“El Evangelio social: un tesoro olvidado”

El Papa Francisco se pronuncia a menudo sobre temas sociales en sus discursos y documentos, y sus afirmaciones encuentran una amplia repercusión en la Iglesia y en la sociedad en general. Pero algo no muy distinto sucedía con los pontífices anteriores. Pensemos, por ejemplo, en el extenso magisterio social de Juan Pablo II. Y sin embargo, la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), entendida como el cuerpo de enseñanzas oficiales elaborado a partir de la encíclica Rerum novarum (1891) parece estar sufriendo una lenta declinación. Antes del Concilio Vaticano II gozaba de una enorme autoridad, y era objeto de enseñanza sistemática en los diferentes de la educación católica. Pero a partir de entonces −en parte por las críticas que fueron dirigidas contra ella desde dentro de la misma Iglesia− se ha ido debilitando su fuerza de atracción en el común de los creyentes. No es que éstos hayan perdido necesariamente interés en la lucha por la justicia, sino que ya no confían tan fácilmente en que la DSI pueda serles de gran ayuda. Algunos católicos piensan que la Iglesia no tiene que entrar en los temas sociales porque son ajenos al evangelio y a su misión religiosa, porque carece de competencia técnica para encararlos, porque es demasiado permeable a las modas e ideologías del momento, o porque los papas tienen ideas muy distintas de las cosas y sus enseñanzas son muchas veces discrepantes. Ello derivaría en un discurso bienintencionado sin duda, pero genérico, vago, contradictorio, aislado del mundo de la ciencia, sin suficiente base empírica, y fácilmente manipulable. Podríamos llamar a este sector, el de los “escépticos”. Pero hay otro que resulta igualmente negativo para la DSI. Podríamos llamarlo el grupo de los “pastoralistas”. Para ellos lo importante es el compromiso con la lucha en favor de la justicia y de los pobres. La reflexión viene después… si viene.

La DSI es sólo la gran pecera en la cual se pescan pasajes útiles para apoyar las convicciones que se poseen de antemano. Nunca se plantean críticamente la coherencia de una praxis determinada con los principios de esta enseñanza. Es que saber en qué consiste la justicia social y cuáles son sus exigencias concretas parece un asunto fácil. ¿Para qué, entonces, complicarlo con planteos “abstractos”? Así, la DSI o la idea superficial que se tiene de ella, sirve en la medida en que anima la militancia social. Y ésta, de un modo poco sorprendente, termina por coincidir con la de algún partido político. Ambas tendencias constituyen un peligro para la DSI, y es posible afirmar que contribuyen a su actual crisis. Pero el mensaje que la presente obra quiere transmitir es sobre todo uno de esperanza: la DSI, entendida como una verdadera disciplina teológica, posee en sí misma los recursos para la elaboración de un cuerpo doctrinal coherente y evangélicamente inspirado, con estándares científicos apropiados, apto para el diálogo con las distintas ciencias humanas, y dotado de instrumentos críticos para garantizar su continuidad de fondo, lo que no excluye acentos y tensiones propias de un saber en permanente contacto con el dinamismo de las realidades sociales. De esta manera, la DSI puede hacer frente tanto a las objeciones de los “escépticos” que privatizan la fe, como al vértigo de los “pastoralistas” que en su apuro solucionar problemas se olvidan de pensar ordenada y críticamente, y terminan víctimas de sus propios prejuicios.

La DSI así comprendida no es una “tercera vía”, un camino alternativo al capitalismo y al colectivismo capaz de señalar la “verdadera solución” de los problemas sociales, ni un “modelo de sociedad” divinamente garantizado. Menos aún es un proyecto revolucionario para construir una “sociedad nueva” o para crear un “hombre nuevo”. Ella tiene por finalidad constituir un marco de referencia para un diálogo plural en torno a la cuestión social, primero dentro de la Iglesia, pero también entre la Iglesia y la sociedad en general. Su objetivo no es proponer utopías, ni generar revoluciones, sino hacer posibles caminos de cooperación en el seno de la sociedad pluralista para acompañar una evolución progresiva y sensata en dirección a una sociedad más justa. En esta visión humilde y sobria de la DSI, casi todo el arco de propuestas políticas actualmente existentes en nuestro país puede encontrar algún punto de apoyo, y sólo las más extremas pueden ser excluidas de antemano. Eso no significa, sin embargo, que todas ellas puedan exhibir el mismo grado de coherencia con las enseñanzas del magisterio. Pero precisamente la discusión racional basada en referencias comunes permite poner en evidencia cuáles son las expresiones del pensamiento social más congeniales al magisterio católico, y en qué aspectos lo son. En el presente libro esbozo brevemente este marco de referencia: ante todo los grandes principios permanentes que estructuran la vida social, luego los juicios históricos que ayudan a interpretar el presente, y finalmente las orientaciones que guían las respuestas prácticas a los desafíos de la justicia. Quienes posean estos conocimientos básicos estarán en condiciones de ejercitar un discernimiento ordenado, tanto a nivel personal, para elegir sus propios compromisos sociales y políticos, como a nivel comunitario para colaborar en el esfuerzo común. Pero la DSI como la he definido no es la única modalidad de reflexión social en la Iglesia. Está reflexión está presente desde los mismos comienzos y se va desarrollando a través de diferentes figuras que es muy útil aprender a reconocer. Y aun en el presente, la reflexión social en la Iglesia se expresa de otros modos, diferentes a los de la DSI. Principalmente me refiero a la teología de la liberación y a una de sus derivaciones, la teología del pueblo. Ambos proyectos son legítimos en principio, pero sus fundamentos, su antropología, su visión de lo social, sus conceptos fundamentales, su método, sus aspiraciones, en algunos puntos coinciden y en otros están en fuerte tensión con la DSI. Entre estas tres tradiciones hay sobreposiciones, convergencias y contradicciones. Esta interacción debe ser comprendida para aportar claridad al discurso social católico. Hoy los argentinos vivimos en una sociedad profundamente dividida y enfrentada, y una Iglesia que no lo está menos. Jerarquía y fieles deberíamos ser (más allá de nuestras convicciones particulares) instrumento de unidad para toda la comunidad política. Sin embargo, no siempre estamos a la altura de nuestra responsabilidad. ¿No tendrá algo que ver la insuficiente atención a la DSI? ¿No estaremos soslayando la ayuda que ella puede prestar al diálogo social? ¿Y no será este descuido lo que nos hace tan vulnerables a nuestros propios prejuicios y a la manipulación política por parte de uno u otro sector? ¿No estaremos presentando un mensaje social comprendido sólo a medias, sesgado, constantemente oscilando entre la utopía fantasiosa y el celo reaccionario? ¿No será el Evangelio social, para nosotros mismos, los creyentes, un tesoro olvidado?

 

Gustavo Irrazábal

1 Readers Commented

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  1. Guillermo Correas on 21 abril, 2019

    Excelente descripción

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