Tomas Halik: La instrumentalizacion del cristianismo por los nacionalismos*

Sacerdote, teólogo y sociólogo, monseñor Tomas Halik es una figura importante de la Iglesia checa. Muchos de sus escritos ejercieron un gran influjo en un numerosos países durante la,pandemia. Su experiencia eclesial bajo el régimen comunista, así como acontecimientos más recientes, le permiten tener una visión propia sobre el futuro del cristianismo en Europa. Monseño Halik integra desde el año 2020 el Comité de Consultores de Criterio.

¿Podría contarnos su itinerario de vida, todavía poco conocido por el público francés?,¿Cuáles han sido para usted los autores más significativos?

Tomáš Halík: Nací en Praga, en una familia de intelectuales laicos, en 1948, año en que los comunistas tomaron el poder en Checoslovaquia. Mi conversión al cristianismo fue por etapas. Al principio se trataba de la atracción intelectual y estética de la cultura católica prohibida por el régimen: la arquitectura de las iglesias de Praga, la música sacra, los libros de autores como G.K. Chesterton, C.S. Lewis, François Mauriac, Graham Green, Julien Green, Léon Bloy, Georges Bernanos y tantos otros. Cerca de la Primavera de Praga de 1968 conocí a algunos sacerdotes eminentes que acababan de salir de las cárceles estalinistas. Después de haber pasado cerca de quince años de prisión, algunos de ellos consideraban la persecución comunista como una forma de pedagogía divina, una purificación de la Iglesia por su anterior triunfalismo. En la prisión, donde habían tenido la experiencia de un ecumenismo práctico, soñaban con otra Iglesia, verdaderamente ecuménica, pobre, abierta, al servicio de la gente. Esas personas me ayudaron a comprender el espíritu del Concilio Vaticano II. Al comienzo de los años ‘70, me encontré con algunos libros del Padre Pierre Teilhard de Chardin que me abrieron a un mundo totalmente nuevo. Teilhard escribió sobre la necesidad de una analogía entre el sacerdote y el trabajador: sacerdotes para el mundo de la ciencia y de la cultura. Yo recibí todo como mi vocación. Pero el camino para llegar allí no pasaba por el seminario, entonces controlado por el poder comunista. Me uní a la “Iglesia clandestina”. Estudié Teología en cursos clandestinos y fui ordenado en secreto, en la capilla privada del obispo Hugo Aufderbeck en Erfurt (la entonces República Democrática de Alemania), en 1978. Trabajé como sacerdote en la clandestinidad durante once años. Mi profesión civil era la de un psicoterapeuta para los alcohólicos y toxicómanos. Todo esto lo he contado en el libro Desde la Iglesia subterránea al laberinto de la libertad, que fue traducido a varias lenguas.

¿Qué puede aportarnos la experiencia de alguien que ha vivido bajo el régimen comunista a los occidentales del siglo XXI?

T. H.: Mis estudiantes, nacidos alrededor del año 2000, son ya ciudadanos de Occidente. Para ellos, el comunismo es lo que para mi generación representaba la monarquía de los Habsburgo, una historia vieja. Yo viví mi niñez bajo el estalinismo, mi juventud en los ‘60, cuando nuestros profesores de la facultad de Filosofía pasaban del marxismo-leninismo al “euro-marxismo”, al existencialismo, a la fenomenología y el psicoanálisis. Esta evolución culminó durante la Primavera de Praga, bajo los tanques soviéticos, en agosto de 1968. Luego vinieron los veinte años de comunismo durante los cuales ya nadie creía en la ideología comunista, ni siquiera los más altos funcionarios del Partido: no eran sino los apparatchiks cínicos del poder. Después de 1968, había muchos más marxistas en Occidente que en el Este. Luego llegó el annus mirabilis de 1989. El comunismo no fue vencido por nosotros, los disidentes, ni fuimos liberados por Occidente. Estoy convencido de que el papel principal en la caída del sistema comunista lo desempeñó el proceso de globalización. Cuando se creó un mercado mundial libre de bienes y de ideas, los sistemas comunistas, con sus economías planificadas por el Estado y la censura de la cultura, fueron barridos rápidamente por el feroz vendaval de la competencia. Bajo la presidencia de Václav Havel, tuvimos una luna de miel con la libertad. Éramos ciudadanos europeos orgullosos y felices. Después vino la era del capitalismo salvaje. Los últimos comunistas, que eran los únicos que disponían de un capital de dinero, contactos e informaciones después de 1989, se convirtieron en los primeros capitalistas. La ideología del “marxismo al revés”, Václav Klaus, el polo opuesto de Havel, que llegó a ser el sucesor de este último en la presidencia. Él adoraba la “mano invisible del mercado” y abrió la puerta a la mano invisible de la corrupción, con su desprecio por el lado ético de la política y de la economía. Hoy, nuestro Presidente, el cínico populista Miloš Zeman, es la marioneta de Vladimir Putin. ¿Qué pueden decir en Occidente quienes han vivido todo esto? Tal vez que la democracia no es sólo un sistema político sino una cierta cultura de las relaciones humanas que es muy vulnerable y que debe ser constantemente cuidada y mantenida. Pero ustedes lo saben por sí mismos.

