrocedimos?

A propósito del documento del Sínodo sobre la familia y la comunión de los divorciados vueltos a casar.

Para entender adecuadamente la cuestión de los divorciados y vueltos a casar (DVC) en la Iglesia, y no dejarse confundir por la retórica de diferentes sectores en pugna, es muy importante apreciar cuánto se avanzó hasta hoy en la materia. En el Código de Derecho Canónico de 1917, a los fieles católicos que habían pedido el divorcio y contraído nuevas nupcias no sólo se los excluía de los sacramentos de la penitencia y la comunión sino que se los consideraba “públicamente infames”.
Juan Pablo II, en su exhortación apostólica sobre la familia (Familiaris consortio, 1981), muestra un importante cambio no sólo en el tono sino también, a mi juicio, en la visión. En efecto, en este documento la situación de los DVC es incluida en el elenco de las llamadas “situaciones irregulares”. Es importante advertir que no se habla por ningún lado de “situación de pecado” sino simplemente de “irregularidad”. ¿Por qué? ¿Por una simple cuestión de amabilidad, a los efectos de no ofender? Así parecen entenderlo la mayoría de los intérpretes, para quienes los DVC entran dentro del canon 915 del nuevo Código de Derecho Canónico de 1983, que se refiere a quienes “perseveran obstinadamente en un pecado grave manifiesto” y a causa de ello no pueden ser admitidos a la sagrada comunión.
Sin embargo, y más allá incluso de lo que Juan Pablo II de hecho se hubiera propuesto, el acierto de aquella terminología era innegable: al hablar de situaciones “irregulares” se enmarcan las situaciones aludidas –entre ellas, las de los DVC− en una categoría externa de carácter jurídico-canónico, lo cual permite distinguir y dejar a salvo la cuestión teológica de la situación de las personas involucradas ante Dios. En una palabra: una “situación irregular” no sería necesariamente una “situación de pecado”. Si los DVC no pueden comulgar no es porque estén en pecado grave necesariamente, sino porque “su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía”. La “contradicción” reside ante todo en la irregularidad objetiva, no en el pecado (aunque de hecho pueda haberlo con frecuencia en los casos concretos).
Esta no identificación de ambos conceptos es lo único que puede dar sentido a la exhortación que Familiaris consortio dirige a los pastores a “discernir bien las situaciones”, dado que –sigue diciendo− “hay diferencia entre los que sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo injustamente, y los que por culpa grave han destruido un matrimonio canónicamente válido. Finalmente están los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido”.
Si todos los casos de DVC fueran “situaciones de pecado” (grave y, en principio, mortal), ¿qué sentido tendría el llamado al “discernimiento”? ¿Para decidir a qué círculo del infierno están condenados? ¿Y por qué entonces el documento del Sínodo no llama a estas personas encarecidamente a abandonar sin demora su nueva unión, que pone en peligro de tal manera su salvación eterna? ¿Por qué simplemente los invita a participar en la vida de la Iglesia para “implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios”? ¿Y por qué se pide a la Iglesia que “los sostenga en la fe y en la esperanza”, si se trata de personas que han perdido el estado de gracia y debido a ello se supone que carecen propiamente de tales virtudes? ¿Es esa la manera pertinente de dirigirse a personas que “perseveran obstinadamente en un pecado grave manifiesto”?
El único modo de superar este cúmulo insostenible de incongruencias es reconocer que una situación irregular no es necesariamente una situación de pecado, y que hay personas que siendo DVC están en gracia de Dios. A menos, por supuesto, que uno se olvide que el derecho canónico no es lo mismo que la ley divina, y que infinidad de matrimonios que fueron considerados válidos en una época por el derecho de la Iglesia, fueron considerados inválidos en otra por razones estrictamente prudenciales (empezando por el hecho de que la celebración religiosa del matrimonio no era obligatoria en el primer milenio, y que la “forma canónica” actual se remonta al Concilio de Trento, en el siglo XVI).
Ésta es la clarificación que debería explorarse y que podría derivar de un modo coherente en la eventual admisión de DVC a la comunión a través de algún tipo de procedimiento eclesial. El Sínodo ordinario sobre la Familia, sin embargo, optó por otro camino. El de abandonar la terminología de “situaciones irregulares” para adoptar otra, más “sensible” (y confusa) de “situaciones complejas”. Detrás de esta expresión amable se esconde una concesión a la interpretación más dura: ¿implícitamente se consideraría que la situación “compleja” es una situación de pecado grave? La escapatoria se busca por otro lado: en la consideración de las circunstancias por las cuales “la imputabilidad y la responsabilidad de una acción puede ser disminuida o anulada”. Afirma a continuación: “El juicio sobre una situación objetiva no debe llevar a un juicio sobre la imputabilidad subjetiva”. En una palabra, los DVC están en pecado grave, pero pueden ser incluso “inimputables” (!).
Ilustremos la cuestión con un caso. Yo conocí una joven que al año de casada y estando embarazada fue abandonada por el marido. Años más tarde se casó nuevamente y hoy vive feliz con su pareja y sus hijos. ¿Es posible afirmar que la voluntad de Dios para esta joven era necesariamente que viviera sola el resto de su vida y que su hijo creciera sin un padre? Quien sostuviera esto último, ¿podría seguir hablando en algún sentido inteligible de la misericordia de Dios? Fundado en Familiaris consortio yo podría decirle hoy: “debido a tu situación irregular no podés ser admitida a la comunión, pero ello no prejuzga de tu santidad personal, que puede ser mayor que la de aquellos que comulgan”. Probablemente no aceptaría este argumento, ciertamente débil, pero se sentiría respetada en su opción de vida.
En cambio, en base al texto del Sínodo, y pese a su “misericordia”, tendría que decirle: “Has rechazado la voluntad de Dios, has rehuido a tu cruz. Deberías haberte quedado sola para siempre, y asumido en soledad la educación de tu hijo. Tu nueva familia no corresponde al plan de Dios. Pero Dios es misericordioso, y sabe que sos débil e inimputable, así que si querés podés comulgar”. ¿Es ésta la postura misericordiosa? ¿Estamos avanzando o retrocediendo?
Se podrá alegar que los redactores de la relación final han cedido a algunos reclamos de los sectores más duros para inducirlos a aprobar el texto, y han buscado una compensación por la vía de la responsabilidad subjetiva que dejara abierto el camino al papa Francisco para decidir la admisión de los DVC a la comunión bajo ciertas condiciones. Puede ser. Pero si éste va a ser el camino para lograrlo, prefiero la doctrina anterior. Yo también estoy a favor de una solución, pero pienso que la misericordia debe ser promovida por caminos transparentes. De estrategias fundadas en cálculos, ambigüedad y confusión puedo decir sólo una cosa: no me gustan.

