Cervantes y Shakespeare: la gloria de la verdad

Este artículo reproduce la comunicación que Marcelo Montserrat leyó en la Academia Nacional de la Historia, en octubre del 2015.

Muchas veces, cuando vengo por el subsuelo de la ciudad –de Belgrano a la Academia–, siento en mi ánimo el tenue recuerdo de un retiro espiritual, a la manera de aquellos en que de adolescente escuchaba entre arrobado y temeroso al padre Guillermo Furlong Cardiff, jesuita, historiador y miembro de esta corporación.
La gente no sabe, porque nadie se lo enseña, que el pasado pervive en la torva realidad presente, plagada de celulares zombis y de comentaristas de eclipses, cuando no de denostadores profesionales de laCervantes-y-Shakespeare vituperada “historia oficial”.
Sin embargo, seguimos siendo los custodios del grito de Antígona frente al tirano Creonte, intérpretes apasionados de la Roma imperial, soberbios testigos de Fidias y de Brâncuși, amantes del pasado que fue tan complejo como lo es nuestra existencia y que nos animamos a revelar en verdad y en plural libertad, de ese pasado que San Agustín defendía como obispo cristiano en Hipona y a la vez como orgulloso romano, en la inconsútil trama de la ciudad de los hombres y la ciudad de Dios.
Nos han compelido a escrutar los matices del mester de clerecía y los sinuosos meandros del Arcipreste de Hita y de Gonzalo de Berceo, y se nos va olvidando que todo nuestro maravilloso idioma –erosionado hasta la masmédula, como afirma Ivonne Bordelois–, gira en torno de una obra central en la historia literaria de Occidente, compañera de Dante, de Shakespeare, de Montaigne, hasta Borges y Joyce, y de los grandes que vengan y que hoy tanto escasean.

La Real Academia Española se propuso, hace ya mucho tiempo, mostrar la riqueza del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, en el cuarto centenario de la segunda parte de la obra (1615) como continuación de la primera (1605), bajo la dirección del eminente cervantista don Francisco Rico y una pléyade de especialistas como nunca antes se había visto.
En mayo de 2002, una encuesta del New York Times formulada a más de un centenar de escritores del mundo entero, constató que el Quijote es “the world’s best work of fiction” de todos los tiempos.
Cervantes fue contemporáneo de Shakespeare y no hay vidas más disímiles. Don Miguel era un pobre soldado, el tradicional conmilitón de Lepanto, bajo el mando del bastardo don Juan de Austria y el auxilio certero de las potentes galeazas venecianas de Juan Andrea Doria, en batalla que por los abordajes casi fue de infantería y que tiñó las aguas del golfo, como nos cuenta Fernand Braudel, en El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II.
Preso en Argel durante cuatro años, vuelto a su patria en condiciones penosas, comienza la indagación de la ficción y de la realidad, uniendo a las dos en una tensión dialéctica insuperable. Ahora el valeroso guerrero con su mano izquierda anquilosada, es a la vez Cervantes y Quijote, y el Caballero de la triste figura se convierte en tan real como el monarca Felipe III.
William Shakespeare, que murió el mismo día que Cervantes, según aseguran los eruditos, era además de genial dramaturgo, exitoso empresario teatral, amigo de la corona isabelina y prestamista a interés, como lo afirma Peter Ackroyd en su apasionante biografía. Mientras Cervantes-Quijote combate contra los molinos de viento, Hamlet-Shakespeare dialoga con el fantasma de su padre asesinado, en la augusta torre danesa del castillo de Elsinore, tal como lo recreó Sir Lawrence Olivier en su inolvidable actuación fílmica dirigida y producida por él mismo (1948).
Shakespeare conoció a Cervantes a través de la traducción de Thomas Shelton (1612, con segunda edición en 1620), y lo apreció grandemente, inspirándose quizás para escribir una obra hoy perdida, llamada Gardenia.
Con razón escribe Harold Bloom, en su libro Genios, “La influencia concertada de Cervantes y Shakespeare… define el curso de la literatura occidental posterior. La fusión de Cervantes y Shakespeare produjo a Stendhal y Turguenev, Moby Dick y Hucklebery Finn, a Dostoievski y a Proust”.
El presente, en los estratos más profundos del canon occidental y del recurso político, está impregnado de ambos autores, hasta para la diatriba contra Woodrow Wilson de Keynes y de Freud.
Cada lector del Quijote es apelado de manera íntimamente personal. Sacral es la interpretación de Unamuno en Vida de Don Quijote y Sancho (1928); liberal la de Vargas Llosa por su afán de libertad anterior a “los hombres de letras” que analizó Tocqueville. Salvador de Madariaga criticó a Rodríguez Marín porque le faltó intuición poética, siendo que Cervantes era para don Salvador “el verdadero anunciador del hombre moderno”, como lo escribe en su célebre edición comentada.
Yo mismo tengo mi modesta preferencia por aquel Cervantes-Quijote que comienza la obra “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, como si intuyera que el tiempo siempre vence a la geografía.
Confieso que me arrebata el final de la segunda parte, camino de Barcelona, para invalidar al apócrifo Quijote de Avellaneda.
Cerca de la Ciudad Condal, nuestro hidalgo se topa con el popular bandolero catalán don Roque Guinart, que se llamaba en realidad Perot Roca Guinarda. Dice Quijote: “No es mi tristeza haber caído en tu poder, ¡oh valeroso Roque cuya fama no hay límite en la tierra que la encierre!, sino por haber sido tal mi descuido, que me hayan cogido tus soldados si el freno, estando yo obligado, según la orden de andante caballería, que profeso, a vivir continuo alerta, siendo a todas horas centinela de mi mismo… porque yo soy don Quijote de la Mancha, aquel que de sus hazañas tiene lleno todo el orbe”, a lo que don Roque contesta: “Valeroso caballero, no os despechéis, ni tengáis a siniestra fortuna ésta en la os halláis; que podría ser que en estos tropiezos vuestra torcida suerte se enderezase; que el cielo, por extraños y nunca vistos rodeos (de los hombres no imaginados), suele levantar los caídos y enriquecer los pobres”.
Los catalanes tienen fama de crueles, apreciación que les viene de la conquista catalana-aragonesa de los ducados de Atenas y Neopatria, en el siglo XIV, y de la venganza que siguió al vil asesinato del líder Roger de Flor, un antiguo templario nacido en Bríndisi, episodio relatado por Francisco de Moncada en su libro Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos (1620) y que alimentara las obras de Pierre Vilar y Juan Reglá. José María Sert, uno de los grandes muralistas del siglo pasado, quien dejó obra en Buenos Aires, pintó con colores sombríos la gesta de la venganza, que yo mismo he podido admirar en una sala de la Generalitat de la nación catalana, tan cara a mis afectos, ya que de no mediar la guerra civil, yo hubiera nacido en Barcelona.
Pero recuerdo también, por opuesta moción, la copla anónima que nuestra académica Olga Fernández Latour conoce seguramente:

