Amoris Laetitia: entre la verdad y la misericordia

La reciente exhortación apostólica sobre la familia del papa Francisco ofrece una perspectiva amplia del tema con énfasis en el amor conyugal, pero deja algunas incertidumbres respecto del tratamiento de las situaciones irregulares.

El 8 de abril se dio a conocer la esperada exhortación apostólica Amoris Laetitia (“La alegría del amor”) en la cual el papa Francisco recoge, desarrolla y completa las conclusiones del Sínodo ordinario sobre la Familia celebrado el año pasado. En este texto, Francisco afronta un desafío que compromete a toda la Iglesia: el de anunciar la verdad del mensaje evangélico sobre la familia, acogiendo al mismo tiempo con misericordia aquellas situaciones que no coinciden con el ideal.
Para alcanzar este objetivo, el documento evita partir de un “ideal teológico abstracto”, prefiriendo un enfoque “analítico y diversificado” que procura mantenerse en el nivel de la realidad concreta, haciéndose sensible a su complejidad y ambigüedad irreductibles. Por otro lado, Francisco es consciente del peligro de confundir el ideal evangélico con“la pervivencia indiscriminada de formas y modelos del pasado”.Más aún, el Papa invita a la Iglesia a la autocríticapor haber presentado con frecuencia el matrimonio “de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación”.
A partir de este enfoque, el documento desarrolla una reflexión pastoral que define como “pastoral positiva, acogedora, que posibilita una profundización gradual de las exigencias del Evangelio”, y la contrapone a una pastoral de carácter defensivo, que en el pasado agotaba sus energías en un “ataque al mundo decadente”, con escasa“capacidad proactiva para mostrar caminos de felicidad”. Precisamente, el texto se propone “presentar al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como un peso a soportar toda la vida”, que permita experimentar en el matrimonio y en la familia la verdadera alegría del amor. Esto explica el tono espiritual y existencial del discurso, así como su estilo directo y mayormente exhortativo.
De este modo, si bien el Papa no silencia las críticas a lo que considera una “decadencia cultural” que afecta a la familia hoy, marcada por el narcisismo, el consumismo, la lógica del mercado que cosifica las relaciones, el anti-natalismo y el debilitamiento de la fe, entre otros factores, es claro que el eje de toda la reflexión es el amor conyugal y familiar.
El documento toma como punto de partida para su reflexión sobre el matrimonio la definición que de éste da Concilio Vaticano II (constitución pastoral Gaudium et spes): el matrimonio es “en primer lugar”, una “íntima comunidad conyugal de vida y amor”, es una “alianza” entre los esposos, inaugurada en la creación y que recibe la plena revelación de su significado en la Alianza de amor entre Cristo y su Iglesia. En una palabra, el amor no es un componente secundario o accidental del matrimonio, sino que constituye su esencia y su sentido. Lejos quedan (no tanto en el tiempo, cuanto en el pensamiento) las épocas en que todavía se hablaba del matrimonio principalmente como un contrato.
Desde esta premisa, el capítulo cuarto del documento (“El amor en el matrimonio”) presenta una reflexión sobre las actitudes que, según un célebre texto de San Pablo (1 Corintios 13), traducen en la vida cotidiana el amor verdadero: paciencia, servicio, amabilidad, desprendimiento, y otras actitudes virtuosas son desgranadas sin prisa, en clave sapiencial y exhortativa. Pero el documento no se detiene en esta descripción moral y espiritual, sino que desciende a sus fundamentos psicológicos y antropológicos. El amor maduro es una elección, pero está profundamente arraigada en el mundo de los afectos. El amor fiel y estable no se funda en la represión de las pasiones, sino en su adecuada integración al servicio de la comunión. Y una vez admitido este desafío, la dimensión erótica del amor se torna una cuestión insoslayable. Si en el pasado, el gozo y el placer de la unión sexual resultaban problemáticos, y se identificaban con algún grado de pecaminosidad o eran simplemente soslayados, en el presente documento son tratados con total naturalidad, subrayando su importancia en la vida de los esposos. Al mismo tiempo, no se pasa por alto la posibilidad de violencia y de manipulación, “que son producto de una desviación del significado de la sexualidad y que sepultan la dignidad de los demás y el llamado al amor debajo de una oscura búsqueda de sí mismo”.
Una vez descripto el amor conyugal en sus rasgos fundamentales, el capítulo sexto reflexiona sobre su fecundidad.Es importante notar que si bien en el tema de la regulación de los nacimientos se remite a la enseñanza sobre la paternidad responsable, el acento está puesto en la prudencia generosa de los esposos, y en su derecho a decidir en modo autónomo frente a la autoridad pública. En cuanto a los “métodos”, se limita en cambio a un discreto llamado a promover la planificación natural, sin condenas explícitas a los métodos contraceptivos. Pero la fecundidad del amor conyugal también se manifiesta de otras formas: en el recibimiento gozoso de cada nueva vida, la maduración del amor conyugal en amor de padre y de madre, el “corazón grande” que permite acoger a todos los miembros de la familia en la “familia grande”, y la actitud de generosidad, alimentada en la eucaristía, que impulsa a salir al encuentro de los pobres y necesitados fuera del ámbito de la familia: “La familia no debe pensar a sí misma como un recinto llamado a protegerse de la sociedad. No se queda a la espera, sino que sale de sí en la búsqueda solidaria. Así se convierte en un nexo de integración de la persona con la sociedad y en un punto de unión entre lo público y lo privado”.
