Monseñor Franceschi en la Academia de Letras

Con motivo de un nuevo aniversario del natalicio de monseñor Gustavo Franceschi (el 28 de julio se cumplen 140 años), el autor de este artículo recupera parte de su vasta trayectoria como hombre clave de las letras y el periodismo.

Larga es la nómina de sacerdotes y religiosos que tuvieron destacada actuación en el mundo de las letras desde el siglo XV al XIX. Esa labor literaria ha sido estudiada entre otros por Ricardo Rojas y Rafael Alberto Arrieta, en sus historias de la literatura, o por el sacerdote jesuita e historiador Guillermo Furlong, dedicado a los escritores coloniales rioplatenses. El siglo XX quizás por su cercanía no ha sido prácticamente estudiado en sus contribuciones a lo literario en el universo de las Academias.

La Academia Argentina de Letras fue fundada el 13 de agosto de 1931 por Calixto Oyuela, Manuel Gálvez, Carlos Ibarguren, Leopoldo Díaz, Enrique Banchs, Juan B. Terán, J. Alfredo Ferreira, Arturo Marasso, Clemente Ricci, Leopoldo Herrera y Juan Pablo Echague. A estos se agregaron como miembros Enrique Larreta y Gustavo Martínez Zuviría, que se encontraban en Europa; por opositores al régimen de Uriburu no aceptaron Ricardo Rojas y Arturo Capdevila; años más tarde éste integró la corporación. Leopoldo Lugones no aceptó porque se negaba a recibir ningún beneficio de un sistema político al que adhería y con cuyos jefes estaba íntimamente ligado.[1]

Entre todos los mencionados aparece el nombre de un sacerdote, Gustavo Franceschi, que ocupó el sillón amparado por el patronazgo de fray Mamerto Esquiú, como bien lo definió Ángel J. Battistessa: “Pensador esclarecido, clérigo y eclesiástico, parece natural y justo, que monseñor Franceschi hubiese de pertenecer desde la primera jornada a esta Academia Argentina de Letras. Le tocó así ser el primer dignatario de su clase, llamado a prestigiar, con la inteligente briosidad que lo caracterizaba, la labor de la corporación que hoy se suma a este homenaje”.[2]

Gustavo Franceschi nació en París el 28 de julio de 1881, hijo de padre corso y madre holandesa; cuando contaba cinco años su familia se radicó en Buenos Aires. Recibió en 1904 la ordenación sacerdotal y desde ese momento colaboró activamente con el sacerdote Federico Grote, organizador de los Círculos de Obreros. De esa época son sus primeros trabajos en el periodismo en la revista Democracia Cristiana, en el periódico Justicia Social y en El Trabajo, órgano éste del Círculo de Obreros. Así lo calificó el director de Criterioen el cincuentenario de su fallecimiento: “Profesor de filosofía, periodista y orador nato, con su pluma polémica y su vozarrón elocuente, supo durante muchos años llevar la agenda de los temas de actualidad, tanto en el ámbito católico como fuera de él, y entablar permanentes debates sociales, políticos y culturales, algunos de los cuáles alcanzaron pública notoriedad en el país y en el extranjero”[3].

Su participación en la producción de la Academia no fue extensa, por empezar no hay constancia en los boletines de la institución ni en los cuatro tomos de la obra “Discursos Académicos”, que haya cumplido con el tradicional discurso de recepción. Sin duda buena parte de su tiempo lo tuvo ocupado en su tarea pastoral como rector de la iglesia del Carmen en la calle Rodríguez Peña, en cursos, clases, conferencias; pero muy especialmente en la dirección de la revista Criterio, cargo que asumió en 1932 y que desempeñó jerarquizándola hasta su muerte en Montevideo el 11 de julio de 1957.

