
Recuerdo de la masacre de los palotinos de San Patricio, cuando se cumplen 40 años del crimen perpetrado contra tres sacerdotes y dos seminaristas.
Juntos vivieron y juntos murieron. El lunes 4 de julio pasado, día exacto de la masacre de los palotinos 40 años atrás, se celebró una multitudinaria misa en la parroquia San Patricio de Buenos Aires presidida por el cardenal Mario Poli y concelebrada por 13 obispos, sacerdotes palotinos de la provincia –incluyendo a los padres Rodolfo Capalozza (sobreviviente de la comunidad de San Patricio del ‘76), Juan Sebastián Velasco (postulador de la causa de canonización), y Pablo Bocca (actual párroco) –; 40 sacerdotes procedentes de diferentes diócesis; y la visita previa del nuncio apostólico monseñor Emil Tscherrig, que bendijo el cuadro obra de la artista Roxana Salvatori, a entronizar en el templo.
Las conjeturas predominantes entre la comunidad palotina, historiadores y fiscales del caso sostienen que aquella madrugada de julio de 1976 un Grupo de Tareas de la ESMA habría sido quien ingresó a la casa parroquial y, arrojándolos sobre la alfombra roja del living, asesinó a balazos a los sacerdotes Pedro Dufau, Alfredo Leaden y Alfredo “Alfie” Kelly, y a los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti. Sólo se salvó Rodolfo Capalozza: esa noche había ido al cine con Salvador y Emilio, pero en lugar de regresar a dormir a la parroquia, fue a lo de sus padres. Sobre la alfombra roja –que hoy se encuentra en la Parroquia como testimonio vivo– estaba escrito: “Estos zurdos murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes y son MSTM (Movimiento de los Sacerdotes para el Tercer Mundo)”. Sobre el cuerpo de Emilio, los asesinos habían colocado un póster que descolgaron de la pared de una de las habitaciones de la casa. Tenía un dibujo de Quino, en el que Mafalda, señalando el bastón de un policía, dice: “Este es el palito de abollar ideologías”.
Juntos vivieron y juntos murieron. De “los cinco”, Emilio Barletti era el único que había asumido una postura activa en relación al complejo contexto político. De gran compromiso social en las villas del sur de Buenos Aires, Emilio se fue vinculando con el Movimiento de Cristianos por la Liberación y luego con grupos de la Juventud Peronista próximos a Montoneros. Esto comenzó a valerle crecientes consejos y advertencias de los sacerdotes Dufau y Kelly, alertándolo tanto por su situación como por su vocación, induciéndolo a no mezclar política y sacerdocio. Sus compañeros de seminario también hablaban con él. La revista Encuentro, expresión de los palotinos, llegó a manifestar parte de estos hechos. “Emilio Barletti reflejaba en sus artículos una posición más radicalizada, en la que se jactaba de su militancia en el PJ (…) en el que la política y el Evangelio se articulaban. (…) En el número 26 de Encuentro (1975) cuestionó la Reforma Constitucional auspiciada por el Ejecutivo. En el número siguiente, Rodolfo Capalozza y Salvador Barbeito se permitieron el derecho a réplica” (Kimel, Eduardo; La masacre de San Patricio; 1989; Ed. Lohlé-Lumen).
Alfie Kelly es, probablemente, la figura central para tratar de comprender –si puede comprenderse un asesinato así– algo de la masacre (Lucero, Sergio; Juntos vivieron y juntos murieron; 2016; Ed. Claretiana). De convicciones profundas y vocación extrema en Cristo, Alfie, como el resto de “los cinco”, se fue enterando de las desapariciones y las violaciones a los derechos humanos. Una de sus últimas homilías dominicales fue una denuncia profética: “Hermanos: he sabido que hay gente de esta parroquia que compra muebles de casas de gente que ha sido arrestada y de la que no se conoce su destino. En todo el país surgen más y más de estos casos…. Quiero ser bien claro al respecto: las ovejas de este rebaño que medran con la situación por la que están pasando tantas familias argentinas, dejan de ser para mí ovejas, para transformarse en cucarachas”.
