La luz nocturna de la fe

Cuando hay mucha luz se ve lo iluminado, las cosas. Cuando hay una pequeña luz se ve esa luz y se ve cómo ha sido quebrada la oscuridad.
El antiguo y hermoso rito del ingreso del cirio en el templo a oscuras, durante la Vigilia pascual, expresa el centro de nuestra fe, lo principal que la Pascua celebra: sólo el poder del amor de Dios es capaz de hacer surgir, desde la oscuridad de la muerte, la luz de la vida. Esa es la fe y la esperanza cristiana, que ante algo tan admirable se torna canto, acción de gracias, amor y comunión.
Cuando el cirio ingresa para la celebración, todos, con una pequeña vela, van tomando luz. De modo que el templo se va iluminando lentamente, desde el fondo hasta el altar. Todos, en la noche, son tocados por la serena luz del cirio de la vida.
Entonces se canta o reza el Exultet, el Pregón pascual, en el que se evocan todas las noches durante las que hemos sido redimidos: Esta es la noche…
La luz de la fe ha sido necesaria para iluminar la oscuridad de cada noche. Pero esas noches han sido necesarias para poder ver la luz de la fe.
Y todo lo nocturno y oscuro termina cuando emerge el Lucero de la mañana, Cristo, que no tiene ocaso.

 

El Premio Nobel Saint-John Perse dijo, acerca de la poesía, algo que quizás puede aplicarse a esta experiencia de la fe: La oscuridad que se le reprocha no proviene de su naturaleza propia, que es esclarecer, sino de la noche misma que explora, a la que está consagrada: la del alma y la del misterio que baña al ser humano. Su expresión se ha prohibido siempre la oscuridad.

 

Pregón Pascual (Exultet)

Alégrese en el cielo el coro de los ángeles.
Alégrense los ministros de Dios,
y por la victoria de un Rey tan grande,
resuene la trompeta de la salvación.

Alégrese también la tierra inundada de tanta luz,
y brillando con el resplandor del Rey eterno,
se vea libre de la oscuridad
que envolvía a todo el mundo.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
adornada con los fulgores de una luz tan brillante,
y resuenen en este recinto
las voces clamorosas del pueblo.

V. El Señor esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu.
V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.

Realmente es justo y necesario
que aclamemos con nuestras voces
y con todo el fervor de nuestra inteligencia
y de nuestro corazón
al Dios invisible, Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
porque Él pagó por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán, y borró con su sangre
la sentencia del primer pecado.

Estas son las fiestas pascuales,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
con cuya sangre son consagradas las puertas de los fieles.

Esta es la noche en que antiguamente sacaste de Egipto
a nuestros padres, los hijos de Israel,
y los hiciste pasar milagrosamente por el mar Rojo.

Esta es la noche que disipó las tinieblas
de los pecados con el resplandor
de una columna de fuego.

Esta es la noche que devuelve la gracia y santifica
a todos los que creen en Cristo,
una vez que se han apartado de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado.

Esta es la noche en la que Cristo
rompió los lazos de la muerte
y subió victorioso de los abismos.
¡De nada nos serviría haber nacido
si Él no nos hubiera redimido!

¡Qué admirable es tu bondad con nosotros!
¡Qué inestimable es la predilección de tu amor:
para redimir al esclavo, entregaste a tu propio Hijo!

¡Pecado de Adán ciertamente necesario,
que fue borrado con la muerte de Cristo!
¡Culpa feliz, que nos mereció tan noble y tan grande Redentor!

¡Noche verdaderamente feliz,
que mereció saber el tiempo y la hora
en que Cristo resucitó del abismo de la muerte!

Esta es la noche de la cual está escrito:
“La noche resplandecerá como el día,
y la noche me alegra con su resplandor”.

Por eso, el misterio de esta noche
aleja toda maldad, lava las culpas,
devuelve la inocencia a los pecadores
y la alegría a los afligidos;
disipa los odios, restablece la paz
y doblega los imperios.

En esta noche de gracia, recibe, Padre santo,
la alabanza de este sacrificio
que te presenta la santa Iglesia
por medio de sus ministros,
al ofrecerte solemnemente este Cirio,
cuyas sustancias elaboraron las abejas.

Ya conocemos las glorias de esta columna de fuego,
encendida en honor de Dios.
Aunque se divida en partes,
su llama no sufre detrimento alguno
cuando comunica su luz
porque se alimenta de la cera derretida
que elaboró la madre abeja,
para sustentar esta preciosa antorcha.

¡Noche verdaderamente feliz
en la que el cielo se une con la tierra
y lo divino con lo humano!

Por eso, Señor, te rogamos,
que este cirio consagrado en honor de tu Nombre,
continúe ardiendo constantemente
para disipar la oscuridad de esta noche,
y que aceptado por ti como perfume agradable,
se incorpore a los astros del cielo.

Que lo encuentre encendido el lucero de la mañana,
aquel lucero que no tiene ocaso:
Jesucristo, tu Hijo, que volviendo de los abismos
resplandeció sereno sobre el género humano,
y vive y reina por los siglos de los siglos.

R. Amén.

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