Compartimos algunos fragmentos del discurso del decano Pbro. Dr. Carlos María Galli el 17 de marzo de 2022 en la Apertura del Año Académico en la Facultad de Teología de la UCA.[1]

Hoy es un día feliz para nosotros, como ya lo fue el 7 de marzo, cuando comenzamos las clases. La nueva situación incluye el reencuentro de quienes ya estábamos en esta familia universitaria, y el primer encuentro con quienes llegan por primera vez a nuestros claustros. Deseamos recomenzar la vida en común con una presencialidad plena, alegre, cuidada, responsable, solidaria, cultivando la cultura del encuentro.

En su “Samba de la Bendición”, el poeta y cantor brasileño Vinicius de Moraes dice: “La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida”. ¡Cuántos desencuentros hay en la familia humana! Basta nombrar la invasión, la guerra y la masacre en Ucrania; el empobrecimiento, la desigualdad y la división en la Argentina; la incomunicación agresiva en las redes sociales, creadas para facilitar la comunicación. Nosotros sufrimos desencuentros por estar dos años distanciados por la pandemia del covid 19 y una hipervirtualidad exclusiva y forzada. Si bien la pantalla, la internet y las plataformas digitales nos permitieron compartir la voz y la imagen, sentimos la falta del encuentro cara a cara, y necesitábamos cercanía, contacto, conversación. Estas palabras expresan categorías antropológicas, cristológicas, teologales.

Sentimos los límites de la comunicación escrita, que se reduce, muchas veces, a información. Los entornos virtuales de aprendizaje, que aprovechamos mucho gracias a un esfuerzo enorme de todos y a los soportes tecnológicos provistos por la Universidad, nos ayudarnos a estar conectados. Con ese arduo trabajo mantuvimos nuestra actividad, ganamos el bienio, logramos acuerdos. Sabemos que la falta de intercambio vital y verbal produjo insatisfacción y disconformidades, sobre todo en relación al cambio de los planes de estudio y al uso del nuevo sistema informático. En todo momento, las autoridades procuramos emplear los medios posibles para el bien de alumnos y los profesores. Hemos aprendido mucho porque todos somos exploradores en la virtualidad. No obstante, ayer y hoy perseveramos en hacer del encuentro una cultura vivida, como se manifiesta en las clases y en los diálogos en el jardín, los claustros, las oficinas.

Estamos ante un nuevo comienzo del camino que recorre esta Facultad de Teología desde hace 106 años. Marchamos juntos, somos itinerantes y sinodales, acompañando la pequeña ruta de cada uno, junto con los compañeros del claustro estudiantil y los colegas del claustro docente. Estas vías no son senderos que se pierden en el bosque – Holzwege, diría Heidegger – sino caminos en el Camino, que es Jesucristo, corazón de la fe cristiana y centro de la teología católica. Aquí, en el inicio del cuarto de mis decanatos – diseminados en tres décadas distintas – compartiré algunas reflexiones para reiniciar nuestra vida académica.

Rostros personales y diálogo fraterno

Varios autores han pensado las diferencias que hay entre origen, comienzo y principio. Aquí no es posible hacerlo, pero cabe decir que todo comienzo se caracteriza por un cierto inicio temporal, una continuidad discontinua con lo anterior, una dirección a un término. Un nuevo comienzo tiene un movimiento dirigido al primer comienzo arqueológico, un presente inédito -espacio de iniciativa-, una tensión teleológica dirigida hacia el último momento, entendido no sólo como un punto final sino y, sobre todo, como meta o culmen. A los que inician la carrera, y a los que recomienzan, los invito a mirar y caminar hacia adelante.