6 Readers Commented

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  1. LUCAS VARELA on 3 diciembre, 2015

    Señor Presbítero Irrazábal,
    Interpreto de su artículo que a Usted la gustan las cosas claras; a saber:

    “El juicio sobre una situación objetiva debe llevar a un juicio sobre la imputabilidad subjetiva”.

    Siendo así, también debería estar de acuerdo con el siguiente concepto:

    «El juicio sobre una situación objetiva debe llevar a un juicio sobre la inimputabilidad subjetiva».

    Por ejemplo, yo estoy casado en primeras nupcias desde hace 38 años, y comulgo con mi esposa todos los domingos. Según Usted, que asume la potestad de juzgarme, estoy en gracia de Dios. Sin embargo, Usted no sabe de mi comportamiento puertas adentro de mi casa. Y podría cometer un gravísimo error.
    Misericordia es la palabra, y no debe ser entre comillas. No se es misericordioso imputando penas en temas de forma, pero no de fondo. Y el fondo no es subjetivo, es profundamente objetivo, es íntimo.
    No obstante lo dicho, reconozco en Usted la franqueza de expresar consistentemente una actitud de rechazo a las decisiones del papa Francisco. Actitud «reaccionaria» según sus palabras.

  2. LUCAS VARELA on 12 diciembre, 2015

    Amigos,
    El fin de una vida cristiana es hacerse un alma, un alma inmortal; que es obra propia. El modo como uno vive da verdad a su vida. Al morir, un cristiano deja una vida en la historia, que es su verdad y su suprema ilusión. ¡Y qué ilusión más grande, e íntima, es la verdad¡

    Un cristiano no es el que el otro cree que uno es. La verdad de un cristiano es lo que quiere ser. Pero, esa verdad es fiel a sus flaquezas y pasiones. Seguramente, será Dios quien nos premiará o castigará, siendo el que quisimos ser, por toda la eternidad.
    ¿Y las ideas? Sirven. Pero a veces, en nombre de éstas, se comete el pecado de la hipocresía. Que es sacrificar la sinceridad por la veracidad. Sí, ser veraz está bien, pero si esa verdad es fiel a nuestras propias flaquezas y pasiones.
    Misericordia es el tema.

    • horacio bottino on 26 abril, 2017

      y nuestro cuerpo resucitara y no sera Dios quien nos juzge,en realidad al verlo a el cara a cara seremos nosotros lo que quisimos ser paraiso purgatorio o infierno

  3. LUCAS VARELA on 1 enero, 2016

    Estimado Presbítero Gustavo Irrazábal,
    La naturalidad con que Usted establece autoridad para juzgar “situaciones irregulares” me inspira temor.
    Es que la humanidad no es tan lineal, sino más bien retorcida; a veces apasionada y fuerte, y otras débil y egoísta. El contraste entre severidad y disolución aparece y se va. Más aún, a veces la austeridad y la relajación se dan en la misma alma. Rigor y libertinaje, pesimismo y sensualidad exaltada, ascetismo y erotismo, son actitudes que a veces se dan juntas.
    Ahora bien, ¿cómo saber si un ausente es pobre diablo, político libertino, o un sacerdote indigno?¡¡¡
    Yo soy “un ausente” para Usted. No me conoce, no obstante, pretende negarme la comunión por un tema de forma (se refiere Usted a poner mi firma una, o más de una vez).
    Y su relación con los ausentes está a merced de su subjetividad. Y es sabido que en ausencia, los ausentes se agigantan y se vuelven santos o demonios.
    ¿Se da cuenta Usted, que estoy a merced de sus deseos, sus odios y sus temores.¡¡
    Por lo dicho, comprenda Presbítero Irrazábal, que Usted me atemoriza.

