Con mayor o menor intensidad, la globalización está siempre en el banquillo de los acusados. A su última oleada, iniciada hacia 1990,se la cuestiona por su incapacidad para reducir la pobreza y aumentar la inclusión social y la equidad. Todavía vigentes algunas secuelas de la crisis de 2008, estas críticas se han renovado en los Estados Unidos y en Europa, ahora con foco en la inmigración, en las importaciones que desplazan producción local y en el temor a los robots. Sus expresiones salientes, la elección de Donald Trump y antes el triunfo del Brexit, se apoyan en un discurso nacionalista, populista (1) y a veces xenófobo. También en parte del mundo emergente, en especial en Medio Oriente, el norte de África y América Latina(2) se critica a la globalización por ser causa de exclusión social. El debate muestra tres rasgos propios del riesgoso mundo orwelliano de la “posverdad” en el que vivimos. Predominan las pasiones y emociones sobre las razones, se dejan de lado, o directamente se inventan, datos e informaciones y, en fin, se prefieren ver las instantáneas del momento y no los procesos que las unen.
Las instantáneas de la pobreza y la exclusión
Las fotos cotidianas muestran un mundo con predominio de los grandes poderes y una abrumadora incidencia de la pobreza y de otras formas de exclusión.Con sólo el 17% de la población,los países desarrollados generan el 41% del PIB global y una parte aún mayor de la riqueza (3). El nivel de vida de los países desarrollados, medido por el producto por habitante en dólares comparables, es más de cuatro veces superior que el de los emergentes.
Los empleos de mejor calidad abundan todavía en los países más ricos, mientras en los emergentes hay1400 millones de empleos precarios, el 42% del empleo global. El desempleo afecta sobre todo a los jóvenes, con una tasa global del14%, mayor incidencia en los países desarrollados (16,4%) –especialmente en el área del euro (27,6%)–mientras en los emergenteses del 13,5% –con un pico del 30,4% en el Medio Oriente y el Norte de África–. El desempleo de larga duración es muy alto y persisten disparidades de género contrarias a las mujeres por el empleo precario, los bajos salarios o el desempleo. Lo peor de todo es que hay 21 millones de personas en situación de trata o trabajo forzado, 19,5 millones de ellas en los países emergentes, según datos de la OIT.
Todavía hay unos 705 millones de seres humanos que viven en la extrema pobreza, con menos de 1,90 dólares por día, cifra semejante a los 790 millones de personas desnutridas.Por las guerras hay 20 millones de personas en riesgo de inanición, record desde la Segunda Guerra, en Yemen, Sudán del Sur, Nigeria y Somalia. En los países más pobres los indicadores sociales muestran graves carencias. La esperanza de vida en África Subsahariana no llega aún a los sesenta años;la mortalidad infantil todavía supera el 50/1000 –en América Latina es 15/1000–; dos tercios de la población habita en viviendas precariasen barriadas que también lo son –en América Latina 20% de la población vive así; en fin, sólo dos tercios de los chicos termina la escuela primaria, poco más del 40% se enrola en la escuela mediay sólo una cifra similar termina el ciclo básico de este nivel–.
También la distribución del ingreso muestra facetas preocupantes. En algunos países desarrollados, sobre todo en los sajones, el 1% más rico concentra el 15% del ingreso total. En duro contraste, hay muchos países emergentes en los que el 10% más pobrelogra sólo entre el 1.5% y el 2% del ingreso total, mientras el 10% más rico tiene más del 40%, situación casi dos veces peor que en los países desarrollados.Podría seguirse abundando en instantáneas, pero lo dicho basta para constatar en los países emergentes, sobre todo en los más pobres,flagrantes rostros de la pobreza y la exclusión; mientras en muchos países desarrollados sobresalen la desigualdad y el pesimismo sobre el futuro.
La película de un profundo cambio global, con más inclusiones que exclusiones
Dirigimos ahora la mirada hacia procesos de alcance global del último cuarto de siglo que parecen prefigurar un cambio de civilizaciones, ni más, ni menos. Como tales, ellos demuelen muros de exclusión y generan otros nuevos, con saldo favorable para los más pobres. Aunque se sigue repitiendo que crece la brecha entre países ricos y pobres, la verdad es que las diferencias de niveles de vida entre desarrollados y emergentes han caído casi a la mitad, desde cerca de 8 veces en 1990 a poco más de 4 veces hoy.Por primera vez en al menos quinientos años, el nivel de vida de los países emergentes dejó de divergir y empezó a converger al de los desarrollados.Otra dimensión poco citada y de gran interés es la “riqueza inclusiva” (4), cuya dinámica per cápita reciente muestra que en muchos países emergentes aumentó más que en los desarrollados. Los otrora países “en desarrollo” generan ya casi el 60% del producto mundial anual, ciertamente al influjo de China y Asia en general, pero también África Subsahariana y América Latina han crecido últimamente más que los avanzados. Estos muestran grandes diferencias entre sí. Corea creció desde la crisis 25%, Italia cayó 8% y Grecia retrocedió 30%. Lo mismo se ve dentro de cada país, como en los contrastes entre el ahora famoso “cinturón oxidado” y California.
