Mons. Jorge Lozano: “Si queremos una Iglesia en salida, tenemos que ser obispos en salida”

¿Cómo evalúa la fe de los católicos argentinos, su práctica religiosa en el momento actual y su adhesión a la Iglesia como institución?
La fe es diversa según la región del país y también en este tiempo de pandemia; al menos es lo que surge de mi experiencia pastoral en Buenos Aires, luego en Santa Fe y desde hace casi cuatro años en San Juan. ¿Qué es practicar la fe? ¿Lo vinculado a las celebraciones religiosas? ¿O es también lo vinculado a la vida? Por un lado, advierto que hay un proceso decreciente en la participación de los sacramentos: podríamos decir que en la misa dominical hay una especie de estabilidad con leve tendencia a la baja, algunas familias que bautizaron al primero y al segundo hijo, no bautizan al tercero o cuarto; y otras familias se plantean esperar a que los hijos sean más grandes para bautizarlos. En mis visitas pastorales advierto que en algunos barrios el 25 o 30% de las familias no envían a sus hijos a las actividades de catequesis, y en otros barrios esa cifra puede llegar al 60%. Si lo analizamos desde el punto de vista sacramental, hay un proceso sostenido de descristianización. Pero si tomamos el punto de vista actitudinal, hay valores cristianos en las familias cuando se preocupan por la educación de sus niños, en algunos actos esporádicos de solidaridad, y hay también otras cuestiones socio-culturales que son contradictorias a la fe, como el machismo o la tolerancia a la corrupción. La ambigüedad aparece cuando paralelamente al proceso de descristianización hay un crecimiento en las búsquedas espirituales; es notable la cantidad de gente que está participando en adoraciones, celebraciones de misas y en encuentros de catequesis a través de medios virtuales. Se ha multiplicado por diez o quince la cantidad de gente que está rezando todos los días a través de estos medios; personas que quizás antes de la pandemia iban a misa los domingos o incluso más distanciadamente, y ahora participan de la misa diaria porque los motiva practicar y crecer en la fe.

¿Cómo conviven la tendencia a la descristianización que antes comentó y las recientes encuestas en las que surge que los argentinos consideran que la Iglesia sigue siendo una de las instituciones más creíbles?
Hay un vínculo fuerte con la sociedad, por ejemplo, con instituciones como Cáritas, el trabajo que realiza el Hogar de Cristo en recuperación de adictos a las drogas, o en las instituciones educativas, porque hay muchos colegios parroquiales en zonas vulnerables. Hay una mirada positiva y de confianza de la sociedad, y aunque eso no signifique fe en Jesucristo, refleja una predisposición buena del corazón como para seguir profundizando en el anuncio del Evangelio.

¿Qué presencia debería tener la Iglesia en el ámbito público?
A veces en los medios se habla de Iglesia y Gobierno pero se está pensando en la cúpula de la CEA y la Casa Rosada. La Iglesia es más que la presidencia de la Conferencia Episcopal y el Estado es más que el presidente Fernández. Existen muchos niveles de diálogo entre la Iglesia y estructuras del Estado en las provincias y en los municipios. Lo importante es que en todos los niveles se generen espacios de encuentro y de diálogo. En algunas provincias el dialogo es muy fluido y en otras es más dificultoso; incluso se dan situaciones de ninguneo de parte de autoridades a los obispos de su región.

¿Cómo intervenir en el debate sobre el aborto?
Nuestra postura es el cuidado y la defensa de toda vida; la consigna de cuidar las dos vidas es entender que hay riesgo en la salud de algunas mujeres y que es importante acompañar esa condición de vulnerabilidad y, por otro lado, cuidar los derechos del niño que va creciendo en su vientre, señalando también que en muchas situaciones hay un abandono de parte del Estado o de la sociedad en lo que hace a la educación sexual y la prevención del embarazo. Algunos embarazos adolescentes se producen en una situación de abandono muy grande, primero del sistema educativo, el alejamiento del sistema de salud, situaciones de abuso en el ámbito intrafamiliar y toda una serie de elementos que están en la raíz del problema. Debatir solamente si el aborto sí o no es tener una mirada que no alcanza a cubrir las situaciones de vulnerabilidad en la que se encuentran muchas mujeres.