Ese amor comprometido y fecundo es la fuente de la “espiritualidad matrimonial”, de la cual trata brevemente el último capítulo, y que no es otra cosa que “una espiritualidad del vínculo habitado por el amor divino”. La vida familiarvivida como comunión, dice el Papa, y alimentada por la oración asidua y la eucaristía, es “un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria y de crecimiento místico, un medio para la unión íntima con Dios”. En este camino, el amor se fortalece tanto en su carácter decisión definitiva de entregarse recíproca, como en su capacidad de crear espacios de sana autonomía, y en el cuidado mutuo de los miembros de la familia que saben reconocer en el otro al mismo Cristo.
Finalmente mencionamos las principales orientaciones pastorales. Luego de haber analizado el acompañamiento ordinario de prometidos, nuevos matrimonios, matrimonios en dificultades, situaciones de viudez, a partir del capítulo VIII (“Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”) se entra en el difícil terreno de las situaciones “irregulares”, que el Papa también llama “complejas” o “imperfectas” (un vocabulario que no siempre se utiliza de modo consistente).
El texto parte de un enfoque amplio de estas situaciones, reconociendo que si bien las formas de unión alternativas a la auténtica unión matrimonial a veces contradicen radicalmente el ideal del matrimonio cristiano, “algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo”. En efecto, “cuando la unión alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público, está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la prole, de capacidad de superar las pruebas, puede ser vista como una ocasión de acompañamiento en la evolución hacia el sacramento del matrimonio”. Para ello es necesario que el discernimiento pastoral sea capaz de identificar “elementos que favorezcan la evangelización y el crecimiento humano y espiritual”. Hay que tener en cuenta también que “la elección del matrimonio civil o, en otros casos, de la simple convivencia, frecuentemente no está motivada por prejuicios o resistencias a la unión sacramental, sino por situaciones culturales o contingentes”. De ahí la posibilidad y la conveniencia de afrontar todas estas situaciones de manera constructiva, “tratando de transformarlas en oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio”.
En esto consiste precisamente la “ley de la gradualidad” propuesta por Juan Pablo II, que se basa en el reconocimiento de que el ser humano “conoce, ama y realiza el bien moral según diversas etapas de crecimiento”. No se trata de una “gradualidad de la ley”, como si ésta alcanzara a algunas personas y a otras no, sino de “una gradualidad en el ejercicio prudencial de los actos libres en sujetos que no están en condiciones sea de comprender, de valorar o de practicar plenamente las exigencias objetivas de la ley”.La “ley de la gradualidad” es un criterio invalorable para hacer efectiva la “lógica de la integración” y de la misericordia, frente a la lógica opuesta, de la marginación: hay que evitar los juicios “que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición”.
A partir de este punto, lamentablemente, el documento pierde claridad. El texto introduce una distinción clave para comprender y afrontar pastoralmente las situaciones irregulares: “ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante”. ¿Pero qué significa esta frase exactamente? ¿Qué la situación irregular podría en algún caso no ser pecado? ¿O que siendo siempre pecado, podría en algún caso no ser un pecado “mortal”, porque la culpa puede estar atenuada? No es lo mismo que un fiel escuche decir a su pastor: “hay elementos para pensar que tu situación actual, pese a todo, es conforme a la voluntad de Dios”, o que escuche decirle más bien: “estás en pecado, obraste en contra de la voluntad de Dios, pero tu culpabilidad se ha visto atenuada por tal y tal razón”.
Hay algunos motivos que darían pie a pensar que el documento admite lo primero como posibilidad. En efecto, reconoce que hay situaciones en que la persona se ve en la imposibilidad de obrar de otra manera sin caer en pecado. Es el caso de quien ha entrado en una segunda unión estable y ha formado una nueva familia. ¿Cómo se podría sostener que la persona en cuestión está en pecado si permanece en su nueva situación, y también lo está si la abandona? Esto parece conectarse con la afirmación de que “la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio”.La conciencia, en efecto, “puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo”. Si es lo que “Dios mismo le está reclamando”, se trata sin duda de un obrar objetivamente correcto, aunque no coincida con la ley general. Y ello es posible –explica el documento− porque, como enseña Santo Tomás, en el nivel de los principios generales hay necesidad, pero en sus aplicaciones particulares no se puede evitar la indeterminación. Y precisamente por esa razón, esas aplicaciones particulares forman parte de un discernimiento práctico que compete a la conciencia.
