Editorial: De la reconciliación al encuentro

Durante muchos años, el episcopado argentino dirigió a toda la comunidad repetidos llamados a la reconciliación, para superar los dolorosos enfrentamientos que en los años ’70 enlutaron al país, y llenaron muchos corazones de odio y resentimiento. Este propósito encomiable no logró plasmarse por múltiples motivos: la reticencia de las instituciones y grupos sociales a revisar críticamente su propia comprensión de los hechos y a asumir sus responsabilidades, los vaivenes en las respuestas intentadas desde el Estado (“punto final”, amnistías, indultos), e incluso la exasperación deliberada de las tensiones latentes con fines descarnadamente políticos.
El pedido de perdón en nombre de la Iglesia realizado por Juan Pablo II en el contexto del Jubileo del año 2000 estaba destinado a suscitar gestos de “purificación de la memoria” en las Iglesias locales, que debían a su vez estimular respuestas análogas en la sociedad civil. La conferencia episcopal argentina, dificultada por profundas diferencias internas, no pudo ir más allá de algunas expresiones genéricas y poco comprometidas. Tampoco le ha sido posible hasta ahora revisar críticamente su actuación en esos años, lo cual le ha restado autoridad a la hora de afrontar este tema, e impedido asumir un papel de ejemplaridad.
Hoy, cuando hablar de reconciliación parece no ser bien visto por la sociedad, nuestra Iglesia, a instancias del papa Francisco, quiere optar por la propuesta más amplia y positiva de una “cultura del encuentro”, orientada sobre todo hacia el futuro. Cabe preguntarse, por un lado, si es posible lograr un verdadero encuentro por medio del simple expediente de “dar vuelta la página” para dejar atrás el capítulo de la reconciliación fallida. Pero, por otro lado, ¿es prudente insistir en un esfuerzo de reconciliación que por décadas ha resultado estéril? ¿No sería, más allá de las buenas intenciones, seguir echando sal en las heridas? Reconciliación o encuentro son los términos de una disyuntiva difícil de resolver.
Quizás lo más razonable sea mediar entre ambos objetivos. Han pasado 40 años de los hechos, y ya no es posible entender la reconciliación en el mismo sentido que habría tenido décadas atrás. Intentar reconciliar grupos antagónicos, obstinados en sus posiciones y envejecidos en sus rencores, carece de sentido. Pero a lo largo del tiempo han surgido muchas figuras de uno y otro campo que lograron elaborar críticamente su propia historia y abrirse al diálogo. Corresponde convocar a esas personas mientras sea posible, por el incalculable valor moral de su testimonio.
Por otro lado, hay militares ancianos confinados en cárceles, muchas veces de manera arbitraria, a quienes se les ha negado el beneficio de la prisión domiciliaria, con el solo fin de convertir la pena de prisión en un verdadero “castigo”, y algunos han fallecido por falta de adecuada atención médica, ante el silencio ominoso de toda la sociedad, incluida la Iglesia; algo que lamentablemente también sucede en muchos casos con otros presos. Sin más demora, debe ponerse fin a esta injusta situación.
A estos aspectos, que pertenecen al ámbito de la reconciliación, hay que sumar otros que hagan posible el encuentro. Ante todo debe recuperarse la idea de los derechos humanos como doctrina constitucional que está por encima de cualquier ideología partidaria, frente a la perniciosa cooptación que dichos derechos han sufrido a manos de cierta lectura ideologizada. Es ése el núcleo del consenso fundamental que reclama nuestro país de cara al futuro.
Aquí nos encontramos con lo que quizás sea hoy el aspecto más grave del problema: muchos referentes jóvenes que no han vivido personalmente el conflicto de los ‘70, lo han asumido con una visión maniquea que podría tener sus consecuencias. Es preciso que un enfoque equilibrado de los derechos humanos, lo inaceptable de la violencia como herramienta política, y el igual valor y dignidad de la vida de todos, sean claramente inculcados desde la educación básica. Además, convendría preservar a los colegios de todo activismo partidario, procurando formar ciudadanos capaces de dialogar y convivir respetuosamente en el seno de una sociedad pluralista.
Finalmente, desde el punto de vista operativo, es necesario generar espacios donde se practique y se difunda la cultura del encuentro. Éstos no pueden estar vinculados a la Iglesia (que, por las razones aludidas, no cuenta con la imagen de imparcialidad requerida), ni tampoco obviamente a los partidos políticos. Hace algunos años, el jesuita italiano Bartolomeo Sorge propuso la creación de “áreas culturales” independientes tanto de la Iglesia como de la política, donde fuera posible el encuentro entre personas de distintas ideologías, religiones y culturas, para construir consensos en torno a valores fundamentales capaces de inspirar la vida social y política. Son incontables las personas que estarían dispuestas a este ejercicio en nuestro país, y que podrían aportar una gran riqueza de pensamiento.
La generación de los protagonistas de los ’70 está pasando, y con ella, seguramente pasará gran parte del odio y el rencor no purificado después de tantos años. La preocupación fundamental debe ser ahora que esa cizaña no germine en los corazones jóvenes. Debemos confiar en que el paso del tiempo dará una mayor perspectiva para la investigación historiográfica. La misma historia eclesiástica tendría que abandonar su actitud tradicionalmente defensiva para abordar el pasado propio con un nuevo espíritu. Debemos confiar también en que, menos constreñidos por la lealtad a sus predecesores, las instituciones puedan algún día reconocer, sin sobreactuaciones pero tampoco sin reservas, las propias responsabilidades.
Mientras este proceso se va desarrollando gradualmente, tenemos que comprometernos con la activa búsqueda de un encuentro realmente inclusivo, y a crear condiciones que garanticen su solidez y continuidad. A los protagonistas de esta historia de violencia les cabe sentirse responsables ante las nuevas generaciones. Que ellas no tengan que sufrir, o re-presentar las tragedias de ese pasado, que nunca debió suceder, y que no debe suceder nunca más.