¿Qué opina respecto de una eventual convocatoria del Gobierno a un Consejo Económico Social?
Es importante acompañar y facilitar el diálogo; no coordinar o convocar. A partir de la experiencia que hemos tenido desde la Pastoral Social, tanto a nivel nacional como local, creo que nuestro rol es importante en lo que tiene que ver con la escucha, en ser testigos de los acuerdos que se alcanzan y señalar si se implementan como políticas públicas. A su vez también dentro de nuestras estructuras eclesiales tenemos profesionales que pueden colaborar desde la pericia técnica. Los obispos o comunidades eclesiales debemos ayudar a la construcción de consensos, aun a riesgo de que no se avance o no se logren los acuerdos necesarios. Como dice la canción, “debes amar el tiempo de los intentos”. Aunque no tengamos garantías de un final exitoso, estamos para construir comunión y amistad social, y ojalá, también a partir de esos consensos, se definan políticas públicas de justicia y solidaridad.

¿En qué situación se encuentra su diócesis en materia de sostenimiento económico?
Antes de la emergencia económica y social actual, ya veníamos trabajando en un proceso de cambio. Mucha de nuestra gente, aun catequistas y miembros de los Consejos pastorales, piensan que a la Iglesia la mantiene el Estado, que las parroquias no pagan la luz, el teléfono o que les regalan la lavandina. Esta mentalidad de tipo clericalista en parte se debe a que no hemos sido suficientemente transparentes. Si mostramos las facturas de los servicios, lo que cuesta comprar biblias para los niños o lo que necesitamos en pintura para el salón, y vamos organizando a la comunidad para que todos nos sintamos responsables del sostenimiento de la actividad evangelizadora, la gente se hace cargo. En San Juan el obispo anterior, Alfonso Delgado, había comenzado a trabajar en esta línea y yo la continué, promoviendo que cada comunidad cuente con un Consejo de Asuntos Económicos, y lo hemos logrado aproximadamente en la mitad de las parroquias. Puede ser que en alguna comunidad no haya gente a la cual convocar, pero en otras es simplemente una mentalidad clerical que considera que la plata es un problema del cura y éste tampoco convoca como para dar una mayor eficacia a la administración de los bienes. En San Juan se formó un equipo, organizamos instancias de capacitación para los miembros de los Consejos y nos preparamos para participar del programa Fe desde una mirada local. También estamos organizando una campaña de concientización mostrando las necesidades y las acciones, apuntando a sensibilizar en las colectas y a aquellas personas que pueden hacer otros aportes para sostener el seminario, la comunidad de recuperación de adictos o el costo del combustible que se utiliza en parroquias de zona rural, donde quizás hay una decena de capillas para visitar.

¿Cómo es la recepción entre los fieles?
Cuando se dialoga y los números se muestran, la gente tiende a comprometerse. Me gusta la idea de que pensemos los gastos que implica un hijo adolescente o un hijo en la universidad para una familia: la alimentación, el material de estudios… Ese hijo es igual al que está en el seminario, y por lo tanto también necesita cubrir esos gastos. El seminario se sostiene en parte con las colectas en las misas de las confirmaciones, y cuando explicamos con pocas palabras la motivación de la colecta, la gente colabora más y lo hace con ganas. Estamos evaluando la posibilidad de conformar un equipo de amigos del seminario que puedan brindan algún tipo de colaboración mensual, y también lo hacemos en otros ámbitos, como para generar mayor conciencia.

¿Cree que ha mermado la autoridad de los obispos frente a su clero y a los laicos, por ejemplo, a raíz de algunas declaraciones que se dan a conocer en los medios?
En los últimos años han sido dos espacios o grupos de sacerdotes que han dado a conocer documentos. Por un lado los sacerdotes de las villas, con un obispo, Gustavo Carrara, quienes se refieren a situaciones particulares que viven en los barrios, como el problema de la droga o la falta de atención de la salud. El Grupo de Curas en la Opción por los Pobres suele tener declaraciones de tipo más general respecto de la situación del país y de los pobres. No me parece que esto merme la autoridad de los obispos. También nosotros tenemos declaraciones, a veces en conjunto y otras de forma particular; organizaciones laicales como la Acción Católica o Justicia y Paz también realizan expresiones públicas sobre el contexto social, cultural, político y económico, y no por eso merman la autoridad episcopal. Me parece que son miradas complementarias y no creo que entren en contradicción.

