Si bien la situación económica de la Argentina de los últimos años ha ido desmejorando, la llegada de la pandemia del COVID-19 empeoró la situación económica de todos los habitantes, pero en especial afectó a los más pobres. También afectó a empresas, algunas de las cuales debieron cerrar sus puertas, buscar negocios alternativos o procurar obtener ayuda del Gobierno. Creo que todos nos empobrecimos, pero no sólo en lo económico, sino en lo social y también en lo espiritual.

La Iglesia católica argentina también fue afectada por la crisis. En el primer año de la pandemia no había misas presenciales, con lo cual las limosnas no se recibían. Y todas las parroquias tienen empleados que reciben sueldos con recibo, a los cuales se les hacen los descuentos y aportes patronales que indica la ley. Como consecuencia de ello, muchos párrocos pasaron por momentos muy difíciles y tuvieron que ingeniarse para, por ejemplo, no reemplazar a un empleado que renunciaba o se jubilaba, o pedir ayuda en las misas online a través de distintas plataformas.

En definitiva, la pandemia hizo más patente algo que la Iglesia viene sufriendo en la Argentina desde larga data: la falta de sostenimiento de las parroquias por parte de los fieles.

Las parroquias necesitan los aportes de las colectas o de donaciones para cubrir las compras habituales como alimentos, artículos de limpieza y otros gastos, tal como sucede en una casa de familia. En general las parroquias cobijan diversas actividades de grupos parroquiales o movimientos, que implican consumo de energía eléctrica, tareas de limpieza, etc., y de vez en cuando hay tareas de mantenimiento, como plomería, electricidad, pintura, arreglos varios. Quien vive en una casa o departamento sabe que estos gastos ocurren y todos deben atenderse.

Luego están los gastos médicos de los sacerdotes y diáconos, que son cubiertos por una obra social que también tiene un costo. Están también los seguros que deben contratarse para proteger al personal o a la propiedad y demás gastos afines.

Existe en nuestra feligresía falta de información y también preconceptos sobre cómo se sostiene la iglesia. Existe en muchos la creencia de que la Iglesia es subvencionada por el Estado y que parte de sus sostenimiento depende de ello. Lo que verdaderamente ocurre es que hay en el presupuesto nacional una partida que se destina a los seminarios de la Iglesia y un estipendio para los obispos, cuyo monto total es bien módico, con lo cual no se puede pensar que ese aporte cubra las necesidades.

Un sacerdote mejicano, el padre Alfonso Navarro, creador del plan de evangelización SINE, planteaba este problema de manera muy interesante. Ponía el ejemplo de un matrimonio que, al inicio del mes, cuando cobran sus sueldos, hacen la lista de gastos: un monto X para pagar el alquiler de la casa, Y para las expensas, Z para los gastos escolares y así sucesivamente para alimentación, seguros, gastos del auto, salidas de la familia, ropa, etc. Después de hacer la suma, y dependiendo de la cuantía del ingreso, una parte del saldo se destina al ahorro y algo o nada queda disponible. Y preguntaba el padre Navarro: ¿y cuánto para Dios? ¿Para Dios era algo de lo que sobraba al final de las cuentas? Decía entonces que para Dios deben destinarse las primicias, el diezmo, lo que separamos primero en agradecimiento a lo que Dios nos da a través de nuestro trabajo. Y sólo a partir de ahí distribuíamos nuestro ingreso para los distintos rubros antes mencionados. Esta forma de ver el uso de nuestro dinero es capital, pues a menos que aceptemos que todo lo que somos y todo lo que recibimos es por gracia de Dios, y si aceptamos que si hacemos las cosas bien es porque Dios nos dio talentos y facultades, no podremos modificar nuestra forma de pensar egocéntrica.

La pregunta es entonces: ¿cómo hacer para que nuestras parroquias puedan recibir los aportes de sus feligreses de manera tal que puedan cumplir con su labor de evangelización y atender la administración de los sacramentos y las necesidades de los fieles?

Para responder a esta pregunta, tenemos que responder antes otra pregunta: ¿necesita Dios nuestro dinero? La respuesta obvia es que por supuesto que no. Dios puede hacer Su Voluntad sin necesidad de nuestro dinero. Pero Dios nos convoca a vivir en comunidad, a compartir el pan, la enseñanza de la Palabra y las oraciones (Hechos 2.42). Todo lo anterior es lo que deben llevar a cabo nuestras parroquias, pero para ello se requieren recursos materiales que deben ser aportados por nosotros, los laicos.

Este es un tema muy bien resuelto por nuestros hermanos protestantes y en especial los de América del Norte. Ellos lo llaman la aportación responsable o el diezmo. Diezmo como el 10% de nuestros ingresos habituales. En nuestro país esa idea no es aceptada por la feligresía en general, y las causas se deben a diversas interpretaciones incorrectas. Nuestros feligreses se han acostumbrado a que la única manera de colaborar con la Iglesia es a través de la limosna dominical que se recoge durante las misas. Esa contribución es bastante escasa y sumada a lo largo de un mes en muy pocos casos se acerca al 1% de nuestros ingresos. En tiempos recientes, previo al inicio de la pandemia, dado que la situación económica se había deteriorado seriamente, los párrocos comenzaron a pedir a sus feligreses una mayor aportación. Dependiendo del poder adquisitivo, a veces se consigue alguna mejora, pero la solución habitual es la búsqueda de feligreses de alto poder económico a los que el párroco pide aportaciones sustanciosas.