El Papa Francisco expresa la fe en un Dios que es Palabra – Logos – y explica que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (cf. Jn 1,14). En la encíclica Fratelli tutti (FT) dice que somos “caminantes de la misma carne humana” (FT 8). La imagen del rostro se asocia a la realidad de la carne para mostrar que se trata de una fraternidad personal, oncreta, encarnada. “El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la ‘padece’ y busca la promoción del hermano” (FT 115). Pensar la teología, decir un logos acerca de Dios que es Logos y Dia-logos, es un desafío inmenso. Más aún, si se entiende el Logos encarnado en Jesús y la teología encarnada en distintos contextos eclesiales y culturales. Si la opción por el Logos se concreta en muchas formas del diálogo entre la fe y la razón,[2] el Logos encarnado nos invita a avanzar en el encuentro entre el cristianismo católico y las culturas actuales.[3]

Nos encontramos en un momento oportuno para articular la tradición y la innovación en el estudio y el aprendizaje de la teología. El paso por la mediación tecnológica nos exige un nuevo humanismo filosófico y pedagógico. Es un momento para ejercer el logos y el dia-logos, el pensamiento y la conversación. El diálogo es la vía para experimentar comunitariamente la alegría de la Verdad. El diálogo racional en el seno de la fe es la clave de una enseñanza que procura un modo relacional de ver el mundo, que se convierte en un conocimiento compartido, en una visión en la visión de otro, en una visión común de las cosas.

En nuestras aulas debemos ejercitar la teología como una conversación, lo que nos compromete a participar más tanto a los profesores como a los alumnos. El arte del diálogo y el intercambio de dones enriquece el vivir y el pensar. La teología, sabiduría y saber de la revelación como diálogo de salvación de Dios con el hombre, debe cultivar una forma mentis “dialogal”.Un pensamiento relacional y dialógico tiene su base en la naturaleza personal e interpersonal del ser humano y de su logos verbal, y es capaz de escucha y palabra, de recepción y donación. El ser humano es imagen de la Trinidad – imago Trinitatis. Jesús nos introdujo en el “diálogo interior de Amor trinitario”,[4] que es la fuente originaria y el modelo ejemplar de todo diálogo.

Nuestra Facultad es y quiere ser una pequeña – gran familia en la que todos somos y nos sentimos hijos e hijas de Dios, discípulos de Cristo, hermanos y hermanas. Somos conscientes de nuestras diferencias, que pueden asumirse para enriquecer la convivencia y la colaboración. Estamos llamados a compartir fraternalmente, sin presumir de ser más grandes ni reducirnos a ser más chicos, aunque pertenezcamos a diversas generaciones y condiciones, aunque tengamos distintos carismas y funciones. El Espíritu de comunión nos mueve a relacionarnos con los demás y unirnos a ellos con “una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, sabe descubrir a Dios en cada ser humano” (EG 92). Aquí también recibimos a hermanos y hermanas de muchos países como visitantes, alumnos y compañeros.

El encuentro con Cristo y la cultura del encuentro

A nivel fenomenológico la presencia de la persona es rostro, figura, manifestación, visibilidad. A nivel teológico la meditación sobre Cristo emplea las categorías rostro, presencia, donación y encuentro. Se expresa en varios documentos eclesiales y en aportes de grandes teólogos. Para la Conferencia Episcopal de Aparecida (A), encontrarse con Jesús, conocerlo y amarlo, es el gran tesoro que descubrimos sus discípulos misioneros (A 29). Este acontecimiento no es una conquista humana, sino un don divino. Muestra la gratuidad del amor de Dios como principio del ser cristiano, según la lógica del encuentro.

Otro número de ese documento integra consignas de Juan Pablo II y Benedicto XVI: “A todos nos toca recomenzar desde Cristo (cf. NMI 28-29), reconociendo que ‘no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva’ (DCE 1)” (A 12). Esa Conferencia, en la cual el cardenal Bergoglio presidió la Comisión de redacción, destaca el don del encuentro con Cristo (A 548).

“Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste” (A 14).

Una Universidad Católica, y en especial su Facultad de Teología, viven, celebran, expresan, piensan el encuentro con Cristo. Una cristología del encuentro entiende esa palabra no sólo como el primer paso, sino como todo el proceso de elección, llamado, respuesta, adhesión, seguimiento y unión con Jesús. La frase encuentro con Cristo, divulgada en las últimas décadas, presenta la relación del cristiano con Cristo con un término personalista contemporáneo, una realidad que, en el Nuevo Testamento se dice con palabras como discipulado, configuración, amistad, comunión, participación, permanencia. “Encuentro” es una noción empleada por la teología de la revelación y de la fe y, también, por la cristología.[1] Ella se refiere a los encuentros de Jesús con sus contemporáneos, especialmente las manifestaciones del Resucitado, y también a todo encuentro con el Viviente que se manifiesta en sus diversas presencias en la Iglesia y el mundo. El don del encuentro brota de la fascinación que Jesús ejerce y que suscita nuestra admiración (A 136, 277).

