Cuando escribo estas líneas, en el Congreso de la Nación se está discutiendo la ley sobre la despenalización y legalización del aborto. La temática toca sensibilidades personales y despierta reacciones afectivas profundamente enraizadas en las propias biografías –más allá de las conveniencias políticas–. Esa es una de las razones que dificultan un diálogo honesto que permita poner palabras a todos los implícitos que suponen las decisiones de los legisladores.
Los grupos sociales que defienden los derechos de la mujer y los jóvenes en general, rápidamente tomaron posiciones y los debates se ideologizaron, profundizando grietas existentes y abriendo otras nuevas. Lejos de contribuir a crecer como comunidad, expresando una identidad compartida aún en la diversidad, las posiciones en pro o en contra de la ley se extremaron, trivializando los argumentos y exigiendo decisiones binarias. Las calles se tiñeron de pañuelos celestes y verdes repitiendo sus consignas.
La discusión exige definirse sobre la justificación legal y moral de la conducta a tomar ante un embarazo no deseado, sin considerar que esta situación es el resultado final de una secuencia de conductas, actitudes, valores y creencias ante la sexualidad y el modo de ejercerla.
Es cierto que los abortos no dejarán de existir cualquiera sea el resultado de la ley y que una legislación adecuada permitirá evitar injusticias y desalentar a los que lucran con su práctica. Sin embargo, cabe prestar atención a los argumentos desde los cuales se fundamenta su defensa cuando se plantea como “el derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo” porque expone a confusiones. Si bien dicha afirmación es apropiada para la mujer adulta cuando se trata de su salud o de su estética, su aplicación a la decisión sobre su embarazo implica la consideración del nuevo ser como un producto indiferenciado de sí misma.
Más allá de las opiniones acerca del momento en que comienza la vida, intentando justificar la licitud del aborto, y de los planteos filosóficos sobre el momento en que se adquiere la jerarquía de persona, desde las ciencias médicas no hay discusión acerca del hecho incontrastable de que en el óvulo fecundado hay una explosión de vida genéticamente novedosa, identificable como distinta a la de la madre que concibe, conteniendo 23 pares de cromosomas diferentes provenientes de un origen femenino y uno masculino. Lejos de ser un manojo de células, el primer estadio del óvulo fecundado demuestra ya una organización con toda la información que permitirá el desarrollo de una tan compleja como asombrosa sucesión de divisiones y diferenciaciones celulares que darán origen a un hombre o una mujer que vivirá en esta tierra una cantidad variable de años.
Ese embrión, que a partir del sexto día de vida comienza su implantación en el útero, alberga los genes que van a permitir el desarrollo embrionario por sí mismo, pero necesita del cuerpo de la madre para obtener nutrientes y oxígeno, sin los cuales no puede sobrevivir.
Así, desde el vamos, se configura la relacionalidad constitutiva de la condición humana. Hay un vínculo fundante que se expresa biológicamente por la unión entre un óvulo y un espermatozoide, y para su desarrollo requiere del soporte vital que le aporta el cuerpo materno en su etapa intrauterina y del afecto y el cuidado de quienes lo reciban cuando nazca.
Dada la realidad corporal femenina como el lugar del encuentro y el desarrollo del nuevo huésped, el tema de la vida del niño por nacer se considera como de su exclusiva competencia, negando la unión fundante y su identidad única, diferente e irrepetible revelada en su ADN.
Sin embargo, el reconocimiento de esa realidad puede negarse o suprimirse de la conciencia de la mujer gestante por variadas razones. A veces es una decisión voluntaria de oponerse llanamente a la posibilidad de hacerse cargo de un hijo en ese momento o en las circunstancias en que fue concebido. En otras ocasiones es la soledad en la que debe afrontar la situación o las condiciones de extrema carencia en que ocurre, lo que las obliga a vivir un duelo que no ocurriría en presencia de otros apoyos. Pero muchas veces es la consecuencia de la sumisión a mandatos culturales vigentes que se expanden con la rapidez que la época condiciona. Una población de adolescentes inmaduras y mal informadas, pertenecientes a distintos niveles socioculturales, comienzan a ejercer su sexualidad con una enorme ignorancia acerca de la cualidad de su participación en la misma y de las consecuencias que pudiera acarrearles.
