“Necesitamos construir un consenso mundial basado en la fraternidad”

Entrevista a Omar Al Kaddour sobre el diálogo interreligioso en la era del papa Francisco y los desafíos que debemos enfrentar a nivel global para que la fraternidad universal pueda concretarse.

¿Cuál es tu trabajo actual en el campo del diálogo interreligioso?
Soy director de libertad y diversidad religiosa de la Secretaría de Culto del Ministerio de Rela-ciones Exteriores y Culto de la Argentina. Es un espacio que se creó con el objetivo de integrar dentro de la estructura del Gobierno un área específica que refleje el valor nacional de la buena convivencia interreligiosa que vivimos en nuestro país. Que este logro sea eterno –como dice el Himno, “Sean eternos los laureles que supimos conseguir”– dependerá de cada generación de argentinos, llamados a revalidar este mandato que vivimos como pueblo desde la fundación misma de la Nación, consagrado en nuestra Constitución y encarnado por tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia. Es un gran desafío. De alguna forma vamos contra la corriente. El mundo está cambiando en la dirección de un secularismo intolerante. Quiera Dios emerjan liderazgos políticos que junto a otros líderes sociales y religiosos logren un consenso y renue-ven la esperanza de tantos que, como nosotros, sueñan con un mundo mejor, y que viven su fe con todo su corazón, su inteligencia y su libertad.

¿Su historia personal está marcada por el diálogo interreligioso?
Así lo quiso Dios. Mi historia es un tanto particular: soy hijo de inmigrantes, mis padres nacieron en Siria. Mi padre es musulmán sunnita y mi madre cristiana católica de rito oriental. Tuve el don de descubrir y elegir la fe en mi juventud. Soy cristiano católico por opción. Creo que esa experiencia vital es el aporte que puedo hacer a este trabajo de promover el diálogo interreligioso. El testimonio de mi vida en la que –con toda humildad– no hay mérito propio, sino que fue Dios quien condujo de manera muy particular la historia de nuestro encuentro; su delicadeza y su pedagogía fueron y siguen siendo asombrosos. Nada es igual luego de conocer la figura de Jesús.

Retomando lo que decía al principio, ¿puede decirse que en la Argentina hay una tradición de diálogo interreligioso?
La Argentina tiene una larga tradición de convivencia interreligiosa, libertad de cultos y diversidad religiosa desde el origen mismo de la Nación. Cuando los constituyentes redactaron la Constitución, fueron muy celosos y cuidadosos de este valor. Los “padres fundadores” de la Patria lo imaginaron y acordaron no sólo para ellos sino para todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino, de ayer, hoy y siempre. Su misión fue la de aprobar una Constitución amplia, abierta y generosa. De las Actas de la Convención Constituyente se desprende que el tema religioso fue el más debatido. En ese momento, la necesidad era integrar y homogeneizar la población para que se formara el “ser nacional”.

¿Cómo se continúa actualmente con esa tradición?
Nuestra misión es mantener la integración y promover la contribución; recrear espacios de cooperación interreligiosa. El diálogo y el encuentro interreligioso son los cimientos del edificio de la fraternidad. La fecundidad de ese encuentro nos edifica como seres humanos, despierta los anhelos más nobles, sin dudas nos hace mejores. Los países con mayor y mejor nivel de convivencia interreligiosa tienen más herramientas para evitar conflictos o resolverlos de mejor manera. Hoy, veo con mucha preocupación cómo se instrumentan las concepciones ideológicas y las religiones; cómo se potencian generando un combustible que inflama y carga de conflictividad al mundo entero. Pasamos de las guerras de ideologías y dominación a enfrentamientos donde se instrumentaliza el factor religioso para alimentar el conflicto. Nacionalismos cruzados por la variable religiosa generan extremos irreconciliables, totalmente polarizados y radicalizados y que –como minorías que son– hacen mucho ruido y aparentan estar ganando la batalla.

