Bernardino Piñera. Un optimista con sentido común

Con un siglo de vida a sus espaldas, este vital obispo chileno repasa con cordialidad y apertura sus recuerdos.

Cuando ya había festejado su cumpleaños número 100 nos encontramos, gracias a la amabilidad del representante de Chile en Buenos Aires, en la embajada del país trasandino. Monseñor Bernardino Piñera, tío del ex presidente y una de las figuras más estimadas y reconocidas del episcopado chileno, me recibió con exquisita amabilidad e envidiable lucidez y memoria. No disponía de mucho tiempo: estaba sólo por tres días en Buenos Aires y quería hacer demasiadas cosas, entre otras, conocer el colegio de El Salvador e ir al Teatro Colón. La conversación recorrió los temas que podían tratarse en ese ajustado tiempo.
Piñera nació en París, donde residía su familia entonces, y estudió en el liceo Janson de Sailly; en el séptimo año, en vez de elegir un área específica –matemática o filosofía–, continuó con las dos opciones. Después cursó Medicina en Santiago de Chile y se especializó en Fisiología, motivo por el cual residió un tiempo en Cleveland, Ohio, en los Estados Unidos. De regreso, comenzó a trabajar en su especialidad, pero a los dos años ya estaba en el seminario. Habían cambiado sus planes. Allí permaneció seis años de formación y después vivió once como sacerdote en Santiago; durante tres años fue auxiliar de monseñor Manuel Larraín Errázuriz, obispo reformador y amigo de Alberto Hurtado. Larraín colaboró con el cardenal Raúl Silva Henríquez y comenzó la implementación de la reforma agraria. Destacada figura en el Concilio Vaticano II, fundó también el CELAM, el Consejo Episcopal Latinoamericano.
Bernardino Piñera fue durante 18 años obispo de Temuco, donde confiesa haberse “realizado plenamente”. Después, en los momentos difíciles de Salvador Allende y Augusto Pinochet, los obispos chilenos le pidieron que aceptara ser secretario general de la conferencia episcopal y que se estableciera en Santiago, de manera que “con gran pena dejé Temuco, ya que mi vocación había sido siempre la de pastor”. Estuvo once años en Santiago a cargo de la Iglesia nacional, y después fue arzobispo de La Serena, y retomó durante ocho la laboral pastoral. Allí volvió a sus raíces porque su padre era serenense. A los 75 años presentó la renuncia y los franciscanos lo invitaron a integrarse a su comunidad; así fue que vivió 13 años en el convento de San Francisco, en La Alameda, en Santiago, donde escribió varios libros.

-¿Cuáles fueron los temas privilegiados en sus libros?
-Hasta entonces yo había publicado muchos folletos para apoyar la labor pastoral. Pero en los últimos años escribí el libro El reencantamiento de la vida, que obtuvo el Premio de la Sociedad del Libro chilena. Lo compartí con el senador comunista Volodia Teitelboim, con quien nos hicimos muy amigos. Después publiqué La oferta de la fe, donde investigué lo nuevo que hay en el mundo de hoy. En ¿Ser moderno o tener fe? traté de mostrar que el mundo moderno rechaza la fe, cuando el hombre de fe no rechaza al mundo moderno. También publiqué un resumen del catecismo que tuvo mucha difusión. A los 90, las hermanas de los ancianos empezaron a invitarme para que me fuera a su hogar, y terminé cediendo. Ya tengo cien, así que nunca pensé en vivir tanto.

-¿Esa conjunción entre mundo moderno y fe tiene algo que ver con los pensadores católicos franceses como Jacques Maritain o Jean Guitton?
-Esa época la viví, pero hay muchas otras cosas después.

-¿Qué recuerdo le dejó Manuel Larraín?
-Era un hombre fino, gentil, muy buen sacerdote y obispo, fue bueno conmigo y siempre me trató como un padre. Yo era un estudiante de Medicina y él ya era sacerdote. Era también un intelectual de polémica.

-¿Y el cardenal Raúl Silva Enríquez, gran defensor de los derechos humanos durante la dictadura militar de Augusto Pinochet?
-Yo fui obispo antes que él. Teníamos una relación de familia. Era un líder fuerte, un guía. Pero yo representaba otra corriente, porque soy partidario de la colegialidad episcopal: todos los obispos juntos hablémosle al país. Él era más caudillo; un hombre admirable.

