Visión incumplida de Belgrano

A 200 años de su muerte, es bueno recordar aspectos de su formación y aspiraciones menos difundidas.

Varios historiadores coinciden en que Manuel Belgrano era un hombre talentoso, con buena formación universitaria e ideas adelantadas para su tiempo. Como todo visionario, algunas de sus propuestas llegaron a considerarse disparatadas para la época. Sólo el paso del tiempo le dio la razón.

VALOR DE LAS MATEMÁTICAS Y LA INGENIERÍA
Bartolomé Mitre, en su Historia de Belgrano, dice de él que estaba animado por un “espíritu de orden matemático”, que se traducía en una entusiasta promoción de las ciencias aplicadas. Esta actitud la expresó desde que asumió la conducción del Consulado de Buenos Aires, creado por Carlos IV a comienzos de 1794. Los consulados eran juntas con funciones judiciales en materia económica, que además fomentaban la agricultura, la ganadería, las industrias y el comercio. Belgrano se desempeñó allí hasta 1810, durante 16 años, en los que promovió la ciencia como motor de las actividades productivas.
A las matemáticas las consideraba “la rama más útil de la sabia filosofía”. De ella surgía la ingeniería mecánica: “Máquinas para sembrar –señalaba– para regar, para cosechar las semillas (…) máquinas para esquilar los vellones, para limpiarlos, hilarlos (…) máquinas para serrar los montes, pulir las maderas”. Belgrano no tenía conocimientos matemáticos avanzados pero creía firmemente en el poder de “las medidas y los números”, en la incidencia de las ciencias exactas.

FUGAZ PRIMAVERA
En ese tiempo, el poder se fundaba en las conquistas territoriales. Durante miles de años, los imperios habían sido grandes porque grandes eran sus territorios o colonias, como así también los ejércitos que los defendían y el número de esclavos o súbditos que se sumaban. El Virreinato, por entonces, exportaba cueros al pelo, lanas de carnero y carne salada, a los que Belgrano llamaba “frutos del país”. La extensa pampa, con sus hombres y ganados hostigados por malones, y los arreos a poblaciones indígenas de frontera para la venta y el trueque, eran escenarios comunes. Ante esto Belgrano advertía desde el Consulado que, sin ilustración y comercio, sin industrias y escuelas, el nuestro “será un país miserable y desgraciado”. Con sólo los “frutos del país” –decía– gozaremos de una “fugaz primavera”.
La “fugaz primavera” arribó cien años después, cuando nuestros ganaderos progresistas aspiraban llegar al mercado europeo con productos capaces de competir. Decrecía la demanda de carnes saladas en los países esclavistas y aumentaba la de lana y cereales en los países industriales, por la vigorosa producción textil. Había que exportar lana y cereales. Eran los tiempos del centenario y culminábamos la mayor revolución agroexportadora que nos ubicó entre las primeras naciones del mundo. A ello sirvieron en las décadas anteriores Mitre, Sarmiento y Avellaneda, que prepararon el país futuro. La Universidad de Buenos Aires concretaba la visión de Belgrano, al crear el Departamento de Ciencias Exactas, del que egresaron los primeros ingenieros que hicieron las obras que la transformación requería: vías férreas, puertos y frigoríficos para transportar nuestra riqueza.
La obsesión de Sarmiento de “educar al soberano”, daba la razón a Belgrano: “España y sus descendientes –decía– carecen de los conocimientos en ciencias naturales o físicas, que en los demás países de Europa crearon una poderosa industria que da ocupación a todos. (…) Si la educación no prepara a las generaciones venideras, el resultado será la pobreza y la oscuridad nacional. (…) Las fuerzas productivas dependen menos de la fecundidad del suelo (salvo casos excepcionales) que de la capacidad general de los habitantes”. Gracias a las acciones que lideró Sarmiento con la Generación del ‘80, a comienzos del siglo XX teníamos uno de los sistemas educativos más avanzados del mundo. Y por entonces estábamos entre los países más desarrollados, por lo que se cumplía aquello de que una sociedad depende principalmente de lo que está en la cabeza de sus habitantes.