Esta convicción está en la raíz de una concepción de la Iglesia que evangeliza atrayendo porque vive como comunidad de amor y crece no por proselitismo, sino por atracción, como Cristo atrae hacia sí por la fuerza de su amor (A 159, 161). Esta atracción interior es una gracia por la que el Padre nos lleva a Cristo; es la atracción del Padre (atractio Patris) que la teología clásica leyó en textos en los que Jesús señala que la fe en Él es un don atractivo que procede de Dios Padre (Mt 16,17; Jn 6,44). Evangelizar, comunicar el don del encuentro a otros, nace de la experiencia de ser amado por Jesús y del desborde de gratitud y alegría.

En 2019, al exponer el desafío de pensar en filosofía y en teología, cité esta frase del documento Optatam totius del Concilio Vaticano II: “Las otras disciplinas teológicas deben ser [como la teología dogmática] igualmente renovadas por medio de un contacto más vivo con el misterio de Cristo (ex vividiore cum Mysterio Christi contactu) y la historia de la salvación” (OT 16). El texto habla del conocimiento por contacto. El tacto es un sentido espiritual muy intenso. La fe es ver, oír y tocar a Jesús porque “la Vida se hizo visible” (1 Jn 1,2) y anunciamos “lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida” (1 Jn 1,1). El texto usa el verbo contingere que significa no sólo tocar sino, también, entrar en una relación personal. El mysterium Christi es el locus para entender la fe y renovar el pensar, el ámbito vital de la cristología. El estudio académico debe garantizar la unión con Cristo para hacer teología y articularla con la filosofía. Todas las disciplinas teológicas –cada una a su modo– deben procurar un contacto más vivo con Cristo.

Estamos llamados a encontrarnos con Jesús en las distintas formas de su presencia, desde la Palabra y la Imagen hasta los rostros de los hermanos que nos salen al paso. El encuentro en la comunidad académica debe generar cercanía, simpatía, arraigo, sostén, amparo. Nos ayuda a acompañarnos en el camino de la educación universitaria, que es un proceso de intercambio interpersonal y vincular, no sólo instrumental o tecnológico. Para caminar juntos tenemos el apoyo de una fenomenología del rostro, la mirada y la palabra, la encarnación, el símbolo y el gesto, y sobre todo, una espiritualidad cristológica de la comunión por contacto y comunicación, que se consuma en la comunión eucarística con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

La lógica de la sobreabundancia: dar mucho más

Que Cristo habite en sus corazones por la fe y sean arraigados y edificados en el amor. Así podrán comprender, con todos los santos, cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, en una palabra, ustedes podrán conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para ser colmados por la plenitud de Dios (Ef 3,17-19).

El amor de Cristo excede todo conocimiento. El cristiano conoce por la fe el Amor de Cristo extendido en la Cruz, cuyos brazos abiertos abarcan el mundo entero. La paradoja está en conocer un amor que supera lo que se puede conocer. Cristo es “el Hombre que abarca el mundo entero y que se halla en la cruz, que también lo abarca”.[2] Una tradición antigua orienta la mirada del texto hacia la muerte de Cristo en la cruz, cuyas dimensiones van hacia arriba, hacia abajo, hacia los costados. Ellas significan una Caridad inabarcable. El amor de Cristo une el cielo y la tierra, el pasado y el futuro, el tiempo y la eternidad.[3]

Esta sobreabundancia de amor nos colma.[4] “El exceso de Dios está presente en el exceso de Cristo, según la anchura y la longitud… es exceso de amor”.[5] Se refería al Deus Excessus. La teología piensa la paradoja del excesivo amor de Cristo, que vive, por el Espíritu, en la Iglesia y los seres humanos, y se refleja en el corazón de María. En el horizonte abierto por el exceso de Dios se sitúa la fe que piensa en esta Facultad.