  4. LUCAS VARELA on 5 enero, 2016

    Estimado Presbítero Gustavo Irrazábal,
    Observe Usted que es el deseo, y su satisfacción, la causa y origen de sus desvelos por descalificar algunas situaciones humanas como “irregulares” o “de pecado” o “complejas”. El siguiente comentario está despojado de cualquier consideración religiosa, y tiene por objeto esclarecer el valor de “la misericordia” que Usted, presbítero Irrazábal, gusta escribir entre comillas.
    Humanos todos, llegamos a un mundo prenatal que es un instante, donde el deseo y su satisfacción son uno y lo mismo. Al nacer, entramos a un mundo que significa su disyunción; el deseo requiere una búsqueda y encuentro de “lo otro” que nos satisface. La ausencia de satisfacción se siente como un castigo por haber nacido.
    La lactancia atenúa la disyunción entre sujeto y objeto. La leche materna, sustancia prodigiosa que hace cesar la discordia entre el deseo y su satisfacción, conjuga el placer con la necesidad. La unidad se restablece, y nuevamente el uno es el otro. Aunque sea por un instante, el niño vuelve a ser parte del cuerpo del que fue arrancado; la herida de nacer cicatriza con la leche, la savia maternal.
    Finalizado éste instante, la vida se transforma en un peregrinar con el prójimo. Nuestra consciencia de ser se desarrolla como un simulacro de reflejos con el prójimo, que obra como espejo y es objeto de conocimiento. Pasamos de la contemplación al erotismo, y desde ahí a la crítica. Se opera en nosotros una metamorfosis del mirar en saber; adquirimos consciencia de nuestro ser, y nuevamente sentimos en nuestro yo una sensación de discordia entre el deseo con “lo otro”.
    Nuestro mundo es con el prójimo, y la verdadera realidad es la apariencia. La realidad y la apariencia son copias de de la misma esencia humana. Y somos cómplices de nuestras fatalidades, pero también críticos. Frente a la crítica de un cómplice, está la misericordia.
    El “amor entre humanos” es una búsqueda de “lo otro” que actúe como sustancia prodigiosa. Y la historia del hombre en temas del amor es frondosa.
    Vale recordar que en el siglo XVII los matrimonios eran (por norma) concertados por las familias del novio y de la novia; las consideraciones sociales y económicas eran las preeminentes. La voluntad, el deseo y la afinidad de los desposados no eran decisorios. Los deseos y las relaciones eróticas no podían manifestarse sino fuera del matrimonio y como una ruptura del “orden social”.
    La idea del amor estuvo desde siempre ligada a una transgresión. Ésta transgresión era diferente según el sexo de los protagonistas: había una diferencia básica entre lo que se permitía a los hombres y lo que se permitía a las mujeres. La fisiología establecía un peligro real de que las mujeres tuviesen hijos de relaciones premaritales; pero, a libertad de los solteros era casi irrestricta y de ahí la abundancia de bastardos.
    Desde allí a hoy se intenta dar dignidad filosófica y y espiritual al “amor de humanos”. Se ha “descubierto” el albedrío y la libertad de la persona amada. La persona amada es ante todo humana, con quien entablamos una relación difícil; donde nuestra libertad también se ejercita y se compromete.
    Y la historia del amor evoluciona indisolublemente ligada a la historia del alma. Aunque este es otro tema, que merece otra atención.

  5. LUCAS VARELA on 6 enero, 2016

    Estimado Presbítero Irrazábal,
    Ya lo ha dicho otro, “el amor se propone un imposible, pero ése imposible es la condición del amor: hacer del tú un yo y del yo un tú”. Y en ésta búsqueda imposible, el “amor de humanos” es una extraña combinación de fatalidad y libertad. La existencia del mal y su terrible atracción aparece también en el amor; podríamos enamorarnos de un ser indigno y aún perverso.
    Y ¿Quién soy yo para juzgar? Dice el papa Francisco.
    Curiosamente, las palabras del vicario de Cristo fueron expresadas desde el cielo, a bordo del avión papal:
    “…si una persona -laica, cura, o monja- comete un pecado y luego se arrepiente, el Señor la perdona. Y cuando el Señor perdona, olvida….
    Muchas veces pienso en San Pedro: hizo de los peores pecados, renegar de Cristo. ¡Y con ese pecado lo hicieron Papa! “
    Por lo dicho, yo les pregunto a los lectores de ésta revista ¿avanzamos o retrocedemos? y tengo la esperanza de que muchos coinciden conmigo y se sienten más cerca de Dios.

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