-¿El cardenal Juan Francisco Fresno?
-Fue más de mi tiempo. Era un hombre que tenía la capacidad y la humildad de colocarse en el puesto que le pedía la Santa Sede y hacerlo bien. Fue una gran sorpresa para el gobierno militar, porque resultó tan o más firme que el cardenal Silva. Fresno asumió el cargo con plena autoridad: representar a la Iglesia y defender su voz frente al gobierno militar, hacerse respetar.

-¿Y monseñor Francisco Valdés Subercaseaux, obispo de Osorno, de quien se ha introducido la causa de beatificación?
-Él pertenecía a una familia aristocrática y muy talentosa. Su abuelo era pintor, y muchos dicen que era el mejor pintor de la familia, más que su hijo benedictino que se dedicó también a la pintura. También había diplomáticos entre ellos. Valdés era franciscano capuchino, un hombre santo, muy sencillo y agradable como persona. Lo queríamos mucho.

-Usted trató al cardenal argentino Eduardo Pironio.
-Mucho. Un hombre santo, muy querido por todos, un verdadero pastor.

-¿Qué dejó a su juicio el padre Alberto Hurtado, abogado, jesuita, defensor de los pobres, gran movilizador de la sociedad chilena y hoy proclamado santo?
-Yo creo que el padre Hurtado fue un santo transparente, un hombre que era todo positivo, que no perdía un minuto de hacer el bien, que no gastaba tiempo en polemizar. Quizá no fuera un genio intelectual, pero era muy dotado humanamente, con una capacidad de trabajo y de acogida, de contacto, fuera de serie. Era el amor apostólico vivido al ciento por ciento. Todo lo que Dios le había dado lo puso al servicio del Reino con toda la energía y la simpatía. Lo conocí mucho, y le debo mucho también a él.

-¿Qué impresión le causa el pontificado de Jorge Bergoglio? ¿Cómo lo ve?
-No lo conozco personalmente. He leído su primera encíclica y la encontré muy buena. Uno siente al hombre ahí. Ahora estoy leyendo Laudato si, que es excelente. Es fuera de serie, alguien para el momento actual.

-¿Comparte con él las grandes reformas que se esperan en la Iglesia?
-No tengo actividad en la Iglesia hoy día, pero me gusta su personalidad, su energía, su comunicabilidad enorme, es un Papa providencial.

-¿Cuáles son sus recuerdos del Concilio Vaticano II?
-Para mí fue muy edificante ver obispos, arzobispos, cardenales, ya algunos hombres viejos entonces, habituados a mandar y a mantener su punto de vista, que aceptaron poco a poco un cambio en la Iglesia promovido por obispos más jóvenes y de menos peso y prestigio que ellos. Yo entonces era uno de los obispos más nuevos, y encontré muy admirable la actitud de la minoría conservadora: cómo no protestaron, sino que colaboraron; contribuyeron a que el resultado fuera progresista y prudente al mismo tiempo. Cuando regresé a Chile escribí un folleto en el que traté de explicarlo: el Concilio fue para los obispos jóvenes una lección de solidaridad y respeto en la Iglesia entre mayoría y minoría, de convivencia de opiniones diferentes. Volví con una mejor idea del episcopado. Creo que soy el único sobreviviente de la primera sesión. El Concilio nos enseñó a respetarnos mutuamente, insistió mucho en la palabra comunión, algo muy importante y que caló profundo en la Iglesia. Además fue una muy buena experiencia espiritual, más allá de lo doctrinal. Se sentía que éramos una familia, entre los más cultos y los más sencillos. El papa Juan XXIII cumplió su papel de visionario al lanzar el Concilio y Pablo VI el suyo al saber “aterrizar” el avión; lo hizo muy bien.