El desborde del amor tiene su fuente y modelo en el actuar de Dios. En una página excepcional, san Pablo muestra el mucho más (pollô mallon) de la gracia de Cristo que supera excesivamente el pecado de Adán:

“porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos” (Rm 5,15).

La lógica de la sobreabundancia expresa el Don de Dios que nos da Vida.[6] Pablo lo dice con una formulación muy creativa: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,17). El texto modifica el verbo perisseuó –abundar, exceder– poniendo el prefijo hyper y creando el verbo sobreabundar para referirse al exceso de Dios. Es el desborde del corazón del padre que sale a buscar al hijo y lo abraza con ternura, o el del anfitrión de la boda que busca invitados en los caminos. Esta abundancia (perisseia) está en la frase de Jesús: “la boca habla de la abundancia del corazón” (Mt 12,24). No indica una acumulación cuantitativa, ni un sobrante superfluo, sino la calidad del amor que brota del corazón. Es la generosidad que pide Pablo en la colecta por la comunidad de Jerusalén para cubrir la necesidad e igualar la situación (2 Co 8,14).

El ser humano es un don dado a sí mismo y llamado a darse a los demás, que siempre puede dar mucho más de sí. Como peregrino va, por su libertad renovada en la gracia, al encuentro del Dios que viene a su encuentro. El futuro no es sólo futurum, mera continuación del presente, repetición de lo mismo, prolongación de lo que somos en lo que seremos, sino también adventus, novedad que irrumpe, presencia indeducible, gracia que sale al paso, don que renueva. En esta lógica colaboramos para extraer vida nueva de las situaciones de muerte. La presencia de Dios solicita la libertad responsable del hombre, creatura creadora, para que se abra al don salvador que viene de arriba y colabore dándose para lograr mucho más.

Desde su corazón generoso, Dios nos regala esperanza porque se brinda sin medida y nos ayuda a darnos gratuitamente para extraer bien y amor de los males que sufrimos y otros sufren. En momentos difíciles podemos dar un paso más, como lo hicimos en los dos años precedentes: de la ausencia sacamos mucha más presencia; de la incomunicación sacamos mucha más comunicación. Invito a todos a seguir la lógica del mucho más en este nuevo comienzo: mucho más amor y servicio; mucho más respeto y seriedad; mucha más participación y solidaridad; mucho más trabajo y colaboración; mucho más aprendizaje y estudio.

Dios Padre es la fuente de esta teo-lógica de la sobreabundancia.[7] Benedicto XVI enseña que “El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente… Al ser un don (eine Gabe) recibido por todos, la caridad en la verdad es una fuerza que funda la comunidad… la comunión fraterna, más allá de toda división, nace de la palabra de Dios-Amor que nos convoca…” (CiV 34).

El don del amor no anula la verdad, ni suprime la justicia; las asume y trasciende en la lógica de la gratuidad y la fraternidad. En la Facultad no entendemos el desborde como una desmesura, ni el superar como transgredir, ni el exceder como desbarrancar. Por el contrario, la abundancia del amor exige un cumplimiento más justo, una entrega más generosa, una reciprocidad más comprometida. La vida cotidiana en la comunidad cristiana es un continuo llamado al don de sí, a dar más y a darse más en Cristo. ¡Demos gratuitamente lo que recibimos gratuitamente! ¡Que nuestra Facultad desborde de vida evangélica, teologal, teológica!

Cristo en nosotros – nosotros en Cristo

En el Centenario de la Facultad, Francisco trazó el perfil de quien estudia teología y señaló este rasgo:

El teólogo es un creyente. El teólogo es alguien que ha hecho experiencia de Jesucristo, y descubrió que sin Él ya no puede vivir. Sabe que Dios se hace presente, como palabra, como silencio, como herida, como sanación, como muerte y como resurrección. El teólogo es aquel que sabe que su vida está marcada por esa huella, esa marca, que ha dejado abierta su sed, su ansiedad, su curiosidad, su vivir. El teólogo es aquel que sabe que no puede vivir sin el objeto / sujeto de su amor y consagra su vida para poder compartirlo con sus hermanos”.[8]

Comparto un texto que manifiesta la plenitud de Cristo en la totalidad de la vida personal y comunitaria. Es la primera estrofa, escrita en 1838, de un bello himno a Cristo del cancionero alemán.[9]

O Jesu, all mein Leben bist du / ohne dich nur Tod

Oh Jesús, vos sos toda mi vida / sin vos sólo (hay) muerte

Meine Nahrung bist du / ohne dich nur Not

Jesús, sos todo mi sustento / sin vos sólo (hay) indigencia

Meine Freude bist du / Ohne dich nur Leid

Jesús, sos toda mi alegría / sin vos sólo (hay) tristeza

Meine Ruhe bist du / ohne dich nur Streit – o Jesu.

