
Aunque el ascenso de Juan Perón al poder ha sido y es objeto de estudio, baste citar El 45 de Félix Luna, Perón y el GOU de Potash y las memorias del embajador británico David Kelly, poco y nada se dice de la fuerza derrotada en las elecciones del 23 de febrero de 1946, la Unión Democrática. Más bien, el lema “Braden o Perón” es el que se parece resumir a los contendientes a partir de la conducta de torpe injerencia del embajador norteamericano, Spruille Braden, que contó con apoyos de dirigentes políticos y empresariales. Pero para comprender lo sucedido hay que remontarse, como hace el autor, a los años anteriores, con una guerra mundial en la que la neutralidad argentina fue tomada como simpatía por el Eje, y las oportunidades perdidas con la enfermedad, renuncia y muerte del presidente Ortiz y, con poco tiempo de diferencia, la de las figuras de peso, los ex presidentes Alvear y Justo.
El fraude y las tentaciones autoritarias minaron la credibilidad del sistema institucional, desembocándose en un golpe cuyo máximo responsable fue el propio ministro de Guerra del Dr. Ramón Castillo, el general Pedro P. Ramírez, presidente de un gobierno que no quiso ser llamado “provisional” y en el que confluyeron prominentes figuras del nacionalismo, políticos ilusionados con una pronta salida electoral y un coronel sucesivamente Director de la Oficina de Trabajo, Ministro de Guerra y vicepresidente, todo junto.
Sanchíz Muñoz narra esos tres años de lo que se ha dicho que fue el más explícitamente caracterizado como “gobierno militar”, con una creciente limitación de las libertades públicas, culturales y universitarias, con su correlato de presos, torturados y exiliados. Precedido por la Marcha de la Constitución y la Libertad, y el clamor “El gobierno a la Corte”, producido el 17 de Octubre y ante próximas elecciones, se plasmó la Unión Democrática. La respuesta de quienes querían “salvaguardar la Constitución”, como leemos en el subtítulo de la obra, contó con el radicalismo, más entusiasta el sector unionista, al que siguió, con reservas, la intransigencia. Dos antipersonalistas –lo que tampoco era atractivo para la ortodoxia radical–, José P. Tamborini, que fue ministro de Alvear, y Enrique Mosca, fueron los candidatos a los máximos cargos, hombres respetados pero faltos de carisma. Con ellos estaban los demócrata progresistas, los socialistas, y créase o no, el Partido Comunista, con Rodolfo Ghioldi a la cabeza. Claro, la URSS había estado entre los aliados, y todavía no se hablaba del telón de acero ni de la guerra fría. Es sugestivo que los conservadores (“Demócratas Nacionales”) no formaran parte de ese frente electoral, y no fue menor el aporte de votos que en la provincia de Buenos Aires hicieron sus seguidores a la candidatura del coronel.
Dice el autor que la UD realizó miles de actos por el país, hostilizados por elementos del oficialismo, inclusive con su saldo de caídos. La defensa de la Constitución fue el eje de campaña, con la inconsecuencia de que había allí quienes barrerían con ella y ya lo hacían en Europa Oriental. Aún con trayectorias signadas por el compromiso social desde principios de siglo, como Palacios, primer diputado socialista de América, dejaron que Perón monopolizara ese discurso, inermes frente a medidas como el aguinaldo, en que se alinearon con el empresariado. A la hora del comicio, Perón con su vice de extracción radical, J. H. Quijano, se impuso por diez puntos contra Tamborini-Mosca y el triunfo en todas las provincias menos Córdoba (por pocos votos) y Corrientes. En el aniversario del golpe militar Perón asumió la presidencia, como el único gobierno de facto triunfante en nuestra historia. La UD quedó disuelta, tras ser calificada de “comando de la derrota”, y así ha quedado calificada, lo que Sanchís Muñoz considera injusto. La UCR, con 44 diputados, fue la oposición en el Congreso, tarea ímproba de defensa de las libertades cada vez más conculcadas.
El autor dedica las líneas finales a lo “contrafáctico”: ¿qué hubiera sido la Argentina con el resultado comicial inverso? Hace unos años Rosendo Fraga lo planteó en el diario La Nación. Por un lado puede pensarse que, sin demagogia, autoritarismo y corrupción, podríamos haber seguido el camino de Canadá y Australia. El programa de la UD propiciaba institucionalidad, avances sociales (hasta con reforma agraria, lo que debe haber volcado más de un voto para la otra opción), voto femenino, creación de nuevas provincias, prohibición de actos racistas y antisemitas, estrecha cooperación con los países “de clara orientación democrática”. Con sus luces y sombras, ¿pudo ser una alternativa creíble y posible en una época de cambio mundial? Por otro, tan heterógenea coalición ¿habría durado o al tiempo finalmente Perón igual hubiera llegado al poder? En definitiva, parafraseando a Félix Luna, en 1945 el pueblo, o mejor dicho, una parte importante de la ciudadanía, quiso “romper con el pasado”, las consecuencias las vivimos al día de hoy, tres cuartos de siglo después, de ahí la actualidad de esta obra.