¿Por qué las personas emigran? En la respuesta inciden factores de atracción y expulsión. El drama de los desplazados se incrementa en forma alarmante en el mundo. En 2021, más de 84 millones de personas se han visto obligadas a dejar sus países, según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Las cifras superan ampliamente las de años anteriores. Mientras miles de millones de personas se encontraron impedidas de viajar a raíz de la pandemia de COVID-19; en paralelo, decenas de millones atravesaban fronteras huyendo de situaciones adversas. Antonio Vitorino, director general de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), lo definió como “una paradoja nunca antes vista en la historia de la humanidad”. La condición de migrantes irregulares de la mayoría agudiza su fragilidad. Paralelamente, cerca de 235 millones de personas requirieron asistencia humanitaria y protección durante el año pasado en distintos lugares del mundo, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA). 

La sumatoria de tragedias desparramadas por el planeta compone un intrincado caleidoscopio de realidades complejas y acuciantes. Ante el infortunio de millones de seres humanos en situaciones de extrema vulnerabilidad, los gobiernos sacan a relucir sus mejores cualidades y también sus lados oscuros. Prolongados conflictos armados, economías deterioradas, Estados fallidos, catástrofes naturales, violencia política y persecuciones por motivos religiosos y étnicos, derivan inexorablemente en desplazamientos forzados o no deseados.

Un fenómeno de larga data

La OIM surgió en la Europa de postguerra para ayudar a paliar el caos de los masivos desplazamientos. En conjunto, con diversos gobiernos, procuró encontrar países de reasentamiento para 11 millones de personas desarraigadas por la contienda. En las últimas décadas contribuyó a la evacuación, reasentamiento y obtención de asilo para refugiados vietnamitas, exiliados latinoamericanos, judíos provenientes de la Unión Soviética, personas que escapaban del conflicto de los Balcanes, programas de relocalización y retorno para millones de ruandeses que huyeron de las masacres étnicas, protección para los kurdos, ayuda a las víctimas del tsunami de Indonesia, Sri Lanka y Tailandia, así como a los afectados por los terremotos en Pakistán y Haití, y a los que huyen de la violencia en Myanmar, entre otras situaciones. Somalia, Siria, Etiopía, Afganistán, Yemen y África Central son nuevos escenarios de catástrofes humanitarias.  

Hoy Europa cuenta en algunas de sus fronteras con barreras que multiplican por seis la longitud del muro del oprobio berlinés. Las cercas y muros comenzaron a brotar en 2015, a raíz de la crisis migratoria siria, en la cual un millón de personas alcanzaron las costas del viejo continente. Desde entonces, la incesante oleada migratoria ocasiona tensiones entre países y disensos en sus sociedades. Durante 2021, ingresaron ilegalmente a territorio europeo cerca de 200 mil personas. La gran mayoría proviene de Siria, donde continúa la guerra civil. Otros son afganos, argelinos, tunecinos y marroquíes, que ingresan por la ruta de los Balcanes o a través del Mediterráneo Oriental o Central. Angela Merkel, en su última reunión del Consejo Europeo, manifestó preocupación por la incapacidad de los 27 para hacer frente al problema migratorio. Muchos gobiernos europeos temen que movimientos nacionalistas populistas exploten sentimientos de temor ante la llegada de extranjeros. Mientras tanto, proliferan los levantamientos de muros y tendidos de alambradas de púa en las fronteras. Un grupo de países (Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Bulgaria, Austria, Chipre y Grecia) propuso que la Comisión Europea financiara. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, respondió con contundencia que no habrá financiación europea para alambradas de púas y muros. Pero eso no impide que algunos gobiernos resuelvan cercar sus fronteras.

En la antigüedad el muro de Adriano y la muralla china intentaron contener invasiones. En la actualidad, muchas más son las barreras que separan y dividen a los seres humanos. Hungría levantó alambradas en sus límites con Serbia y Croacia. Emiratos Árabes tendió vallados en su frontera con Omán. Arabia Saudita construyó una zanja en su límite con Irak. Alambradas electrificadas y campos minados se levantan en las fronteras de la India con Pakistán y Bangladesh. Dramas humanos se desarrollan alrededor del muro de Cisjordania. Francia construyó cercas metálicas y paredes de concreto –con financiación británica– para impedir que migrantes irregulares accedan al puerto de Calais y al túnel del Canal de la Mancha. Polonia emplaza alambradas en sus fronteras con Lituania y Bielorrusia.