“A orillas de un barranco
un negro cantando está
¡Dios mío! quien fuera blanco
aunque fuese catalán”.

El encuentro de Quijote y Guinart revela, a mi juicio, la libertad de pensamiento que sobrevuela la obra, a través de la conjunción del hidalgo y el bandolero, ambos unidos por el lazo común del honor español.
El Quijote de Picasso, el de Salvador Dalí, el de Daumier y el de nuestro Carlos Alonso, han intentado penetrar la laya fiel del caballero de la Triste Figura, tan cara al alma rusa, lo que revela su vigencia universal.
Esta nueva edición honra a la Real Academia Española y nos llena de gozo, al compás de sus dos volúmenes y de las 3251 páginas sin contar los índices.
Los argentinos sabemos que Jorge Luis Borges escribió en su cuento “El jardín de senderos que se bifurcan”, dedicado a Silvina Ocampo, un relato especular: “Pierre Menard, autor del Quijote”. Allí nos recuerda, como bien lo sabía hacer don Félix Luna, el atrevido mensaje propio de la modernidad: “…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”.

Sugerencias bibliográficas:

Peter Ackroyd, Shakespeare. La biografía, Barcelona, Edhasa, 2008.
Harold Bloom, Shakespeare. La invención de lo humano, Bogotá, Norma, 2001 y Genios, Bogotá, Norma, 2005, pp 48-78.
Ivonne Bordelois, La palabra amenazada, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2003.
Jorge Luis Borges, “Pierre Menard, autor del Quijote”, en O.C., Buenos Aires, Emecé, 2007, vol. I, pp 530-8.
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Madrid, Real Academia Española-Espasa, 2015, 2 vols.
Juan Reglá, Historia de Cataluña, Madrid, Alianza, 1974.

2 Readers Commented

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  1. horacio bottino on 4 julio, 2016

    Guillermo Furlong distaba en mucho de la historia «oficial» argentina.¿Hay que seguir a la historia oficial de hegel de una peqeña porción del planeta que niega a casi toda áfrica asia y la historia precolombina?

  2. horacio bottino on 2 agosto, 2016

    La gente no sabe…¿Quién es la gente?.Es un término tan vago.

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