Conocí al Cardenal Eduardo Pironio en 1962, cuando él era rector del Seminario de Villa Devoto, y los seminaristas de San Isidro cursábamos allí nuestros estudios. Además de ejercer la rectoría tenía a su cargo alguna materia teológica. A mí me enseñó el tratado de la Santísima Trinidad. Nunca imaginé que con el tiempo iba a tener una importante relación con él.
En el proceso que la Iglesia lleva adelante sobre su posible condición de “santo”, lo acaba de declarar “venerable”. Esto significa que luego de una ardua investigación han sido reconocidas sus “virtudes heroicas”, lo cual quiere decir que ha protagonizado una vida de verdadera unión con Dios, de entrega al prójimo, de vivencia íntima y profunda del Evangelio.
Cuando digo que esta investigación es ardua, estoy significando que han sido consultadas innumerable cantidad de personas que compartieron la vida con él y que han tenido que responder a cuestionarios larguísimos en los que se analiza su comportamiento a lo largo de los años. Declarado venerable, para llegar a ser beato debe aparecer algún milagro en el que el Cardenal haya sido invocado como único mediador.
Es notable, pero una vez, el Cardenal estaba hablando sobre este tema y decía que, en las causas de canonización, la clave está en “las virtudes heroicas” que demuestran una vida evangélica porque, después, los milagros siempre los hacía Dios y no los sujetos invocados.
Brevemente podemos consignar algunos datos biográficos. El Cardenal nació en 1920 en la localidad bonaerense de 9 de Julio y se ordenó de sacerdote en 1943. Fue obispo auxiliar en La Plata en 1964 y obispo titular en Mar del Plata en 1972. Desde 1968 a 1975 también ocupó el cargo de Secretario General y después Presidente del CELAM. En 1976 fue nombrado Prefecto de la Sagrada Congregación para los Religiosos y, por lo tanto, Cardenal, con Pablo VI. En 1984 Juan Pablo II lo trasladó al Pontificio Consejo para los Laicos. Murió en Roma en 1998.
Mi relación intensa con él fue a partir de 1984, cuando estaba a cargo de la Pastoral de Juventud. Pero vamos a recorrer un poco su vida.
Pironio, el sacerdote y obispo
No conozco cómo fueron sus primeros años sacerdotales, pero como he señalado antes, fue Rector del Seminario de Villa Devoto, antes conducido por los padres Jesuitas. El padre Pironio era un teólogo destacado y, junto a otros sacerdotes, asesoraba a los obispos que manifestaban mayor apertura hacia las corrientes de renovación que luego se fueron plasmando en el Concilio Vaticano II. Pero no eran tiempos fáciles porque en nuestra Conferencia Episcopal primaba una línea más bien conservadora.
Pironio escribía en los Cuadernos de Pastoral Jocista y permitía que los aires de renovación se fueran plasmando en la vida eclesial. Como Rector de Villa Devoto duró muy poco tiempo. Los cambios que se iban produciendo en el Seminario al parecer no eran del agrado del Arzobispo de Buenos Aires y tuvo que renunciar. Pero lo que no era bien recibido aquí, parece que sí lo era en Roma, y a los pocos meses de dejar Villa Devoto llegó su nombramiento como obispo auxiliar de La Plata. Ya estaba Pablo VI como Papa y en América Latina se realizó la Conferencia de Medellín. El enfrentamiento entre las corrientes más conservadoras y las más aperturistas se pusieron muy de manifiesto en nuestro continente y Pablo VI necesitaba un hombre de diálogo que supiera hablar y comprender a unos y a otros. Y nadie mejor que Eduardo Pironio. Como obispo excedía necesariamente los límites de su diócesis porque era buscado por todos para consultas y para recibir un consejo oportuno.
En Mar del Plata sufrió la persecusión de los grupos paramilitares y rechazó las custodias que le aconsejaron para protegerse. Me consta que había ofrecido su vida si era necesario el martirio.
En América Latina, el tiempo más difícil fue el posterior a Medellín, y allí estuvo Pironio en el CELAM, primero como Secretario General y después como Presidente. Nació en esos años la Teología de la Liberación, que tuvo distintas versiones. Fiel al estilo de Pablo VI, Pironio no condenaba. Hablaba, dialogaba, corregía y trataba de rescatar todo lo positivo que se manifestaba en las distintas corrientes de pensamiento que ya se habían puesto de manifiesto en Medellín, pero que luego se reinterpretaban con motivos a veces no tan ortodoxos. Lo de Pironio fue la obra de un artesano. Uno de sus escritos que mejor interpretaran su pensamiento y su estilo es la “Meditación para tiempos difíciles”.
Su paso a Roma
Interpreto que fue este estilo de actuar el que apreció Pablo VI cuando lo llamó a Roma para ocupar un cargo dificilísimo: presidir la Congregación para los religiosos. En el orden universal, creo que fue en esta área de la vida eclesial donde más golpeó el postconcilio. El Papa había comenzado a “desitalianizar” la Curia Romana y encontró en este artesano del diálogo al hombre que necesitaba para uno de los cargos más comprometidos del momento. El entendimiento entre Pironio y Pablo VI era total.