¿Qué aprendió de sus contactos con ateos? ¿Por qué el diálogo con personas de todas las convicciones es esencial para los cristianos?

T. H.: Es preciso distinguir entre el ateísmo crítico y el ateísmo dogmático. El dogmático es tan estúpido como el fundamentalismo religioso, son hermanos mellizos. Yo respeto al ateísmo crítico porque puede ser una ancilla theologiæ (servidora de la teología), puede obrar como un fuego purificador, útil para profundizar la fe. El ateísmo es como el fuego, un buen servidor pero un pésimo maestro. Puede ser útil al creyente porque lo ayuda a corregir su fe, pero puede ser peligroso para el ateo, porque si no es corregido por la fe, puede convertirse en una religión dogmática sui generis. El ateísmo no es necesariamente un adversario de la fe, a menudo es la negación de un tipo particular de teísmo. Sin duda existen numerosos tipos de teísmo (concepciones ingenuas y a veces destructoras de Dios) que merecen ser rechazadas. En este sentido, los cristianos de la Roma antigua eran considerados como ateos porque rechazaban la religio política de los romanos.

¿Qué papel juega la duda en la vivencia de la fe?

T. H.: Fe y duda son dos hermanas que se necesitan recíprocamente. La fe sin pensamiento crítico y sin dudas honestas puede llevar al fundamentalismo y al sectarismo. La duda que es incapaz de dudar de sí misma puede llevar al cinismo y al nihilismo. Yo no hablo de dudas sobre la existencia de Dios. Un Dios que podría no existir, un Dios como ser contingente no es el Dios de mi fe. Yo creo en un Dios en quien, según las palabras del apóstol San Pablo, tenemos la vida, el crecimiento y el ser (Hechos 17, 28), aunque no usemos la palabra “Dios” para describirlo. Yo dudo de mi propia capacidad para comprender y expresar este misterio. Las dudas me ayudan a reservar un espacio abierto para el Dios que es, y lo repito (junto a San Ignacio), Deus semper maior, “Dios cada vez más grande” que mis ideas religiosas.

¿Cuáles son los “signos de los tiempos” hoy? ¿Cómo podemos reconocer el kairos, el tiempo presente?