2 Readers Commented

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  1. lucas varela on 1 enero, 2017

    Amigos,
    ¿Qué pasó en los años 70?
    ¿Alguien tiene certeza de lo que pasó en los años 70? Ciertamente que no; y ningún argentino lo sabe.
    Periódicamente, y casi milagrosamente siguen surgiendo a la vida hijos y nietos de ¿¡“desaparecidos”¡?.
    Bebés recién nacidos, que en un instante cumplen 35, 38, o 40 años de edad. Es como si el tiempo se encapricha con nuestra humanidad, y cada tanto nos regala un “presente”. Porque sí; o mejor dicho, por puro sentimiento empecinado, infinito, de madre y abuela.
    Un “presente” del tiempo, que nos retrotrae en un instante a los 70, para no perder la conciencia. Con-saber: es saber simultáneamente todos los argentinos, que no sabemos la verdad de los 70.
    Éste es el más importante aporte a la humanidad que, sin saberlo, hacen los bebés de antaño, ahora recuperados. Los bebés, nos educan, porque es la verdad la que educa.
    Educar es buscar la verdad por la verdad misma y por encima de todo otro respecto. Debe ser un ideal que la verdad de lo que ocurrió en los 70, esté al acceso todos.
    Educar es saber la verdad de lo que ocurrió, tener conciencia. Los bebés de antaño, ahora recuperados, nos hacen conscientes de lo que queremos y de que no queremos que se repita. Ignorarlo, es no saber a dónde nos podrían llevar.
    La intransigencia, la soberbia, las bajas pasiones, la barbarie, es consecuencia de la falta de educación, es no saber la verdad.
    Al saber, al con-saber, podremos adaptar nuestra conducta, incesantemente, a la realidad que nos tocó vivir en los 70. Y seremos consciente de nuestras obligaciones y deberes sociales. Y seremos conscientes de la ley, que es justicia y libertad.
    Con justicia, seremos más propensos a la reconciliación, a la “purificación de la memoria, a la “cultura del encuentro”, y a “dar vuelta la página”.
    Mi profundo respeto a todas las víctimas, conocidas y desconocidas, y el deseo de que el poder Judicial argentino sepa actuar de acuerdo a la ley, que es justicia.

  2. horacio bottino on 7 enero, 2017

    ayuda a el encuentro que esta revista se arrepienta de haber apoyado el plan de destrucci{on de Menem-Cavallo

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