Un aspecto preocupante es que la inmigración, de ser percibida con temor, pase a convertirse en una potencial amenaza y un problema de identidades. El presidente del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, exhortó en Bruselas a eliminar los muros físicos: “Nosotros no construimos muros, queremos construir puentes”. Alexander Lukahsenko, dictador de Bielorrusia, en un asombroso chantaje internacional, amenaza con inundar a la Unión Europea con migrantes desesperados que huyen de Irán, Afganistán, Siria e Irak. El manoseo de las fragilidades humanas en la política exterior bielorrusa es una miserable demostración de una carencia de ética internacional. 

Urgencias en América Latina

Los masivos desplazamientos humanos de la actualidad difieren de las migraciones del siglo XIX entre Europa y el Nuevo Mundo. Las grandes corrientes migratorias voluntarias fueron reemplazadas por el miedo de los que escapan de la violencia o los cataclismos. En nuestra región asistimos hoy a la tragedia cotidiana de éxodos nunca antes vistos. Por ejemplo, la OIM y el ACNUR movilizan el apoyo a las necesidades de 6 millones de refugiados y migrantes de Venezuela (20% de la población) que dejaron su país a raíz de la conmoción política y la inestabilidad socio económica, cifra que equivale a dos veces la población de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Antes del chavismo, Venezuela era un receptor de migrantes, un paraíso para los latinoamericanos que buscaban mejores sueldos, donde se respiraba democracia, libertad y progreso. Colombia es el principal receptor de la diáspora, acogiendo a casi 2 millones de venezolanos. En la Argentina viven actualmente 174 mil, que constituyen una migración bien valorada. Quienes escapan de la dictadura de Maduro no lo hacen por donde quieren, sino por donde pueden. Atrás quieren dejar un país donde las cárceles se llenan de presos políticos, la inseguridad domina las calles, la pobreza alcanza el 90% de la población y la inflación anual ronda el 5.500%. Los riesgosos senderos de la selva de Darién, que conducen a Colombia, exponen a los migrantes a sufrir extorsiones, asaltos, trata de blancas y violaciones. Otros encuentran la muerte al utilizar embarcaciones precarias. Las proyecciones de Naciones Unidas arrojan que millones de venezolanos continuarán emprendiendo el camino del éxodo en los próximos años. Otro ejemplo es precisamente Colombia. Las acciones del crimen organizado, la guerrilla y los paramilitares derivaron, años atrás, en el miedo colectivo y el desplazamiento interno de 8,3 millones de personas (18% de la población). En Chile, un ex candidato presidencial dijo que construiría una fosa de tres metros en la frontera norte de su país.

El ACNUR estima que un millón de personas dejaron México, Guatemala, Honduras, Nicaragua y El Salvador durante 2021 a causa de la falta de oportunidades, violencia, amenazas y extorsiones. A la caravana de migrantes en procura de ingresar a los Estados Unidos se agregan en el camino haitianos, congoleños y cameruneses. México –uno de los países más poblados del mundo– hoy es un país de destino y de tránsito. El gobierno de López Obrador intenta dosificar en la frontera sur la marea migratoria, mientras su país se ha convertido en la sala de espera de quienes ansían cruzar hacia los Estados Unidos.

Donald Trump, en su campaña presidencial, prometió edificar un muro entre los Estados Unidos y México para frenar las oleadas migratorias. Una vez en la Casa Blanca, implementó el levantamiento de 3.360 kilómetros de alambradas. Kamala Harris, vicepresidenta norteamericana, propuso implementar un control de fronteras con una mirada social más contemplativa y concentrarse en los factores a largo plazo que empujan a familias enteras a emigrar hacia su país. Ante la complejidad del tema, las autoridades de Washington proponen acompasar el paso de los migrantes, hasta que se generen mejores condiciones. La Unión Estadounidense de Libertades Civiles plantea el deber moral y legal de dar a los que están en peligro una oportunidad de buscar refugio. Es evidente: la cuestión genera debates. 

Es necesario comprender las raíces profundas de los movimientos migratorios, por ejemplo, la interacción entre países receptores y países expulsores. La Argentina junto a Brasil, Canadá y los Estados Unidos fueron los países americanos que más dependían de la inmigración extranjera para sostener sus progresos en los siglos XIX y XX. “Hacer la América” era el lema de casi todos los que cruzaban el Atlántico. La experiencia argentina fue relevante en la construcción de nuevas identidades e integración de los inmigrantes. El papel de la escuela pública coexistía junto a las escuelas mantenidas por diversos grupos de origen. La figura del inmigrante adquirió elevada estatura como el agente transformador que posibilitó la Argentina moderna. Pese a sus imperfecciones, la experiencia local es digna de aportar interesantes conclusiones.