-Los años del gobierno de Pinochet significaron enfrentamientos muy fuertes para la Iglesia en Chile.
-Es justo hablar de Salvador Allende y de Augusto Pinochet juntos, porque también los tres años de Allende fueron muy difíciles. Era un hombre diplomático, gentil, atento y caballero. Nos decía siempre que había prometido a su madre en el lecho de muerte que no tocaría a la Iglesia ni con el pétalo de una rosa. Pinochet era un militar, más duro, pero también era católico. Ninguno de los dos era un abierto enemigo de la Iglesia a título personal. Ahora bien, la Unidad Popular estaba dominada por los marxistas, y también por esa corriente revolucionaria MIR que estaba más allá del marxismo –en esa época los comunistas eran los conservadores, y los miristas eran los revolucionarios–. El modelo era Fidel Castro. Salvador Allende nos invitaba a ser la segunda Cuba, pero él era muy diferente a Fidel, aunque éste tuviera en Chile una gran influencia, más que Rusia en aquel entonces. La Iglesia, en efecto, no tuvo problemas con Allende hasta que se propuso sacar la reforma educacional, la ENU (Escuela Nacional Unificada). Entonces los obispos le dijeron: “hasta aquí llegamos”. Además el gobierno de Unidad Popular se estaba hundiendo por su propio peso, se paralizó el país… Pero no hubo encuentros fuertes con Allende; tampoco los comunistas eran perseguidores de la Iglesia, aunque muchos católicos miraban con cierto temor un gobierno de socialistas y comunistas. El MIR, que era más libre, resultaba más temible. Tampoco el gobierno militar tenía voluntad de perseguir a la Iglesia, pero defendimos a los perseguidos por los militares. Frente a miles de personas y familias que formaban parte del mundo socialista y comunista, y también frente a muchos católicos, la Iglesia decidió defender a los perseguidos. Ahí cortó con el gobierno militar, porque éste quería eliminar a toda costa el peligro de que atentaran contra Pinochet y de que se volviera a los tiempos de Allende. La represión fue muy dura, incluso con los demócrata cristianos. El cardenal Silva, y también todos los obispos, ayudamos a los perseguidos por la dictadura, con lo cual nos enemistamos con Pinochet. Se ayudó a cientos de miles de personas, y gran parte del mundo de la izquierda quedó agradecida con la Iglesia que los había defendido. El cardenal Silva dio la cara y decidió defender a los perseguidos sin importar la ideología; en eso fue un héroe. Del gobierno militar pasamos a la Concertación sin guerra civil, hacia un gobierno que fue providencial para Chile. Hemos tenido veinte años con Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet… cuatro gobiernos con mucha paz y mucho progreso. Después vino Piñera, y luego volvió Bachelet, que ahora está en más apuros que en su primera presidencia.

-La Iglesia de Chile, que fue tan prestigiosa por la defensa de los derechos humanos, hoy se la vislumbra en profunda crisis. ¿Usted lo ve así o lo matizaría?
-Yo tengo cien años, pero es cierto que se ve así. Sin embargo hay algo que me resulta extraño. Se insiste mucho en la falta de moral de algunos sacerdotes. Siempre en la Iglesia, como en cualquier gremio, hay un porcentaje de gente que falla. Pero yo no tengo en absoluto la impresión de que la Iglesia esté corrompida. He sido obispo durante muchos años y nunca me pareció que la Iglesia fuera demasiado tolerante con las faltas sexuales. Por el contrario, en mi tiempo siempre fue bastante mojigata, insistiendo en la pureza a lo san Luis Gonzaga… La impresión que yo tuve en el seminario es que era excesivamente cuidadosa de cualquier desviación sexual. En mi vida de obispo, me tocó conocer algunas personas santas y otras no tanto, pero nada excepcional. Cuando veo de repente los escándalos por la denuncia del padre Fernando Karadima, tengo la impresión de que se han cargado las tintas. Esa Iglesia no la conozco. Todos podemos haber tenido un momento de debilidad, pero es desfigurado presentarla como corrupta en materia sexual.

-¿Los cambios tratados en el Sínodo de la familia son positivos?
-Como estoy casi ciego no he podido seguirlo en profundidad, pero creo que es muy positivo. De lo que más hablan los católicos es de los divorciados vueltos a casar y de la comunión, pero creo que hay algo más de fondo: quizá haya que repensar el matrimonio y la familia en el contexto de una cultura nueva, que tiene mucho de bueno y mucho de malo también. A mí me impresiona lo que veo de bueno, por ejemplo, que los hombres asumen hoy mucho mejor que en otro tiempo su función de padres. Antes un padre ejemplar se divertía muy poco con sus niños; hoy hasta los cambian y se ocupan de la casa, y sucede en todo el mundo. Hoy veo familias donde padre, madre e hijos están mucho mejor integrados, más unidos. Con respecto al problema de la legislación del divorcio, del aborto y todo eso, los legisladores tratan de seguir la realidad, prescindiendo de los principios. La situación de hecho, sin embargo, no debería basarse sólo en los cambios negativos sino en todos los cambios de la familia como institución. Veo sobrinos nietos, bisnietos míos, que quizás hoy son mejores padres que los que yo tuve, en cuanto al compromiso con la familia. Hay muchos divorcios, es cierto, pero antes todo esto se tapaba. Había padres supuestamente ejemplares que tenían una querida y otros hijos. Yo no sigo el problema, y seguramente hay muchas cosas que corregir, pero no soy dramático en cuanto a considerar que en el mundo de hoy la familia se está derrumbando. Diría casi lo contrario: la familia se está reconstituyendo.

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