Del diario personal de Alfie –un testimonio invalorable para entender el martirio– se deprende que “los cinco” eran hombres de Dios, y que presentía el riesgo de la entrega martirial. El 1 de julio de 1976 escribía: “He tenido una de las más profundas experiencias en la oración. Durante la mañana me di cuenta de la gravedad de la calumnia que está circulando acerca de mí. A lo largo del día he estado percibiendo el peligro en que está mi vida. Por la noche he orado intensamente, al finalizar no he sabido mucho más. Creo sí que he estado más calmo y tranquilo frente a la posibilidad de la muerte. Lloré mucho, pero lloré suplicando al Señor que la riqueza de su gracia que me ha dado para vivir acompañara a aquellos a quienes he tratado de amar, recordé también a los que han recibido gracias a través de mi intercesión, lloré mucho por tener que dejarlos. Nunca he dudado que fue Él quien me concedió la gracia y tampoco que no soy indispensable, aunque tengo mucho que decirles aún, sé que el Espíritu Santo se los dirá… Y mi muerte física será como la de Cristo un instrumento misterioso, el mismo Espíritu irá a algunos de sus hijos, pedí para que fuese a Jorge y a Emilio, para los que me odian, para los que recibieron a través de mí, para el florecimiento de las vocaciones, para crear hombres dentro de la sociedad que sean necesarios, los que Él desea. Me di cuenta entre mis lágrimas de que estoy muy apegado a la vida, que mi vida y mi muerte, su entrega, tiene por designio amoroso de Dios, mucho valor. En resumen: que entrego mi vida, vivo o muerto al Señor, pero que en cuanto pueda tengo que luchar por conservarla. Que seré llamado por el Padre en la hora y modo que Él quiera y no cuando yo u otros lo quieran. Ahora, justo en este momento estoy indiferente, me siento feliz de una manera indescriptible. Ojalá que esto sea leído, servirá para que otros descubran también la riqueza del amor de Cristo y se comprometan con Él y sus hermanos, cuando Él quiera que se lea. No pertenezco ya a mí mismo porque he descubierto a quien estoy obligado a pertenecer. Gracias Señor».
En el barrio, y entre muchos feligreses de Belgrano R, la resistencia a Alfie era creciente. “La militancia de Emilio como causa del asesinato tampoco es verosímil, si tenemos en cuenta las últimas páginas del diario de Alfie Kelly. Las amenazas de muerte, rumores y calumnias tenían a Alfie como protagonista, y no al seminarista, al que la lógica (…) hubiera convertido en un desaparecido más” (Seisdedos, Gabriel; El honor de Dios. Mártires palotinos: la historia silenciada de un crimen impune; 2011; Ed. Ciudad Nueva).
Es cierto que la Iglesia argentina ha callado demasiado en estos 40 años. Se debe recordar que en lo inmediato a la masacre, el clima empeoró notablemente. El 4 de agosto fue asesinado monseñor Enrique Angelelli en La Rioja, y se sucedieron las desapariciones de sacerdotes y monjas en todo el país. En una colecta dominical en San Patricio aparecieron cuatro balas, cuando en la parroquia había cuatro sacerdotes y seminaristas que sucedían a “los cinco”. Con todo, el padre Kevin O’Neil fue el mayor guardián de su memoria y quien más trabajó por su reconocimiento.
Hasta hoy, la Iglesia argentina ha seguido siendo excesivamente prudente y ausente. El papa Francisco, por su parte, declaró mártir al arzobispo de San Salvador, monseñor Oscar Romero, en febrero de 2015, allanando el camino a la beatificación del religioso. De esta manera, la Iglesia de Roma viene abriendo el camino al reconocimiento de muchos que entregaron su vida por la fe en Cristo en aquellos años trágicos en América latina.
“¿Por qué creemos que son testigos de la fe? Porque a través de su violenta muerte nos dejaron el más profundo testimonio de Amor a Dios. Porque nos brindaron ejemplo de la mayor entrega, danto la vida por sus ovejas. Porque supieron vencer sus propios miedos y optaron por obedecer a Dios antes que a los hombres. Porque con sus diferencias, fueron signo de comunidad, tanto en la vida como en la muerte. Porque fueron fieles al Evangelio y a la iglesia, hasta las últimas consecuencias. Porque optaron por la vida, eligiendo defender la Justicia y la Verdad” puede leerse en la web www.palotinos4dejulio.com.ar.
Cuando era arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio predicó en la homilía de la misa del 25º aniversario de la masacre (2001): “Esta Parroquia ungida por la decisión de quienes juntos vivieron, ungida por la sangre de quienes juntos murieron, nos dice algo a esta ciudad, algo que cada uno tiene que recoger en su corazón y hacerse cargo. Despejar etiquetas y mirar el testimonio. Hay gentes que sigue siendo testigo del Evangelio, hay gente que fue grano de trigo, dio su vida y germinó. Yo soy testigo, porque lo acompañé en la dirección espiritual y en la confesión hasta su muerte de lo que era la vida de Alfie Kelly; sólo pensaba en Dios. Y lo nombro a él porque soy testigo de su corazón, y en él a todos los demás. Simplemente ruego para tener la gracia de la memoria, que nos haga agachar la cabeza y pedir perdón, usando las palabras de Jesús ‘porque no saben lo que hacen’, por quienes desgarraron esta ciudad con este hecho. Pedir perdón por cada uno de nosotros cuando queremos que el mundo nos reconozca como de él y no pagar el precio que hay que pagar cuando el mundo no nos reconoce. Y quiero dar gracias a Dios porque todavía hoy, en medio de una ciudad turbulenta, llena de vida, de ansiedad, llena de fuerza, llena de esperanza, llena de problemas, llena de trabajo, quiso darnos una señal. Hay gente que todavía quiere vivir no para sí. Y el Señor permite que haya gente que en esa coherencia muera no para sí, sino para dar vida a otro”.
Juntos vivieron y juntos murieron. ¿Juntos van camino al reconocimiento del martirio?