Posteriormente, la declinación de las corrientes migratorias europeas abrió paso a nuevos flujos provenientes de los países vecinos. Pero la frustrante realidad argentina actual desestimula a jóvenes y familias enteras que deciden buscar mejores oportunidades en otros horizontes. Son los descendientes de los inmigrantes que en el pasado vieron en nuestra nación una tierra de esperanza y progreso.

Desde la perspectiva social, en la región han existido preconceptos ante los migrantes. Chile inició en 2010 una generosa política de acogida a haitianos y venezolanos. Esa situación cambió drásticamente ante el creciente desempleo ocasionado tras las protestas sociales de 2019. Brotes de xenofobia surgidos en el norte del país ocasionaron que los migrantes fueran acusados de sacar oportunidades laborales a los locales. Sin duda, existen diversas miradas e interpretaciones. Los Estados nacionales poseen el derecho a normar las migraciones, con miras a que estas sean ordenadas, regulares y seguras, en pos de impedir el descontrol. En algunos casos, se generan situaciones equívocas ante una tolerancia amplia a los ingresos irregulares que pueden conducir al colapso de servicios y prestaciones esenciales y conflictos con la población local. En la Argentina se han producido abusos por indiferencia, desidia o clientelismo electoral, provocando por ejemplo la saturación de los sistemas de salud de las provincias limítrofes, atentando contra su razonabilidad fiscal.

Esfuerzos de la Iglesia

La Iglesia católica, junto a organismos internacionales y regionales, realiza ingentes esfuerzos en procura de una mayor toma de conciencia mundial sobre las necesidades de los más necesitados, con miras a coordinar esfuerzos. El Vaticano es miembro de la OIM desde hace 10 años, por iniciativa del papa Benedicto XVI. En ocasión del 70° aniversario de ese organismo, el papa Francisco, envió un mensaje: “Cuantas más vías legales existan, menos probable será que los migrantes se vean arrastrados por las redes criminales de los traficantes de personas o por la explotación y los abusos”.

La Comisión Católica Internacional de Migración (ICMC), con sede en Ginebra, nos invita a tomar conciencia de las necesidades de migrantes y refugiados. El desafío no es coyuntural y no puede abordarse únicamente desde una perspectiva de seguridad. La combinación paralizante de miedos, prejuicios y desinterés concluyen en mayores incertidumbres y crecientes nacionalismos. Se requiere un nuevo enfoque migratorio, con un abordaje solidario, acuerdos regionales y la creación de canales de integración social y laboral. Urge consensuar políticas que prioricen la solidaridad entre los Estados, con un reparto de responsabilidades.

Desde el Vaticano se insta a la OIM a convencer a las naciones para abrir vías seguras y legales para la migración. El papa Francisco señaló: “En definitiva, la migración no es sólo una historia de migrantes sino de desigualdades, de desesperación, pero también de sueños, de coraje, de estudios en el extranjero, de reunificación familiar, de nuevas oportunidades, de seguridad y protección, y de trabajo duro pero decente. Se trata del pasado, del presente y del futuro de nuestras sociedades”.

Nada es fácil en este terreno y los flujos continuarán: Europa, América del Norte, Oceanía y algunos países de América Latina son los principales destinos de las nuevas corrientes migratorias. En países de ingresos medios y altos, la mano de obra de migrantes es muy demandada y bienvenida. En la Unión Europea se aceleran las negociaciones del Pacto Europeo sobre Migraciones y Asilo. La recuperación europea necesitará nuevos ciudadanos para consolidar el crecimiento. Sólo Alemania demandará 400 mil trabajadores extranjeros nuevos cada año para poder hacer frente a sus necesidades productivas. Los Estados Unidos y México emprenden incipientes y complejas negociaciones, con ánimo de encontrar soluciones y entablar programas de ayuda.

Entre Roma y los principales organismos internacionales se percibe una creciente sintonía en aras de encarar esfuerzos conjuntos a través de un enfoque múltiple. En un mundo plagado de catástrofes y dramáticas crisis migratorias, de personas vulnerables en movimiento, el Papa nos propone mirar el rostro humano y “ensanchar el corazón ante los que llegan, porque todos somos responsables de las vidas de quienes nos rodean”.

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?