Para que una mujer pueda dar un sí a la nueva vida es necesario que haya alcanzado una capacidad relacional suficiente como para reconocer la alteridad, es decir, la existencia de otros diferentes a sí misma y no tratar sus vinculaciones sexuales como meras proyecciones de su propio deseo y al producto de estas como clones de sí misma, o como un cuerpo extraño del que necesita liberarse. A veces la sola presencia de este huésped inesperado despierta su conciencia de la nube narcisista en que vive, y otras veces, cuando esa vida es anulada, será su recuerdo y la posibilidad de lo que hubiera sido, lo que la sana de su encierro.
Claro que la conciencia del hijo como otro no es una vivencia que se puede pedir a todos, ya que la capacidad para vivir la sexualidad integrada al vínculo y reconocer su increíble posibilidad de dar nueva vida, no es algo que esté dado, sino el resultado de un proceso de maduración vincular posibilitado desde la más temprana infancia y luego legitimado por el grupo de influencia socio cultural. Por eso estas consignas que flamean en las pancartas y se viralizan en las redes son tan importantes.
Por otra parte, ese huésped denuncia irrefutablemente la intervención de otro diferente, puede referirse a un hombre que conoce su presencia en el interior más identitario de ese embrión y, conociéndola, la acepta, adquiriendo en ese momento el nombre de padre, o la rechaza, a través de la amenaza o la indiferencia. Pero también puede ser un desconocido inidentificable en la promiscuidad de encuentros sin nombre y a veces sin conciencia, o a un agresor con conductas criminales. Cada situación implica contextos diferentes que modifican la vivencia del embarazo y exigen consideración específica.
Sin embargo, la apelación a la voz de ese otro participante innegable en el origen de la nueva vida, no se escucha en los debates. El aborto se considera un derecho de la mujer y se lo trata como tal. La afirmación de que si en la Cámara de Diputados hubiese habido paridad de género la ley ya hubiera salido, confirma lo dicho. Se considera que los hombres no tienen injerencia en el tema.
La mujer asume el rol que ella misma se adjudica como una defensa de su libertad. Por su parte, los posibles padres no reclaman ni siquiera el derecho a estar informados en una retirada cómplice y engañosa porque tras la fachada de defender el derecho de ella a decidir sobre sí misma están justificando su propio derecho a ejercer una sexualidad sin compromiso en el vínculo con la mujer ni en las consecuencias de su acción.
No se escuchan muchas referencias a la existencia de un padre exigiendo su derecho a saber que hay un fruto sobre el que tiene una palabra, y a exigir su participación en la decisión. Antes bien, aparece un hombre confortable en este planteo sobre ella y su embarazo que lo libra del dolor de la decisión, del inmenso vacío que deja en él el saber que puede dar vida a un ser que sale de sus mismos genes y daría prolongación a su existencia. Sólo cuatro diputados hicieron referencia concreta a este tema.
Es cierto que llevó mucho tiempo a la humanidad lograr que el hombre se sintiera unido a su paternidad, ya que la historia revela un sinfín de situaciones en las que los hombres derramaron su semen por doquier sin querer saber qué pasaba con sus hijos. Entre otras cosas, así se pobló nuestra América.
También la tradición católica llevó a los altares la figura de María y su Hijo a partir del dogma de su virginal concepción del Hijo de Dios silenciando o minusvalorando la figura de José, tan bellamente rescatada por el escritor polaco Jan Dobraczynski en su libro La sombra del padre. Poco se ha reflexionado acerca de que la posibilidad plena de esa sagrada concepción se llevó a cabo a partir de la aceptación de José del Misterio que estaba haciéndose realidad en el vientre de su mujer y, poniéndose a su lado, la cuidó, acompañó y encontró el lugar desde el cual el nacimiento irradió luz a la humanidad.
En los contextos de pobreza culturalmente marginal, donde las mujeres están a cargo de los hijos, de ganar el dinero, de sostener los vínculos, pero sometidas por la violencia, el alcohol, la delincuencia y el machismo, ellas se aproximan a la fe buscando una figura que las ayude a tolerar su situación. Muchas veces encuentran en María a la madre sola que asume el destino de su hijo; y si bien esta identificación las ayuda a sostener sus propias vidas, no reclaman a un hombre que sigue perdido en la noche de sus pulsiones. Así, la figura del padre se desdibuja, desaparece, y esa situación se naturaliza y se legitima al excluirlo de sus responsabilidades.
En una sociedad que exige transparencia en los vínculos, que condena el ejercicio de la violencia y clama por la verdad, difícilmente se puedan seguir aceptando estas posturas. Repetidas como argumentos que embanderan a niños y adolescentes que se inician en la sexualidad, el mensaje que transmiten es peligrosamente ambiguo.