La primera de las colaboraciones de Franceschi fue publicada en el “Boletín” de la Academia y es una semblanza del académico monseñor Pablo José Segundo Cabrera, fallecido el 29 de enero de 1936. Había conocido al sacerdote en 1902 en ocasión del Tedeum celebrado cuando vino la delegación chilena a firmar los Pactos de Mayo, que reconciliaban a los dos pueblos, y cultivó su amistad hasta el fin de la vida del sacerdote.[4]

El 17 de agosto de 1939, Franceschi pronunció el discurso de recepción del académico de número doctor Bernardo Houssay. El salón del Palacio Errázuriz, sede de la Corporación, desbordaba de selecto público. Presidía la ceremonia el doctor Carlos Ibarguren, a quien acompañaban el arzobispo porteño, cardenal Santiago L. Copello. En lugares de privilegio se ubicaban los académicos, los presidentes de las Academias Nacionales de Historia y Medicina, doctores Ricardo Levene y Alberto Peralta Ramos, cuerpo diplomático, profesores y alumnos de la Facultad de Medicina.[5]

Monseñor Franceschi, en el discurso de bienvenida, definió lo que es una Academia: “No se reducen a agrupar literatos de profesión o técnicos eminentes de la gramática. En ellas, a la par del poeta, del crítico, del novelista, del lexicógrafo, debe haber cabida para el autor de ensayos, el virtuoso de la elocuencia parlamentaria o forense, el que consagró su atención a la filosofía o a la historia, siempre que hayan acordado a la belleza tanta importancia como a la verdad. Todos ellos venidos desde distintos puntos del horizonte del pensamiento intelectual, coinciden en el amor al pensamiento noble y a la forma exquisita, elementos que consustanciarse engendran la obra artística”.[6]

De más está decir que el mundo vivía las alternativas de la Segunda Guerra Mundial; monseñor Franceschi aludió a ella sutilmente al final de su disertación con estas palabras: “Dejad que os salude, modificándola apenas en su versión castellana, con la formula paulina, tan cristiana y al mismo tiempo tan platonizante: Gracia y Paz entre nosotros”.[7]

Fue tal el nivel de esa sesión, que el 19 de agosto el matutino La Nación publicó un artículo titulado “La Educación Científica”, en el que señalaba que con la evocación de dos científicos como lo fueron los doctores Francisco Javier Muñiz y Ángel Gallardo, “la corporación de los escritores argentinos no se sale de sus funciones específicas, porque una de las más altas expresiones estéticas es la manifestación sobria, precisa y ordenada del pensamiento científico”. Para agregar más adelante “Ejemplo de ello fueron los discursos pronunciados en la solemne sesión del jueves; pero, además de ese aspecto, resultan interesantes las ideas que contienen”[8].

La última participación de Franceschi en la Academia fue en el año 1943, con un cuento titulado “Yo maté”. El argumento se desarrolla en una iglesia en la que el sacerdote recibe la confesión de un hombre que descubierto un engaño por su mujer, le dio de beber veneno, provocándole la muerte. El dolor parte al individuo y en el diálogo con el sacerdote se tratan distintos aspectos como el papel de la mujer en la sociedad de la época; el dolor, el perdón humano y el perdón divino, todo ello revela la buena pluma del autor como su profundo conocimiento de la psicología humana.[9]

Concurría a las sesiones de la Academia y estuvo en las recepciones públicas de José A. Oría en 1944, de Enrique Larreta en 1947 y en la reinstalación de la Academia en diciembre de 1955.

Monseñor Franceschi falleció en Montevideo el 11 de julio de 1957. En la sesión plenaria del 25 de ese mes los miembros de la Academia le rindieron un segundo homenaje, después de recordar el presidente Mariano de Vedia y Mitre “las principales características de su vigorosa personalidad y la vasta obra que desarrolló”.[10] Apenas conocida la noticia la Academia había dictado una resolución adhiriendo al duelo, encargando al numerario José A. Oría pronunciar el discurso de estilo en el acto de inhumación.