T. H.: En una época en que la retórica, las emociones y los símbolos religiosos son empleados como armas en las guerras culturales, debe usarse el poder pacífico y sanador de la fe. La sociedad contemporánea de hoy y de mañana, multicultural y pluralista, tiene una opción ante sí: “choque de civilizaciones” o civitas ecuménica. La simple “tolerancia”, en el sentido de mutua indiferencia, no es suficiente. Debemos enseñarnos recíprocamente un acercamiento contemplativo de los sucesos en el mundo y en nuestras propias vidas: “encontrar a Dios en todas las cosas”. Debemos desarrollar el arte del “discernimiento espiritual” que nos enseñó Ignacio de Loyola y numerosos maestros espirituales. La época actual, ¿no representa acaso un desafío por la emergencia de una nueva teología de la historia contemporánea? San Agustín creó su teología de la historia en el momento en que Roma se hundía y la civilización romana estaba sacudida por las “invasiones bárbaras”, que era el choque entre las civilizaciones de entonces. El período actual, ¿no podría representar un desafío para la emergencia de una nueva teología de la historia contemporánea? Uno de los rostros más creíbles y más convincentes del cristianismo es el ecumenismo. Si la Iglesia católica quiere realmente ser católica, debe completar el viraje comenzado con el Concilio Ecuménico Vaticano II, pasar del catolicismo a la catolicidad. Si la Iglesia pretende ser Iglesia y no una secta, debe generar una nueva comprensión de sí misma y desarrollar más plenamente su catolicidad, la universalidad de su misión, esforzándose para ser verdaderamente “todo para todos”. AL hacerlo, sin embargo, no debe perder su identidad. Pero la identidad del cristianismo no es algo estático, dado de una vez por todas de manera inmutable. El cristianismo es la prolongación del misterio de la Encarnación. El Verbo de Dios se encarna continuamente en el cuerpo de la historia, de la sociedad y de la cultura humana. Los esfuerzos para democratizar la Iglesia después de la Reforma contribuyeron significativamente para la democratización del conjunto de la sociedad de la época. También los esfuerzos ecuménicos dentro del cristianismo deben trascender las fronteras de las Iglesias e inspirar los esfuerzos para que desaparezcan las fronteras de toda la familia humana. Urge transformar el proceso de globalización en un proceso de comunicación cultural compartida mutuamente. Recordemos la visión de Teilhard según la cual la misión del cristianismo consiste en introducir la energía del amor ilimitado e incondicional que enseña el Evangelio en el proceso de planetarización de la humanidad. Las historias de vida de los cristianos y la historia de la Iglesia son una participación mística del misterio de Pascua, en el misterio de la muerte y de la resurrección. Estas historias tienen sus Viernes Santos, sus sufrimientos y sus descensos a los infiernos, el silencio del Sábado santo y la alegría de la mañana de Pascua. El drama de la Pascua es la clave para comprender el drama de nuestras vidas, y nuestras experiencias nos abren a su vez a una comprensión más profunda del misterio pascual.

¿Cuáles son las amenazas más serias para nuestras sociedades?, ¿Cuáles son las expectativas espirituales hoy en día?

T. H.: La única cosa de la que hay que tener miedo, es el miedo. Aún Søren Kierkegaard sabía que la ansiedad es el vértigo de la libertad cuando se encuentra ante posibilidades infinitas. La ansiedad típica de la era de la mundialización es el miedo a la pérdida de identidad, tanto de los individuos como de los grupos. Este miedo puede dar lugar a un nuevo tipo de nacionalismo agresivo, un nacionalismo que a menudo recurre a la retórica, a las emociones y a los símbolos religiosos. Durante mucho tiempo Occidente creyó que el peligro de una unión entre la religión y el poder político estaba asegurado por el principio de la separación entre las iglesias y el Estado. Pero la situación ha cambiado, puesto que los Estados nación han perdido el monopolio de la política, y las iglesias, el monopolio de la religión. Las fuerzas supranacionales se involucran en la vida política bajo la forma de poderosas sociedades económicas, iniciativas cívicas internacionales y organizaciones no gubernamentales. Los símbolos religiosos que se han emancipado de su contexto cultural original, se transformaron en un recurso accesible al público. La “mano invisible del mercado” está lista para responder al interés por la espiritualidad, proponiéndole productos baratos, exóticos y de mal gusto religioso. Mientras los populistas pragmáticos usan una retórica religiosa, por ejemplo, proponiéndose como “defensores de una civilización cristiana en peligro”, se trata más bien de sacralizar la política que de politizar la religión. Cuando los símbolos religiosos, que poseen una fuerza emocional insospechada, son usados como armas en las guerras culturales y los diferendos políticos son presentados como batallas apocalípticas entre el bien y el mal, las consecuencias pueden llegar a ser verdaderamente desastrosas. Los populistas de los países del grupo de Visegrád (Polonia, Hungría, Eslovaquia y la República Checa) usan a menudo una retórica cristiana y cuando acceden al poder tratan de corromper a la Iglesia, ofreciéndole ventajas materiales y privilegios. Hoy en día resuenan, sobre todo en Hungría y Polonia, los llamados al “retorno a la Europa cristiana” y al reemplazo de la democracia liberal por una “democracia iliberal”, es decir, a un Estado autoritario. Los populistas de derecha llegaron al poder en ambos países e intentan paralizar progresivamente la libertad y la independencia del poder judicial, de los medios, de la educación, de la cultura y de las organizaciones sin fines de lucro. El régimen de Jarosław Kaczyński en Polonia ha llevado a la Iglesia católica muchos más perjuicios que los que el régimen comunista llegó a hacerle durante medio siglo. Hoy en día, en la “Polonia católica” se verifica la secularización más rápida de Europa. Los jóvenes y los intelectuales se alejan de la Iglesia. La convergencia de los políticos populistas y de ciertos círculos de la Iglesia se sostiene no solamente por los nacionalistas de Europa occidental, con Marine Le Pen, sino sobre todo de manera muy sofisticada por Rusia. El esfuerzo sistemático de propaganda rusa procurando sabotear la confianza en la Unión Europea apunta específicamente a los círculos católicos conservadores. Occidente es hoy tan ingenuo con relación a la Rusia de Putin, como lo fue respecto de la Alemania de los años treinta.