En lo que respecta a los varones, se traduce como aliento a actuar su pulsión sin preocuparse por las consecuencias, dándose el lujo incluso de desconocerlas, ya que, si la pastilla del día después no funciona, el aborto está al alcance de cualquiera; si ella no toma esa decisión, él no siente escrúpulos de ningún tipo. Puede así usar y también abusar de su sexualidad según su antojo, excepto el cuidarse acerca de las enfermedades de transmisión sexual que podrían ocasionarle un inconveniente mayor. Ya ni siquiera es necesario conseguir el dinero para el aborto que en épocas no tan lejanas facilitaban los padres en esa complicidad viril entre padres e hijos, estimulante de una sexualidad narcisista y mentirosa.
Las adolescentes, a su vez, alentadas por los argumentos en debate, sienten que su derecho a la sexualidad no puede verse observado por ninguna condición de género ya que hoy puede hablarse de paridad total al liberarse la maternidad de la determinación biológica, hasta que ellas decidan aceptarla. Entonces, a una edad muy temprana, piden a sus madres que las lleven al ginecólogo para ser aconsejadas sobre los mejores métodos de anticoncepción, pero no se les dice que ellas deberán asumir los riesgos físicos y psicológicos de una concepción no deseada en un vínculo no válido. Cuando a pesar de todas las técnicas de contracepción el método falle, nadie le dirá tampoco las complicaciones para su salud que pueden derivarse del uso de la pastilla del día después, ni lo que les puede significar afrontar un aborto. Es de público conocimiento el riesgo de que abortar se convierta incluso en el método elegido para ejercer promiscuamente su sexualidad. Pero los papás de estas chicas parecen tan ajenos a las consecuencias de la modalidad sexual de ellas como sus compañeros ocasionales, evitándose a sí mismos situaciones de confrontación desagradables para la armonía del vínculo.
Una cultura propiciadora del hedonismo y su sustrato narcisista hasta límites enfermizos se aterroriza ante la posibilidad de plantear algún límite a la realización de la pulsión sexual aunque el modo de expresarla implique la destrucción de las personas. La apelación a la educación sexual tal como se imparte, estimula a la mujer a hacer uso de su sexualidad en la modalidad hiperkinética y volátil que tipifica la sexualidad masculina sin considerar que su modo emocional, aún cuando culturalmente construido, es intrínsecamente diferente.
Que los hombres no vacilen a la hora de apoyar el derecho omnipotente de la mujer con respecto a su descendencia implica que ellos no han podido asumir lo más específico de la función paterna: ser los cuidadores y protectores de la vida que engendran dejando al posible hijo ante el triunfo de la ley del más fuerte. Curiosa situación en un país que tanto sufrió la opresión del uso del poder sin respeto por la ley.
La defensa de la mujer desde los conceptos de género, válidos en cuanto al reclamo de ancestrales sometimientos y diferencias vigentes en distintos ámbitos de la vida social y laboral, entran en un sendero muy peligroso para ella, cuando en pos de una igualdad de derechos niega la igualdad de responsabilidades, cargando éstas enteramente sobre sus hombros, es decir, sobre su cuerpo. Involuntariamente propicia un infantilismo viril ya que las experiencias sexuales van configurando una poderosa representación del sí mismo. En todo caso, cada mujer, a través del hombre que acepta, construye el hombre deseable. Y viceversa.
Una educación sexual integral supone no sólo la instrucción sobre métodos anticonceptivos eficaces, sino el acompañamiento para una maduración en los vínculos que incluye la integración de los afectos, las emociones, los ideales, los miedos, las esperanzas, las fantasías, los proyectos personales, la espiritualidad, la persona entera. De lo contrario no es integral sino disociada de la intimidad del ser personal.
La ley que se debate debe considerarse apelando al tipo de sociedad que queremos tener. Los seres humanos no somos animales sexuales biológicos, sino seres socio-culturales que actuamos en contextos lingüísticos que dan sentido a nuestras acciones. El significado que damos a los vínculos sexuales se deriva de las formas de relacionarnos y de las palabras con que los expresamos pero circularmente, a su vez, resignifican un modo de vivir con otros.
La sexualidad asumida supone la mutualidad y reciprocidad de responsabilidades en lo que se consiente y decide. Acá se van abriendo numerosos capítulos para pensar, compartir, debatir y aprender juntos a partir de las razones del otro. Por eso asusta tanto la superficialidad de las posturas y la ausencia de la voz paterna.