La raíz del problema radica en que en muchos casos los párrocos son renuentes a que se sepa cuánto dinero ingresa a las arcas de la Parroquia y cómo se gasta ese dinero. En los últimos tiempos algunas parroquias han comenzado a realizar una rendición de cuentas, y eso ayuda a una mejora en la recaudación. Por ejemplo, estableciendo consejos económicos conformados por laicos, que son quienes se dedican a difundir las necesidades económicas de la parroquia y a buscar las formas de recaudación. Esto es muy bueno pues permite que el párroco y sus sacerdotes se dediquen a sus labores específicas de evangelización y no pierdan el tiempo con temas económicos que los preocupan y desgastan y los alejan de su principal objetivo de servir a Dios atendiendo a sus feligreses.

También es cierto que hay sacerdotes a los que no les resulta fácil confiar en laicos para este trabajo, y lo aceptan sólo si los controlan muy de cerca. Esto es un problema que no soluciona la situación, sino que a veces la empeora.

Hace unos años se llevó a cabo en la Argentina un proyecto llamado Compartir, donde participaban un grupo de laicos acompañados por sacerdotes y obispos que desarrollaron un plan para presentarlo a las parroquias y donde se encaraba el tema del sostenimiento de la Iglesia por parte de los fieles, con el visto bueno de la Conferencia Episcopal Argentina. Tuve oportunidad de dialogar con una de las personas que colaboraron muy estrechamente en este proyecto, y cuando le hice preguntas sobre sus avances, me quedé sinceramente asombrado. Yo pensaba que dicho plan, preparado con mucho detalle y profesionalismo, iba a ser presentado a las parroquias para que lo pudieran implementar, teniendo en Compartir una eficaz herramienta de trabajo para el tema de la aportación de los fieles. Mi amigo me dijo que ellos sólo presentaban el plan donde había obispos que se interesaban en el tema y los convocaban. Luego, cada párroco decidía si lo implementaba o no es su parroquia. Vale decir que párrocos que no contaban con ninguna herramienta de trabajo para mejorar sus ingresos se podían dar el lujo de rechazar la ayuda que se les proponía. Y el obispo no podía imponerlo, pues el Código que regla las relaciones de los obispos con sus párrocos no permitía la imposición.

Tenemos así la situación mayoritaria, donde los párrocos son sacerdotes que no han tenido prácticamente ninguna formación económico-financiera, no saben manejar temas de recaudación de fondos (fundraising), y por ende sus parroquias sufren limitaciones de todo tipo. Un recurso utilizado en tiempos no muy lejanos fue arancelar muchas  actividades, incluyendo la administración de algunos sacramentos, en especial el bautismo o el matrimonio, algunas misas encargadas por algunos parroquianos, etc., y también los tradicionales eventos, rifas y bonos contribución. Pero ninguna de estas alternativas ha sido solución a la falta de recursos.

Debemos destacar recientes esfuerzos realizados tanto a nivel local como desde el Vaticano para subsanar este problema. En la Argentina existe el Programa Fe, llevado adelante por la Conferencia Episcopal Argentina, como parte de la reforma económica de la Iglesia (https://www.programafe.org). Allí se sistematizan las formas de aportación de los fieles, de manera de facilitar sus contribuciones para el sostenimiento de la Iglesia, con la posibilidad de desgravar dichas donaciones de sus declaraciones de impuestos a las ganancias. Es un programa de reciente creación, pero se espera que pueda aportar a una mejora del sostenimiento de la iglesia, pues va más allá de las limosnas de las misas dominicales, cuyo monto es impredecible. El Programa Fe apunta a establecer ingresos confirmados por los aportantes para trabajar con números en firme. Considero que es necesario darle difusión para que sea conocido por toda la feligresía del país.

El problema de la falta de conocimientos por parte de los sacerdotes en la materia tuvo respuesta a través del Programa de Administración de la Iglesia (Program of Church Management) llevado a cabo por la Universidad Pontificia de la Santa Croce de Roma. Este programa enseña cómo administrar los recursos temporales de la Iglesia de manera honesta y sabia, de conformidad con los principios de la Doctrina Social de la Iglesia y de acuerdo al derecho canónico. Participan seminaristas, sacerdotes jóvenes, miembros de órdenes religiosas y laicos que serán líderes de la Iglesia en diferentes capacidades y posiciones. El Programa empezó a implementarse en 2019 en dos semestres, con objetivos diferentes, cursos arancelados y becas. Fue presentado en Buenos Aires por el sacerdote Martin Schlag, Director del Programa, en reuniones auspiciadas por la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) en la Iglesia de Santa Catalina de Siena y, según se leía en los folletos, contaba con el beneplácito del Papa Francisco. Desconocemos si se está implementando en nuestro país.

Lo importante es que se advierta la preocupación de la Iglesia por atender el problema de su sustento económico a través de programas con metodologías modernas y que implican un cambio en los métodos tradicionales. Resta ver cómo responderá nuestra Iglesia local a estos desafíos, incluidos los fieles.

La actitud del laicado respecto al sostenimiento de nuestra Iglesia pasa por una conversión del corazón, donde Jesús es el Señor de nuestras vidas y de nuestros bienes, y donde queremos colaborar con la extensión del Reino en esta tierra, aportando nuestros talentos y nuestros bienes materiales con los cuales Dios nos bendijo.

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