¿Cómo cree que debe ser el vínculo de los obispos con el clero y con los laicos?
La mirada de la autoridad es muy distinta a lo que sucedía algunas décadas atrás. El Papa insiste mucho en cuidarnos del clericalismo. En 2017, al referirse a la sinodalidad, afirmó que habitualmente entendemos a la Iglesia como una pirámide cuando debería ser una pirámide invertida: quienes tenemos un rol de autoridad, debemos estar al servicio de los demás, y eso nos cuesta mucho. En muchos casos, mirando a la Iglesia en el mundo y acá en la Argentina, la pirámide todavía no ha intentado darse vuelta. Si queremos una Iglesia en salida, tenemos que ser obispos en salida: acercarnos más a los curas, a las parroquias, a las comunidades, retomar con fuerza las visitas pastorales… El modo de conducir y de afirmar autoridad no es gobernar por decretos o disposiciones sino a través del acompañamiento y la cercanía.

La formación en los seminarios, ¿está a la altura de los desafíos que presenta la vida pastoral y la transformación de la cultura actual?
En algunas cosas sí, y en otras se hacen intentos de acompañar desde la fe lo que son procesos de cambios culturales; sucede lo mismo en otros planos, como la catequesis o la liturgia. Estamos trabajando desde hace algunos años en la tarea de discernimiento conjunto entre los obispos y los formadores de seminarios y se está actualizando la Ratio a nivel nacional. Desde hace un par de décadas se fue afianzando en la vida de la Iglesia universal y también a nivel local que el seminario no nos entrega un “producto terminado”; la formación inicial del seminario continúa porque algunos aspectos de la vida sacerdotal tienen que seguir trabajándose y reflexionándose durante el ejercicio del ministerio. Por otro lado, el seminario es reflejo de la Iglesia diocesana. Si ésta se encuentra en un proceso misionero y de conversión pastoral, mi experiencia me dice que el seminario en muchos casos va unos pasos más adelante. La mayoría son jóvenes, vienen con un espíritu de cambio importante, y la formación filosófica y teológica suele estar a tono con el magisterio, y en general el resto de la diócesis no tiene tal actualización teológica. Es más, el seminario a veces es motor de cambios de mentalidad, de preparación y de reflexión acerca de lo que implican los cambios culturales. Queremos formar sacerdotes, ¿para qué mundo y para qué Iglesia? ¿Para qué necesitamos sacerdotes? ¿Para que celebren la misa, para que alienten el crecimiento en la fe de las comunidades? ¿Para propiciar una Iglesia en salida, misionera? Estas preguntas son claves porque inciden en el modo en que encaramos la formación de los futuros sacerdotes.

Supimos de tu contacto con las colonias agrícolas en San Juan. ¿Cómo es el acompañamiento?
En el marco de situaciones de crisis social y económica han surgido algunas alternativas de agricultura familiar, con proyectos de acompañamiento del INTA y otras instituciones. Nosotros brindamos el espacio físico del Arzobispado para las reuniones en las que están participando organizaciones de vecinos, intendentes, funcionarios y algunas personas vinculadas al ámbito de la agricultura familiar de la Comisión de Justicia y Paz de la Arquidiócesis. Hay familias que quizás tienen un terreno y según la extensión y las posibilidades se les brindan semillas, se las capacita en técnicas de riego y se generan también vínculos para un posterior intercambio de mercadería. Esto se complementa con la posibilidad de que tengan gallinas y alimento balanceado y cuando logran producir huevos, contar con ese complemento de la alimentación y quizás también capacidad para la venta. Hemos congeniado la posibilidad de acercar políticas públicas a comunidades locales, de manera que los recursos económicos del Estado y de las organizaciones se vuelquen hacia el trabajo y la producción. Es una tarea linda que se viene desarrollando en San Juan y entiendo que también en otros lugares del país.

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