Desafortunadamente, olvidándose de sus propias afirmaciones, el documento se decide por otro camino: las situaciones irregulares son siempre pecado desde el punto de vista objetivo, aunque ese pecado no sea “ mortal” debido a “circunstancias atenuantes” de la responsabilidad subjetiva, de la culpa, afirmación que apoya con variadas citas del Catecismo. Pero el hecho de que la situación sea (objetivamente) pecaminosaa que “se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia”. Una frase sorprendente que merecería muchas explicaciones, pero que por lo pronto muestra una clara identificación entre situaciones irregulares y “situaciones objetivas de pecado”.
Sin duda, la intención de este tratamiento de las situaciones irregulares puede ser loable en sí misma. Por eso, según la “lógica de la integración”, se llama a “discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas”. Ahora bien, la eucaristía está incluida explícitamente entre ellas, aunquecuriosamente, algo tan relevante se menciona sólo en una nota a pie de página (¿será para atenuar su impacto?): “En ciertos casos, (la ayuda de la Iglesia) podría ser también la ayuda de los sacramentos”. Y por si no queda suficientemente claro, continúa: “la Eucaristía «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles»”.
Lamentablemente el fundamento para este discernimiento pastoral es débil. La disciplina anterior nunca puso en duda que en las situaciones irregulares pudiera haber diferentes grados de responsabilidad subjetiva, sólo que el acceso a la comunión no era considerado posible en razón de la contradicción objetiva entre dichas situaciones y el significado de la eucaristía. La argumentación de este documento, al poner el acento en los factores atenuantes de la responsabilidad subjetiva, y no en el aspecto objetivo del problema, se desvía del foco sin remedio.
Además, al quedar librada la implementación concreta a las Iglesias locales, habrá que ver cómo y con qué premura los obispos encaran este tema, y cómo se prepara a los sacerdotes para acompañar estas situaciones. No es difícil imaginarse lo que sucederá en los confesionarios, y las peregrinaciones que en adelante se encaminarán hacia los confesores más “benévolos”. Éstos, a su vez, competirán entre sí por mostrar que no son “controladores sino facilitadores de la gracia”, y que sus confesionarios no son “aduanas” sino puertas de la “casa paterna”.
Por supuesto, que ante la perspectiva de una integración sacramental para los divorciados en nueva unión,muchos encontrarán estas críticas irrelevantes y “mezquinas” (como el documento sugiere), y apenas repararán en el peligro para la estabilidad del matrimonio sacramental que encierra esta precipitación, sentirán poca preocupación por la debilidad lógica de los argumentos, por la falta de claridad en el procedimiento que amenaza con fragmentar la praxis pastoral, o por el hecho de que personas que han obrado en su caso concretocorrectamente y en conciencia sean consideradas “pecadores con culpabilidad atenuada”. Muchos sacerdotes impartirán una misericordia dudosa desde sus confesionarios, y muchos fieles quedarán agradecidos de su benevolencia sin pedir razones.
¿Por qué se ha elegido el camino de seguir considerando a todas las situaciones irregulares como “situaciones objetivas de pecado” (un rigorismo sorprendente) para después buscar una salida sacramental a través de “circunstancias atenuantes de la responsabilidad” (toda una obviedad, irrelevante para este tema)? Probablemente, para “blindar” la “doctrina” ylas normas generales, como si todo se pudiera arreglar dejándolas como están y dedicándose a graduar las culpas. Pero muchos problemas se originan, precisamente, en dificultades de la doctrina, sobre todoen una interpretación rígida de la indisolubilidad que armoniza más con la idea de matrimonio como contrato, que con la de matrimonio como alianza de amor. ¿Piensa acaso Francisco que su llamado a considerar el amor como la esencia del matrimonio puede no traer aparejadas consecuencias doctrinales?
Con el argumento de que las normas generales no pueden abarcar todos los casos, se está introduciendo una separación entre uno y otro plano. La indisolubilidad significará una cosa en el plano de la doctrina y las normas, y otro en la práctica. En una palabra, estamos ante un ejemplo claro de separación entre la doctrina y las “aplicaciones pastorales”, entre la verdad y la misericordia, que desvirtúa tanto la una y como la otra. Paradójicamente, aquello que el Amoris Laetitia se proponía evitar.

1 Readers Commented

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  1. LUCAS VARELA on 3 mayo, 2016

    Estimado Irrazábal,
    Esta claro que “su verdad” es la doctrina de la Iglesia. Es la dogmática católica de la que ningún fiel puede apartarse, so pena de incurrir en pecado y poner en peligro su salvación eterna. La teología subordina la ética a la autoridad de la iglesia. Su verdad es “la verdad objetiva”.
    Pero la moralidad efectiva (no la doctrinaria) es resultado de nuestra experiencia social; es experiencia actuada, vivida y sentida por los hombres. Es un proceso universal y constante de experiencia moral, que renueva éticas efectivas para la humanidad. Y la teología se presenta demasiado “conservadora” frente a este proceso.
    Pareciera que “la doctrina” ya está dejando de ser “la verdad” de la Iglesia. Lo que importa ahora es “la acción moral”, independientemente de cualquier contenido doctrinario. Quizás, “la acción moral” es lo que importa.
    La biblia esta disposición de toda la humanidad, pero la mayoría tiene apenas idea de su contenido. Aunque pocos la lean, muchos la sienten.

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