¿Qué pueden aportar los países de Europa oriental a Europa occidental, y viceversa?

T. H. : Unos y otros deberíamos decirnos recíprocamente: “No repitan nuestros errores, cometan sus propios errores”. Lo que el Oeste debería ofrecer a las iglesias de los países post comunistas es la experiencia sobre la manera de sostenerse en una sociedad abierta y pluralista. Las iglesias de los países postcomunistas deben todavía abordar una profunda reflexión teológica sobre su experiencia durante el período de la represión. Los largos años de supresión de la religión en nombre del ateísmo, que se convirtió en una pseudo-religión militante bajo los regímenes comunistas, no lograron jamás llegar a una “sociedad atea”, pero la religión tradicional cambió bajo las condiciones creadas por la opresión. La pérdida de los privilegios sociales y la caída en el número de los practicantes convencionales que tenían apenas una fe superficial, en muchos sentidos, liberaron a la Iglesia, al profundizar e intensificar la fe de los fieles, mientras que el testimonio de los mártires atrajo a muchos simpatizantes y convertidos. En este sentido, quedó demostrada la antigua expresión según la cual “la sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia”. Sin embargo, hay que agregar que que la persecución y la “exculturación” han traído consecuencias igualmente perniciosas. Si bien es cierto que un cierto nivel de persecución puede ser beneficioso para la Iglesia, la persecución severa y duradera, y en particular la aislación del pensamiento teológico, resulta perjudicial. En algunos casos, cuando la religión se transforma en contra-cultural, da lugar a una “ghetoización” malsana. Puede ocurrir que la pérdida de la libre comunicación con el conjunto de la sociedad y su cultura, así como con el exterior y la Iglesia en el mundo libre, incluyendo las evoluciones en la teología, lleve a una rigidez intelectual. La necesidad de estar constantemente a la defensiva ante la presión exterior entraña una falta de autocrítica. Al mismo tiempo, la necesidad de cerrar las filas crea la ilusión de que existe unanimidad de opinión. Allí donde durante mucho tiempo falta el aire fresco del libre intercambio de opiniones se corre el riesgo de que las cosas tomen olor a viejo.

Después de la hecatombe de los regímenes comunistas, una gran parte de la sociedad esperaba mucho de la Iglesia… y quedó decepcionada. Muchos cristianos se encontraron ante la incapacidad de vivir sin un enemigo y, después de la desaparición del comunismo, buscaron uno nuevo. Para ellos, el “liberalismo occidental” comenzó a cumplir ese papel. El “síndrome del prisionero liberado” ha tomado diversas formas en las sociedades post comunistas. En algunos círculos cristianos tomó la forma de la “agorafobia”, para usar prestado un término de la psicopatología, es decir, el miedo irracional a los espacios abiertos.

Si la corriente populista actual en los países postcomunistas y en algunos países de Europa occidental pasa de lado y si la Unión Europea y la democracia liberal sobreviven a los ataques y las crisis actuales, podemos suponer que los países post comunistas de Europa central y oriental, terminarán por parecerse cada vez más a Europa occidental.