Tal es el marco en el que millones de personas en Europa y en los Estados Unidos ven sólo amenazas en lo que les toca de la globalización. Hace ya diez años, en un seminario de la Academia Pontificia de Ciencia Sociales, Henry Kissinger lo anticipó en parte, al lanzar que el centro del poder económico mundial se estaba desplazando inexorablemente del Atlántico al Pacífico.En esto se basan las mejoras que perciben asiáticos y africanos. Pese a que sus continentes albergan hoy al 95% de los 705 millones de personas en pobreza extrema, hace un cuarto de siglo eran 1850 millones los afectados por este flagelo y representaban el 35% de la población mundial contra el 10% de hoy. En paralelo, ha habido allí mejoras rápidas y significativas en la esperanza de vida, en la escolarización yen la mortalidad infantil, incluyendo así a millones de personas en formas de vida más dignas. Y aunque cueste creerlo, el rápido crecimiento de muchos países pobres desde 1990 –en especial China,por su peso en los promedios– redujo la desigualdad de la distribución del ingreso mundial. Las personas de clase media se han duplicado de 1500 a 3000 millones en este siglo y se proyectan en 5250 millones para el 2030. Al mismo tiempo, la desigualdad aumentó en muchos países –y en casi todos los desarrollados– con el agravante de la enorme concentración de los ingresos, ya mencionada en el 1% más rico y aun en el 0,1% más rico. En fin, es tan cierto que el mundo de hoy tiene una pobreza inaceptable y una enorme desigualdad de ingresos y riquezas, como que nunca bajaron tanto la pobreza y la desigualdad globales como en los últimos 25 años (5)
. El análisis objetivo invita mucho más a los matices que a los juicios en blanco y negro, pero estos son los que prevalecen.
Hay, al mismo tiempo, otras gruesasfalencias de la globalización.La dramáticacrisis del 2008fue impulsada por excesos financierosdepredadoresaún no subsanadosdel todo y por una insuficiente coordinación global, como en los desequilibrios en los balances de pagos, que siguen en pie.También crecen preocupantes evidencias del deterioro del medio ambiente, del aumento del comercio de armas y del narcotráfico. También vivimos el enorme drama de los inmigrantes, muchos de ellos rechazados por todos, pero los empujan más las guerras que la globalización en sí.
¿Cuáles son las razones detrás del rápido progreso de tantos países emergentes en el último cuarto de siglo?Una, indudable, es la demografía. La población mundial aumentará en 2250 millones de personas –hasta llegar a 9200– entre 2010 y 2040. Sólo 50 millones de este total vivirán en países desarrollados. Esto permitirá continuar con el modelo de crecimiento instalado en Asia y que ahora se proyecta al África.Gran oferta de trabajo,salarios inicialmente bajos, limitados sistemas de seguridad social y apertura al comercio, las inversiones y la tecnología. Una receta para crecer y reducir la pobreza que sólo impedirán conflictos armados aún más graves que los de hoy o, a mayor plazo, el marcado deterioro del medio ambiente. En contraste, Europa persigue la trinidad imposible de muy pocos hijos e inmigrantes y excelentes sistemas de seguridad social. Y si Trump concretara sus amenazas, los Estados Unidos podrían acercarse a una utopía análoga.
Desafíos para un futuro mejor
América Latina sigue otro camino yes el subcontinente con menor crecimiento en el siglo XXI, con grandes diferencias entre países. Se erra fiero al atribuirsus trayectorias al “neoliberalismo” o al “progresismo”, porque laprincipal línea que divide a los de buen y mal desempeño es la que distingue a unaeconomía racional y previsora del populismo económico que rifa el futuro maximizando el consumo y castigando la inversión. En el primer gruposobresalePerú, la estrella regional del siglo XXI, cuyo nivel de vida aumentó 26% entre 2007 (pre-crisis) y 2016. Con modelos muy diferentes,también están allí Bolivia (+16%) y Chile (+9%). En contraste, los que hicieron populismo económico cayeron en su nivel de vida: Ecuador (-5%), la Argentina (-7%) y el drama de Venezuela, con una caída del 30%.
Pese a tamañas verdades, los críticos de la globalización han sido muy indulgentes con los daños inferidos por el populismo en América Latina, pese a sernuestra región la quemás claramente muestra que el nacional-populismono es el camino para erradicar la pobreza y lograr mayor inclusión y equidad. Criticar sin matices a la globalización y perdonar al populismo aportó sin dudas a engordarel caldo de cultivo del neo-nacionalismo populista que resurge, ahora en países desarrollados.