Después de un tiempo de asumir Juan Pablo II, el Papa decidió cambiarlo de destino. Me consta que fue uno de los momentos más difíciles que le tocó vivir al Cardenal. Para el Papa polaco, el estilo de Pironio seguramente fue sinónimo de debilidad. Pero lejos de prescindir de su persona, lo destinó a otro Dicasterio “más fácil”, el de los Laicos. Y allí comienza mi relación más cercana con él.
El papa Juan Pablo II era feliz recorriendo el mundo y había inventado la Jornada Mundial de la Juventud. Nosotros invitamos al Cardenal al Encuentro de Jóvenes de 1985. Allí habló y quedó deslumbrado. Y entonces le llevó a Juan Pablo II una idea que estaba seguro que lo iba a entusiasmar: celebrar las Jornadas Mundiales de Jóvenes todos los años. Uno en Roma y otro fuera de Roma. Y este primero debía ser en la Argentina. Y así fue, en 1987 tuvimos a Juan Pablo II en la avenida 9 de Julio aclamado por los jóvenes argentinos, con el Cardenal Pironio en uno de sus momentos más gloriosos.
Yo visitaba al Cardenal con frecuencia cuando venía al país. Se alojaba en la Abadía de Santa Escolástica, en Victoria, diócesis de San Isidro (precisamente son las monjas de ese Monasterio las que más han trabajado para reunir todos los archivos de la vida del Cardenal y colaborar con su proceso de canonización).
El Cardenal invitaba a algunos jóvenes –Gustavo Mangisch, Laura Moreno, Nieves Tapia y también a mí– a participar en las sucesivas Jornadas Mundiales de Juventud. Junto con Carlos Malfa y por supuesto su sempiterno secretario Fernando Vérgez, éramos un grupo de apoyo afectivo en esos acontecimientos. Santiago de Compostela, Czestochowa, Denver, París… Allí estábamos al lado de Pironio. Porque como toda persona responsable, el Cardenal, antes de cada Jornada, tenía sus temores de que algo pudiera fallar.
Una anécdota interesante que describe las dificultades de ese tiempo sucedió en un encuentro latinoamericano de jóvenes en Cochabamba, donde la liturgia era más bien desastrosa. Llegó el Cardenal desde Roma y yo no le dije nada al respecto. Le tocó presidir a él una celebración y se las tuvo que arreglar como pudo para hacerlo dignamente. Al terminar me llamó y me dijo: “Jorge, como no me contaste lo que era esto”. Yo le contesté: “Fue a propósito, para que usted viva lo que ocurre en carne propia”. En su admirable estilo dialogante, durante el encuentro logró que se fueran corrigiendo todos los errores.
Cuando yo trabajaba en el área de Comunicación Social –en junio próximo se cumplirán 25 años– lo invitamos al primer Congreso de Comunicadores Católicos en “su ciudad”, Mar del Plata. Pironio me dijo: “Ese no es mi tema, ¿yo de qué puedo hablar?”. “Hable de la espiritualidad de un comunicador social”, le propuse, y aceptó. Se encontró con un auditorio de cerca de mil personas y creo que debe haber sido la primera vez que se habló de espiritualidad frente a los comunicadores.
Me despedí del Cardenal en Roma en noviembre de 1997. Hablamos de la muerte. Como siempre, me pidió que rezara por él. Era consciente de que le llegaba el momento final. Recuerdo haberle dicho: “Cardenal, es fácil de decir, pero difícil de aceptar: ahora le toca un largo Getsemaní”.
El día de su muerte, el 5 de febrero de 1998, yo estaba en una reunión muy difícil. Tenía que hablar esa tarde. Era un encuentro donde todo podía salir mal… o un milagro podía producirse. A la mañana me avisaron que había muerto el Cardenal Pironio. Puse el encuentro en sus manos… y el milagro se produjo.
Nunca tuve dudas de haberme vinculado con un santo.
3 Readers Commented
Join discussionLo conoci en Mar del Plata, 1971/72/73,recien casada y fieles a sus misas y Homilias en la Catedral, seguimos con mi esposo su trayectoria con amigos comunes, eramos solo turistas enamorados de Mon. Pironio , su Vida y Ejemplo. Gracias por vuestra nota
Hermoso testimonio y recuerdo. sobre el Cardenal Pironio. Gracias al autor de la nota, que no dudo que es monseñor Jorge Casareto.
Gracias Monseñor Casaretto por este regalo que me acerca hoy un recuerdo de quién admiré mucho e influyó tanto en mi vida de Fe y en mi actividad pastoral en la Diócesis bajo su Obispado.
Dios lo siga bendiciendo Monseñor y confío contar con su oración.