Jesús, sos todo mi descanso / sin vos sólo (hay) conflicto.

Agrego un segundo texto, que pertenece a san Ambrosio, obispo de Milán, padre de la Iglesia latina.

“Así, pues todo lo tenemos en Cristo… todo está en el poder del Señor y Cristo es todo para nosotros. Si deseas curar una herida, Él es el médico; si tienes fiebre, es la fuente; si estás abrumado por la iniquidad, es la justicia; si tienes necesidad de ayuda, es la fuerza, si temes la muerte, es la vida; si deseas el cielo, es el camino; si huyes de las tinieblas, es la luz; si buscas la comida, es el alimento”.[10]

Miramos a María y nos dejamos mirar por sus ojos misericordiosos. Le pedimos que Cristo sea el centro del encuentro comunitario y académico. Que sea vida, alimento, felicidad, paz en nuestras vidas. Que sea la luz y el sabor en los estudios que realizamos en la Facultad de Teología. Que el Espíritu nos ayude a recomenzar compartiendo el consuelo que recibimos de Dios. “Así como participamos abundantemente de los sufrimientos de Cristo, también por medio de Cristo abunda (perisseuó) nuestro consuelo” (2 Co 1,5).


[1] El texto completo, cristológico e institucional, fue publicado completo en la revista Teología número 138, agosto de 2022.

[2] Cf. C. M. Galli, “Pensar conjuntamente en teología y en filosofía. Un estilo dialogal, itinerante, integrador”, Teología 129 (2019) 9-65.

[3] Cf. A. Lind, “La opción por el Logos en el pontificado de Francisco”, La Civiltá Cattolica (Iberoamericana) 40 (2020) 28-52.

[4] J. Ratzinger – Benedicto xvi, Jesús de Nazaret. I, Buenos Aires, Planeta, 2007, 166.


[1] Para O. González de Cardedal, “encuentro” es una clave permanente de la cristología sistemática y la metáfora del camino es la noción decisiva de su cristología fundamental (cf. Fundamentos de Cristología I. El Camino, Madrid, BAC, 2005, XXXI).

[2] H. Schlier, Carta a los Efesios. Comentario, Salamanca, Sígueme, 1991, 227; cf. 219-232.

[3] Cf. S. Thomae Aquinatis, Super Epistolam ad Ephesios, Caput III, Lectio V, 179-180, en: Super Epistolas S. Pauli. Lectura II, Romae, Marietti, 1953, 45-46.

[4] Cf. E. Briancesco, “Sobre la ´sobreeminente ciencia del amor de Cristo’” (Ef 3,19), Teología 93 (2007) 227-238.

[5] Cf. E. Przywara, Che ‘cosa’ é Dio? Ecceso e paradosso dell’amore di Dio: una teologia, Trapani, Il Pozzo di Giacobbe, 2017, 121, cf. 77-80, 97-100.

[6] Cf. P. Ricoeur, “La libertad según la esperanza”, en: Introducción a la simbólica del mal, Buenos Aires, La Aurora, 1976, 141-165.

[7] Cf. C. M. Galli, “La lógica del don y del intercambio. Diálogo entre Tomás de Aquino y Claude Bruaire”, Communio (argentina) 2 (1995) 35-49.

[8] Cf. Francisco, Video-Mensaje del Papa por el Centenario de la Facultad de Teología de la UCA, 4/9/2015.

[9] Texto y música de F. Hartig, Köln, 1838, cf. Deutsche Bischofsconferenz, Gotteslob, Herder, 1975, Gesang 377.

[10] San Ambrosio, De virginitate 16,99; cf. Ambrosio de Milán, La Virginidad…, Ciudad Nueva, Madrid, 2007, 117.

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