Sin pretender sacralizar este profano texto, recuerdo que sólo la verdad nos puede dar la libertad necesaria, también,para encontrar los difíciles mejores caminos para construir una sociedad más justa y equitativa, socialmente integrada y sin grietas insanables. A modo de ejemplo conclusivo presento la siguiente conjetura. Esos “difíciles mejores caminos” requieren el protagonismo constructivo de tres actores sociales: la sociedad civil, el Estado y el mercado. Sin embargo, las discusiones políticas, más aún las mediáticas y a veces también las académicas, se concentran con frecuencia en simplezas del tipo “más Estado” o “más mercado”. No sólo se omite así a la sociedad civil. También puedennecesitarse más Estado y más mercado al mismo tiempo, o discutir la calidad del accionar de los actores,o pensar que no hay “suma cero” entre ellos, que pueden encontrarse en la cooperación público-privada o en los acuerdos marco a la Moncloa. Pero por sobre todas las cosas, por su cultura y por su historia, Escandinavia no necesita la misma propuesta que Burkina Faso, ni la Argentina la misma que Rusia.Para lograr esta sintonía fina debemos partir de la verdad, aunque no guste o duela, dejar de arrojarnos cifras para ganar discusiones e invertir mucho más tiempo, cerebro frío y corazón caliente en encontrar los caminos de una plena inclusión social y de una sociedad más justa.
El autor es sociólogo y economista. Miembro de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales
NOTAS
[1] Entendemos aquí por populismo el énfasis predominante en la exaltación del pueblo y de la nación por encima de las instituciones. Y por populismo económico el maximizar el consumo de hoy en desmedro del desarrollo sostenible.
[2]Usamos las expresiones “mundo emergente” o “países emergentes” para referirnos a todos los que no son clasificados como “desarrollados” por los organismos internacionales.
[3]Por ejemplo, la riqueza (capitales físico, humano y natural) per cápita de Australia es más de cien veces la de Afganistán, mientras que el PIB por habitante es “sólo” 25 veces mayor.
[4] Ver definición en nota 3.
[5] El sitio https://ourworldindata.org/ es muy informativo de lo dicho hasta aquí.
4 Readers Commented
Join discussionEntiendo que hace un buen análisis de la desigualdad mundial y el fenómeno populista (del cual somos «decanos»). Pero estimo que subestima el tema ambiental (como problema global) y, para mi gusto habria que proundizar en las causas sistémicas (corporativas, epistemológicas y civilizatorias) que priorizan el negocios de pocos en detrimento de los más. En cuanto a las soluciones faltaría abordar el complejo agroalimentario que tiene una incidencia capital en el metabolismo social y puede ser la clave de un cambio de supervivencia posible e imperativo. Tengo producción y bibliografía , al respecto. Es muy auspicioso, empero, el tema abordado y el enfoque inicial. Adhiero tambien a no juzgar en blanco-negro o pensamiento binario, dando lugar al pensamiento complejo, sin certezas finales pero con posibilidad de avanzar.
Estimado Juan Llach,
No pretendo profanar tan sacro texto. Pero, a veces, la combinación de precisiones con alguna imprecisión, pareciera ser la fórmula para evitar el tema, que usted bien lo expresa: «avanzar».
La idea o concepto subyacente expuesto por Usted es de carácter temporal: hay instantáneas de una película de larga duración. Y ésta es la indeterminación importante de su sacro texto.
¿cuanto dura una «instantánea»‘? ¿cuanto dura la película»?
En Argentina tenemos una «instantánea» de año y medio de degradación sostenida del consumo, poco o nada de desarrollo «sostenible» por inversión de capital, un endeudamiento externo escandalosamente alto (¿criminal?). Y de «populismo» nada.
Sospecho que el tiempo comienza a jugar en contra de un cerebro frío para un pensamiento complejo. Se observa claramente, que frente al retroceso de su gobierno, se huye hacia adelante con más de lo mismo.
Estimado Juan Llach,
Es notable y muy importante a mi entender, su pie de página numero (1).
Usted define el «populismo económico» con absoluta simpleza y claridad conceptual:
«es maximizar el consumo de hoy en desmedro del desarrollo sostenible».
Una pequeña definición con tanta trascendencia¡¡
Sirve para comprender que el pensamiento complejo debe aplicarse (honestamente y sin condicionantes ideológicos) sobre el «desarrollo sostenible».
Aquí es donde yo, simple ingeniero, debo dejar paso al que sabe: el economista, al experto en ciencias económicas.
Pero, es vital que los actuales responsables de la economía Argentina admitan (aunque sea a puertas cerradas) que se está destruyendo el consumo sin ningún desarrollo sostenible.
Por favor…que vuelva el populismo económico¡¡, o cambiemos (nuevamente) de especialista.
Estimado Juan Llach y amigos,
En este intento de salir del «populismo económico» y volver al mundo global, hemos minimizado el consumo, pero todavía esta por verse una inversión concreta y sostenible. Ésta afirmación de quien suscribe está sustentada en la siguiente precisión:
Del aluvión de dólares que entraron a la Argentina durante el gobierno «globalizado» de Macri, más del 80% corresponde a deuda del sector público, el resto se aplica casi en su totalidad en «bicicleta financiera», quedando relegado a un mísero último lugar la inversión extranjera directa.
Algunos, que no tienen el cerebro frío y tienen corazón caliente, califican ésta lamentable realidad de «criminal» (acción voluntaria de herir a la Argentina).
Éstas descalificaciones sugieren que los tiempos de la «instantánea» se han terminado.