El cardenal Jean-Louis Touran definió como “único” al modelo argentino de diálogo interreligioso. ¿Qué lugar ocupó el cardenal Jorge Bergoglio en esta tradición de diálogo y cooperación?
La fe libera, mejor dicho, la fe en Cristo es liberadora. Entiendo que esa libertad es la que opera sobre la identidad; la identidad que imprime el carácter del cristiano, la que da ánimo, valor, como las mujeres que fueron al sepulcro y al ver que había resucitado, corrieron a compartirlo; o como Pablo, que pasó en cuestión de pocos días de ser perseguidor de cristianos a uno de los más fervorosos seguidores de Jesús. Sólo una gran liberación puede explicarlo. Qué asombrosa la conversión de Pablo; tenemos que rezar para que muchos perseguidores de cristianos de hoy conviertan su corazón. Y como no podemos callar lo que hemos visto y oído, esto explica lo que vivió (y vive) Bergoglio: una enorme libertad que es convicción cuando opera sobre el corazón: “Libertad para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonan-do a los que nos ofenden, aborreciendo el odio construyendo la paz”. Desde que empecé a conocerlo como Arzobispo de Buenos Aires, desde su primer Te Deum, me atrajo porque es mu-cho más que un líder espiritual, porque vive plenamente la convicción del encuentro con Jesús. El cardenal, abrazado por esta experiencia abarcadora de Jesús, con mucha humildad nos enseñó el camino; por eso es nuestra referencia para el diálogo interreligioso. Él iba al encuentro, buscaba, convocaba y acompañaba; iba a las sinagogas, las mezquitas y templos para rezar con los demás, para adorar a Dios, cada uno según su fe; hombres en diálogo con Dios, tan simple como eso. Celebraba junto a sus amigos las fiestas religiosas, y compartía con ellos alegrías y tristezas, reflexiones y meditaciones, escribían juntos. Hicieron huella y esa huella es mensaje. Siempre percibí en Bergoglio que la misión es ayudar a los hombres a encontrar a Dios, y eso se puede también fraternalmente con personas que profesan otra religión. ¿Acaso los hombres podemos condicionar a Dios? Por otro lado, quien tiene convicción de su fe, quien ha sido liberado por Dios, no tiene por qué temer el encuentro. Y si alguien descubre o experi-menta el llamado de Dios a un cambio en su fe, esa es la forma de obrar de Dios. No hay que temerle a Dios, la fe es dinámica, tenemos que estar abiertos a la acción de Dios en nuestras vidas y a cómo el mismo Dios la va modelando. Bergoglio es heredero de toda esa historia na-cional de libertad y diversidad religiosa, fue el mejor exponente. Creo que la historia lo va a re-conocer, como ya lo está reconociendo la humanidad. Son más que evidentes los esfuerzos de Francisco para torcer el rumbo del secularismo intolerante al que se encamina la sociedad. Con clarividencia profética y kerigmática, clama y ora por una sociedad más justa, más fraterna y en paz, evitando caer en posturas ideológicas. Y en ese clamor y oración nos convoca a todos los hombres de buena voluntad a sumarnos, a acompañarlo en su mensaje y hacer realidad este apasionante desafío de la cultura del encuentro.

¿Cómo describiría los desafíos actuales del diálogo interreligioso?
Tiene dos aspectos, la denuncia y anuncio: debemos denunciar la realidad observada y debemos anunciar la realidad esperada, a dónde nos lleva nuestra esperanza. Quiero compartir una reflexión: los valores que inspiraron la Revolución Francesa y la modernidad están en crisis terminal. La ideologización de los valores de la libertad e igualdad y el abandono del valor de la fraternidad dejaron al hombre vacío, incompleto, aislado; y hoy padece, se encuentra solo y necesitado de respuestas y ayuda. La crisis de los refugiados y de los inmigrantes por persecución religiosa o política, hambrunas y pobreza, desastres en el medio ambiente, etcétera, es alarmante. Según estadísticas internacionales, hay 245 millones de seres humanos migrantes y 65 millones de refugiados. ¡Esta es la denuncia! La pérdida de la orientación humanista o el desencuentro del hombre con el hombre es un signo de los tiempos. Revincularse socialmente es un desafío imperante, el desafío de este tiempo. El camino es recrear, revitalizar el humanismo cristiano, judío, musulmán, el humanismo implícito en todas las tradiciones religiosas, incluso el humanismo agnóstico.

Ante este desafío, ¿cuál es la propuesta en el plano del diálogo y de la cooperación entre las religiones?
Desde las religiones podamos ayudar, con esfuerzo y creatividad, a que nazca una “doctrina de la fraternidad”. ¡Este es el anuncio! El papa Francisco lleva a lo más alto del universo esta bandera de la fraternidad, pero claramente no está solo para lograrlo. Siempre invita a los líderes religiosos y ellos lo acompañan en esa misión. No se trata de inventar nada nuevo sino que es un llamado a vivir de otra manera. El filósofo y pensador musulmán europeo Tariq Ramadan que visitó la Argentina recientemente decía que alrededor del 75% de los europeos se identifica como cristianos, pero sólo entre el 5 y el 10% son practicantes. Y por el lado de los musulmanes, según sus estadísticas, alrededor del 15% es practicante. Por eso la cultura no irradia fraternidad. Debemos decirlo con claridad: la religión es parte de la solución, no es el problema. La religión es la respuesta para muchos de los males que aquejan al hombre en este tiempo. En este sentido, la propuesta de avanzar en el camino de la fraternidad va más allá de la solidaridad. Se trata de poner a la fraternidad como principio regulador del orden social, político, económico, cultural. Cuando las líneas de pensamiento sólo hablan de solidaridad, Francisco propone ha-blar más bien de fraternidad, dado que una sociedad fraternal también es solidaria, mientras que no siempre es cierto lo contrario. Mientras que la solidaridad es el principio social que permite a los desiguales llegar a ser iguales, la fraternidad permite a los iguales ser personas di-versas. La fraternidad permite a las personas que son iguales en su esencia, dignidad, libertad y en sus derechos fundamentales, participar de formas diferentes en el bien común de acuerdo con su capacidad, su plan de vida, su vocación, su trabajo o su carisma de servicio. De hecho, el protocolo por el cual seremos juzgados por Dios será el de la hermandad: “Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis…” (Mateo 25,40) o “Ama al prójimo como a ti mismo” (Marcos 12,31). Por eso, ni la visión del mundo liberal-individualista, en la que todo (o casi todo) es trueque o intercambio de mercancías, ni la visión centrada en el Estado en la que todo (o casi todo) es obligación, son caminos para llevarnos a superar la desigualdad. Se trata de buscar una salida a la alternativa sofocante entre la tesis neoliberal y la neo-estatista. La encíclica Laudato si y las exhortaciones apostólicas Evangelii Gaudium y Amoris Laetitia son bases programáticas para esta doctrina de la fraternidad, junto a toda la pródiga Doctrina Social de la Iglesia.