Estoy convencido de que, si procuramos verdaderamente superar la crisis en la que se encuentran las Iglesias de “los dos pulmones de Europa”, no debemos dejarnos seducir por el éxito de las sectas fundamentalistas que ofrecen un camino religioso rápido, fácil y barato, sin la cruz del espíritu crítico. Debemos resistir la tentación de ofrecer respuestas simples a preguntas complejas, o de ofrecer una imagen del mundo en blanco y negro. Estoy convencido de que la misión de los cristianos en este momento de la historia y en esta cultura europea, no es ofrecer certidumbre sino enseñar el coraje de penetrar la nube del misterio y vivir con las preguntas abiertas y las paradojas de la vida. Bajo el régimen comunista teníamos necesidad, sobre todo, de coraje; ahora necesitamos principalmente la virtud de la sabiduría. El servicio más importante que la Iglesia puede ofrecer al hombre contemporáneo es el de desarrollar el arte del discernimiento espiritual en la vida personal y en la sociedad; la hermenéutica teológica de la cultura contemporánea o, como decimos en términos tradicionales, “leer los signos de los tiempos”.

¿Dónde podemos encontrar semillas de esperanza? ¿Dónde queda la Galilea en la que encontraremos al Cristo resucitado?

T. H.: En muchos países, los templos, los monasterios y los seminarios se vacían. Interpreto las iglesias vacías y cerradas durante la epidemia de COVID-19 como una señal profética de advertencia; una imagen de lo que la Iglesia podría parecer si no se reforma. Las iglesias vacías en las Pascuas silenciosas de 2020 y 2021 se parecen a un sepulcro vacío (al fin y al cabo hasta el loco de Friedrich Nietzsche anunció “la muerte de Dios”, comparando las iglesias como las tumbas de Dios). Al llorar ante la tumba vacía no deberíamos hacer oídos sordos a la voz que nos interpela: “¿Por qué buscan al viviente entre los muertos? El los precederá en Galilea. Allí lo verán”. Esta Galilea de hoy es la Galilea de los gentiles. A mi juicio se encuentra más allá de las fronteras visibles de las Iglesias, está en el mundo de los buscadores espirituales. El papa Benedicto XVI había propuesto abrir un “Patio de los Gentiles” en el seno de la Iglesia, un espacio para los agnósticos y los buscadores espirituales, como el que tenía el Templo de Jerusalén para los gentiles simpatizantes del judaísmo. Pero eso no alcanza hoy en día. En estos tiempos se derrumbó la forma de la Iglesia como templo, que había quedado desarticulada después del Siglo de las Luces. A veces imagino que de ella sólo queda el “muro de los lamentos”. En la víspera del conclave, el cardenal Jorge Bergoglio había citado las palabras de Jesús “Yo estoy a la puerta y llamo”, pero había agregado: “Hoy Cristo llama del interior de la Iglesia y quiere salir, y nosotros debemos seguirlo”. El Papa nos invitaba a ir hacia los heridos en los campos de batalla de hoy, hacia los marginados. Debemos ir hacia los marginados de la sociedad, pero también hacia los marginados de la Iglesia o más allá de las fronteras visibles de las iglesias. Las investigaciones sociológicas indican que el número de “los que creen (en algo)” está bajando. Esto incluye al mismo tiempo a los que se identifican plenamente con las enseñanzas y la praxis de las instituciones religiosas tradicionales y los que han encontrado un hogar en el ateísmo dogmático. Al mismo tiempo, se constata el aumento no solamente del número de agnósticos e indiferentes, sino también el de los “buscadores” espirituales. Aparentemente, el futuro del cristianismo en Europa dependerá ante todo de la capacidad de los cristianos de dirigirse hacia esos buscadores. Pero la comunicación con ellos debe renunciar al proselitismo y a la actitud de “poseer la verdad”. No busquemos retenerlos dentro de los límites institucionales y mentales existentes; extendamos los límites y avancemos hacia nuevos horizontes, asociándonos con ellos. El cristianismo de hoy necesita un nuevo tipo de ecumenismo, que va más allá de sí mismo. Es preciso preguntarse una y otra vez en qué consiste la identidad del cristianismo. Cristo es semper maior, “siempre más grande” que nuestra imaginación.