La Academia Uruguaya de Letras se hizo presente a través de esta carta del doctor Raúl Montero Bustamante: “La víspera de caer vencido por la enfermedad en Montevideo, el eminente orador dictó una conferencia que, si bien obedeció a los fines de su ministerio, contiene conceptos de alto valor social y literario que demuestran la universalidad de su espíritu, la amplitud de su criterio y la inquietud que le inspiraban los grandes problemas espirituales, políticos y sociales que abruman a la sociedad contemporánea”.[11]

La figura de Franceschi no desapareció espiritualmente del seno de la Academia; en el 10º aniversario de su desaparición se organizó una comisión de homenaje presidida por el doctor Ambrosio Romero Carranza. El doctor Ángel J. Battistessa disertó sobre “Monseñor Franceshi y sus preocupaciones idiomáticas”. De la conferencia sacamos dos datos de interés: el primero, que monseñor Franceschi, en los primeros años de su ministerio, fue capellán de la cárcel de encausados, lo que lo llevó a conocer el argot de los presos, anotando todas las palabras “que con un sesgo más o menos lunfardizante solían usar los encausados… No sabemos dónde se encuentran esos apuntes, dado el caso, según se supone, de que alguien los haya conservado. Tener de ellos alguna noticia equivaldría a un redescubrimiento”. Del mismo modo Battistessa destacó su generosidad al donar a la Academia una edición de Las noches áticas de Aulo Gelo, impresa en Venecia en 1515.[12]

El centenario de su natalicio en 1981 fue recordado con distintos actos; lo evocaron los numerarios Ángel J. Battistessa y monseñor Octavio Nicolás Derisi[13]. Diez años más tarde, el 12 de julio de 1991, se descubrió una placa en su memoria en el atrio de la iglesia del Carmen en la calle Rodríguez Peña, de la que fuera rector, y la Academia estuvo representada por su secretaria, Jorgelina Laoubet.[14] En julio de 1997 se descubrió en el atrio de mencionado templo un busto, oportunidad en la que lo evocó el presidente de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina, profesor Carlos María Gelly y Obes. La Academia invitó al director de Criterio, José María Poirier Lalanne, un episodio no común en la vida de la  institución, lo que da cuenta de la excelencia de dicha publicación en la vida cultural durante tantos años. Entre otros conceptos, destacó su obra El espiritualismo de la literatura francesa contemporánea, editada en Buenos Aires en 1917: “Más allá de ciertas categorías o criterios propios de la época, dejó plasmada una muestra de su vasta erudición y de su fina sensibilidad”. El padre Furlong, de recuerdo tan entrañable en los que fuimos sus discípulos y en esta Junta, afirmaba que “Franceschi fue para la Argentina una suerte de Lamennais o de Newman; un estímulo permanente de creatividad e investigación”.[15]


[1] MUJICA LÁINEZ, “Monseñor…”, T.72, p. 650.

[2] BATTISTESSA, “Monseñor…”, , T.32, p. 340.

[3] PORIER – LALANNE, “Monseñor Gustavo J. Franceschi”, T.72, p. 650.

[4] FRANCESCHI, GUSTAVO J., “Monseñor..”, T.4, p. 47.

[5] ACADEMIA ARGENTINA DE LETRAS, T. 7, p. 474.

[6] FRANCESCHI., “Discurso…”, en Boletín, T.7, p. 308.

[7] IBÍDEM, p. 316.

[8] IBÍDEM, p. 475.

[9] IBÍDEM, “Yo maté”, T.12, p. 97-111.

[10] ACADEMIA ARGENTINA DE LETRAS, T. 22, 1957, p. 513.

[11] IBÍDEM, T. 22, 1957, p. 528.

[12] BATTISTESSA., “Monseñor Franceschi …”p. 340.

[13] ACADEMIA ARGENTINA DE LETRAS, T. 46, p. 383.

[14] IBÍDEM, T. 56, 1991, p. 714.

[15] PORIER – LALANNE, ob.cit., p. 651.

Roberto L. Elissalde es historiador

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