¿Cuáles son los impedimentos en este camino de la fraternidad?
Lo que es más inquietante es la exclusión y la marginación de la mayoría de una participación más equitativa en la distribución de los bienes. En este sentido, lo que más hace sufrir a las personas y conduce a la rebelión es el contraste entre la asignación “teórica” de la igualdad de derechos para todos y el desigual e injusto reparto de los bienes fundamentales. Las disparidades –junto con las guerras de dominación y el cambio climático– son las causas de la mayor migración forzosa de la historia que afecta a más de 65 millones de seres humanos. Pensemos también en las nuevas esclavitudes en las formas de trabajo forzado, prostitución, tráfico de órganos. Es alarmante y sintomático que hoy el cuerpo humano se compre y se venda, como si fuera una mercancía. Detrás de todo esto hay un motivo bien pedestre: el dinero. El dinero es el “dios visible” como dice Shakespeare en Timón de Atenas. Jesús lo dice claramente: “Nadie puede servir a dos dioses: no podéis servir a Dios y al Cesar” (Mateo 6,24). El dinero crea un universo espiritual alternativo, cambia el objeto a las virtudes teologales. Fe, esperanza y cari-dad ya no se ponen en Dios, sino en el dinero. Se opera una siniestra y negativa inversión de todos los valores. “Todo es posible para el que cree”, dice la Escritura (Marcos 9,23); pero el mundo dice: “Todo es posible para quien tiene dinero”. Y, en un cierto nivel, la actualidad pare-ce darle la razón. Detrás de cada mal de nuestra sociedad está el dinero o, al menos, está tam-bién el dinero. El dinero es un mero instrumento, no un fin. ¡Qué difícil es convencernos de esta verdad!

¿En qué consiste la implementación gradual de reformas?
Pueblos y gobiernos sabemos que no hay margen para soluciones simples, pero con sincero espíritu de fraternidad podremos establecer las bases necesarias y sólidas para ese salto a una sociedad más justa, fraterna y desarrollada, que permita que cada ciudadano se pueda sentar a la mesa a compartir el pan y realizarse tanto material como espiritualmente. El camino gradual para la implementación de las reformas económicas, políticas y sociales necesarias para alcanzar el desarrollo con inclusión es una tarea diaria, exige esfuerzo y compromiso, mucha conciencia del prójimo. Pero el punto de partida de este proceso es uno solo: contemplar al prójimo con plena conciencia del hermano que sufre la exclusión y la pobreza.

Usted se refirió a la necesidad de un nuevo consenso internacional… ¿un consenso por la fraternidad?

Estoy convencido de que, así como en el siglo XX hubo una Declaración de los derechos humanos, en el siglo XXI necesitamos una Declaración de los valores universales que nos lleve a un encuentro eficaz y fecundo de la periferia al centro, de la cultura del encuentro a la cultura de la fraternidad, por un nuevo humanismo y un mejor entendimiento mundial. Creo que la meta de este proceso gradual puede ser un diálogo a nivel mundial donde se busque un mejor entendimiento global entre Oriente y Occidente, y una justa integración entre Norte y Sur. Consideran-do que la comprensión y el diálogo son indispensables para el conocimiento mutuo, y que sin conocimiento mutuo no es posible la amistad, ni la paz, ni la fraternidad mundial, propongo este principio de solución del problema básico: dialogar y encontrarse para entenderse y consensuar valores perennes, que busquen disminuir los contrastes socioculturales, las ideologías y las doctrinas económicas y políticas opuestas, y una verdadera integración social, cultural, económica y política. Es un desafío grande, es posible y es ahora. Por todos los que amamos a Dios y al prójimo, por todos los que queremos vivir el mandato de las bienaventuranzas pro-puestas por el Señor en el sermón de la montaña, seamos bienaventurados los que busquemos la paz, porque seremos llamados hijos de Dios. Nada más y nada menos. ¡Dios nos bendiga en esta misión!

1 Readers Commented

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  1. santiago on 13 enero, 2018

    Felicitaciones. Renueva la esperanza con funcionarios así ! Funcionarios- testigos!!!

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