¿Cuáles son, a su parecer, los trazos que caracterizan al papa Francisco? ¿Qué es lo más significativo que ha aportado?

T. H.: El papa Francisco no es un revolucionario que quiera cambiar la doctrina de la Iglesia. Las personas que lo conocen bien desde hace años dicen que no es un teólogo progresista sino más bien misericordioso. La misericordia es la llave para comprender su personalidad y su reforma. Francisco no cambia los dogmas, ni demuele las estructuras externas; transforma la praxis y la vida. El no cambia la Iglesia exterior. Transforma mucho más profundamente, espiritualmente, desde el interior, transforma por el espíritu del Evangelio: se trata de una “revolución de la misericordia”.  En consecuencia, su reforma tiene el potencial de cambiar la Iglesia y llevarla al corazón del mensaje de Jesús, de manera más profunda que muchas reformas del pasado. Por su ejemplo personal de coraje cristiano, el papa Francisco nos empuja a no dejarnos intimidar ni desalentar por ciertos hechos que ocurrieron en la Iglesia. Por el contrario, nos invita a actuar como hijos libres de Dios, empleando de manera responsable la libertad que Cristo nos ha dado, sin someternos nuevamente al yugo de la esclavitud de una religión legalista, como nos exhorta el apóstol Pablo.

Usted escribió: “Llegamos al final de un capítulo de la historia de la Iglesia”. ¿Qué es lo que debe morir hoy en el cristianismo?

T. H. : Está en camino a expirar irrevocablemente la forma de cristianismo que gran parte de los europeos consideró durante mucho tiempo como algo adquirido. Los teólogos y los pastores de hoy necesitan la valentía de san Pablo, que hizo posible que el cristianismo primitivo entrara en el nuevo y más grande contexto de la civilización helénica y romana, al declarar obsoleta y aún perniciosa gran parte de lo que los cristianos de la época, incluyendo sus principales autoridades entre los apóstoles, consideraban como características esenciales de su identidad religiosa, en particular la circuncisión y otras reglas de la ley mosaica. Durante muchos siglos el cristianismo tomo las formas de una religión –religio– en el sentido de una fuerza que integraba la sociedad. En este sentido, el substantivo religio deriva del verbo re-ligare, “reunir”. En la época moderna, en la era de la fragmentación del mundo, la fe cristiana ha perdido esta “función religiosa”, al cristianismo y a la religión se los considera como una “visión del mundo” entre otras. Pienso que en el futuro la forma del cristianismo será la de la religión en el sentido de  “re-leer”. Debemos releer atentamente y de manera crítica las dos “fuentes de la fe”, la Biblia y la tradición. Estoy convencido de que la forma tradicional de la Iglesia y de su rol pastoral, mediante una red de parroquias territoriales, está en vías de caer en la obsolescencia. Creo que los centros de la fe (las diversas comunidades cristianas, las parroquias, las comunidades religiosas, los movimientos eclesiales, etc. deben llegar a ser “escuelas de sabiduría cristiana”, lugares de reencuentro para las “nuevas lecturas”, la meditación común, la escucha y el compartir las experiencias de fe. Estoy convencido de que el ministerio del acompañamiento espiritual, que tiene una dimensión a la vez pedagógica y terapéutica (en sentido amplio), será una forma central de la tarea de la Iglesia del futuro y probablemente llegue a ser más necesario que las dos actividades en las que la Iglesia se ha comprometido hasta ahora, a saber, el ministerio parroquial y la actividad misionera en el sentido clásico de la palabra. El ministerio del acompañamiento espiritual se dirige a todos y no solamente los creyentes. Hoy se aplica a los capellanes en los hospitales, las cárceles, el ejército y la educación. Estoy convencido de que deberá aplicarse en el futuro cercano al ministerio de la Iglesia misma como tal. Si la Iglesia debe ser una iglesia y no una secta encerrada en sí misma, debe cambiar radicalmente en su autopercepción y en su visión del propio ministerio al servicio de Dios en el mundo.

Traducción: Vicente Espeche Gil

*La versión original de la entrevista fue publicada por la revista francesa Études en enero de este año.

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