Alicia Zanotti de Savanti, autora del artículo, es Terapeuta Familiar

7 Readers Commented

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  1. horacio bottino on 2 agosto, 2018

    Asusta la banalización de la sexualidad hedonista degradación de la persona del cuerpo de varones y mujeres de su intimidad,dela unión en una sola carne del dios placer efímero

  2. sergio paz on 2 agosto, 2018

    Tema con multitud de aspectos.
    El hombre moderno ha construido una sociedad mercantil (capitalismo privado o estatal) desacralizada en que los individuos aparecen como átomos de libertad absoluta, garantizada por «derechos» surgidos quizá de dónde. Atomos productores / consumidores. Así ha llegado esta sociedad a un punto en que se ve amenazada de extinción dado a) el colapso brutal de la biósfera b) la posibilidad inmanente e inminente de una guerra nuclear espacial químico bacteriológica que lleve también a la extinción de toda vida superior en el planeta.
    Frente a este futuro de colapso, poderosos círculos del capital financiero plantean como solución (su solución) proceder a una drástica disminución de la población mundial (más específicamente, aquella población a la cual ellos no pertenecen), invirtiendo capital y propiciando una agenda antinatalidad, con técnicas anticonceptivas e incluso abortivas, llevadas a cabo con colaboración de Gobiernos locales y de la OMS, v.gr. en Sudáfrica, Filipinas, Perú, etc. contando con la adhesión de sectores políticos que fueron «antisistema» y hoy carentes de todo proyecto político, reflejo quizás del desarrollo ilimitado de una nueva «clase media» productora consumidora.
    Así por ejemplo han implementado el uso de «vacunas antitetánicas» que son en realidad abortivas, masivamente y sin conocimiento de las mujeres en edad fértil, lo cual constituye en la práctica una política genocida «eugenética».
    Es posible ir hacia una «ingeniería» social, implantando chips manejados a control remoto, de modo que pueden manejarse las cifras de fertilidad y natalidad de una población dada de acuerdo a las necesidades de los centros de poder.
    Por otra parte, es evidente que se observa en todas las poblaciones económicamente desarrolladas, una disminución de la fertilidad, las poblaciones no solamente no crecen sino decrecen y se hacen seniles, manifestándose gravísimos problemas socioeconómicos e incluso geopolíticos, como se ocurre por ejemplo en Rusia, en Japón.
    Puede verse que los hombres modernos reducen progresivamente su fertilidad, así el recuento de espermios está ya cerca de las cifras de infertilidad; disminuyen las hormonas sexuales en ambos sexos, el desarrollo sexual y con seguridad, la propia sexualización cerebral. Se ha producido un fenómeno de androginia, el hombre moderno tiene menos desarrollo sexual, así como psiquismo sexual, desarrollándose depósitos grasos en las nalgas, y lo mismo puede decirse de la mujer moderna, más musculosa y de psiquismo virago.
    La sociedad moderna proclama la sexualización temprana a través de los medios de comunicación, incentivando el goce sexual ilimitado e irrestricto como un «derecho», la elección temprana de sexo, substrayendo esta educación de la esfera familiar; sería un «derecho» innato de los niños. Sin embargo, debe enfatizarse que esta sociedad es en realidad cada vez menos sexuada. A happy New World.
    No solamente hemos alterado irreversiblemente la naturaleza llevándola al límite de de la extinción (estamos en la Sexta Gran Extinción), sino también hemos alterado nuestra propia naturaleza biológica humana, al punto de pervertir el instinto básico animal de reproducción, de supervivencia genética, permutándolo por el «derecho» al goce sexual irrestricto y no responsable. Toda sociedad humana se basa en la limitación de las 2 poderosas fuerzas biológicas del hombre, el todestrieb y el liebestrieb, pues el no limitarlas y regularlas lleva inevitablemente a la autodestrucción del grupo gregario (canibalismo e incesto).