LA CAÍDA QUE AÚN PERSISTE
Desde aquella “fugaz primavera” nunca más generamos un ciclo creador. Sólo disfrutamos por un tiempo de él. “La vida fácil, la ganancia fácil, nos ha acostumbrado a un mínimo de sacrificios”, escribía en 1921 Alberto Méndez Casariego en la Revista de Economía Argentina, que inspiraba Alejandro Bunge. Desde 1918, la revista y el grupo que la integró señalaban los esquemas anquilosados que nos llevaron a una caída que aún persiste.
Como ingeniero, economista y sociólogo, Bunge entendía que la economía se basaba en la observación de la realidad, a la que medía con datos y series –como quería Belgrano– de los que extraía ideas esclarecedoras. Gustaba de la estadística, a la que definía como ciencia social. Hasta su muerte en 1943, advirtió que “nuestra política económica es una dócil sumisión a las grandes potencias, que nos compran materias primas baratas y nos venden artículos manufacturados caros”. Por ello sostenía que, desde 1908, empezamos a ser un país estático, que debía pasar de la economía primaria a la industrial. No desalentaba al campo; sólo quería que no fuera excluyente. Soñaba con una generación de granjeros y de industriales.
Las palabras de Bunge, en 1923, ratifican la visión de Belgrano: “Nuestras fuentes de riqueza ya no pueden encontrarse en la exclusiva extensión de tres o cuatro grandes cultivos y en el cuidado de los ganados. Vamos saliendo del período de la tierra para entrar en el período del hombre. (…) Si las industrias proporcionan un estímulo irreemplazable para el perfeccionamiento y el progreso de las ciencias y las artes, se debe a que su desarrollo moderno necesita de la química, de la física, de las matemáticas, de todas las ramas de la ingeniería, del derecho, de la pintura, de la escultura y de la música, la psicología y la lógica de la historia. (…) Conocimientos de todos los órdenes son reclamados (…)”.
Otra voz en el desierto fue la de nuestro primer Premio Nobel en Ciencias, Bernardo Houssay, padre de la ciencia contemporánea argentina. Insistía, como Belgrano, en el valor del conocimiento: “Los países latinoamericanos son aún atrasados en este terreno”, decía en 1934. Pero a pesar de que no avanzábamos, tenía esperanzas: “Podemos y debemos ser optimistas –afirmaba en 1954–; no sé si será en 10, 50, 100 o 500 años, pero espero que el día llegará…”.

ELEGIMOS SER POBRES
En 2019, a casi 200 años de la muerte de Belgrano, la Argentina sancionó casi por unanimidad una Ley de Economía del Conocimiento. Sólo tuvo dos votos adversos en la Cámara de Diputados. Tardíamente el país tomaba conciencia del valor de la ciencia y la industria unidas, pues nunca supo articularlas. La ley, que debía entrar en vigencia en enero pasado, fue imprevistamente suspendida por el nuevo gobierno.
Sincerémonos: no somos pobres; elegimos ser pobres. No somos pobres por las políticas del FMI o por el modelo neoliberal; ni por el modelo estatal o estatista, como se decía hace unos años. Somos pobres porque siempre aplicamos un solo modelo: el que le dio la espalda al conocimiento.

Arturo Prins es Director Ejecutivo de la Fundación Sales

1 Readers Commented

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  1. lucas varela on 15 agosto, 2020

    «Hacer Historia» es bueno, si se la usa para «hacer memoria», Es decir, para saber como vivieron y murieron nuestros antepasados. Caso contrario, sirve para el engaño.
    No «somos pobres». El señor Arturo Prins siente que «es pobre», y nos quiere hacer creer que todos somos tan pobres como Él.
    Ciertamente, el modelo neoliberal empobrece, está en la Historia. El gobierno próximo pasado empobreció al pueblo argentino, ciertamente. Y aquellos que recurren a Manuel Belgrano para ocultarlo, no hacen historia ni mucho menos.

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