  3. lucas varela on 3 agosto, 2018

    Estimada señora Alicia Zanotti de Savanti y amigos lectores,
    Ciertamente, teniendo una mujer en su cuerpo a un óvulo fecundado, tiene a otro cuerpo identificable y diferente.
    Pero lo importante, creo yo, es entender que dicha mujer tiene además, un “vínculo unívoco y exclusivo” con ese otro cuerpo. Es el “vínculo unívoco y exclusivo” que define a la mujer: madre. Es vínculo de madre,
    Creo yo que abortar, es decisión desesperada de la madre de romper el vínculo y no de matar. Como consecuencia de romper el vínculo, quien sufre las consecuencias y desaparece es el óvulo fecundado: es el otro cuerpo que se muere.
    Si entendemos este concepto, y lo aceptamos como razonable, es posible focalizar el problema. Podremos decir con certeza que el aborto es problema de todos los hombres y mujeres de bien. Y no será menos cierto decir que es solo la madre quien tiene la solución o el drama.
    Viendo el drama desde afuera porque yo no fecundo óvulos, creo yo que la decisión de una madre de romper su vínculo es, siempre, dramática e involuntaria. No cabe la razón, sino la desesperanza.
    Sí cabe, mejorar la ley para evitar tanto dolor.

  4. Graciela Moranchel on 3 agosto, 2018

    Excelente artículo de Alicia Zanotti de Savanti.
    El apoyo de muchos varones a la despenalización del aborto implica indudablemente, como bien marca la autora del artículo, una ausencia interesada, descomprometida con la realidad de tener que «ser padres». Apoyando las decisiones de las mujeres de hacer lo que quieren «con su cuerpo» (argumento tan remanido cono erróneo) los hombres se liberan fácilmente de la responsabilidad que tienen de hacerse cargo de sus hijos.
    Por eso la educación sexual debe ser obligatoria desde la niñez. Pero más allá de enseñar a utilizar métodos anticonceptivos, debe insistir en la responsabilidad de la que no pueden escapar ni varones ni mujeres cuando ejercen su derecho a una sexualidad responsable. Educación en valores y en métodos anticonceptivos sí, para lograr una sociedad más sana, más seria y más comprometida con los derechos humanos y por ende, con la defensa de todas las vidas.

    • lucas varela on 8 agosto, 2018

      Estimada Señora Moranchel,
      Exacto, el tema es «la defensa de todas las vidas» sin excepción. Y tiene razón también, creo yo, en decir que el hombre se puede liberar fácilmente de su responsabilidad.
      Aunque , lo que está en juego es algo más complejo, más profundo y dramático. Pongamos por ejemplo, el caso de un padre que impone, y violenta el género de mujer para que la madre aborte. Y ella, madre desesperada, hoy aborta en la clandestinidad.
      Mientras estas cosas ocurran, es cristiana obligación mejorar la ley.

  5. Miguel J Maxit on 6 octubre, 2018

    Biológicamente el padre contribuye a la mitad del»capital genético» del niño.Por eso lo que sostienen muchas madres que el hijo le pertenece como cosa propia es falso.El varón podría reclamar una mitad.s.Si el niño es de alguien es de ambos,y para cualquier intervención se necesitaría el consentimiento informado ,como para cualquier cirugía para un niño o discapacitado

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